La casa de bambú
Sinopsis de la película
Eddie Spanier (Robert Stack) llega a Tokio en el momento en que dos asesinatos mantienen en vilo a la policía local. Una de las víctimas es su amigo Webber, quien, al parecer, murió acribillado por sus propios compañeros. Webber era miembro de una organización criminal encabezada por Sandy Dawson (Robert Ryan). Con el fin de infiltrarse en la banda, Eddie intenta ganarse la confianza de Dawson. Para ello cuenta con la ayuda de Mariko (Shirley Yamaguchi), la viuda de Webber, que se hará pasar por su amante.
Detalles de la película
- Titulo Original: House of Bamboo
- Año: 1955
- Duración: 102
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Opinión de la crítica
Película
6.8
86 valoraciones en total
Definido por François Truffaut como primitivo, que no primario, como rudo, que no rudimentario, como simple, que no simplista, el cine de Sam Fuller ha provocado tanta controversia desde mitad de los años 50 como contradicciones alberga. Siendo un cine directo, escasamente reflexivo, a poco que queramos ver, nos daremos cuenta de que plasma una de las más sugerentes y ricas visiones que el cine ha deparado sobre la idiosincrasia norteamericana. Autor de un puñado de obras maestras del cine negro, así como el género bélico, Fuller aborda un tema peliagudo en La casa de Bambú: la del individuo que se gana la confianza de un gángster, infiltrándose en la banda para mejor deshacerse de él. En otras palabras, el tema del traidor como héroe.
Pero para Fuller – y para mí también –, no hay traición cuando el sujeto traicionado es un asesino despiadado y el héroe es un agente del FBI (encarnado por el duro de rostro granítico, Robert Stack antes de ser Elliot Ness para la serie de TV Los intocables, y enfrentado nada menos que a un villano perverso y fascinante como Robert Ryan). El cambio de escenario, pasando de Norteamérica al Japón post-bélico no hace sino acentuar que, en la simbiosis Oriente/Occidente que la película propugna, el papel protagonista es el de los americanos, que habrán de aceptar el modelo nipón, preñado de la simbolización que los occidentales han perdido y sin la cual entrarían en un periodo de decadencia: ya se sabe, lo de la falta de creencias. Una vez más en Fuller, el choque de culturas se disuelve en la armonía de la integración. La violencia como inevitable vía crucis.
La casa de bambú es un thriller exótico, un excelente trabajo de Fuller para la Fox, filmada en un estupendo Cinemascope y un gran trabajo con el color del operador Joseph MacDonald, excelentemente editada en DVD. Un thriller negro recreado en una colorista y luminosa ciudad de Tokio, un remake de La calle sin nombre de William Keighley, trasladado al país del sol naciente. Lo que Fuller acentuó fue el componente de atracción física, el elemento sexual en abstracto entre el hampón y el agente policial, sobre el engaño de seducción para delatarle, jugando con la ambigua naturaleza de los hombres para construir el relato. Hay tensión en las miradas de ellos y también de su mano derecha (Cameron Mitchel), es el favorito ahora celoso por ser relegado en su confianza.
El amor del agente Eddie (Stack) con la japonesa Mariko (Shirley Yamaguchi) parece muy superficial y más que impuesto por la censura moral de entonces. Sandy (Ryan) fue un soldado de los que se quedaron al finalizar la guerra para formar una sociedad criminal de extorsión y robo. El hampón parece aprisionado entre una marea dubitativa de celos, rechazos, confidencias y sentimientos encontrados, el propio cineasta años más tarde confesó que se trataba de una soterrada historia homosexual. El film goza de una puesta en escena vigorosa, aprovechando muy bien los encuadres que brinda el formato panorámico.
Continúa en spoiler.
Primera película en color y cinemascope de Sam Fuller, rodada integramente en Japón. Es remake de The Street Of No Name (1948), de William Keighley. Es el primer film rodado por Hollywood en Japón tras la II GM.
La acción principal tiene lugar en Tokio en 1954. Narra la historia de Eddie Spanier/Kenner (Robert Stack), que llega por mar a Tokio tres semanas después del atraco a un tren que transportaba material militar norteamericano y dos asesinatos: un sargento y un miembro de la banda atacante, Webber. Al ver fustradas las expectativas de encontrar el trabajo que le había ofrecido su amigo, Eddie decide infiltrarse en la banda a la que pertenecía Webber, formada por americanos y dirigida por Sandy Dawson (Robert Ryan), un exmilitar psicótico y cruel. La película muestra la vida japonesa, llena de colorido, tipismo, alegría y amabilidad: es una sociedad nueva, joven y trabajadora, que ha superado el tauma de la guerra. Fue uno de los primeros films de Hollywood en los que se presenta un romance interracial de éxito, en este caso entre un americano y una japonesa, Mariko Webber (Shirley Nagoya Yamaguchi). Rompiendo prejuicios, se toca con sutileza el tema de la homosexualidad de Sandy, el jefe de la banda de atracadores instalada en Tokio. La obra es, sobre todo, una película de cine negro y de acción, que enfrenta, muy al estilo Fuller, dos personajes (Eddie y Sandy) en un largo duelo de fuerza y poder, que llena el film de tensión, interés y emoción. Los antagonismos, rivalidades y enfrentamientos de personajes de Fuller han influído notablemente en Scorsese, Carax, Jarmusch, Tarantino, Godard y Wenders. La escena en la que Sandy sorprende a Griff bañándose en un cubo japonés y le da muerte a tiros que perforan las paredes del recipiente con orificios de los que salen chorros de agua, es la más emblemática de la obra. Se evoca en Minority Report (2002), de Spielberg.
La música, de resonancias nománticas y aires japoneses, suena con fuerza, creando sentimientos de simpatía por el país, sus costumbres y sus habitantes. La fotografía corre a cargo de Joseph MacDonald, responsble de la misma tarea en la obra origianl. De la mano del director, enriquece la narración visual con brillantes picados y contrapicados, travellings aéreos, aproximaciones de gran virtuosismo, primeros planos espectaculares y perspectivas amplias y luminosas de la ciudad. El guión, de Harry Kleiner ( Bullit ), autor del guión de la película original, con diálogos añadidos por el director, da paso a una narración verbal fluída, rápida, funcional y exenta de preciosismos. La interpretación de Robert Ryan es adecuada y convincente. La de Stark es anodina y poco expresiva. El director constuye una obra de cine negro interesante, con mucha acción, que incorpora rasgos propios de su muy personal caligrafía.
Película de acción, crímenes y atracos, en la línea del cine negro americano. Contiene una narración visual excelente y algunas escenas emblemáticas.
Robert Ryan es el jefe de una organización criminal en Tokio como Richard Widmark lo era en USA en La calle sin nombre, 1948, la película original en la que se basa La casa de Bambú. Robert Ryan es un tío frío y calculador, y tiene sus normas para llevar la organización criminal con seriedad. Si te hieren, tranquilo, él te remata.
Junto con La calle sin nombre (1948) y La casa de la calle 92 (1945) forma un trío de películas que aunque de diferentes ambientes, contienen la misma estructura argumental, y las tres son sensacionales.
No sabemos cuál es mejor ni interesa saberlo. En ésta vemos cómo el duro Robert Stack inicia una bonita y tierna historia de amor mientras lleva a cabo su misión: atrapar al escurridizo jefe de los gangsters infiltrados secretamente en la sociedad japonesa inmediata a la guerra. A resultas queda una peligrosa intriga que se va a vivir en la casa de bambú, donde Samuel Fuller logra en cada plano, en el clima, en cada movimiento, el acertado ambiente nipón de calma y sincronización, el exacto ritmo que busca. Ya desde la primera secuencia del tren adivinamos con el colorido y el dominio del espacio el magnetismo de la película que vamos a ver.
Samuel Fuller nos ofrece un film muy trabajado, él mismo hace un cameo como policía japonés. Se nota que es una obra muy meditada, su estilo es crear recuerdos ya muy lejanos, prácticamente perdidos, sumergiéndote en una extraña nostalgia que sabes que no es la tuya. Las secuencias, maravillosas, hay que apreciarlas, acompañan la acción el punto tristón señalado. El exotismo de las calles, los modales refinados, las costumbres del lugar, dan mayor encanto al drama, con emocionantes tiroteos de vértigo que testifican también el absoluto dominio de la acción.
La verdad es que La casa de bambú es un lujo, la profundidad de los personajes, la encantadora fotografía de ensueño con sus jardines y sus vistas maravillosas al Fujiyama. Un lugar ideal que se te queda en la memoria. Una bonita película de sabor melancólico, pero eso sí, cruenta y sádica, porque Robert Ryan si te pega una paliza, luego se fuma un puro tan tranquilo. Queda en la memoria.
Fuller otorgó fundamentos y consistencia al cine USA. Estoy por afirmar después de haber visto Una luz en el hampa, Manos peligrosas y esta La casa de bambú, que Samuel Fuller es el punto de encuentro del cine negro americano con el polar francés. No estoy hablando de secuencias temporales sino de fundamentos profundos. Fuller realiza cine negro a la europea y quizás por ello no fue bien digerido en ninguna estancia del espectro sociopolítico americano. Fuller es la contracorriente y la contracultura y sus personajes están despojados de esos valores de que tanto se vanagloriaba el sueño americano, y en ese despojo ganan realismo y con la realidad llegan las heroicidades de que tanto gusta el cine americano pero también las miserias.
Es cierto que La casa de bambú no está al mismo nivel cualitativo de Una luz en el hampa, pero algunas de las expresiones que en su día utilicé para comentarla son igualmente válidas: directo al hígado, la vida es jodidamente dura olvídense de sueños americanos, Disneylandia y estatuas de la libertad. Esto va en serio. Aquí la violencia se entremezcla con la buena educación del pueblo japonés en la primera película rodada por EEUU en suelo nipón tras la IIWW. Y con la belleza del Fujiyama, todo sea dicho. Pistoleros abatidos a los pies de la emblemática cumbre. Bellezas y contrastes. La vida misma.
Leo en video7arte.blogspot.com lo siguiente: Samuel Fuller es el abuelo del cine independiente americano y el que más nietos tiene y entre ellos cita a Lynch, Tarantino, Wenders, Jarmusch, Demme e incluso al propio padre (del cine independiente) John Cassavetes. Sin ser experto en los trabajos de Fuller por lo que intuyo y visto lo visto, estoy bastante de acuerdo con esta afirmación.
Y para este Fuller tan solo valen actores de los que se ofrecen, desgarro a desgarro, en cada actuación. Y en esta línea son imprescindibles Richard Widmarck o Robert Ryan, actores que hacen del sufrimiento una asignatura. La presencia de Robert Stack figura, sin embargo, en otro plano, aunque no hay riesgo de que naufrague un film cuyos únicos agujeros son los de una bañera convertida en colador por obra y gracia de un director inconformista y sin tapujos.
Hay veces en que te preguntas: ¿cuándo va a comenzar el film? Pero cuando va a comenzar de verdad, porque tú al play ya le has dado. Es decir, el director necesita un golpe de mano, un as debajo de la manga que saque en el momento adecuado y en el lugar preciso para que se inicie de verdad la historia y agarre definitivamente al espectador. Durante ese impase de tiempo en el que el film se posiciona no dejas, en tu deseo de encontrarte con una gran película, de preguntarte: ¿y cuándo arranca el asunto? Con House of Bamboo solo encontré otra pregunta en forma de respuesta: ¿y cuándo aparece Robert Ryan? Fuller parece estar diciendo aguanta, aguanta, aguanta… ¡ahora!. Entonces aparece él.
Que Robert Ryan es un grande lo sabemos. Solo consultar su filmografía impresiona. Aquí da vida a Sonny Dawson, un personaje sombrío, malvado y sanguinario. Un ex militar americano afincado en Tokio y desde donde dirige una banda de hampones que tras la desmovilización sobrevive delinquiendo. Hasta ella, en busca de respuestas sobre el asesinato de un amigo en un asalto, llegará de incógnito el sargento Krenner (Robert Stack), un policía militar inexpresivo y misterioso que ganará rápidamente el favor de Sonny. Con una trama con cabida para la violencia, la homosexualidad, la traición y el amor, The House of Bamboo cumple perfectamente ese lema que acompaña siempre al cine de Fuller: en el riesgo está el placer.
Y todo esto en color. Porque si algo demuestra está cinta es que en colores también se puede rodar un buen film noir. Qué digo colores… ¡en Cinemascope! Al principio, irremediablemente, hay dudas de que se pueda crear la atmósfera adecuada lejos del B&N. Pero todo vuelve a reducirse a lo mismo: si hay un gran director y la historia es buena, con que aciertes con tu casting y no saques los pies del tiesto ya tienes lo que buscabas, que es ni más ni menos que un excelente policíaco con momentos de verdadera calidad cinematográfica. Esto además ya se ha hecho varias veces consiguiéndose magníficos resultados, ahí están las aclamadas Chinatown o L.A. Confidential para demostrarlo.
Basada en una historia anteriormente ya rodada en The Street with No Name de William Keighley, Fuller aprovecha para introducir, como no, el tema racial que tan presente está en su cine, dándole además una posición preferente y un guiño final que no oculta sin embargo la sensación de que lo que estamos viendo es el relato de una sociedad corrupta y que se manifiesta con una violencia que alcanza cotas insospechadas.
La violencia y Fuller, ¡qué gran matrimonio!