Juego con la muerte (Game of Death)
Sinopsis de la película
Película que fue estrenada tras el fallecimiento de Bruce Lee, que no llegó a terminarla: sólo se rodaron 54 minutos que se completaron con material de archivo. Es el legado del mayor icono de las artes marciales de todos los tiempos. Lee encarna a su alter ego Billy Lo, una superestrella del cine de acción coaccionada por un sindicato del crimen para que trabaje para ellos. Tras la negativa de Lo, los mafiosos deciden deshacerse de él haciendo que le disparen en medio de un rodaje con un arma que se suponía de fogueo. La muerte de Lo conmociona al mundo entero, pero en realidad él ha sobrevivido y planea su revancha. En un final épico, Lee se enfrenta, uno tras otro, a diferentes adversarios con distintos estilos de lucha hasta encontrarse cara a cara con el enemigo final.
Detalles de la película
- Titulo Original: Si wang you ju (Game of Death) aka
- Año: 1978
- Duración: 96
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Opinión de la crítica
5.5
49 valoraciones en total
Obviamente de esta película solo se salvan los momentos donde aparece Bruce Lee, el resto es además de un bodrio infumable y regurgitantemente mal interpretado,una patética muestra de como se puede pisotear la memoria de alguien sin la más mínima sutileza por unas cuantas monedillas, peor que triste, tristísimo.
Tenemos ante nosotros lo que podía haber sido una de las mejores películas de artes marciales y de acción de todos los tiempos junto a Opereción Dragón donde, tras la muerte en 1973 de Bruce Lee, se quedaron partes de una proyección que no vió la luz hasta 1978. Pienso que no se supo aprovechar todo el material haciendo una película definitiva y digna a las otras, donde tenemos montones de películas inéditas de este personaje y, para nuestra sorpresa, aparece un plano de dos minutos de nuestro héroe (si tenemos suerte claro), a no ser que Chin Chan Pu o otro chino que no tenemos ni idea y que no hemos visto en nuestra vida, se haga pasar por Bruce, pero claro, uno es tonto y no se da cuenta de que mientras Bruce lucha, Chin Chan pu se empeña en aparecer luchando en pijama en plan, ¿se ha notado mucho el cambio?. A las leyendas hay que sacarles bien el jugo, como a Jimy Hendrix, o John Lennon y este no va a ser una excepción.
Entre los 12 y los 14 queríamos ser Johan Cruyff. Entre los 5 y los 7, algún personaje de Mary Poppins (yo quería ser el pingüino de dibujos animados que aparecía como camarero, fue mi etapa rosa de homosexualidad latente, supongo). Entre los 7 y los 9, el comisario McMillan, que era una versión muy mejorada de nuestro padre y estaba casado con una versión aún más mejorada de nuestra madre. Y, el capítulo más importante de nuestro crecimiento, entre los 10 y los 12, queríamos ser Bruce Lee.
Ah, ese tipo era la leche, que alegría transmitía dando patadas. Mucho después reconocí su estilo juguetón y fluido como una copia del famoso baile de Cassius Clay. Flotando, flotando, danzando sin parar ante los ojos del contrario con esa cara de chino descojonado de su suerte por anticipado… Sólo hizo cuatro largometrajes y medio, pero después de su muerte las películas que tratan sobre él o utilizan material en el que sale superan las doscientas, sin contar con su protagónica aparición en el mejor spot televisivo de todos los tiempos. Eso es pasar a la historia.
Juego con la muerte es el medio largo que hizo. Bueno, en realidad no hizo esta película, la productora tomó once minutos de material que Bruce Lee había filmado dando bofetadas de todos los colores y lo pegó a una descabellada historia filmada cuatro años después de su muerte con un doble. Por contener la palabra muerte fue la única peli de Lee que no me dejaron ver en aquel cine de verano que fue el escenario de mi encuentro con el maestro.
Hay que verla, no es posible hacerse una idea con una simple descripción (por cierto, magistrales los créditos del inicio, de un tal John Christopher Strong III). El doble no tiene diálogo y pelea por la noche contra los malos con unas gafas de sol que van desde más arriba de las cejas hasta la comisura de los labios. Patadas giratorias triples sin que las gafas vuelen. La productora aplicó la extendida idea de que quién coño es capaz de distinguir a un chino de otro chino. Idea cierta, pero la verdad es que Bruce Lee es el único chino que somos capaces de reconocer. Algunos fugaces primeros planos están tomados de anteriores películas de Bruce Lee. Transcribo un diálogo, en una habitación:
MALO: Estás acabado, Lo, tu única opción es trabajar para nosotros… (sigue un monólogo de varios minutos, dado que el otro no habla hay que rellenar)
BRUCE LEE: (Con el fondo del Coliseo Romano) Hum…
MALO: Recuerda quién te ayudó a subir, bla, bla, bla, bla bla, bla, bla, bla, bla…
BRUCE LEE: (Con el fondo de un gimnasio) Hummmmm…
Etcétera, ochenta minutos así.
Toda la culpa fue de Bruce Lee. Él solito mandó al carajo todos los preceptos religiosos con que habían intentado adoctrinarme a lo largo de mi infancia. Y no es que yo tuviera madera de santo ni que sintiera nunca, ni mucho menos, eso que llaman una vocación. Qué va. Lo que yo soy, en el fondo, es una víctima de mi tiempo. El tiempo de los pasquines que dibujaban a Jesucristo como un peligroso y barbudo forajido hippy, perseguido y torturado por los malvados por traficar con paz y amor (la recompensa por encontrarle, decían, era la eternidad). El tiempo de los curas en tejanos y chirucas y guitarra en ristre perpetrando junto al fuego salves y padrenuestros al ritmo de los Beatles o Simon & Garfunkel. El tiempo, hablando en plata, del puñetero Concilio Vaticano Segundo.
De haber crecido unos años atrás, estoy seguro, las cosas habrían sido muy distintas. Si hubiera padecido el brutal adiestramiento en la represión y el terror con que la Iglesia católica española obsequió a varias generaciones de niños, si hubiera padecido reglazos y bofetones, si me hubieran pellizcado y manoseado, si me hubieran arrojado espumarajos azufrados a la cara mientras me pintaban los horrores del infierno, yo jamás habría huido del redil. Iría cada domingo a misa de doce. Arrojaría mi ropa interior al paso del Papa. Leería –imaginaos- a Juan Manuel de Prada. Nunca me habría descarriado.
Pero vino Él y lo jodió todo. Ya podían aleccionarme en catequesis acerca de la bondad, el perdón o el amor fraterno hacia los enemigos que nos están clavando en la cruz. ¿Qué haría Bruce Lee en esa situación?, se preguntaba uno mientras le relataban la pasión de Jesús. Era fácil de imaginar: ahí estaba Bruce, zafándose con un grito triunfal de sus ataduras, rasgando su túnica y dejando al descubierto su pétreo torso, eliminando uno tras otro a los soldados romanos y zurrando al sanedrín en pleno, arrojando una jofaina al rostro de Poncio Pilatos, acorralando al maldito Judas en un rincón del templo y trinchándole el espinazo de un par de buenos codazos con el rostro desfigurado por un salvaje chillido de furia. Ni amor, ni piedad, ni perdón. Esa era mi nueva religión.
Uno, al principio, puede tomarse esto como una broma: su guión demencial y su surrealista montaje, el chapucero modo en que se rellenan minutos con imágenes al ralentí y escenas de El furor del dragón, sus dobles de espaldas o a oscuras, con una toalla en la cara o con gigantescas gafas de sol y barbas postizas, el inenarrable combate contra Abdul-Jabbar, el mono amarillo con el que Tarantino vistió a Uma Thurman. Hasta que cae uno en la cuenta de lo bajo y rastrero de un engendro que, por unas tristes monedas, llega incluso a reciclar imágenes del entierro del Maestro, y comprende que no hay broma que valga, que reírse con esto es una ofensa y una blasfemia y que quien cae en la tentación de hacerlo corre el riesgo de renunciar a la Eternidad que unos pocos elegidos tenemos desde hace tiempo asegurada.
Juego Mortal pudo ser la película más grande de artes marciales que halla existido, incluso más grande que Operación Dragón, pero lamentablemente Bruce Lee murió sin poder terminarla, dejando solo algunas escenas. Cinco años después de su muerte fragmentos del film en el que Bruce había trabajado hasta el agotamiento durante sus últimos meses de vida, fueron editados para esta película llamada Juego con la Muerte. Esta película no tiene ninguna relación con la versión original de Bruce Lee (ver Bruce Lee: A Warriors Journey), la cual era muy entretenida y original. A través de la película Bruce iba a enseñar su filosofía marcial a todo el mundo, con increíbles combates llenos de sabiduría. Pero parece ser que a los productores no le halla importado que esta película halla sido el trabajo de su vida, para convertirlo en un film vergonzoso y totalmente comercial.