Ingrid Goes West
Sinopsis de la película
La joven Ingrid (Aubrey Plaza) se obsesiona con una influencer, una estrella de las redes sociales llamada Taylor Sloane (Elizabeth Olsen) que aparentemente tiene una vida perfecta. Así que cuando Ingrid decide abandonarlo todo y mudarse al oeste para tratar de ser amiga de Taylor, su comportamiento se vuelve cada vez más inestable, inquietante y peligroso.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ingrid Goes West
- Año: 2017
- Duración: 97
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Opinión de la crítica
Película
5.7
27 valoraciones en total
Premio al mejor guion en el festival de Sundance de David Branson Smith y Matt Spicer. Y opera prima de Matt Spicer en la que nos cuenta una incomoda historia de una desesperada y desequilibrada chica que por parecerse a alguien que adora por las redes sociales convierte su vida en una dramática obsesión.
Audrey Plaza deslumbra interpretando a Ingrid una acosadora psicópata que consigue en muchas escenas ponerte nervioso, mientras que Elizabeth Olsen en una chica que por medio de Instagram tiene una legión de seguidoras.
Una buena critica a las envidias que surgen en Internet sobre desear la vida triunfadora de los demás y las obsesiones que pueden ocasionar en muchas personas. Convirtiendose en una amarga historia con poco de comedia y mucho de realidad.
Sigue la linea de películas como Mujer Blanca Soltera busca… o Pasión Obsesiva de los años 90.
Destino Arrakis.com
Matt Spicer magnifico en su debut. Consigue su objetivo a la perfección. No es de esos blockbusters caricaturescos que ya sabes lo que el director quiere darte a entender pero no logra causarte ninguna emoción, más bien, es de esas películas tan bien hechas que al verla uno no sabe dónde meter la cabeza por la vergüenza ajena. Es una perfecta representación de lo perjudicial que puede ser el abuso de la tecnología.
Aunque en un comienzo parece una mera exageración, al pasar los minutos el espectador cae en la cuenta que todo lo que ve no está lejos de pasar: personas siguiendo y adorando a perfectos desconocidos que no tienen talento alguno, nada es lo que parece y la vida de estas celebridades no es ni por asomo llena de felicidad ni elegancia, el afán de ser reconocido y aceptado subiendo fotografías de todo lo que hacemos, de los lugares a donde vamos, sin pensar que a muchos de los demás le puede importar un carajo.
La escena del suicidio transmitido en vivo es un punto y aparte, muchos casos similares llegaron a pasar en la vida real y los más conocidos son la del youtuber que se dejó morder por una serpiente solo por views y la otra fue una niña que había sido violada que transmitió su suicidio en Facebook, dándonos a entender que la realidad supera a la ficción y con creces. ¿Hasta dónde va a llegar la humanidad? Parece que la cadena evolutiva está en retroceso.
Aubrey Plaza está que se sale (a veces pienso que parece que se interpreta a sí misma) y Elizabeth Olsen no le ha tocado mejor papel. Una hora y media muy entretenida, y desde luego una crítica muy aguda a instagram, que a veces te puede sorprender lo vacía que es la vida de la gente que no para de subir fotos. Bastante recomendable, y el personaje Dan Pinto, interpretado por el hijo de Ice Cube y que hizo su debut en Straight Outta Compton, tiene pinta de convertirse en un buen actor, muy carismático. Un merecido 7.
Al igual que Sitges es cada año un cargamento de cine fantástico a ir consumiendo en casa o en cines durante el siguiente curso, Sundance es un arcón de cine independiente estadounidense que llega a las pantallas españolas en contadas excepciones. Películas irregulares y algo endebles, pero de interesantes premisas y simpáticos tonos narrativos. Fue la premisa lo que me hizo acercarme al filme que nos ocupa: la comedia negra de redes sociales Ingrid goes West, que se estrenó en tierras angloparlantes a finales de agosto. Pese a la vigente actualidad y vasta presencia de las redes sociales en el mundo de hoy, su tratamiento en el cine ha sido hasta ahora escaso y, a excepción de Tragedy Girls, desafortunado. Pero el punto de partido de la película daba lugar a posibilidades interesantes, y sumado a las buenas críticas apoyaron al consumo hogareño de esta rareza. Pese a mis nociones preconcebidas, uno siempre debe abrir sus horizontes hacia todo tipo de cines. Y una vez concluí el visionado solitario recapacité que, si bien no me hallaba ante una película de obligada recomendación para todos mis cercanos, se trata de un dramedia más inteligente de lo que parece que superó mis expectativas. Una película cuyo argumento la desemboca a ser chusca, y cuyo tono gamberro cae en el subrayado obvio, pero cargada de reflexiva y dura crítica ante la hipocresía virtual, no falta de tragedia y amargura.
Es curioso el contraste entre unos ojos llorosos y enrojecidos en la oscuridad con una cuenta de Instagram perfecta, inmaculada en su contenido, iluminada desde un móvil.
Se diría que pertenecen a realidades distintas, y que las pantallas retroiluminadas son los únicos portales que nos permiten interactuar con esos dioses que a golpe de like y hashtag nos dicen qué querer o creer, trayendo luz a vidas mediocres que se mantienen gracias a su mera existencia.
Si piensas que estoy exagerando, piensa otra vez.
Ingrid goes West, bajo su apariencia de comedia, esconde un fondo amarguísimo que en cierta manera justifica su poco desarrollo: los caprichos del querer y aparentar en la era de redes sociales, como elementos aleatorios que pueden alzar a una persona al más alto de los altares o sumirla en el más profundo de los pozos.
Ingrid vive esa realidad, perpetuamente pendiente de la última notificación, sin más ansia que verse reflejada en aquellos que admira, o en el peor de los casos tocada por su gracia en forma de comentario de foto. Podría decirse que ella no existe si no fuera por sus redes, es una no-persona, sin intención de construirse a si misma, a no ser que sea por imitación u asimilación de otros.
De nuevo parece que exagero, y de nuevo sólo hace falta verla en su propia mugre de sueños rotos y abandono personal, consultando el móvil continuamente, para convencerse.
Claro que muchas veces sólo se concibe salir del pozo escarbando más profundamente: Taylor se le aparece por casualidad en una revista, sonriendo con sus perfectas mechas al viento, y parece la promesa de que cualquier sueño se puede hacer realidad.
Ingrid decide entonces ir a por el suyo, y se muda con la idea fija de llegar a ser amiga de esa mujer maravilla, que sólo desayuna manjares y remata cada foto con un #Perfecto.
Quizás, cerca de ella, también podrá poner ese hashtag a su vida en Instagram, y ya sabemos todos que la única vida que existe está en esa red social.
Los comentarios del Instagram de Taylor rondan en voz en off las acciones de Ingrid, provocando una impresión que se va confirmando a medida que la última intenta acercarse a la primera: Ingrid no tiene pensamientos, no tiene ideas, no tiene ambiciones, sus gustos son los de Taylor, sus obsesiones son las de Taylor, su autoestima es la que Taylor le permita tener.
Esta última impresión es de hecho la más cruel, pues tras un contacto con serio acoso enfermizo de por medio, ambas se hacen amigas, tal como Ingrid quería, y comparten el tipo de noche que sólo dos almas gemelas tendrían… para que, a la mañana siguiente, ese #Perfecto parezca haberse desvanecido.
Ingrid lo intenta, manipula la realidad en lo que puede influenciarla y a veces como puede comprarla, pero no puede evitar preguntarse por qué, pese a todo, sigue siendo otra foto más de la cuenta, en vez de la prioridad de su nueva amiga.
En el mundo en el que se mueve no cabe la amistad como un deseo sincero, sino como una conveniencia, algo que lucir o fotografiar, un hashtag que destacar o una cuenta a la que followear.
La soledad de los influencers es palpable, desde luego, y a veces dolorosa, pero de alguna manera parece hermosa cuando en el reservado VIP se ríen de marcas y moda, mientras el camarero atina una foto para la eternidad.
Ingrid ve esa foto desde fuera, y no llega a darse cuenta de que nunca podrá formar parte de ella, simplemente porque lo intenta demasiado, y la ironía de estas cosas es que sólo triunfan los que ni siquiera lo han intentado.
Taylor pudo haber sido ella, pero dejó de serlo porque es perfecta sin esfuerzo: un precio que las más de las veces consiste en renunciar al espacio personal, el tuyo y el de los tuyos, por todo el tiempo que te quieran en Instagram.
De alguna manera, las dos echándose eso en cara no parece una victoria de Taylor y una humillación hacia Ingrid, sino la triste riña entre dos almas gemelas (ahora sí) cuya única diferencia fue que una sonrió más fuerte que la otra.
Lo más gracioso es que al final Ingrid consiguió lo que quería: que la quisieran por quién es, aunque para eso tenga que renunciar a ser .
Supongo que, en una lucha porque te quieran, da lo mismo inspirar perfección que pena.