Hedwig y The Angry Inch
Sinopsis de la película
Hedwig se sometió a una operación de cambio de sexo que le permitió casarse con un soldado americano y alcanzar la libertad al otro lado del Muro de Berlín. Sin embargo, la operación salió mal y Hedwig se quedó con esa pulgada irritada (angry inch) que da nombre a la película. En un parque de caravanas de Kansas, Hedwig decidió formar un grupo de rock. Así conoció a Tommy Gnosis, un joven que fue su amante y protegido antes de abandonarla, robarle sus canciones y triunfar como estrella del rock. Acompañada de su grupo paneslavo, The Angry Inch, siguió a Tommy en su gira, tocando en locales medio vacíos. Por medio de un collage de canciones, flashbacks e imágenes animadas, Hedwig cuenta la historia de su vida e intenta sacar partido de la prensa amarilla que se interesa por ella por haber sido amante del famoso cantante de rock Tommy Gnosis.
Detalles de la película
- Titulo Original: Hedwig and the Angry Inch
- Año: 2001
- Duración: 94
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Opinión de la crítica
7.6
97 valoraciones en total
No sé que me ha gustado más, si la banda sonora o la película. Como es un musical supongo que las dos son una, y las dos son sobresalientes. Una historia hilirante, extraña y a pulgadas obscena. Una música que no había escuchado nunca y que me ha parecido magistral. Dirigida muy correctamente e interpretada del mismo modo, Hedwig and the Angry Inch no sólo es un musical dramático, es un grito a la aceptación de uno mismo, es una llamada al amor propio. Un hito del cine contemporáneo. Faltan títulos así, la originalidad de este filme es realmente sorprendente.
No sé muy bien qué decir de una película que me da en lo que más duele, que es en la marcianidad inherente de unos cuantos de nosotros que siempre hemos afirmado, con toda tranquilidad, ser habitantes de un planeta extraño y que tratamos de vivir, soñar, amar, de manera diferente a los demás…a veces simplemente para darnos cuenta de que sin embargo, a nuestra indefinible manera, de que todos -seamos del signo que seamos- buscamos, no tanto distinguirnos de los otros como pertenecerles, reclamar una parcela que intuimos que quizás no debería ser nuestra pero que forma parte de la más íntima de nuestras necesidades.
Hedwig es un transexual, es decir, una criatura casi mitológica por decisión y derecho propio que rediseña la película y su música (genial banda sonora) a medida de su hambre de aceptación, de su pequeña locura/revolución interior y de su inmensa necesidad de querer a alguien al que realmente le traiga al pairo la evolución de las especies. Casi una película del poco explotado género de fantasía musical, Hedwig and the Angry Inch es una locura, pero una locura con método, una indagación sutil en los sentimientos de un marciano profesional que sin embargo no deja de ser un humano vocacional, un agitador confesional y un necesitado sentimental.
Y su protagonista, grandísimo/a John Cameron Mitchell, es la demostración viva, ruidosa, doliente y desde luego nada discreta, de que navegar en el filo de la diferencia es un modo tan pleno de vida como la fe que lo justifica.
Existe un mito bien antiguo que habla de la antigua existencia de seres de cuatro brazos, cuatro piernas y dos caras. Seres que se mostraban tan completos que acabaron irritando a sus creadores, pues más que poseerlo todo, nada les faltaba. La ira divina se torna masacre y los seres son abiertos en canal, bañados en sangre. Pero la omnipotencia celestial también sabe de compasión, y cada trozo es reparado, cosido y sanado, dando lugar a mujeres y hombres, sin más vestigio que un ombligo en recuerdo de tan siniestro episodio. Pero, ¡ay, pobres criaturas! Su nueva condición despierta la ansiedad, el vacío y el deseo de recuperar su originaria mitad. Es el origen del amor…
Ahora ponedle música, por favor. Estaría bien algo de Lou Red o David Bowie, mejor David, definitivamente Bowie. Así lo querría Hedwig, fallido transexual, fallida estrella de rock, fallida vida amorosa y protagonista de este musical. (¡Oh, no, un musical!) Sí, un musical con dibujos animados y la típica provocación drag. (Puf, esa ya me la sé) Vale, repito:
* La música excelente, incluso en temas deliberadamente sórdidos, o acompañado de inútiles comparsas que destrozan bellas composiciones. Las letras, o se siguen o se escoge otra película.
* Los dibujos animados en las antípodas de las últimas virguerías: trazos simples, frescos y absolutamente imprescindibles, donde las ensoñaciones místicas de Hedwig mantienen toda fuerza sin perder un ápice de realismo.
* Rostros desconocidos: John Cameron Mitchell se come la cámara, delante y detrás (monopoliza dirección, guión y protagonismo). Stephen Trask representa al líder del grupo de rock, aparentemente ensombrecido por el primero si no fuera porque carga con la música y letras.
* La típica provocación bla bla: ¿insistimos en que hablamos de algo más? Si no te gusta, no vayas pero, con todos los respetos, o te has tragado pobres referentes o ricos prejuicios.
¿Más avales?¿seguiremos hablando de etiquetas hasta el final?
Preferiría volver al mito… Hedwig busca su mitad, se dice -´¿tendrá lo bueno del originario ser o seré yo quien lo posea?´-, se pregunta si será ´él´ o ´ella´, si será su complementario o su igual, si sabrá admitirle o le rechazará.
Al separarse en dos, algunos seres quedaron simétricamente divididos: un par de ojos y brazos con un corazón e hígado. La mayoría, sin embargo, se llevaron algo de la bilis del otro, quizás aire de sus pulmones o, simplemente, parte de sus latidos. Cada día que amanece, con la misma intensidad con que nos preguntamos si realmente hemos encontrado nuestra mitad, intentamos ocultar nuestras diferencias, sellar esas huellas, incluso el ombligo que nos recuerda que sólo somos medio algo, además medio imperfecto. ¿Qué perdimos al ser cercenados por los dioses? Algunos saben reconciliarse con su asimetría, con ese ojo de distinto color, con esa pulgada rabiosa, con esa pulgada dispareja, y sobretodo reformular la pregunta ¿qué le extirpamos a nuestra mitad?
Hacía tiempo que la tenía en lista de pendientes pero, como comprenderéis, con semejante título y semejante póster mi líbido cinéfila nunca encontraba el suficiente estímulo como para ponerse tontorrona y emprender su visionado de una puñetera vez. Pensaba, francamente, que se trataba de otra frikada más. Una frikada, a lo sumo, con ínfulas de ‘film de culto’ transgresor y modernete. El caso es que esos infundados prejuicios iban postergando inexorablemente la llegada del momento oportuno para comprobar si mis suposiciones eran ciertas o no.
Obviamente, no lo eran.
Hedwig and the angry inch es, por de pronto, un musical. Un musical de muchos quilates (todos, absolutamente todos los temas son cojonudos) cuya principal virtud es que la música no se limita a camuflar una trama argumental endeble y pachanguera sino que, por el contrario, enriquece y confiere un lirismo conmovedor (sobre todo con el tema The origin of love) a una historia profundamente sincera y personal. La de Hedwig, un transexual cuyos problemas genitales y su escasa fortuna en el amor y en el trabajo no le impedirán demostrarle al mundo que no todas las pelotas se quedan en la mesa de operaciones y que cuando uno consigue aceptarse a sí mismo, todo lo demás son tonterías.
Ocho estrellitas, pues, para John Cameron Mitchell. Actor, director y guionista de la mejor frikada cinematográfica del s. XXI. Chapeau.
1) Hedwig y su banda de rock transexual actúan en locales de comida rápida ante público escaso y hostil. Para ensuciarle la imagen, siguen como sombra al astro musical Tommy Gnosis en su gira triunfal por la América Profunda. Despechada, Hedwig ataca al amante que la abandonó. Lo va contando en sus actuaciones ante cuatro matrimonios despistados (añade para el espectador notables dibujos animados): cómo conoció a la estrella cuando no lo era, y la inició en el rock jugando a Eva y Adán, su propia vida, la infancia corrompida por el padre militar en el Berlín Oriental, la adolescencia hermafrodita, la boda con un americano para emigrar… Material doliente de intensas canciones.
2) La principal del repertorio, The Origen of Love, interpretada con profunda melancolía, formula un filosófico lamento en el mito del Andrógino, que conocemos por Platón (Banquete, 189b-193d).
En la antigua naturaleza, tres eran los sexos: masculino, femenino y andrógino, que participaba de uno y otro, y era originario de la luna, partícipe del cielo y la tierra. Redondos, tenían cuatro manos y cuatro pies, dos rostros iguales y opuestos en una sola cabeza, y dos órganos sexuales. Llenos de orgullo conspiraron contra los dioses. Zeus respondió cortándolos en dos mitades con el rayo. Quedaron rectos sobre dos piernas, y amenazados con otra partición, de seguir desafiando. Zeus mandó a Apolo volver hacia el corte la cara de los demediados, y juntar en el ombligo los bordes de la piel. Las mitades se buscaban para entrelazarse. Apolo puso también delante los genitales, para engendrar en los abrazos.
Guiados por Eros, los humanos buscan en este mundo su mitad para restaurar la antigua condición: de nuevo hacer uno de los dos, y curar la escisión sufrida por castigo divino.
3) La última vez que te vi acababan de partirnos en dos, deplora la canción. Cortados en línea recta a través del corazón, solitarias criaturas de dos patas…
4) A través del mito, la conciencia de la integridad original permite a Hedwig atravesar sin sucumbir una existencia calamitosa, dibujada con tinta siniestra por un padre corruptor, una madre resentida, la cirugía chapucera, salir del quirófano como Lázaro de la tumba, con un muñón entre las piernas, la pulgada cabreada del título, un Muro de Berlín dentro separando lo masculino y lo femenino, la otra mitad al otro lado, sin saber si esa mitad es un ‘él’ o una ‘ella’… El Gay Power a través de la emisora de las USAF, Bowie y Lou Reed, el marido efímero, el novio que ignora a la perfección la parte frontal, andar dando tumbos todo remendado/a por tugurios, como un mapa de cicatrices, prostituido/a bajo una farola a la vista de limusinas, buscando una desesperada catarsis…
En medio de todo ese crujir de dientes, la conciencia del mito permite sentirse relucir como la más brillante de las estrellas, sin pelucas ni maquillajes ni envoltorios, y alzar las manos con la esperanza de que las mitades se fundan en la unidad perdida.