Hacienda somos casi todos
Sinopsis de la película
Fausto es un médico que, como sus declaraciones de la renta dan siempre resultados negativos, recibe la temida visita de un inspector de Hacienda llamado Adrián, antiguo amigo de la infancia y todo el rencor y el odio que se tenían ambos florece ahora con más violencia. Los intentos de uno por empapelar a otro y de éste por comprometer al inspector, dan pie a una larga serie de situaciones cómicas que terminarán muy mal para ambos ex-amigos.
Detalles de la película
- Titulo Original: Hacienda somos casi todos
- Año: 1988
- Duración: 90
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Opinión de la crítica
Película
3.6
73 valoraciones en total
¿Quién tiene el valor suficiente como para levantarse una bonita mañana y afrontar esa hazaña tan temible para todos los españoles que es la de entrar en la delegación de Hacienda con la declaración de la renta y la de impuestos?
Realmente terrorífico, al igual que aquellos que se dedican a seguirnos para descubrir si somos unos sinvergüenzas o unos ciudadanos modelo que cumplimos con nuestras obligaciones, y es que, desde que allá por 1.978 los graciosos de Ayala y Fernández Ordoñez se decidieran promover a bombo y platillo lo de que Hacienda somos todos , ya no tenemos ni una oportunidad de escaparnos. Este tema tan espinoso, tan repelido por los españoles, sería el que iba a ocupar una de las obras de Mariano Ozores, cuya fama cayó en picado a mediados de los 80 tras imponerse la Ley Miró, el éxito del videoclub y separarse de la pareja que le había dado dinero hasta entonces.
Y esos eran, claro está, Andrés Pajares y Fernando Esteso. Sin embargo y a pesar de este inconveniente, el director no dejaría de hacer películas, todas ellas a partir de entonces ni la mitad de lucrativas que las de antes y casi siempre destinadas al videoclub, pero ahí estaba el hombre, con la marcha de sus jóvenes musos se quedó con su hermano Antonio, a quien emparejó con dos actores en especial, Juanito Navarro y Ricardo Merino ( Esto sí se Hace , Veneno que tú me Dieras , ¡Esto es un Atraco! ), quizás intentando llenar el hueco que el anterior dúo había dejado, cosa que no le dio el mismo resultado…
El mismo año que realizó, para sorpresa de nadie, una especie de revisión del mayor éxito de su carrera, Los Bingueros (rebautizándolo como Ya no va Más ) y sustituyendo los cartones del bingo por la mesa de la ruleta, se reuniría con el mismo reparto protagonista y filmaría en los mismos escenarios, los de la Región de Murcia y sus otroras bonitas costas (y lo digo con conocimiento de causa pues un servidor nació allí), las cuales ya había visitado en anteriores ocasiones. Ahora Antonio Ozores se mete en la piel de Adrián, un inspector de hacienda que se encuentra con el sospechoso al que debe investigar por supuesto fraude, Fausto Camarillas.
Pero las casualidades del destino quieren que estos dos señores sean viejos conocidos de la infancia, cosa que no impedirá el despertar del deber del estricto inspector. Conociendo las tácticas del sr. Ozores, desde el mismo instante en que ambos se cruzan con marcada incomodidad y cinismo, es bien sabido que el peor de sus encuentros aún no se ha dado y que sólo resta esperar mayores embrollos por su parte, porque nada más lejos de la realidad el que sean señores. Son las apariencias que tan bien disfraza el director para luego convertir a sus personajes en auténticos bufones impresentables.
En efecto, éstos, que tanto odio se practican el uno al otro, no se diferencian en absoluto. El inspector, por un lado, resulta ser un caradura que engaña a su esposa, no sólo con una mujer, sino con varias (lo típico de estas películas: un marido maduro casado con una joven…a la que le es incomprensiblemente infiel), y que hace lo que le da la gana en su trabajo con tal de salir victorioso, Camarillas, por otra parte, es un psicólogo incompetente y granuja que ignora a sus pacientes, usa a su hijo pequeño para evitar ser capturado por Hacienda (una de las tonterías más innecesarias del guión) y también engaña a su mujer con una empleada.
Claro está, dos personajes tan repugnantes llevarán a cabo trastadas varias para fastidiarse entre sí, como si los años de colegio y peleas nunca se les hubiesen olvidado, y ahí desatará Ozores el absurdo, mediante las sucias artimañas que se van desarrollando, en las que se acabarán viendo implicadas las mujeres y amantes de uno y otro, entre fotos comprometidas, bajos chantajes, sucias jugadas e insultos varios (más o menos como hacían Pajares y Esteso en Los Chulos ), todo ello llevado a un tramo final más disparatado todavía si cabe en el hospital.
Y aquí, como sabemos, se repetirá la conocida fórmula vodevilesca que tanto le gusta al director, reuniendo a los protagonistas en un escenario único para el gran lío final, todo en su sitio y nada queda sin soldar (excepto el papel de la esposa de Camarillas, que merece mucha más atención). Antonio Ozores, pese a interpretar a un personaje tan repelente y burdo, es inevitable que se haga con nuestra simpatía, cosa que no logra el bueno de Ricardo Merino, quien además parece no mostrar mucha química en pantalla con el anterior.
Repiten una vez más con Mariano las preciosas Marta Valverde y Fedra la Bombi Lorente, las cuales se afiliaron a él en bastantes películas. Graciosa y absurda comedia sin elevadas pretensiones que mantiene los típicos enredos y desnudos varios de su cine (aquí ya reducidos en comparación con sus anteriores obras) y con la que deja en el más absoluto de los ríduculos a los funcionarios del Estado, representados como payasos oportunistas sin escrúpulos por medio del personaje de su hermano Antonio.
Tras Hacienda somos casi Todos ya volvería a juntar a éste con Juanito Navarro (con quien formaba mejor pareja que con Merino).
Lo mejor no deja de ser las escenas en las que vemos a Antonio sufriendo en el hospital por el maltrato de los médicos de Camarillas.
Comedia de enredo de corte guasón, costumbrista y pegada a lo cotidiano de forma algo zafia pero divertida, ocurrente, desenfadada y sin complejos.
Y sin pretensión de trascendencia.
Sus armas son el humor por el humor como prenda inmediata, la hilaridad de lo sencillo, la sucesión de situaciones -a veces traídas por lo pelos- pero siempre chistosas, el descaro en el planteamiento, la rapidez de reflejos y la desenvoltura para que la cámara se encuentre presente cuando la ocasión lo merece.
Si durante la segunda mitad del siglo XX hubo en España alguien capaz de inventar una historia, escribir un argumento, confeccionar un guión y dirigir una película casi sin despeinarse, ese fue M. Ozores.
Un centenar de largometrajes lo certifican.
Aunque el resultado sea -injustamente- denostado por muchos.