El violín y la apisonadora
Sinopsis de la película
Tesis de graduación y primera película íntegramente dirigida por Tarkovsky. En 1961, obtuvo el primer premio en el Festival de Cine de Escuelas de Nueva York. Sasha, un niño apasionado por el violín, que es acosado por los muchachos de su barrio, entabla una peculiar y entrañable relación con el obrero que maneja la apisonadora que asfalta la calle donde vive.
Detalles de la película
- Titulo Original: Katok i skripka (The Steamroller and The Violin) aka
- Año: 1961
- Duración: 46
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Opinión de la crítica
Película
7
50 valoraciones en total
Primer film dirigido enteramente por Andrei Tarkovsky, posteriormente un director consolidado con films como La Infancia de Ivan (Ivanovo detstvo, 1962) o Andrei Rublev (1966), presentado como un proyecto de estudios. Tratándose de un mediometraje se hace patente la intención del futuro realizador de Solaris (1972) en mostrar el lado más humano de una sociedad que ya por aquella época empezaba a mostrar unos cambios tras la muerte de Stalin. El hermanamiento entre el arte (el niño y su violín) y el trabajo (el obrero público) no quedan para nada discutido. Es más enfatiza una sociedad encarada al progreso.
Tarkovsky muestra al entrañable niño protagonista como un objetivo de los otros muchachos de la edad de su calle y la figura del protector mostrada por Serguei, el obrero público, cuya amistad quedará demostrada con un vínculo paterno-filial al comprobar que el niño vive solo con su madre. Un buen comienzo para un maestro como Tarkovsky cuya dilatada carrera solo nos ha obsequiado con grandes obras maestras, dentro y fuera de su país.
«El universo no se discute, se expresa». E. M. Cioran
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Relleno—
Film seminal de Tarkovski, colaborando en el guión con Konchalovski (compañero de estudios), que supuso su trabajo de graduación en el Instituto Estatal de Cinematografía. `Los asesinos´, trabajo previo, era una extravagante –por rusa y bituminosa– adaptación de Hemingway con pocos elementos para el disfrute más allá del trabajo técnico de encuadre y montaje. `El violín y la apisonadora´ incluye sin embargo atisbos de lo que habría de venir.
El niño y el artista—
Qué puedo hacer contigo, demasiada imaginación.
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En su humildad, el film anticipa indicios del mundo creativo de Tars. Hay alguna simbología planfetaria como es, quizás, esa demolición de la que emerge un rascacielos del régimen, pero lo importante es rastrear la ideología del autor, no la del partido. Tarkovski coloca el punto de vista en un personaje que enlaza con sus obsesiones creativas: el niño y el artista. Ambos tienen una característica común como es la especial sensibilidad. Es un rasgo autoral que asoma desde este trabajo de tesis y no es casualidad que el artista se haga coincidir con la visión infantil (La infancia de Iván) y el desarraigo (Nostalgia), puesto que de ahí nace el stalker (guía artístico y espiritual).
La imagen—
1) Importancia expresiva del color que avanza el tratamiento y artificiosidad fotográficos como recursos que alejan la imagen de una mera realidad reproducida.
2) Se vislumbra ya una querencia a alargar el plano, aunque aún perfilando, como es obvio al ser trabajo primerizo, la estructura de la escena a través del corte (sin el exceso de montaje sintético posterior).
3) Detalles como la atmósfera de distorsión y fragmentación de la mirada en la escena de los espejos adelantan el carácter onírico del cine como filtro de una realidad propia e introspectiva. La percepción del niño violinista es capaz de enfoques distintos de aquello que todo el mundo ve de la misma forma (en buena parte de su cine Tars reclamará este tipo de mirada a sus espectadores).
4) Uso de figuras reconocibles: el agua, reflejos en los charcos, luz en el cristal… Recursos que por su plasticidad acogen el símbolo y con facilidad.
Música—
Tarkovski intentó en su cine una poética que se acercara la pureza musical como forma artística más elevada e inmediata («La música es el lenguaje del sentimiento y las pasiones, como las palabras de la razón». Schopenhauer). El realizador asentaría su filmografía sobre lo lírico y estético como formas de evitar el pleonasmo novelado de la acción y la trama. En ese sentido, hay en `El violín…´ un detalle para la paja mental: el niño toca para su evaluación, la cámara se mueve desde su rostro, pasando por la partitura, hasta el plano desenfocado de unos vasos de agua. Cuando le interrumpen el plano se enfoca abruptamente, vemos con nitidez y se rompe el ensueño.
El ruso habría de evolucionar hacia un ars gratia artis donde no importara lo racional sino la belleza inherente al ejercicio artístico (belleza como imitación de lo insoldable). Cuanto más cerca de la expresión musical consiguió estar, más habría de desenfocarse y separarse del sentido su cine.
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«Es posible verbalizar, formular un pensamiento, pero esta descripción no le hará justicia. Una imagen se puede crear y sentir, aceptar o rechazar, pero no se puede comprender en su sentido racional». Andrei Tarkovski.
La primera cinta de Andréi Tarkovski es un mediometraje que resalta tempranamente las virtudes del gran cineasta. La corta duración del film nos anuncia la idea de una historia sin mucha complejidad, pero inquietante por los recursos utilizados. Sasha es un niño violinista muy interesado en la música, de actitud un tanto retraída, a diferencia de la mayoría de niños de su entorno, sin muchas explicaciones, el pequeño músico desarrolla una gran amistad con Sergei, un obrero de su barrio que trabaja con una apisonadora. De modo progresivo, la película nos irá narrando la interrelación entre estos personajes tan disímiles.
La actitud de Sasha es realmente peculiar porque se desliga del modo de ser convencional de los demás niños, hasta el punto de generar cierta rivalidad, en oposición a la relación con ellos, el vínculo con Sergei lo ubica más cercano a un mundo diferente, no solo adulto, que le genera una extraña afección por la apisonadora. Así, pese a su gran interés por la música, Sasha muestra una felicidad desconcertante al manejar la máquina, de manera similar al placer que siente Sergei ante el artefacto. En este sentido, la relación humana que establecen ambos personajes no solo incluye la simbología paterna, encarnada en este caso en Sergei, supone a la vez la estrecha unión entre la máquina y el objeto artístico. Estos elementos representativos aluden a los distintos tipos de valores que poseen los protagonistas, de acuerdo a un modo de vida particular, por esta razón, por ejemplo, Sergei le enseña lecciones importantes al rebelde Sasha.
Deliciosa historia de amistad entre un operador y un muchacho que apenas levanta unos palmos del suelo.
No sólo resulta magnífica por trazar un relato tan natural y humano en tan poco tiempo, sino por saber emplear todos los recursos con inteligencia para transmitir intensidad a una relación de lo más entrañable. Una relación donde un personaje (el operador) toma, involuntariamente, partido en la enseñanza del otro (el muchacho) y se erige como una figura casi-paterna advirtiéndonos de que no sólo será un defensor de ese pequeño violinista, sino también se empeñará en darle unas directrices necesarias para que el chaval pueda llegar a apreciar todo aquello que se le ha dado, y no desprecie lo que se le ha permitido tener y que tantos otros no podrían llegar ni a atisbar.
Así, y con unos mimbres tan cuidados, Tarkovsky lo único que necesita es encomendarse al brillo de una fotografía que cautiva con su impresionante plasticidad (de la que luego volvería a echar mano en La infancia de Iván o Solaris ) y a la excelencia que desprenden unos planos cuidados al detalle, que no sólo logran otorgar fulgor a la obra, sino también un contrapunto distinto a esos espacios urbanos tan marcados en los que se desenvuelve la acción.
Cabe destacar, además, unas interpretaciones bien construidas y ceñidas a lo necesario que, aunque no se asemejan al trabajo que realizaría a medida que avanzaba en su carrera Tarkovsky, logran que nos sintamos partícipes en esa historia de emociones arraigadas y, ante esa conclusión, palpemos de nuevo un bello retrato tan bien construido como emocional.
El violín y la apisonadora: primera nota de la sinfonía compuesta por Tarkovsky.
La observo como a un árbol frutal antes de la primavera, como a un recio potrillo de una familia de hermosos purasangre.
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A grandes rasgos, trata de la amistad entre un niño que toca el violín y un obrero que maneja una apisonadora.
A rasgos específicos, trata de un intercambio. El niño artista puede descubrirle al adulto obrero, sabedor sólo de los oficios de fuerza, la belleza del Arte, y el adulto trabajador puede enseñarle a él el valor del pan y de asfaltar la calle.
Dentro de la teórica asimetría de sus ocupaciones cotidianas y sus edades, se produce un diálogo entre iguales. La sonrisa de Sasha aplanando el alquitrán (sonrisa que no le vimos en su clase de violín) y el gesto de Sergei sosteniendo el violín con sus manos, respetuoso, como quien sostiene la llave de un mundo desconocido, son conmovedoras.
[Me acuerdo del posterior Andrei Rublev, y Sasha parece un hipotético Andrei niño, preguntándose si no será deber del artista no ser ajeno a la vida y trabajo del pueblo].
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Hay puro expresionismo visual, muy europeo: el juego de reflejos en los espejos, el cadáver de la manzana consumida, la fuerte gama cromática… En su trabajo de graduación, Tarkovsky hace alarde de simbología y capacidad para el juego de cámara.
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Encuentro una sugerente estructura espacial. Un hogar entre dos cárceles.
De un lado, la casa de Sasha, dominada por la rigidez de su madre: no puede abandonarla sin cruzar unas inhóspitas y azuladas escaleras donde los enemigos acechan. Por otra parte, el aula de clases de violín, donde su profesora es igualmente rígida.
[Por desgracia, Sasha es demasiado imaginativo , nos dice la mujer].
Entre ambos países extranjeros existe un puente: el apátrida Sasha (tema, el del exilio, que aparecerá más profundamente, y de forma más evidente, en la obra posterior del director) toma como hogar la calle, que es ese lugar donde los enemigos juegan, pero su amigo vigila y protege. Ese extraño mundo sin violines, ni partituras, donde enormes máquinas moldean el paisaje y bolas gigantescas derruyen edificios.
…
El cierre de la película es sencillo, pero emotivo.
Sasha queda con su amigo para ir al Cine. Su madre le prohíbe ir. Él intenta avisarle lanzando por la ventana una carta que tendrá el mismo destino que un grito desde la Luna. Entonces, recurre a aquello último que le queda. En una portentosa escena final, Sasha imagina que baja esas escaleras, sin enemigos, corre tras la apisonadora, sube a ella y, por fin reunido con su injustamente arrebatado amigo, emprende camino con él.
[Por suerte, Sasha siempre fue un niño demasiado imaginativo ].
Gracias.