El viejo y el niño
Sinopsis de la película
Segunda Guerra Mundial. Sentimental historia (con tintes autobiográficos) sobre la amistad entre un viejo antisemita y un niño judío en la Francia ocupada por los nazis. Un matrimonio judío, para poner a salvo a su hijo Claude, lo envía a vivir al campo con Pepe y Mémè, una pareja de ancianos católicos que acogen al niño sin saber que es judío. Pepe es un antisemita y anticomunista recalcitrante: está convencido de que los judíos y los comunistas son los responsables de todos los males que aquejan a Francia. Durante los peores días de la guerra, poco a poco empieza a forjarse una sincera y cálida amistad entre el viejo y el niño.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le vieil homme et lenfant
- Año: 1967
- Duración: 85
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Opinión de la crítica
7
74 valoraciones en total
Claude Berri, a quien debemos la producción de numerosas películas importantes del cine francés de las últimas décadas, así como la realización de algunos filmes notables, como Germinal o el maravilloso díptico que componen Jean de Florette y Manon des Sources ( El Manantial de las colinas y La venganza de Manon ), dirigía con este título su primer largometraje.
Su carácter autobiográfico, bien planteado desde una perspectiva de evocación poética ligada a la infancia, emparenta a la película con la anterior y excelente Juegos Prohibidos , sin duda la mejor película de René Clément, junto con A Pleno Sol . En este caso, la llegada del pequeño Claude a un entorno distinto no es accidental, sino buscada por sus padres en su afán por salvar a su hijo de un futuro de lo más incierto, dada su condición de judíos. Claude, que se nos presenta excesivamente mimado y un tanto rebelde, no es ni más ni menos que un niño al que le ha tocado una mala época para serlo, su llegada a un entorno extraño, como es la Francia de Vichy, no se verá exenta de problemas, pero el sincero cariño que establecerá con el viejo Pepe será su salvaguarda, más allá de todo lo que les separa.
Al tiempo que somos testigos de la historia personal y sentimental de Claude, la película realiza un atractivo y eficaz análisis de la sociedad rural de la Francia de Vichy, introduciéndolo en pequeñas dosis, siempre bien imbricadas con el argumento principal, de manera que no cansan, ni resultan discursivas. El tratamiento que se hace de la ideología reaccionaria de Pepe es muy acertado y realista, precisamente por la simpleza que lo caracteriza, y por encarnarlo un personaje sencillo y entrañable, desprovisto del habitual maniqueísmo con el que los colaboracionistas suelen ser retratados.
El marco rural en el que transcurre la mayor parte de la película presenta una evidente idealización en lo relativo al paisaje, las tareas agrícolas y las relaciones intrafamiliares, aunque no por ello se dejan de lado otros aspectos menos positivos, como la rudeza de algunos personajes y la habitual intolerancia de lo niños hacia el diferente (a Claude le pegaban en París por ser judío, y en el campo por ser parisino). La mirada evocadora y poética sobre un paisaje ligado a la infancia está muy conseguida, resultando siempre sincera y agradable, algo que volverá a lograr Berri con gran brillantez en las películas anteriormente mencionadas.
Correctamente realizada, con un guión que no es brillante pero que contagia la emoción de lo verdadero sin renunciar a cierto tono humorístico, deben destacarse las excelentes interpretaciones, siendo las más importantes las del veterano Michel Simon y el pequeño Alain Cohen. La música, de Delarue, tan sencilla y sentida como el resto de la película, resulta perfectamente adecuada, y en ningún momento se abusa de ella con fines melodramáticos, lo que es de agradecer.
Por todo ello, una película que merece el aprecio de todos aquellos que aún piensan que incluso en las peores circunstancias la humanidad se abre camino, y que el cariño y la amistad sinceros son su verdadera salvación, y su esperanza de futuro.
Verdadera obra maestra, llena de ternura, que bucea en el alma humana. Resulta especialmente interesante su carácter autobiográfico, es la experiencia que vivió su director, Claude Berri (fallecido recientemente en 2009).
Saber que ocurrió en realidad te reconcilia con el ser humano, ya que dentro del desastre, la traición y la maldad que asoló a la Humanidad durante el nazismo, existía la capacidad de evolucionar y crecer como personas. Lo esencial para vivir es querer y que nos quieran. Vamos, que el amor neutraliza los prejuicios.
Claramente recomendable. Por cierto, la música, es preciosa.
Primer largometraje de Claude Berri. Un guion previsible (sospechamos que el viejo se acabará encariñando de veras con el niño). Sin embargo, resulta delicioso. Michel Simon fiel a sus papeles de anciano, algo fanfarrón, algo verde, con un discurso lleno de tópicos (los enemigos de Francia son los judíos, los bolcheviques…) y entrañable, pese a todo. Lo gracioso es la manera en que el niño lo va engatusando, pidiendo una y otra vez que cuente cómo reconoce a los judíos. Incluso, llega a decirle que él es judío, pero Pepé no le cree porque él huele a los judíos de lejos. Entrañable también la historia de Claude (Alain Cohen) con la niña de la granja. Más allá de toda la tontería política es la historia de un anciano y de un niño en busca de desesperada de cariño. ¿Hace falta algo más?
El niño, impresionante. Además de la historia, es el retrato de una época, el contraste entre la ciudad al principio y el campo donde va a vivir el niño, es también la época de los cantos al mariscal Pétain, de las pancartas anunciando fusilamiento de franceses por cada alemán matado, la Liberación…
Film en blanco y negro y música de Delerue, autor de tantas bandas sonoras de la Nouvelle Vague.
Con El viejo y el niño inició Claude Berri su carrera de largometrajista. Un digno debut para quien posteriormente firmaría obras como: El manantial de las colinas o Germinal.
Las relaciones entre un viejo gruñón, conservador hasta la náusea, pero poseedor de una rara bondad innata, y un niño judío al que salvaguardará, en su casa de campo, en los días más terribles de la Segunda Guerra Mundial, resultan tan creíbles, cálidas y próximas, porque es más que posible que el guión esté basado en los propios recuerdos del director.
Queda patente, en la película, que por encima de ideologías, religiones o bandos hay valores más consistentes: el cariño, la lealtad, el compartir la escasez, la ternura que transmiten los débiles e inocentes….. Una lección de humanidad que convendría repasar cuando, aún hoy, hay quien justifica las guerras, sabiendo la cantidad de seres indefensos que las van a padecer.
Además de su fotográfica memoria, yo no dudaría de la influencia en el director francés de la impresionante Juegos Prohibidos de René Clément que en 1952, también en un blanco y negro revelador, nos relata una historia con muchas coincidencias.
Opera prima del francés Claude Berri (Germinal), El viejo y el niño es una historia de amistad a la vez que un cuadro costumbrista y nada maniqueo de la Francia ocupada por los nazis. El relato contiene una de esas paradojas que tanto abundan en la vida y que dan la medida perfecta de la ignorancia sobre la que se larva el racismo. Sin saber su condición religiosa, un anciano antisemita se hará cargo de un niño judío, así, anulada por puro desconocimiento la posibilidad de dar rienda a sus prejuicios, el viejo abrirá su corazón a un niño al que cuidará como si de su propio nieto se tratara. Al final, la evidencia salta a la vista: el odio del abuelo hacia los semitas (como todos los odios raciales) se fundamenta en habladurías e ideas preconcebidas que bien poco sostén ofrecen a cualquier jerarquización racial o cultural que se intente.