The Tree
Sinopsis de la película
La guerra, un pueblo, un río y un árbol son los elementos que unen la historia de un niño y un anciano. Al final del viaje cinemático al que nos transporta este film, está el vínculo insondable e inaudito que hay entre ellos: el eterno retorno, o la historia de los ciclos del mundo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Drvoaka
- Año: 2018
- Duración: 104
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Opinión de la crítica
Película
6.3
66 valoraciones en total
El domingo 25 de noviembre acudí sufriendo en mis carnes las nefastas consecuencias de una madrugada desmadrada para ver, en primer lugar, la portuguesa The tree, vista en Berlín y en Sevilla, dónde fue bastante aplaudida. Guerra en un nevado y solitario bosque de Bosnia. Un anciano recoge estoicamente agua día tras día en los ríos de este mundo abandonado. Bajo un pelado árbol, se encontrará con un niño. Ambos, serenos en el silencio, compartirán la memoria del tiempo transcurrido y un secreto que los vincula. Película radicalmente alejada de las narrativas más habituales del cine de gran público. Una experiencia sólo apta para espectadores curtidos. Una película pequeña y muy exigente, coherente consigo misma y fiel a sus preceptos y de una belleza evidente. Un ejercicio que bien nos recuerda a una suerte de Bèla Tarr primerizo. Atemporal transitar nocturno muy silencioso, 100 minutos de metraje para no más de 30 planos. Tomas largas, de encuadres muy medidos, que recogen muy pocas acciones. Sugerente diseño sonoro, que da todo el protagonismo a sonidos ambientes como el del agua o el de los pasos sobre la nieve. Fotografía cuidada en un filme interesante y atractivo. Pero no lo neguemos, de enorme sopor. Son 100 minutos en los que, además de un recorrido circular de los dos personajes y el simbolismo de su recorrido, apenas tenemos un puñado de acciones y silencio. El poco suceder y trémulo ritmo exigirán plena disposición del cinéfilo vicioso, y dejarán fuera a todos los demás. Película muy apreciable, pero que no ofrece demasiadas cosas a cambio de tolerar su tedio.
Béla Tarr afirmó en una entrevista, a propósito de su película A londoni férfi que cualquier director de Hollywood podría haber contado la misma historia en treinta minutos (la película dura dos horas y veinte), pero que él no quería contar una historia, sino mostrar la vida de ese hombre. Al pensar ahora en Drvo pienso en Béla Tarr automáticamente y no es de extrañar pues Gil Mata fue alumno suyo en la escuela de cine, ahora inactiva, de Sarajevo. Sus cines comparten mucho, eso es innegable, pero distan mucho en lo que un servidor considera esencial. La mirada.
Solamente con el primero de los veinticinco planos que componen el film podemos apreciar que este prometedor cineasta portugués sabe captar lo que sus ojos filtran. Un plano secuencia que va desde la niñez hasta la vejez haciendo convivir dos tiempos históricos y dos tiempos cinematográficos diferentes no es algo que pueda sorprendernos hoy en día, pero cuando la forma y el fondo son tan perfectamente armónicos y la pulsión de una sola imagen consigue por si sola evocar ese estado anímico que tanto ansiaba Tarkovski, la cosa cambia.
Conforme la obra va perpetuando un sentido casi olvidado en el séptimo arte, el de una observación y una pausa tan elegante como trascendente, esa mirada tan preciada se va acentuando y alejándose de cualquier otra cosa jamás vista. Es cierto que hay retazos de Tarr, de Tarkovski, de Sokurov, e incluso de Angelopoulos, pero en verdad Drvo tiene alma propia, como cualquier obra maestra que se precie. Su sencillez y brillantez son fruto de una visión humilde y sumamente personal de ver el mundo, reclamando un estilo patente en poquísimas obras del cine actual sin querer parecer algo que no se es. En palabras más llanas, Drvo sería una película pequeña, aludiendo a su fascinante fluidez y reposada belleza. Íntima.
La historia, para el que le interese, no es algo novedoso, chocante, revolucionario ni transgresor. Es más bien un retrato de la verdad de una situación, del paso del tiempo, del olvido y la necesidad de recordar para avanzar. El hombre viejo que vemos se acompasa con el niño en un instante de absoluta conexión, reuniendo pasado, presente y futuro de nuevo en una sola toma. Con el árbol como elemento presente pero no simbólico, pilar maestro en éste poema casi soñado. El tintineo de las garrafas de cristal vacías, los gemidos de agotamiento del viejo, el agua que fluye… Todo el sonido juega un doble papel como la imagen, lo escuchamos cuando no deberíamos y aún lo retenemos cuando ha dejado de sonar. Los planos son, en términos técnicos, trampas. Hay varios trucos con la cámara en varias secuencias para hacernos creer que es un plano ininterrumpido. Y yo pienso, da lo mismo . El sentimiento que genera vence a cualquier certeza. Podría decirse que ésta es una película que hay que ver con los ojos pero abrazar con el espíritu, como algo que parece sólido pero se derrama suavemente entre los dedos a medida que pasa el tiempo. Incontenible por su propia naturaleza.
André Gil Mata es uno de los pocos directores actuales a tener en cuenta porque consigue crear verdadero arte mediante la cadencia de imágenes, rozando la claridad y la autenticidad del cine más puro y austero. Un cine sobrio, lleno de sentido y significado, que no pretende ser nada más que lo que es —siendo, como consecuencia, nada menos que lo que es—. Películas como esta, me hacen tener fe, me hacen entrar en un mundo animado entre el sueño y la vigilia, para después poder quedarme en silencio durante unos minutos e intentar volver al mundo real y hacer una inevitable comparación. Sabiendo que lo que he experimentado es el arte de la imagen en movimiento, del recuerdo, de la creación y del olvido. El niño enciende la hoguera para que llegue el anciano, que es él. Juntos esperan la luz de un nuevo día en el mismo plano que abre y cierra un ciclo perfecto de movimiento, gesto y palabra.
Más en: https://cinesinfin214878919.wordpress.com/2019/08/13/drvo/