El último disparo
Sinopsis de la película
Duke Martin es un gánster que planea atracar, con la ayuda de su amante, la peluquería donde ella trabaja. El local no es más que la tapadera de una casa ilegal de apuestas. Durante el atraco, algo sale mal y un policía es asesinado. Duke se las ingenia para que la policía sospeche de Steve Ryan. Será la hermana de Steve quien decida investigar por su cuenta para desenmascarar al verdadero culpable.
Detalles de la película
- Titulo Original: Railroaded! aka
- Año: 1947
- Duración: 72
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Opinión de la crítica
Película
6.6
100 valoraciones en total
Arranca mostrándonos un salón de belleza regido por Clara Calhoun (Jane Randolph) en el que debido a también ser utilizado como ilegal casa de apuestas, cuentan con 5.000 dólares de recaudación a la nocturna hora del cierre, salón al que Rosie facilita la entrada por una puerta trasera a 2 atracadores armados con los que esta compinchada, Duke Martin (John Ireland) y Cowie Kowalski (Keefe Brasselle), produciéndose un tiroteo a causa de la aparición de un policía a pie de patrulla, en el cual el servidor de la ley resulta muerto y Kowalski malherido, huyendo los atracadores en una furgoneta con rótulos de una lavandería, y dejando Duke a su malherido compinche en la puerta de un doctor, previniéndole de que cuando la policía alertada por el doctor le interrogue sobre la identidad del otro atracador, diga que se trata del tipo que suele usar esa furgoneta en su trabajo, un tal Steve Ryan (Ed Kelly).
Todo esto a modo de presentación durante los 6 primeros minutos de su corto metraje (72 minutos), a partir de aquí con la policía siguiendo falsas pistas fabricadas por Duke y Clara (objetos personales de Steve hallados en el lugar del crimen y falsa identificación por parte de la borracha peluquera), deteniendo al inocente Steve como sospechoso, y Rosie Ryan (Sheila Ryan) la hermana de este segura de su inocencia investigando por su cuenta para hallar la coartada fiable que convenza a la policía de su inocencia (cosa que va consiguiendo con el Sargento encargado de la investigación, su antiguo vecino Mickey Ferguson – Hugh Beaumont – con el que vemos tiene buen feeling), y la parte delincuencial cada vez más preocupada por el progreso de estas, intentando entorpecer las pesquisas a cualquier precio, tenemos un digno representante de los numerosos thrillers B noir de la época, en el que la mano maestra de Anthony Mann repartiendo planos y enfoques de puro cine negro (a lo cual ayuda el magnífico uso de las sombras en la buen fotografía en blanco y negro firmada por Guy Roe), lo atractivo y bien interpretado por Sheila Ryan de esa hermana coraje jugando con fuego, el villano por su camino que supone un inspirado John Ireland, y aun reconociendo lo cogido por los pelos de alguna que otra comercial concesión (el policía enamorado) y precipitado encaje no muy logrado del guión, todo lo anteriormente expuesto, algún buen dialogo (entre las paredes del club nocturno), el toque pulp de esas balas perfumadas, y alguna escena impactante (véase la pelea entre Jane Randolph y Sheila Ryan), hace a mi juicio más que interesante y recomendable su visionado.
Antes de pasar, en los años 50, a dirigir películas en color, con estrellas, y dentro del género del western , Mann realizó una serie de obras dentro del cine negro, y dentro de la serie B, como por ejemplo ésta que nos ocupa, producida por PRC, la misma productora responsable de nada menos que Detour (1945), dirigida por Edgar G. Ulmer. El último disparo destaca por una iluminación y una fotografía en blanco y negro que, con sus contrastes y claroscuros, sirve para sublimar y trascender la visible falta de presupuesto en escenarios, actores, situaciones…así como para, dentro de esa estrategia de sublimación, dar poesía e irrealidad a un mundo sórdido y violento. A menudo se habla de realismo cuando se trata del cine negro de la segunda mitad de los años 40 (Jules Dassin, por ejemplo) , pero yo creo que lo que hay muchas veces, al menos en este caso, es una fuerte estilización visual, y una poderosa voluntad de ejercicio de estilo.
Destaca sin duda el hecho de que John Ireland sea el protagonista, un protagonista que a su vez destaca por ser un brutal asesino psicópata que perfuma su pistola constantemente. Los demás personajes están muy por debajo, en cuanto a interés. La pelea entre Sheila Ryan y Jane Randolph tiene un encanto casi propio del cine exploitation .
Supuso el paso de Mann por el cine negro un recorrido muy interesante en donde el director americano ejerció una importancia vital para el desarrollo del mismo. Como ya hiciera en otros géneros, el cineasta propone una visión renovada donde el realismo de lo contado supera cualquier estrategia o trampa cinematográfica. Es decir, sustentándose en las reglas del más sucio y oscuro serie b retrata a la convulsa sociedad de finales de los cuarenta haciéndolo además desde todas las perspectivas posibles y jugando magníficamente con el triángulo policía-hampa-sociedad.
Quizás, del puñado de películas que Mann filmó (Raw Deal, Desperate, T-Men) o fue partícipe (He Walked By Night, Follow Me Quietly) entre 1947 y 1950, año en que se estrenó su primer gran western (Winchester 73), es esta Railroaded¡ la que mejor conjugó ese triángulo del que hablaba antes con el excelente universo putrefacto y sórdido que directores como Ulmer conseguían crear. No extraña pues señalar que la productora de la inolvidable Detour y el film que nos ocupa sea la misma: Producers Releasing Corporation.
Con el metraje corto de costumbre, todo comienza en una peluquería donde el hampón Duke Martin, junto con otro compinche, atraca lo que después se descubre como una casa de recaudación de apuestas camuflada. Duke contará con la ayuda de Clara Calhoun, una alcohólica a la que domina y que trabaja allí como peluquera. Lo que continúa no es nada nuevo: el atraco sale mal, muere un policía, el compinche también y todo es preparado por Duke y Clara para que la acusación recaiga sobre del joven Steve Ryan, un inocente mecánico que vive con su madre y con su hermana. Será ésta última la que comenzará, tras la injusta acusación y junto con el detective Mickey Ferguson, la búsqueda desesperada de la verdad. Como ven el elenco de personajes retratados es enorme. Mann también tiene tiempo para dar un toque sentimental a su trama, pero siempre en un segundo plano y más bien para poder jugar la baza del final feliz. Resulta sin embargo más resaltable la portentosa fotografía de Guy Roe cuya utilización de luces y de sombras y su juego con la profundidad de campo eleva la cinta a un nivel magnífico visualmente hablando.
Años prolíficos de Mann en el noirstyle y que darían paso a la etapa más gloriosa del director con sus inolvidables westerns y sus épicas históricas. Este corto e intenso período (tres años), aunque menos espectacular y conocido que el que le continuo, posee sin ninguna duda los aspectos más personales del director en un ámbito donde la libertad creativa y ausencia de recursos dieron luz a la mejor época del cine americano.
El suspense se ciñe como una segunda piel sobre el celuloide, destila su bilis de tensión con la crudeza de un latigazo y sacude el patio de butacas porque A. Mann combina los hilos de la inocencia y de la culpabilidad a la vista del espectador.
No existe trampa o artificio.
Todo sucede ante sus ojos para que la película cobre densidad narrativa y se ajuste a un guión severo que aprieta el lazo de la ansiedad sin incurrir en los rigores del melodrama.
Y eso se agradece.
H. Beaumont, J. Ireland y S. Ryan confieren credibilidad a sus personajes y componen el cuadro en blanco y negro que conduce a la solemnidad cinematográfica.
Segunda incursión de Anthony Mann en el género negro tras Desperate , rodada ese mismo año, y que inaugura todo un ciclo de películas de temática negra con las que el director alcanzó su madurez realizadora, a la espera de sus más populares Westerns.
El argumento, bastante clásico, se basa en parámetros habituales: un atraco fallido, una muerte imprevista, un falso culpable, un malo que lo es mucho, un policía enamorado, una guapa mala y otra buena. A pesar de que todos estos elementos tienen su importancia dentro del filme, Mann deja claro desde el principio que quien le interesa es el malo, Duke Martin, soberbiamente interpretado por Ireland, en efecto, la película gana enteros cada vez que aparece este personaje sádico (véase la secuencia en la que observa, oculto, la pelea entre las dos mujeres), que disfruta matando y acaricia su arma con delectación, al tiempo que perfuma sus balas. Él es el gran urdidor de la trama que sustenta la narración de la película, mientras que los demás personajes no dejan de ser parte del paisaje, hasta el punto de que el falso culpable a Mann no le interesa lo más mínimo, y que la potencial pareja que forman su hermana y el policía resulta tópica y un tanto banal.
Tan intenso es el perfume del asesino que su influjo parece trasladarse también a las imágenes, que se oscurecen y dramatizan en su presencia, extendiendo ese tenebrismo a todos los que le rodean, ya formen parte de su entorno o no. La fotografía, debida a Guy Roe, maneja hábilmente ese dramatismo, por otra parte clásico en el cine negro de Mann, contrastando enormemente las imágenes y recurriendo a escasos y muy concretos puntos de luz, que apenas iluminan el rostro y las manos, dejando el fondo en la más absoluta oscuridad. A este respecto no deja de ser curioso que estas películas negras de finales de los 40, que trataban de ser realistas en sus personajes y ambientes, recurrieran a una fotografía que no lo era en absoluto, deudora como es del expresionismo alemán.
Si bien el guión no me parece nada del otro mundo, debe reconocerse que tampoco presenta carencias graves, contando con aceptables diálogos y alternando acertadas soluciones narrativas con otras más tópicas. La genialidad de Mann aparece en varios momentos, pero sobre todo en las secuencias que inician y culminan el filme, mientras que en la última lo más destacable es su absoluto tenebrismo (símbolo del mal que encarna Duke), en la primera, también dramáticamente fotografiada, llama la atención la perfecta planificación, la eficacia narrativa de todas las acciones mostradas (en este caso el atraco al falso salón de belleza), sin necesidad de recurrir a los diálogos.
Por todo ello, una película muy recomendable, buena muestra de lo que Mann iría perfilando y puliendo en sus siguientes siete películas y que, pásmense, se rodó en apenas diez días.