El sol sale mañana
Sinopsis de la película
En un modesto pueblo, llamado Fuller Junction, viven los inmigrantes noruegos Martinius (Edward G. Robinson) y Bruna Jacobson (Agnes Moorehead), junto a su hija Selma (Margaret OBrien), una pequeña de siete años que, con su primo Arnold ( Butch Jenkins), nos hará pasar por emotivas (y a veces muy divertidas) aventuras. Cuando se entera de que su padre anhela tener un establo como el que acaba de montar uno de sus vecinos… la niña guardará la esperanza de que, un día, su entrañable padre va a tener uno como ése.
Detalles de la película
- Titulo Original: Our Vines Have Tender Grapes
- Año: 1945
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
Película
6.9
74 valoraciones en total
En noruego, niña mía se dice: jenta mi, y es así como, el inmigrante Martinius Jacobson, llama siempre a su hija de siete años, Selma, para él la luz de sus ojos y el mayor aliciente de su existencia. La mayor parte del tiempo libre, Selma lo pasa junto a su primo Arnold, un pecoso y aventajado pequeñuelo que ahora pasa por la edad de los porqués y tiene ¡unas ocurrencias! que, inevitablemente, despiertan una sonrisa o una carcajada de sorpresa.
Sus vidas transcurren en un modesto pueblo que, algunos –como la nueva maestra- lo descubrirán, lo que tiene de grandioso es su gente y esto basta para que resulte una suerte de paraíso. Junto a aquel par de maravillosos chicos, y ese abnegado y amoroso padre, conoceremos a Bruna, la madre que juega a ser recia, pero es tan comprometida como la que más. El dueño de la gran tienda es Nels Halverson, otro inmigrante que sabe más del amor de lo que contienen unos cuantos libros, y la maestra, Viola Johnson, tendrá junto a él la ocasión de comprender que los buenos sentimientos no pueden ir a medias.
Roy Rowland, un irregular director que tuviera un fructífero comienzo (Lost angel, Killer McCoy…), fue el encargado de realizar esta emotiva y encantadora película, la cual parte del libro For our vines have tender grapes de George Victor Martin, autor que se basó en la ejemplar comunidad de granjeros de Benson Corners en Wisconsin, y quien tomó el título de El cantar de los cantares (2:15) que, en inglés, reza: Take us the foxes, the little foxes, that spoil the vines: for our vines have tender grapes. La adaptación cinematográfica la tuvo a su cargo Dalton Trumbo, el renombrado y humanista escritor, cuya impronta se nota en los diálogos y en algunas situaciones donde se percibe el esfuerzo mancomunado que se desarrolla en Fuller Junction.
Como Ladrón de bicicletas o Niños del paraíso, esta es otra película que da clara prueba de la grandeza de lo simple. En su puesta en escena y en todo su proceso técnico, se percibe la austeridad con que fue realizada, pudiendo casi enmarcarse dentro del género neorrealista. Pero, en la historia hay brillo y grandeza humana, y en aquel modesto pueblo, la vida luce de maravilla por una sola razón: Porque allí encuentras calidad humana.
En un estilo que nos remite de nuevo al edificante cine de Frank Capra, EL SOLO SALE CADA MAÑANA, es de esa suerte de historias que se ven muy a gusto con los hijos, porque ofrece una serie de situaciones colmadas de bellos sentimientos y de intensas emociones. Y al final, uno sale reconciliado con la vida y convencido de que queda mucho por dar que todavía no hemos dado.
Necesario hacer mención de la magnífica labor de Edward G. Robinson, quien, en un papel que borra de tajo a los malotes que representara en tantísimos filmes de gánsteres, aquí consigue que le queramos y le veamos como el mejor papá del mundo. Agnes Moorehead, muy equilibrada como la mamá entre dura y tierna, magnífico ejemplo de la mujer entregada con fervor a la crianza de su familia. Y súperespeciales: Margaret O’Brien, la genial niña de algunos filmes de grata recordación (Secret garden, Meet me in St. Louis…) y Jackie Butch Jenkins, el travieso pecoso que asegura la cuota divertida de esta inolvidable historia… y que, como la niña, es todo un filósofo.
La película nos deja un magnífico mensaje relacionado con el personaje de Ingeborg y que tiene que ver con aquellas personas que actúan con mucha bondad y comprensión con las víctimas, pero enseguida destilan crueldad y absoluta intolerancia con los victimarios. El amor no establece líneas divisorias. No desea el bien de unos y el mal para otros. No rescata a alguien del dolor y enseguida le causa dolor a otro. El amor comprende a ambos: a la víctima y al victimario. A aquella procura resarcirla, cuidándola y restableciéndole sus derechos, pero también al victimario le procura la ocasión de redimirse y lo acoge, en todo caso, como a un ser humano en condición de equivocarse y con el derecho a ser tratado de manera digna. En este sentido, esta es una narración pletórica de sabiduría.
Si te predispones a verla con el corazón abierto, es bien seguro que de esta película no saldrás siendo el mismo.
Título para Latinoamérica: EL ROSAL DE LA VIDA
OUR VINES HAVE TENDER GRAPES (El sol sale mañana) es una maravillosa película, uno de esos relatos ambientados en el mundo rural que narraban usos y costumbres de Estados Unidos, un excelente homenaje a la vida en pueblo pequeño visto a través de los ojos de una joven perspicaz, la celestial y angelical Selma (una prodigiosa Margaret O’Brien). En este caso estamos situados en una pequeña localidad rural de Wisconsin, poblada por un colectivo de inmigrantes noruegos, dos pequeños muchachos, ambos primos, Selma (Margaret O’Brien) y Arnold (Butch Henkins), nos introducirán en un entorno plácido y bucólico, eminentemente rural, en el que destacará el protagonismo que recaerá en Martinius Jacobson (Edward G. Robinson), el padre de Selma, hombre juicioso y entregado por completo a sus tareas agrícolas que no dejará en ningún momento de mostrar su humanidad a la hora de llevar adelante su hogar, cuidar a su esposa –Bruna (Agnes Moorehead)- y su hija, e incluso de erigirse como un auténtico referente en la comunidad en la que reside.
Una inspirada película realizada con el corazón, narrada por Rowland con una insospechada sensibilidad e incluso aliento poético. Con una excelente planificación, ritmo pausado, alternando una serie de episodios que van conformando un marco de comportamientos lo suficientemente agudos en el retrato de una comunidad cerrada y afable, magníficamente interpretada e impecablemente ambientada, y sabiendo dosificar al máximo esa vertiente sensiblera en la que podría haber caído, la contemplación de OUR VINES HAVE TENDER GRAPES deja un regusto de emotividad, la esperanza cada vez más menguada de creer que en el ser humano aún existe un lugar para albergar la nobleza.