El pan nuestro de cada día
Sinopsis de la película
Estados Unidos, años 30. En plena Depresión económica, John y Mary, una pareja joven que vive abrumada por las deudas y el desempleo, abandona la ciudad y se establece en una granja abandonada. A pesar de la inexperiencia de John, deciden explotarla. Y este proyecto se hará realidad a medida que vayan llegando a la finca personas de los más diversos oficios que huyen de la miseria urbana. El resultado es la creación de una cooperativa agrícola y de un nuevo tipo de sociedad más solidaria.
Detalles de la película
- Titulo Original: Our Daily Bread
- Año: 1934
- Duración: 80
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Opinión de la crítica
Película
7.6
40 valoraciones en total
Pensé que me enfrentaba a un misil tierra-aire del estilo de Las Uvas De La Ira, pero no, uvas iracundas sólo hay unas. Con todo, gran película, profunda y arrebatadoramente idealista, un canto a la democracia y al socialismo, al hombre y a la tierra. Y de cómo, ya entonces, el capitalismo empezaba a devorar las entrañas de todo ideal que se pusiera por delante. Algunas actuaciones, especialmente la del protagonista, rechinan un poco, todavía reverberaba ese estilo enfático de actuar más propio del cine mudo, pero aún con el sonoro tienen cierto encanto. También hay algunos giros en la trama que dejan un poco que desear, pero en general despide una magia y una belleza muy gozosas. Y, sobre todo, contiene una recta final memorable hasta el hartazgo, en el que se relata una lucha del hombre contra la naturaleza por la supervivencia que es una verdadera maravilla para los sentidos.
Pocas veces repetirán los estudios de Hollywood una experiencia como la de El pan nuestro de cada día , cine reivindicativo en el que sus autores tuvieron la libertad necesaria para llevar hasta sus últimas consecuencias el hilo narrativo y de paso su compromiso con la época (EE.UU. estaba en los años de la gran depresión). King Vidor ( El gran desfile 1925, Y el mundo marcha 1928, Aleluya 1929, Duelo al sol 1946, Guerra y Paz 1956…) descubrió esta historia de convivencia cooperativa en la revista Readers Digest, viendo en ella un ejemplo de cómo con la capacidad de unión de la población empobrecida se podían superar las limitaciones del individualismo para encarar el futuro con dignidad.
Presentó la idea a Irving Thalberg (vicepresidente y jefe de producción de la Metro Goldwyn Mayer donde hasta entonces había desarrollado su carrera), pero se negó a financiarla, como después hicieron el resto de productoras. Fue gracias al apoyo de Charles Chaplin que pudo conseguir el dinero necesario (Chaplin era uno de los fundadores del estudio en el que finalmente se realizaría, la United Artists).
El pan nuestro de cada día se convirtió inmediatamente en referente del cine social, uno de los pocos títulos de la década de los 30’ (Frank Capra rodaría poco después Horizontes perdidos 1937 y Vive como quieras 1938) que mostraría los valores e idearios comunales que diversos e influyentes grupos utilizaban como fórmula para luchar contra la desigualdad, la injusticia y la falta de futuro (recordemos, p.e., a Dorothy Day y su anarcocristianismo del Movimiento del Trabajador Católico, o la presencia sindical que la IWW tenía entre los intelectuales y la población).
Hay un momento en este filme en el que sus dos protagonistas, arrodillados junto a un sembrado, contemplan el milagro de la vida, encarnado en un pequeño brote, vacilante aún, enormemente frágil, pero que condensa en su todavía pequeña realidad la enorme grandeza y esperanza que generan los esfuerzos colectivos.
Esa breve secuencia recoge mejor que cualquier reflexión mía el espíritu de esta película, realizada por un audaz Vidor, que una vez más persigue plasmar grandes ideas y ambiciones humanas en sus filmes, como ya ocurrió en The Crowd y ocurrirá en El manantial . En su día, y aún en el marco de la Depresión, la cinta no pudo librarse de las consabidas acusaciones de ser un panfleto comunista, y para su realización Vidor tuvo que volar solo , trabajando al margen de los grandes estudios y recurriendo a actores no profesionales.
En realidad, el conjunto de ideas que condensa el filme bebe principalmente de raíces cristianas, pero no de las oficiales, que siempre han estado al lado del poder y el dinero, sino de aquéllos grupos o sectores que desde tiempos muy antiguos defendieron la idea de la comunión de bienes y la solidaridad humana. En tal sentido, la película está más próxima a las ideas de algunos revolucionarios cristianos ingleses del siglo XVII (los Levellers ), y de las utopías planteadas por Tomás Moro o John Milton, que del comunismo moderno. No obstante, como el objeto de crítica es la sociedad capitalista, insolidaria y egoísta, el filme puede ser apadrinado desde ambas perspectivas. De hecho, en un momento de la cinta, los cooperantes se declaran herederos de las ideas de los pioneros, apunte del todo pertinente, puesto que muchos de ellos fueron disidentes religiosos y políticos que defendían una nueva organización social, similar a la aquí puesta en práctica.
Rodada con la habitual maestría de un clásico americano como Vidor, la película fluye de manera tan natural y esperada como las aguas de ese canal que, fruto de un esfuerzo colectivo maravillosamente plasmado (casi coreografiado), lleva las aguas hasta los campos, logrando un clímax impresionante. La única pega que se puede poner al desarrollo de la historia es la inclusión de algún personaje innecesario, como Sally, circunstancia que el propio realizador reconoció a posteriori. Por lo demás, destacar el magnífico guión, del que se encargó nada menos que Joseph Leo Mankiewicz, otro clásico del cine estadounidense.
Ciertamente este es un filme de la Depresión, pero va más allá de la coyuntura histórica concreta, para defender ideas que han existido, bajo una u otra fórmula, desde el principio de la vida en sociedad. Películas como esta nos animan, aún hoy, a seguir maravillándonos ante esos pequeños brotes de esperanza, verdaderos frutos de lo mejor que hay en nosotros, los hombres.
Con guión del maravilloso Mankiewicz, un clásico de Vidor y del cine americano. Narra la historia de un joven matrimonio a principios de los años 30 que pasando enormes penurias económicas en la ciudad se trasladan al campo tras heredar una granja, haciendo de ella una cooperativa.
Montada como una parábola bíblica, se trata de plasmar el idilio en la pobreza, el paraíso desde los que no tienen nada, salvo la ilusión, la esperanza, la energía, la creencia en el compañero, en la humanidad. O sea, todo. Y es que El pan nuestro de cada día plasma magnificamente en su mensaje optimista, idílico y utópico, que el el cristianismo y el comunismo son extremos que se funden: pues ambas ideologías preconizarían (en sus raíces) el cooperativismo entendido como que todo es de todos, nadie es más que nadie, la necesidad del trabajo y el esfuerzo, la igualdad social… Una excelente película que se mantiene cinematograficamente vivísima. Otra cosa es su maravilloso mensaje, hoy anacrónico por culpa de nosotros mismos.
En 1934, con los Estados Unidos sumidos en una crisis que no empezarán a remontar hasta el 36, la propuesta de Vidor era osada y rebasaba con amplitud los presupuestos almibarados y nítidamente liberales del New Deal. No olvidemos que es la época de un Capra, de un Dieterle y que, por fuerza, las moderadas pero firmes propuestas cooperativistas que encarna el film, debieron resultar subversivas para más de uno.
Y ello pese a que Vidor se cuide de enmarcar con precisión su discurso, sin dejar cabos sueltos que den paso a lecturas diferentes de la que persigue. Es en ese contexto donde cobran sentido escenas como la del padrenuestro (que entonan, arrodillados todos, ante los nacientes brotes del maíz) o la primera asamblea que celebran los agricultores y en la que rechazan, explícitamente, las ideas socialistas de un recién llegado ( Yo no sé lo que significan esas palabras , llegará a afirmar el sueco).
El film es un bello canto, coral y épico, al hombre y a la tierra. De un preciosismo realista con frecuencia estremecedor (recordemos las escenas en que las nubes de polvo , surgidas de la tierra arada, tapan el objetivo de la cámara y, aún más allá, la secuencia en que la cámara se enfrenta a una nube de polvo y la atraviesa hasta mostrarnos, al otro lado, hombres que trabajan).
Es El pan nuestro… , además, una obra plagada de exquisitas imágenes que escalonan la acción como una sucesión de cuadros bellísimos (un campesino toca el violín, sobre una loma, al caer la tarde, panorámicas silenciosas de los campos desiertos apenas surcados por algún hombre solitario).
Vidor ha aprendido la lección de los maestros rusos y ofrece una epoopeya colectivista con vibrante narrativa y un ritmo nervioso y preciso.