El nombre del bambino
Sinopsis de la película
Betta y Sandro, un profesor universitario adicto a Twitter, invitan a cenar a Paolo, hermano de Betta, a la bella Simona y a un amigo musico de la infancia. Paolo hace una broma que supone un ataque a la corrección política imperante en el elegante apartamento: el niño que espera su mujer se llamará Benito, como Mussolini. El chascarrillo provoca una disputa que sacará a la luz viejos rencores y secretos. Remake del film francés Le prénom (El nombre).
Detalles de la película
- Titulo Original: Il nome del figlio
- Año: 2015
- Duración: 89
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Opinión de la crítica
Película
5.4
56 valoraciones en total
Yo sólo quería gastarles una broma
El nombre del bambino, ese momento decisivo que marcará la existencia del hijo de por vida y que se presenta como motivo de enfado, reproche e inicio de la primera discusión entre la pareja, aunque aquí no, ésta no tiene problema, el dilema surge entre ese grupo de amigos de la adolescencia que han vivido y compartido mucho a lo largo de los años, experiencias variadas y variopintas, decisivas y marcadas cuyos puntos centrales de la misma tenderán a salir como bombas fulminantes de una amistad, puesta a prueba por la repentina sinceridad de una aciaga noche, informal e inofensiva, que subirá de temperatura y expondrá las verdades ocultas, sacará las rencillas guardadas y pondrá a cada cual en un nuevo escala, según la tertulia avanza y los mortíferos proyectiles dan de pleno en la diana.
Locuaz y divertida, dramática y festiva, entretiene verazmente con esa evolución ascendente hacia un clima de tensión y desasosiego que se ha servido de la gracia, la broma, la burla y la distensión para retratar a cada personaje y que, en su precipitada y dicharachera aceleración, marque avanzadilla de la próxima tormenta a recrear pues, cada uno de ellos tiene su propia secreta mecha que encender, cuyo fuego arrasará un breve terreno para dejar turno y espacio a la siguiente bengala y su honesto incendio.
Pero la sangre no llega al río -¿o sí?-, el espontáneo vertido de confesiones, descontentos, culpas y confianza frustrada tiene el sólido disfraz de la hermandad de años cuya devoción, simpatía y cariño fraternal se pondrán en equilibrio de balanza según lo dado y recibido, lo esperado y resultado, lo conocido e ignorado, en ese frenesí dialogado de absorción relajada y grata el cual, sin ser demasiado profundo, corrosivo y ácido, logra crear un clima expositivo de destape de caretas y exposición vergonzosa que cubre con sobrada eficiencia el tiempo de su duración, y la distracción para la que fue pensada y representada.
Una habitación, una preparación de comida, y recibimiento, y una bienvenida que pone en marcha la acogida de una incorrecta discusión política, la aparición de una resentida amargura, la declaración de dolorosas etiquetas de recargo, un acusado resentimiento y la súbita rememoración de quiénes fueron y ofensa de quiénes son, intercaladas imágenes de inexplorada juventud y madurez ya hecha para una solvente comedia italiana que luce, sin necesidad de traje de gala, y mantiene con fructífera decencia el tipo, sin recurrir al artificial arrebato ni al gimnasio de postín.
Soltura, cordialidad, apego, camaradería e animadversión, chillidos, risas, silencios y alguna caída entre medias, golpe al corazón ingenuo de quienes unidos se conocen por aceptada costumbre pero lejos quedan, en verdad, de esa complicidad y armonía de la que presumen y en la que se regocijan, versión cinematográfica de una célebre obra de teatro italiana, realizada y escrita por Francesca Archibugi, que utiliza también el espacio cerrado y minimalista para hacer temblar los cimientos de este grupo de invitados, donde es su manuscrito el punto fuerte de representación de emociones y sentimientos palpitantes y dolientes.
Se empatiza fácilmente con los protagonistas, se respira con sencillez su formato, se capta instantáneamente su propósito, te involucras con convicción en su recorrido, escuchas con atención voluntaria sin queja, participas en un disfrute tenue pero confirmado que certifican que, aunque es para pasar el rato y no esforzarse demasiado en ella, el tiempo dedicado ha sido cómplice de una agilidad y desenvoltura que se estiman, agradecen y sientan inesperadamente bien, discreta sorpresa de una cena de progres, obreros y sin, en principio, idiotas que ameniza, alegra y pone una sonrisa en el rostro de ese invitado vidente que observa, depura y hace recarga de apalabrados víveres.
Y al final ¿cuál es el nombre del bambino?, un clásico heredado cuya rebeldía era de boquilla, pataleta teatrera de mucha indignación pero gusto de aceptar las cosas con tradición de celebración, pues nunca se quiebra el amor que reina en el ambiente.
Las cenas con bebida y espacio para la charla las carga el diablo, ¡cuidado con ellas!
Lo mejor, la obra de la que nace el guión.
Lo peor, no pretende librarse de la estereotipada comedia italiana.
lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
No por ser repetitivas en sus temáticas las comedias italianas dejan de ser interesantes. Sobre todo cuando se mezcla en ellas el drama, como es el caso de este film. Muy buena película de enredos propiciados por los propios protagonistas, quienes entran en un laberinto cuya salida resulta costosa. Muy buenas actuaciones, una trama atrapante con repentinas salidas que parecen encaminarla, para volver a mezclarse en la ruta del sincericidio, hasta límites insospechados.
Ligera comedieta que por momentos me recordaba aquellas co-co-co-coproducciones hispano-italianas que tan bien machacaba el glorioso Alfonso Sánchez de no ser que las interpretara su amor platónico, la divina Virna Lisi.
Alesandro Gassmann se mueve como pez en el agua en este tipo de película. Es muy sorprendente constatar lo increíble del parecido con su padre, los mismos gestos, las mismas poses, y muy gratificante para un admirador sin reservas como yo de uno de los mejores actores de la historia del séptimo arte.
No hay mucho más. A veces la directora pretende vanamente superar la severa intrascendencia de la obra a base de ciertas moralinas y pequeños ataques de dramatismo, pero parece que no pone demasiado empeño en ello y flojea el resultado.
No se pueden pedir peras al olmo. Aceptable para pasar una tarde del espectador lluviosa cuando la cartelera no ofrece algo mejor. Por lo menos tampoco desagrada.
Entre tweet y tweet, a Sandro, eminente profesor universitario, le dio tiempo para levantar la vista de la pantalla de su móvil. Hacía siglos que su yo-virtual no se lo permitía, y claro, el desconcierto no tardó en instalarse en su cerebro. ¿Dónde estaba? ¿Quiénes eran las personas que le acompañaban? ¿Podía ser aquello el apartamento en el que llevaba instalado desde hacía, por lo menos, 20 años? ¿Era aquella su amada mujer? ¿Y aquellos eran sus hijos? Pues sí. Sí a todo, pero las dudas ahí seguían. Sería porque su ajetreada vida no le concedía la pausa necesaria para asimilar la cantidad ingente de información que le rodeaba, sería por el descontento generalizado que tanto tiempo llevaba arrastrando. Sería por esto, sí. Algo así como una reacción inmunitaria ante la decepción en la que se había sumido su existencia. Sí, aquella era su casa, y aquellos su familia… pero no reconocerlos como tales era quizás la manera más natural de no reconocer su propio fracaso como padre, marido y, en definitiva, como ser humano… por mucho que todos estos pensamientos lo acercaran peligrosamente a la categoría de monstruo.
Pero ¿qué le iba a hacer el pobre Sandro? ¿Quién era él para cambiar el monstruoso mundo en el que le había tocado vivir? Con esto ya se había atrevido en sus años mozos, cuando todavía tenía a tope los contadores de energía e ingenuidad. Con esto ya se metió la hostia. De ella daban fe las apenas 500 copias vendidas de su libro más exitoso, los 140 caracteres del último tweet que había publicado y, cómo no, tanto aquel apartamento como aquella familia. No había dudas al respecto: la sustancia que había cimentado las piezas sobre las cuales se sustentaba su propia vida no era otra que la mierda. Al principio marrón y líquida, ahora sólida y de un color tan gris como… bueno, su día a día. Pero ahí no acababa el drama. Lo peor estaba aún por llegar. Aquella noche tocaba cena en su casa. Betta ya estaba encerrada en la cocina, los críos hacían ver que dormían en el cuarto y los invitados estaban a punto de llegar. Claudio, el amanerado, sería el primero en llegar. Como siempre. Después vendría Paolo, el fanfarrón, con alguna nueva fanfarronada que contar. Seguro. A Simona ni se la esperaba… pero seguro que les honraba con su presencia en el momento más inoportuno.
La función no había empezado todavía, no obstante, parecía que todo estuviera ya pactado, que cada actor pudiera predecir, con total exactitud, el momento exacto en que se iba a producir cada bronca, cada carcajada, cada abrazo y cada puñetazo. Porque habían crecido juntos, porque se conocían a la perfección y porque esta reunión ya la habían celebrado infinidad de veces antes… Porque esto era un déjà vu o, para emplear la jerga al uso, un remake. O para ser más exactos, el remake de una adaptación. Toma, ¿quién da más? ¿Y quién necesita a los yankees para copiar cuando nosotros mismos nos valemos para ello? Italia vuelve a la escena del crimen del intercambio cultural (por aquello de emplear eufemismos) y se apropia de una obra, una película y, en resumen, un concepto muy francés: grosso modo, la cosa consiste en que una reunión de amigos de toda la vida termine como el rosario de la aurora… con la posibilidad, eso sí, de una buena catarsis colectiva al final del via crucis. Como no somos animales americanos, sino seres muy civilizados del viejo continente, para todo este proceso no nos hace falta echar mano de revólver alguno, a nosotros lo que nos va es el arma más letal de todas: la lengua.
Por aquello de respetar la naturaleza teatral del material original (y también por aquello de honrar a la ley del mínimo esfuerzo) Francesca Archibugi, directora y co-guionista (perdón, co-traductora) de la película que ahora nos ocupa, se apoya en el diálogo como único catalizador posible de las emociones que van a empapar la pantalla. Como ya hicieran Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière tanto en el teatro como posteriormente en el cine, vaya. La gracia está, se supone, en el cambio lingüístico, y en ver cómo las altas temperaturas romanas (en vez del frío de París) repercuten en el carácter presuntamente más volcánico de los nuevos (?) personajes. Se impone por enésima vez, en lo poco que va de año, el gusto por el más-de-lo-mismo. La culpa es nuestra, que pagamos la entrada… con el atenuante, esto sí, que la broma sigue teniendo su gracia. Mucha jeta también, ni falta hace decirlo, pero al menos tiene la decencia de compensarlo con un uso razonablemente bueno de sus armas. A saber, unos actores entonadísimos en el constante bascular entre el drama y la comedia y una muy sólida gestión de los tempos que nos hacen pasar de un extremo al otro, que nos introducen el enésimo giro de guión. Todo en non-stop. Prohibido (por imposibilidad física) aburrirse.