El juez Priest
Sinopsis de la película
El juez William Billy Priest vive en una patriótica y muy confederada región sureña. Allí, viudo y muy dedicado a su trabajo, Priest se enfrentará al caso más difícil de su carrera. Mientras, también tendrá que ejercer de casamentero con su tímido sobrino.
Detalles de la película
- Titulo Original: Judge Priest
- Año: 1934
- Duración: 81
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Opinión de la crítica
Película
6.7
70 valoraciones en total
Pocas cosas dejaron tan mancillada la dignidad del Sur de los EEUU, como la perdida Guerra de Secesión. El afán de preservar la esclavitud con argumentos tan necios como que los esclavos querían ser esclavos o que la vida que llevaban sirviendo a los blancos no podía ser para ellos más encantadora, sólo tenía un asidero en el absurdo y en el decir de algunos humildes negros que se sentían agradecidos por tener una vivienda y algo parecido a un hogar.
Es cierto que no todo el mundo los trataba mal, pero también es cierto que la gran mayoría fueron explotados, abusados y tratados como animales. Y, el sólo hecho de no poder decidir que hacer con la propia vida, es una violación a la dignidad y a la integridad humana.
La película de John Ford, parte de hechos semibiográficos contados por Irvin S. Cobb, un sudista decidido a exaltar los gestos humanitarios y el compromiso contra la intolerancia de un político de su pueblo al que él ha llamado el Juez William Priest. Se trata de un hombre justo y compasivo, pero que ve con naturalidad el tener a dos esclavos en su casa a quienes trata, eso sí, en muy buenos términos. Ford, por su parte, deja sentado su aire sumiso y decididamente tonto, características que, en nada favorecen a la raza negra, y que se suman al sentir del muy querido presidente Lincoln, el cual era justo… pero limitado.
Estas fueron palabras del antiesclavista mandatario dirigiéndose a los negros en 1862:Vosotros y nosotros somos razas diferentes. Aún cuando dejéis de ser esclavos, estáis muy lejos de poder estar en igualdad con la raza blanca. No obstante, no hay ninguna razón en el mundo que deniegue a los negros todos los derechos naturales incluídos en la Declaración de Independencia (el derecho a la vida, a la libertad y a la felicidad). En buen español, esto significa: Ustedes merecen ser libres, pero recuerden que son inferiores. Así, a la lucha contra la esclavitud, le quedaba faltando el entendimiento de que todos los hombres somos iguales en capacidades para el desarrollo, para la socialización y el afecto. Pero, siglos de exclusión, de subestimación y maltrato contra una raza, es obvio que la hagan aparecer como si fuese tonta… Lo mismo le sucedió por mucho tiempo a las mujeres.
EL JUEZ PRIEST es otro esfuerzo por resarcir la perdida dignidad sureña. Hace eco de la tolerancia, confronta las actitudes clasistas, reivindica la justicia en igualdad para todos y ve con simpatía a los afrodescendientes. Esto se le reconoce y resulta plausible, pero, cuando exulta la grandeza del sur en su lucha contra quienes querían abolir la esclavitud, huele a mentecato sentimiento con puros afanes de distorsionar la objetividad y de mantener anclado el progreso de la humanidad en su avance hacia la unión y la igualdad de todos los hombres.
Su remake, El sol siempre brilla en Kentucky, pondría las cosas mucho más en su lugar, y sin duda, con mayor acierto.
Una extraña sensación me ha rondado durante todo el filme. Un claroscuro contante, por momentos me parecía buena y en otros, blanda y simple. Con un magnífico final, mis ojos al fin vieron la luz.
A través de la mirada de un niño críado a finales del siglo XIX en el sur de EE.UU., el cual nunca aparece, sin contar la reseña al comienzo y en forma de texto, los hechos se mastican con mayor facilidad. Lo bueno es muy bueno, lo malo es muy malo, los negros cantan y ríen y los confederados son tiernos viejetes que se ríen de los yankis rememorando las viejas hazañas. A ojos de un adulto, y sobretodo en pleno siglo XXI esa mirada tan maniquea puede resultar bastante hastiante, pero desde el punto de vista de un chico nacido y criado en esas condiciones, los maniqueos seguramente seríamos nosotros. Además, no cabe olvidar que es un homenaje al Juez Priest , que tanto debió marcar la vida de ese niño, supuestamente el propio Ford, que le mostró valores como la tolerancia, el respeto y el valor de las propias costumbres.
Will Rogers, el juez, realiza un papel fantástico, rozando la perfección por momentos. Creo que nunca olvidaré la escena en la que decide imitar a su humilde compañero negro.
Demasiado amor por momentos, obvia en otras y con un final efectista pero que llega, la sensación de que pudo ser más es innegable, pero el gusto de ver a Rogers convierte este filme en imprescindible.
El juez Priest es una comedieta que se agradece a día de hoy por la frescura que desprende y por el loco y a veces surrealista atajo de personajes que pululan como Pedro por su casa. Insisto en mi idea de que Ford fue ante todo un genio por rodearse de actores octogenarios y septuagenarios a los que les supo dar frases en todos sus films. También destacar las innovaciones que realiza con la cámara en la película. La secuencia del puñetazo de la barbería está cortada en tres partes pero no entorpece el movimiento dejando una sensación distinta. La sala del juzgado merece mención aparte, porque parece más la cocina de su casa dónde todos los colegas están invitados a una merendola que un lugar dónde impartir justicia. Muy buena.
En una filmografía tan descomunal como la de John Ford no todo pueden ser grandes aciertos y más cuando abarcó no sólo tantos géneros y estilos, sino que su escala temporal fue tan prolongada, haciendo cine por espacio de más de cuarenta años, que resultaría imposible a cualquiera que todas sus películas sean muy buenas.
El juez Priest es tan sólo correcta, pero en ningún caso desdeñable, pertenece a su primera época antes de que llegasen sus obras maestras que no tardarían en llegar como sería El delator rodada tan sólo un año después.
Aunque aún Ford se está haciendo lentamente, ya nos va dejando pinceladas de su personalidad y gustos tan particulares, por ejemplo aquí ya aparecen los monólogos del viudo ante la tumba de su mujer como veremos en otras películas suyas como por ejemplo La legión invencible
En esta que comentamos Ford todavía no cuenta con su equipo habitual técnico y artístico con el que tanto gustaba trabajar, pero ya se centra como en casi toda su carrera en hablarnos de la camaradería representados por una enorme sencillez en sus personajes, que son la antítesis de la languidez, en el cine de Ford todo desborda alegría y fuerza porque la vida merece la pena por muy dura que resulte a veces.
Por cierto en El juez Priest Ford vuelve a dar muestra de que el sambenito de racista es una de las mayores injusticias de la historia del cine. Que digan lo que quieran, que a palabras necias, oídos sordos.
Somos los que somos y vivimos el tiempo que nos ha tocado. Por ello, cuando jugamos a juzgar acontecimientos que pasaron hace un siglo son inevitables errores de apreciación. Nuestra vista de águila se queda miope ante hechos ocurridos en los s. XIX y XX, retratados en el año 1934 por el maestro John Ford.
No estoy afirmando ni negando que el juez Priest existiese realmente, solo digo que la guerra civil americana dejó huellas inevitables, que la situación de los negros en USA ha pasado por distintas etapas, la mayoría de ellas injuriosas para ellos y que esto resulta difícil de apreciar desde distancias físicas y, especialmente, temporales.
Por muchos julepes de menta que aparezcan y por mucho juntar caramelo como entretenimiento festivo, la película tiene profundidades que solo los grandes genios del cine saben transmitir. Y Ford es un genio. Lo digo con conocimiento y sin excluir del Olimpo de los Genios a otros grandes realizadores antiguos o actuales. Hay más, pero Ford está entre ellos. Y si alguien ve esta película como simplona, meliflua y acaramelada es que se ha quedado justo a las puertas de un umbral que el gran Ford nos ha invitado a traspasar.
Ford nos acompaña en la visita a una comunidad rural sureña, orgullosa de su pasado, que ha sobrevivido a sus derrotas con el orgullo intacto. Una comunidad donde la posición de los negros no es fácil por mucho que parezcan vivir en un happy party continuo entre canciones, espirituales y aleluyas. No es casual que en el inicio del film un juez Priest más interesado en las viñetas del periódico que en el proceso que dirige, evite, con la suficiencia de quien lo hace todos los días, el linchamiento de un hombre de color acusado de robar un pollo. Esta es la forma en que Ford nos presenta a la cordura y al buen juicio. Sentadas en el estrado, sin toga pero con el espíritu de la justicia intacto.
Ese talante conciliador lo aplica Priest en todos los órdenes de su vida, tomando partido por las causas que lo merecen y apoyándolas de pensamiento y obra, dándole a todas las cosas su justo valor y elevando lo accesorio al terreno de lo fundamental. La improvisada orquesta callejera tocando, frente a la ventana abierta del tribunal, himnos patrióticos capaces de levantar el alma sureña, no es baladí.
Los negros no siempre estarían cantando. Coincido plenamente. Pero no puede decirse que no hubiera personajes con sentido de la responsabilidad, amantes de la verdad y respetuosos con sus semejantes fuesen del color que fuesen. Creo que coincidirán conmigo. Esta es la versión de un humanista del cine como Ford en una de sus películas iniciales, cuando aún no se sabía que Ford fuese Ford y la crítica se cebaba más de lo acostumbrado especialmente si blancos y negros confraternizaban más de lo políticamente correcto.
Ford afirmaba que esta era una de sus películas favoritas. En realidad, lo eran todas aquellas películas que sufrían las injustificadas iras de críticos con anteojeras.