El hombre que viajaba despacito
Sinopsis de la película
Un soldado del regimiento de tanques necesita un permiso para poder ir a su pueblo para conocer a su hijo recién nacido. No le va a resultar nada fácil, provocando situaciones absurdas protagonizadas por el mítico humorista Miguel Gila.
Detalles de la película
- Titulo Original: El hombre que viajaba despacito
- Año: 1957
- Duración: 85
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Opinión de la crítica
Película
5
68 valoraciones en total
El cine español desaprovechó miserablemente a Miguel Gila, seguramente porque no se valoró su talento, bajo su físico desgarbado y común. Al parecer, esta fue la única de sus muchas películas de la que Gila habla en sus memorias, de la que se sentía satisfecho. Fue candidato a protagonizar Mi tío Jacinto y Plácido pero el destino y los productores sólo le permitieron hacer un papel secundario en la de Ladislao Vajda. Humorista polifacético, dibujante, actor, monologuista, ídolo del pueblo llano, desde sus inicios en la revistas satíricas La codorniz y Hermano lobo, su desafortunados trabajos para el cine, sus exitosos monólogos sarcásticos en radio y televisión, le auparon como uno de los cómicos más populares. Su humor fue siempre calculadamente negro, absurdo, provinciano, irónico y en el fondo, humanista y tierno sin dejar de ser incisivo y mordaz. Su oratoria insólita y personal dicción, su gestualidad amanerada, su rictus campechano entre la ingenuidad y la socarronería, le convirtieron en un genio irrepetible.
Con un guión del propio Gila, éste se mofa de los militares y el militarismo, él siempre fue militante socialista que había combatido en la Guerra Civil con los republicanos, prisionero a punto de perder la vida (según su versión Les fusilaron mal…, logrando salvarse) y luego encarcelado. Este modesto film narra cómo Gila está en el servicio militar cuando recibe la noticia de que ha sido padre. Pero como una gitana le predijo que no iba a conocer a su hijo, cuando le dan permiso para ir a verlo, tomará todas las precauciones posibles, viajando en toda clase de transportes, viviendo toda una serie de experiencias, pero desplazándose cuanto más lento, mejor.
La película de Romero Marchent se mueve entre un neorrealismo costumbrista y una itinerante road movie en la España de los años 50. Donde se ve reflejada la idiosincrasia popular, la superstición y los malos augurios, el acerbo cultural, la picaresca, todo ello desde una mirada amable y humorística que protagoniza el original cómico. Miguel Gila en plena forma, su humor surrealista en ocasiones, siempre resultó cercano y afable pero también inteligente y humanista. Porque se puede también criticar y denunciar las injusticias desde el humor con raigambre popular que no populista. Si los hombres ilustres son recordados por una frase o eslogan, Miguel Gila siempre será recordado por su monólogo imperecedero sobre la estúpida guerra, y cómo pararla al menos el Domingo: ¿Es el enemigo…?, Que se ponga…
De Gila recordaba un remote trozo de chiste radiofónico que rezaba más o menos… y tenía tanta fuerza que apretó un pulpo y salió un tintero… Tan graciosillo como el que cuenta en la peli del loro que no era de la mujer ni del marido , sino que era el(oro) del americano.
¿Que más decir? Tal escena ha despertado mi añoranza de aquellos viajes en vagón de tercera, con sus asientos de madera, donde la bota de vino acompañaba a la hogaza de pan ahuecada repleta de empanadillas de carne.
La carreta de los gitanos me ha recordado los tiempos a jamás huidos en que había lugar de soñar, envidiándola, su vida errante sin ataduras ni raices y sólo ruedas.
La partida de siete y media en la posada no tiene malaje pero en definitiva, cuando se trata de resumir la impresión que me ha dejado la película, sólo me viene en mente la palabra que Gila emplea sin cesar en ella: ¡Que pesada!
Simpatiquísima película española, a mayor gloria de Gila, uno de los mejores cómicos que ha dado España, pero que en el cine no tuvo demasiado éxito, cosa que viendo este gran trabajo suyo resulta extraño.
Se trata de una muy estimable cinta, algo irregular en el ritmo pero con momentos sublimes en cuanto a diversión.
Escenas como el examen teórico en la mili, o las dos partidas de cartas, una en un bar de pueblo y otra en el tren, se recuerdan toda la vida por su irresistible comicidad.
A todo ello ayuda la buena dirección de Joaquín Luis Romero Marchent, que nos muestra a un personaje singular, con una idiosincrasia especial que le hace se le adore sin remedio.
Muy buena fotografía en blanco y negro y grata presencia de la crema y nata de lo/as intérpretes españoles de la época.
https://filmsencajatonta.blogspot.com