El ejército de las sombras
Sinopsis de la película
Philippe Gerbier (Lino Ventura) es un ingeniero civil que ha entregado todos sus esfuerzos a la valerosa resistencia francesa, de la que es uno de sus máximos responsables. Pero llega el día en que la policía colaboracionista le captura, siendo retenido en un campo de concentración bajo atenta vigilancia. Tras un traslado logrará escapar improvisando una fuga relámpago. A partir de ese momento viviremos con su testimonio el día a día de la resistencia y sus dificultades ante el poderoso invasor.
Detalles de la película
- Titulo Original: Larmée des ombres
- Año: 1969
- Duración: 139
Opciones de descarga disponibles
Si lo deseas puedes obtener una copia la película en formato HD y 4K. Seguidamente te mostramos un listado de opciones de descarga disponibles:
Opinión de la crítica
Película
7.6
53 valoraciones en total
Sentido homenaje a muchas personas anónimas que combatieron en la resistencia francesa contra la ocupación nazi.
Se basa en la novela L´armee des ombres, del antiguo miembro de la resistencia Joseph Kessel, que colaboró en el guión junto a Melville, que también había pertenecido a la resitencia durante los años de la guerra.
El film se caracteriza por una técnica muy perfeccionista de perfectos encuadres (sólo hay que ver el comienzo, planificadísimo desfile militar por el Arco del Triunfo) y sencilla puesta en escena, con ligeros movimientos de cámara.
El estilo es muy sobrio, de personajes que hablan poco, alejados del heroísmo, de miradas, de calles desiertas y una ambientación casi lúgubre, con una fotografía azul oscura y muy tenue. La atmósfera de secretismo, espionaje, clandestinidad y misiones arriesgadas está plenamente conseguida.
Tiene en contra un par de detalles que no son menores: su abultado metraje, injustificado, y su frialdad: ese estilo embarga a los personajes (gélidos, estáticos) que los hace muy distantes y excesivamente rígidos. Comprendo la frialdad por la situación y la labor que desempeñan los personajes, pero como espectador me siento distante y poco involucrado.
Melville ha demostrado sobradamente que es un gran director pero en mi opinión, el estilo que le imprime es demasiado áspero y sin concesiones, todo muy de estudio, muy frío y a veces, un ritmo demasiado pausado, especialmente la segunda parte. Ese mismo estilo lo veo más acorde con el samurai de la fantástica El silencio de un hombre .
Estos dos aspectos, ritmo y frialdad, pesan en la balanza bastante y contrarrestan la calidad técnica indiscutible y el fondo de la historia (el homenaje y la reivindicación). Es por ello que mi valoración personal no sea más alta.
Entre los actores, destaca una carismática Simone Signoret (la que tuvo, retuvo), siempre entregada y casi, casi infalible. Ya había hecho un pequeño papel como colaboradora de la resistencia en la muy notable El tren, de John Frankenheimer. Meritorio es también el trabajo de Lino Ventura, contenido, muy cerebral, siempre asumiendo difíciles decisiones.
Recomendable para los que quieran ver el extraordinario trabajo en la sombra de una pequeña sección de la resistencia francesa, de manera realista y con la sobriedad estilística como bandera.
Estamos ante una de esas películas duras, ásperas, directas, pero por encima de todo imprescindibles.
Melville nos regala un fresco de la resistencia francesa plagado de situaciones, con multitud de detalles, tantos que en un principio nos pueden pasar desapercibidos en un primer visionado (por ejemplo, los tapacubos rojos del coche nazi o el esparadrapo en las gafas para que no salgan volando cuando se tire en paracaídas, no tienen precio).
Una amplia labor de documentación + actores inmensos + sobriedad narrativa + variedad de situaciones dramáticas = una de las grandes películas del subgénero de la segunda guerra mundial y más concretamente de la resistencia.
Es un auténtico placer disfrutar de obras con los suficientes redaños como para no edulcorar su narración (como hubieran hecho en Hollywood con alguna subtrama romántica) o adornarla con planos superfluos, no hace falta, la realidad de la época es suficiente para mantenerte pegado a la butaca durante más de dos horas y sin un minuto de aburrimiento. Recomendable al 100%.
A estas alturas de la filmografía del director, no esperaba encontrar una película cuya unidad formal no quedara desperdigada a lo largo del metraje. Tampoco esperaba, por tanto, que Melville consiguiera atmósfera más allá de algunos minutos esparcidos entre la trama. Craso error, porque puedo encontrarme con lo que sin lugar a dudas es su película más compacta. Fondo y forma unidos por un gris que tiñe toda Francia, y por supuesto la ciudad de Londres.
Los pocos errores son recurrentes en su filmografía, y sin en otros trabajos molesta, aquí duele horrores, porque es como ver engordar a Helena de Troya. Recurrente es el uso innecesario de la voz en off para explicar lo que vemos en pantalla (encuentro en Marsella, o la muerte del profesor en el barracón alemán) o para prescindir de la imagen tirando por el camino más sencillo (la muerte del barón).
Dirán muchos que es un filme sobre la Resistencia, pero lo cierto es que es un filme de resistencia, que es algo muy diferente. La resistencia de un grupo de hombres por seguir viviendo o continuar muriendo, en un escenario de guerra pavorosamente normalizada (el local de baile inglés).
La intensidad la crea el sonido: la lluvia, el silbido de las balas, el azote del viento, el rugido de los motores, los gemidos de las verjas, la pausada caída de los copos de nieve, la violencia del mortero, los garrotes caseros.
O no.
Porque la verdadera intensidad de la película la crea el silencio… el silencio de la selva.
Un clásico del cine europeo en el que Jean-Pierre Melville da una magistral clase de cine al trasladar la novela de Joseph Kessel a la gran pantalla. También se trata, sin lugar a dudas, del más memorable homenaje a los héroes de la Resistencia Francesa jamás filmado. Lejos de sacralizar las gestas de los hombres y mujeres que lucharon contra el gobierno de Vichy y la Gestapo, la película de Melville capta los claroscuros de unos personajes que, con aciertos y errores, se dejan la piel en una lucha solitaria y por la que pocos apuestan. Dificultades morales, económicas y militares que se narran a tres voces, desde la omnisciencia del director hasta dos de los personajes principales, Philippe Gerbier (Lino Ventura) y Jean François Jardie (Jean-Pierre Cassel). Apuntes de estilo y riesgo en una obra que va más allá del docudrama o del epistolario bélico. Puro cine negro es lo que contiene la cinta, con dos maneras de sentir la acción: la de la espera, pausada, agónica, y la de la confrontación o la huída, veloz, trepidante. Siempre desde la contención interpretativa, la frialdad de la imagen y al son de una partitura, la primera de Éric Demarsan, imposible de olvidar.
Melville era un cineasta que amaba por encima de todo el universo simbólico de la literatura y el cine americano de las cuales tomo muchas pautas de su arte: su gusto por el riesgo violento de los héroes solitarios, los meandros de la amistad viril sellada por el combate entre la lealtad y la traición, las sórdidas tramas gangsteriles, los coches que derrapan y los neumáticos que chirrian durante las persecuciones de madrugada… Por tomar, hasta su nombre lo tomó de un creador literario de la orilla oeste del Atlántico.
Tercer film de Melville sobre la Resistencia, desgraciadamente desconozco los dos anteriores (Le silence de la mer, 1947 y León Morin Prêtre, 1961), película en torno a una época de la historia de Francia que él mismo vivió como protagonista. Su filmografía en esos años le había llevado por los terrenos del thriller y esto no pasa desapercibido en el tono de El ejército de las sombras de 1969, que se convierte así en un thriller bélico. Acercando la novela de Joseph Kessel a sus propias vivencias, valores como la lealtad y la traición se entrelazan en un mundo en el que la supervivencia y la fatalidad son caras de una misma moneda.
Su constante búsqueda de la tragedia en su estado más puro le lleva a recrear una serie de personajes condenados de antemano. Nadie se engaña. Todos saben cual va a ser su final y la soledad es su inexcusable compañera de viaje desde el momento en que cualquiera de sus cómplices hoy puede mañana ser su perdición. Mathilde, un espléndido personaje, símbolo de todas estas contradicciones como ningún otro, es buen ejemplo de ello. La visión de la resistencia se muestra ambigua y profundamente amarga. Ni rastro de heroísmos vacios y grandilocuencia patriotera. Sus personajes se mueven por un difuso sentido del deber que en muy pocas ocasiones se ve explicitado. Y cuando esto ocurre, siempre hay en él un incierto distanciamiento.
El siempre hábil dominio del montaje paralelo está en el origen de la consecución de una acción, en la que la tensión se apoya en lacónicas imágenes, siempre lejos del menor asomo de efectismo. Si se nos muestra un campo de concentración, éste parece tener hasta cierta placidez. El sufrimiento está en el rostro de los personajes, no en cualquier manido catálogo de los horrores nazis. Las torturas de Félix, primero y Jean François, después, a manos de la Gestapo nunca son explicitadas en pantalla. Las conoceremos por los rostros ensangrentados de ambos. Siempre es mejor sugerir que mostrar. La acción es, a su vez, contenida hasta en las secuencias de mayor tensión. Melville penetra en el duro mundo de la Resistencia con una profundidad difícil de soportar. Una de las claves para conseguirlo es su formidable dirección de actores. Los gestos, los ojos, los movimientos de Lino Ventura, Simone Signoret, Paul Meurisse y Jean-Claude Brialy nos dicen mucho más que las voces en off que martillean regularmente la película.