El cochecito
Sinopsis de la película
Don Anselmo, un anciano ya retirado, decide comprarse un cochecito de inválido motorizado ya que todos sus amigos pensionistas poseen uno. La familia se niega ante el capricho del anciano, pero él decide vender todas las posesiones de valor para comprárselo… Un clásico del cine español con el gran Pepe Isbert y guión de Azcona y Ferreri.
Detalles de la película
- Titulo Original: El cochecito
- Año: 1960
- Duración: 85
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Opinión de la crítica
Película
7.6
81 valoraciones en total
Tercer largo de Marco Ferreri ( El pisito , 1958). Escrito por él y Rafael Azcona, adapta el relato El paralítico , segundo de los tres reunidos en Pobre, paralítico y muerto (1957), de Rafael Azcona. Se rueda en exteriores de Madrid y en estudio. Nominado al León de oro, gana el FIPRESCI del Festival de Venecia. Producido por Pere Portabella para Film 59, se estrena el 3-XI-1960 (Cine Windsor, Barcelona).
La acción tiene lugar en Madrid en los meses de invierno de 1960. Don Anselmo Proharán (José Isbert), jubilado, de más de 70 años, vive en la casa de su hijo Carlos (Pedro Porcel), procurador, del que depende economicamente. Comparte amistad con Lucas (José Álvarez Lepe ), que adquiere un cochecito a causa de la discapacidad motriz que le afecta.
El film es una comedia dramática bien pertrechada de elmentos surrealistas, esperpénticos, negros e irónicos, que son presentados bajo la apariencia de un relato neorrealista. Se muestra cómo personas con discapacidad pueden integrarse socialmente y desarrollar una vida satisfactoria. Explica que personas en situación de riesgo social pueden verse empujadas a la marginación y exclusión social por causas diversas (incomprensión familiar, insuficiencia de recursos, edad avanzada, dependencia económica, etc.). Explica que los pícaros tienden a aprovecharse injustamente de la debilidad ajena para imponer sus intereses y obtener beneficios, que los ancianos tienen dificultades específicas de relación y comunicación que deben ser atendidas, que la indiferencia ante personas en situación de riesgo social genera marginación, que las personas con discapacidad pueden crear entre ellas relaciones de exclusión, que la ciudad es un lugar muy apto para las actividades integradoras. No falta en el film la escena de una comilona (reúne a Álvarez, don Vicente y don Anselmo). Pueden verse críticas al régimen autoritario del país y a su situación política y económica en unos momentos de incertidumbre y cambio. Con todo, el objetivo del film consiste en ofrecer, sobre todo, un discurso de humor basado en lo ridículo, grotesco y esperpéntico que acompaña con frecuencia a la condición humana.
La música, de Miguel Asins Arbós ( El verdugo , Berlanga, 1963), aporta una partitura original para banjo soprano y percusión, que crea un clima estraño y popular, muy acorde con la acción. La fotografía, de Juan Julio Baena ( Los golfos , Saura, 1959), se recrea en planos largos y distantes, que alejan los personajes del espectador y propician la no identificación de éste con aquéllos. De ese modo se establecen espacios abiertos a la ironía, la ridiculización y el sarcasmo. Con frecuencia se muestra a los discapacitados de espaldas y a cierta distancia. Abundan las tomas en exteriores de Madrid, que tienen gran valor documental (escolares de uniforme acompañadas de dos monjas de la Caridad, visitas al cementerio, obras en la vía pública, tráfico, etc.).
Una de las más brillantes comedias de la historia del cine español, aparte de una obra maestra del humor puramente español, fruto del matrimonio de dos espíritus libres como Marco Ferreri y Rafael Azcona, que ya diese lugar a la corrosivamente genial El pisito .
Basada en un relato de Azcona, es la historia del jubilado Don Anselmo (Pepe Isbert) que se encabezona en la compra de un cochecito similar al de sus amigos jubilados e inválidos, puesto que sino se siente aislado y aburrido de la vida.
A través del costumbrismo, de un acerado humor y de un inteligente esperpento, la película es una mirada certera y dinamitante, plena de autocrítica, hacia la sociedad de su tiempo (egoísta, ensimismada, terca, absurda), en la que el personaje de Isbert resulta un icono simbólico: es un jubilado, un hombre mayor y cansado, que se enrabieta como un niño cuando no le dan su innecesario capricho, como un niño al que arrebatan su único juguete.
El cochecito es una comedia ligera y certera, que trasciende su anécdota argumental en una odisea dramática y vital de primer orden, culminada en una última secuencia genial, síntesis perfecta y sarcástica de lo surreal, lo cómico y lo absurdo.
Por cierto, que de ese mismo año es la maravillosa El verdugo , también con guión de Azcona.
Nadie mejor que Azcona para hacer tragar una píldora, mitad ácida, mitad amarga, en la que se concentran en altas dosis las lacras de la sociedad española de posguerra.
Si al más brillante guionista español hasta la fecha se le añadían dos directores de bandera, Berlanga y Ferreri, los trabajos que surgían de sus artes conjuntas rozaban o alcanzaban la excelencia.
La comedias de Azcona son de risas que llevan detrás una bomba de fragmentación, de esas que alcanzan y derriban muchos más objetivos de los que a simple vista se podría suponer que están dentro de su radio de acción.
Siempre saben a zumo de limón a palo seco, sin endulzar, les cambiaran el final original o no.
La realidad social es la de un gallinero de gente (familias numerosas hacinadas en estrechas viviendas, vecinos cotillas, grupos de amigos reunidos y rajando de todo, instituciones donde se asila a indigentes y enfermos, el paisaje urbano bullicioso…), quizás un poquito exagerado, o en el que se reconcentran intencionadamente muchos de los defectos humanos para resaltar aspectos como el egoísmo, la avaricia, la rapiña, la tacañería…
Y aquí tenemos a un magistral José Isbert, eminencia de la actuación española pese a su característica voz muy cascada. Una voz que resuena en El cochecito con un deje de dignidad pisada, de cansancio acumulado, de desilusión y de empecinamiento. Se ha ganado al espectador desde el primer minuto. Uno está deseando que le permitan de una puñetera vez tener su cochecito de inválido, y esa familia cae gordísima, esa panda de desagradecidos que se empeña en negar a su cabeza de familia, quien se ha deslomado por los suyos, un capricho de anciano. No tan capricho, considerando que el viejillo ya no posee la agilidad de un joven pero aún tiene ganas y derecho a disfrutar de la vida, y existiendo adelantos que le permitan mejorar la calidad de su vida y de su tiempo de ocio (que bien se lo ha ganado), don Anselmo no quiere sentirse menos que los demás, un marginal sin vehículo con el que subrayar su independencia.
Una independencia que le están arrebatando por ser mayor, lo que lo sitúa en un enfrentamiento perdido de antemano, y que le roba la llama que más impulsa al ser humano: la de sentirse persona.
Don Anselmo no puede disponer de sus bienes, porque sus codiciosos parientes ya le andan reclamando la herencia antes de que haya puesto los pies en la tumba. La joyas que le dejó su mujer fallecida no puede tocarlas pese a ser legalmente suyas, porque la nieta anda detrás, anda mendigando a su propio hijo como los perros, unos cuartos para esto o para esto otro, como si él no lo hubiera mantenido cuando el nene comía papillas y se sacaba la carrera.
Auténtica tragedia grotesca, como el propio Azcona la definió ayer. Es un lujo poder contar en nuestro cine con una película que, siendo un profundo drama (el fragmento censurado del final lo demuestra), consigue arrancar numerosas carcajadas gracias a unas situaciones que describen a la perfección algunos rasgos de la sociedad franquista que han perdurado hasta nuestros días. No hay chistes verbales, no hay exageraciones, los personajes y los diálogos los he vivido yo en mi propia casa cuando nos trajimos del pueblo a un abuelo ya senil en plena década de los noventa. Esa cotidianeidad, esa identificación absoluta, fue lo que me hizo reír.
La historia sobre el infantilismo de la vejez, que es la protagonista, se cruza con otras secundarias sobre la marginación (tanto por parte de los amigos como en el seno familiar), la picaresca (¡no se pierdan al protésico oportunista!), el egoísmo (tremenda decisión la de vender las alhajas de su difunta mujer, cuando anteriormente no se las había entregado a su nieta por no estar casada), etc.
Imposible destacar partes aisladas: me encantaron todos y cada uno de los detalles.
a) La sociedad española
Tan real que roza el surrealismo, los españoles siempre nos hemos caracterizado, y mas cuando el hambre apretaba, por ser esperpénticos a más no poder. Algún foráneo que visione la película podrá argumentar que los diálogos hilarantes son poco creíbles. Los de aquí sabemos que son como la vida misma, porque los hemos vivido.
b) La tecnología
Como buen visionario, Don Rafael nos regaló la primicia de lo que sucedería casi cincuenta años después planteándonos una pregunta: ¿La tecnología al servicio del ser humano o el ser humano al servicio de la tecnología?
c) El consumismo
El hombre es capaz de comprar de todo con tal de ser aceptado entre sus semejantes, hasta llegar a no ver otra cosa más allá de lo puramente material. Nuestro abuelo no se da cuenta de lo que sufren los impedidos precisamente por lo que el añora: la aprobación social.
d) Los ancianos, esos niños grandes con artritis capaces de crear una banda de cochecitos y creerse, aunque sólo sea por unos segundos, los Ángeles del infierno.
Entre risas anda el juego. No hay mejor modo para llegar al personal que la carcajada limpia, el antídoto ideal para innumerables enfermedades, del cuerpo y del alma. La risa hace que abras los poros y las neuronas se pongan en posición receptiva, momento ideal para que sin que el espectador (ni el censor) se den cuenta, nos adentremos en la más profunda de las realidades.
Bardem, Ferreri, Berlanga o Azcona lo sabían, e hicieron de la comedia un arte en mayúsculas con el que reír y reflexionar. Y esto es para un servidor, el paradigma de la palabra cine.