El caso Fritz Bauer
Sinopsis de la película
En 1957, doce años después de la II Guerra Mundial (1939-1945) y del fin del Tercer Reich, el Fiscal General Fritz Bauer se comprome a detener a los criminales nazis. El hecho decisivo es la localización del Adolf Eichmann, miembro clave de las SS.
Detalles de la película
- Titulo Original: Der Staat gegen Fritz Bauer
- Año: 2015
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
Película
6.3
76 valoraciones en total
¿Quién conoce a Fritz Bauer? Sin embargo, casi nadie debería de ignorar quién fue y qué hizo el nazi Adolf Eichmann. Sobre éste último, la filósofa y politóloga Hannah Arendt redactó una crónica del ponzoñoso proceso Eichmann donde acuñó su famosa expresión – que hizo fortuna y ha quedado para la posteridad – de la ‘banalidad del mal’, para referirse al funesto horror de los miles de mediocres y eficientes funcionarios que contribuyeron a perfeccionar la maquinaria de matar que acabó siendo el siniestro sistema de campos de exterminio ideado con el fin de liquidar de forma eficaz a cuantos más judíos mejor.
Pero estoy divagando y perdiendo el foco. Todo aquel proceso tuvo lugar en 1961 y ahora nos encontramos casi un lustro antes, en la Alemania Federal aún en consolidación, cuando se dudaba incluso de que Eichmann estuviera vivo y de estarlo, se desconocía dónde poderle prender. Aunque –ahora lo sabemos – hubiera encontrado su amable refugio, asilo y amparo (como tantos otros nazis) bajo la frondosa sombra del ominoso peronismo argentino. Pero saltar en el tiempo es perder de vista lo esencial: estamos ante el pormenorizado retrato de un afanoso fiscal general del estado de Hessen (RFA) que se había propuesto como una prioridad al regresar a su amada Alemania, en llevar ante la justicia, por sus propios compatriotas, a algunos de los máximos criminales nazis que permanecían huidos e ilocalizables. Admirable esfuerzo que encontraba reticencias pasivas, resistencias activas y suspicacias infranqueables en una sociedad que aún se lamía sus purulentas heridas de guerra.
Es el retrato y relato de un hombre justo, sabio, de un buen hombre que supo nadar contracorriente y mantener su rumbo, su constancia, su esfuerzo en un empeño ingrato y que iba contra la facilidad viral de olvidar, superar y perdonar aquellos atroces años y aquellos inconcebibles crímenes que aniquilaron a millones de individuos y casi finiquitó la fértil presencia judía en Europa. Es el contraste, el contrapunto fecundo a la banalidad del mal, es la eficiencia germánica al servicio del provecho comunitario, del bienestar social, de la salud espiritual, de la expiación de una culpa abominable que sólo se sana con arrepentimiento y dolor sincero. Lo simbólico es a veces imprescindible cuando se quiere hacer justicia: Alemania persiguiendo y condenando a alemanes, ese era el camino.
Película seca, con algún error de reparto, descuidada visualmente y algo torpe en ciertos recovecos de su trama, sin embargo acierta en lo esencial: el valor moral de persistir en lo que es justo y necesario y hacerlo de frente, con valentía, pasión y convicción. Un acierto.
La historia real del fiscal Fritz Bauer es la historia de un hombre con una lucha solitaria, valiente y muy peligrosa. Apenas conocido en su época y no mucho más en la nuestra, Bauer fue sin embargo el hombre que consiguió que se llevaran a cabo los juicios de Auschwitz, sacando del olvido a la sociedad alemana respecto de las aberraciones y genocidios de los nazis. También fue la pieza clave que facilitó la detención y posterior juicio de Adolf Eichmann, el monstruo de la solución final.
La película expone con una cuidadísima ambientación la inteligencia de este hombre, su soledad, el miedo y las maniobras que tuvo que hacer a pesar de haber transcurrido más de quince años desde el final de la guerra y estando en teoría en una Alemania democrática. Su propia muerte sigue siendo un misterio hoy y no son pocos los que piensan que murió asesinado.
La película es elegante, está muy bien interpretada y narra con suma claridad la investigación y desarrollo de la búsqueda del escondite de Eichmann llevada a cabo por Bauer, así como las decisiones que tuvo que tomar para lograr su captura y posterior enjuiciamiento.
Y también narra la poca ayuda que recibió para conseguirlo.
El sentimiento romántico que acompaña al derrocamiento de una dictadura es mucho más engañoso de lo que parece. Poderosos individuos que sirvieron al antiguo régimen seguirán manteniendo un puesto relevante en la administración pública democrática. Tal cosa no pertenece al campo de la ficción, sino que ha sucedido incluso con las peores muestras de autoritarismo. Hablamos de la Alemania de posguerra, ya librada del yugo nazi pero que en muchos sentidos todavía no parecía dispuesta a afrontar el horror de su pasado. Genocidas y criminales evadieron cualquier tipo de juicio y se mudaron a otras partes del mundo gracias el apoyo de varios personajes que, desde tierra alemana, hacían zozobrar cualquier intento de perseguir a sus protegidos.
El fiscal general Fritz Bauer, judío y antiguo socialdemócrata en la República de Weimar, obviamente no estaba contento con este panorama. Frustrado en la búsqueda de gerifaltes nazis, un día recibe con entusiasmo la carta de un hombre alemán que desde Argentina le informa que el novio de su hija es el retoño de nada menos que Adolf Eichmann, considerado el principal responsable de la masiva deportación de judíos a los campos de concentración para su atroz ejecución. Una noticia que en un ambiente totalmente democrático debería conllevar una rápida respuesta institucional para su pronta captura pero, en aquel momento, Alemania estaba lejos de ofrecer esa imagen.
Todo esto se narra en El caso de Fritz Bauer (Der Staat gegen Fritz Bauer) una cinta dirigida por Lars Kraume y co-escrita por este junto al guionista Olivier Guez, de origen judío. El propio Kraume ha confesado que uno de los motivos que le llevaron a realizar esta película era la pretensión de responder ante el pasado de su país, unas palabras que se tornan como bastante honestas una vez visto el film.
Porque El caso de Fritz Bauer no posee ningún tapujo a la hora de sacar los trapos sucios de los funcionarios públicos germanos de aquella época. Los intentos por torpedear la búsqueda y captura de Eichmann se reflejan claramente desde el principio, en una crítica que no va dirigida únicamente hacia las clases institucionales, sino al conjunto de la sociedad alemana. La ciudadanía vivía por aquel entonces en un estado de aletargamiento, creyéndose que la nueva constitución reflejaba verdaderamente sus propias palabras de rechazo hacia las leyes nazis. El propio Fritz Bauer se queda sin palabras cuando una joven le pregunta de qué podría estar orgulloso un alemán. Es una muestra de las dificultades que puede tener un país si rechaza sistemáticamente resarcir a las víctimas de su oscuro pasado, situación que se representa bastante bien en la película.
Estas virtudes quedan algo enturbiadas por una dirección bastante plana y académica. Kraume pone en liza una clásica estructura narrativa en la que trata de contar la historia utilizando las formalidades propias de estos biopics, incluyendo un rápido rodeo por la vida íntima de los protagonistas en la que no se ofrecen todas las respuestas que quizá merecían algunas preguntas. Tampoco escapa a la tentación de demonizar a unos y ensalzar abruptamente a otros, algo que en este caso va más allá de los juegos de cámaras, la punzante BSO o el propio papel, sino que la elección de casting ya parecía encaminada a ello (el tenebroso Sebastian Blomberg como nazi o el más atractivo Ronald Zehrfeld como fiscal ayudante, por ejemplo).
La mayor pretensión de Kraume con su obra es que esta no fuera demasiado farragosa, queriendo transmitir a todo el mundo el retrato de un personaje tan importante para su país como lo fue Fritz Bauer. Pero esa agilidad narrativa que demuestra El caso de Fritz Bauer tiene el problema de ir acompañada de una falta de profundidad bastante notable que, unida a su escasa identidad propia, hace que sea difícil no quedarse con la sensación de que la película no es más que el croquis de un biopic al uso en el que se han pintado por encima retazos de la Alemania de los años 50. No obstante, es muy recomendable para aquellos que desee conocer cómo funcionaba la justicia en ese país durante aquellos años y, por ende, en cualquier país que desee seguir justificando errores (y horrores) del pasado.
Álvaro Casanova – @Alvcasanova
Crítica para http://www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Así como en su aspecto político-histórico, aunque superficialmente, es una película digna, didáctica, interesante, en su articulación narrativa, en cambio, adolece de una flojera general sostenida por un tono pedestre, rudimentario y simplista.
Encrucijada mundial, luchar como peón en una partida de ajedrez en plena guerra fría. Por un lado, los alemanes tratando de esconder debajo de la alfombra su pasado ominoso, por el otro, los israelíes más preocupados de su guerra santa contra los árabes que de viejas heridas, y de fondo, como casi siempre, los USA arbitrando el juego, manteniendo un statu quo corrupto que impida la supremacía del bloque del este en la batalla entre las dos Alemanias.
El gobierno de posguerra alemán puesto en la picota, nido de víboras infestado por una vieja guardia que no quería dejar paso y parasitado por una nueva generación acomodada y blandengue que prefería la cocina a la justicia .
La interesante figura de Fritz Bauer es el epicentro de esta película, que en líneas generales, ha sabido compensar lo que es información y lo que es el pulso dramático. A pesar de que la mayoría de sus trabajos pertenecen a la televisión, Lars Kraume, con una dirección eficiente, aunque poco arriesgada, logra un buen trabajo que se nota que es para cine, apoyada en su punto fuerte: la historia que se nos plantea, con personajes bien desarrollados, sobre todo su protagonista, y en la que nunca nos perdemos. Los acontecimientos mantienen nuestra atención y sus personajes, como sus reacciones, son creíbles. Incluso el haberse esforzado en centrarse no solo en la historia política, si no en la íntima, es bastante meritorio, sin caer nunca en lo escabroso o en lo fácil.
También, al menos para mí, destaco su esforzada y notable banda sonora. Todo un acierto y pocas veces visto en el cine político europeo. Ambientada a finales de los cincuenta, cuando el jazz emergía en Europa y grandes compositores americanos ya nadaban entre sus aguas, Christoph M. Kaiser y Julian Maas parecen rendirles un homenaje a todos ellos, especialmente nos ha evocado a Elmer Bernstein, y ese olor a cine negro impregna toda la película. En otros temas, y esto reconozco ya más discutible, he creído notar un estilo a lo Pino Donaggio en sus suites compuestas para Brian De Palma, en concreto al tema compuesto para Vestida para matar que se incluía en la larga escena del museo. Es ese estilo de música tanto descriptiva como envolvente hecha con gusto.
Los escenarios seleccionados o, sobre todo, el vestuario de Esther Walz son reseñables, y en el que se incluyen ciertos guiños cinéfilos o de referencias que nos pueden sonar al mundo cinematográfico de Marlene Dietrich. Son ingredientes que, sumándolos, la hacen escapar de la mediocridad. Aunque su reparto en conjunto no destaque por nada especial, lo cierto es que cumplen con sus roles, hacen todos un buen trabajo, especialmente Burgart Klaußner como Bauer, escapando de todo retrato maniqueo o tópico.
Y con esta apariencia fácil es como se hace, cuanto menos, una película digna. Porque aunque su fórmula no es nada nueva, incluso puede parecer evidente, el saber aunarlas con precisión es su mérito, ya que no todos podrían lograrlo, ya lo sabemos. Podíamos aprender nosotros, en nuestra pequeña industria, ya que con un presupuesto ajustado, porque nada sobra y lo que falta no se nota, podrían hacerse películas tan recomendables como esta. No es la primera vez que lo pienso, pero con un trabajo serio previo, sin actores previsibles o impuestos y un director con su intención clara, podrían ayudar a levantar nuestro cine. Pero claro, en todo esto la figura del productor es imprescindible, alguien que sea capaz de apostar sin cortapisas de ningún tipo, y ese quizás sea el quid que nuestro cine padece, cosa que fuera de nuestras fronteras parece ser que aún existen otro tipo de productores. En suma, creo que será de ese tipo de películas que, al espectador que en un futuro le pille sin información de ningún tipo, por sorpresa, le supondrá muy sugestiva, y a varios niveles.