El árbol de la sangre
Sinopsis de la película
Marc (Álvaro Cervantes) y Rebeca (Úrsula Corberó) son una joven pareja que viaja hasta un antiguo caserío vasco que perteneció a su familia. Allí escribirán la historia común de sus raíces familiares, creando así un gran árbol genealógico donde se cobijan relaciones de amor, desamor, sexo, locura, celos e infidelidades, y bajo el que también yace una historia repleta de secretos y tragedias.
Detalles de la película
- Titulo Original: El árbol de la sangre
- Año: 2018
- Duración: 135
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Opinión de la crítica
Película
6
80 valoraciones en total
JULIO MÉDEM es uno de los directores de culto del cine español con una filmografía tan irregular como sugestiva y capaz de desatar las fobias y las filias más irracionales entre el público que asiste siempre con una mezcla de expectación y cierto recelo por lo que se va a encontrar en pantalla. Personalmente, soy un fan acérrimo de VACAS, LA ARDILLA ROJA, LOS AMANTES DEL CÍRCULO POLAR y LUCÍA Y EL SEXO, por lo contrario no he compartido casi nada de LA PELOTA VASCA, CAÓTICA ANA o HABITACIÓN EN ROMA, con lo cual mi actitud ante ésta última obra era de una gran intriga.
Lamentablemente me he encontrado con uno de los peores trabajos de MÉDEM que recuerdo haber visto. Un batiburrillo folletinesco de intrigas, conspiraciones y revelaciones del tipo, ¡Soy tu padre! Que si hubiese encontrado una mirada mínimamente cómplice en la fila en la que estaba sentado, se habría desatado un fiestorro de risas y descojono que estoy seguro acabaría contagiando al resto de la sala de los cines TRUEBA y es que es todo tan inverosímil, tan absurdo, tan forzado, que hay muchos momentos en los que llegué a sentir verdadera vergüenza ajena y eso es en mi escala de peligros cinematográficos es un DEFCON 4, ¡Alerta máxima!
Una pena que el churrigueresco argumento se tropiece una y otra vez entre personajes venidos del este con apellidos del sur y absurdas donaciones de órganos que como persona trasplantada, prefiero casi no entrar a cuchillo en el reflejo dantesco que hace la película de éste tema. Los personajes van y vienen de un lado a otro y se encuentran en todas partes, porque su autor quiere que ésta cinta sea un canto multicultural y diverso en ésta España que prefiere hablar de vacas o toros que de política, asunto que para los protagonistas está prohibido para poder mantener su inverosímil relación.
Las apariciones de ÁNGELA MOLINA y JOSEP MARIA POU junto a una siempre eficiente NAJWA NIMRI, son lo mejor de la función aunque el guion les tiene asignado un papel grotesco o desquiciante en el caso de Najwa. Por lo demás EL ÁRBOL DE LA SANGRE es una película tan pretenciosa que quiere abarcarlo absolutamente todo y es bien sabido que quien mucho abarca, poco aprieta señor MÉDEM, sobre todo cuando se quiere despachar en dos horas largas, lo que hubiese requerido muchísimo más tiempo o una tarea de condensación mucho más efectiva, ¡Otra vez será!
Aunque puede estar usted tranquilo, a la crítica especializada le ha maravillado.
Me encanta el cine orgánico, simbólico, singular, extraño, intenso, visualmente poderoso: no hay nada de eso aquí aunque lo pretenda.
Sus primeras películas eran puro cine moderno (y sigue siguiéndolo, no es que aquel rollo haya envejecido). Ahora resulta todo ridículo, de vergüenza ajena.
Literalmente es un culebrón, lleno de diálogos discursivos, personajes cuyos conflictos te dan igual, imágenes que intentan impactar pero no lo consiguen, un trasfondo ideológico rancio y viejuno (su mirada sobre las relaciones, la pasión o la masculinidad) y detalles inverosímiles y bochornosos como ver a Najwa entrando en un psiquiátrico vestida de cuero de marca y salir de ahí con unos tacones de 12cm.
De verdad, un despropósito espectacular. Medem se hizo mayor antes de tiempo.
El cine consiste en creerse una historia sea cual sea su género, si eso falla, falla todo. En los primeros cinco minutos te das cuenta de que será imposible creer a Álvaro Cervantes y a Úrsula Corberó, especialmente al primero, que no consigue transmitir una mísera emoción en toda la película: forzado y con una continua pose. Estoy convencido de que si la película fuera la ópera prima de cualquier chico/a joven que está empezando, las críticas serían negativas y contundentes, pero cuando uno se gana un caché, también adquiere una licencia para hacer películas como esta, sin duda, la más enrevesada de la carrera de Julio Médem: una maraña de personajes e historias que convergen en una sola (que nos habla del amor). En ningún momento puedes creer a los protagonistas, pero puedes intentarlo. Tampoco ayuda el vestuario, que no diferencia de épocas, o el maquillaje (transcurridos 20 años, el mismo actor es caracterizado, simplemente, con unas estratégicas canas, y ni una sola arruga, ¿nos estará hablando la película de la eterna juventud?). Este popurrí de películas como Vacas , Habitación en Roma o Lucía y el Sexo (muchas escenas nos recuerdan inevitablemente a estas películas) dictan sentencia y acarrear serias dudas de si el talento de este director habrá llegado a su tope. Las acertadas Najwa Nimri y Ángela Molina, inmortal, ponen de manifiesto la falta de talento (por edad, experiencia u otras razones) del dúo protagonista. Sabemos que Médem se mueve entre lo original y lo ridículo, y que hay una finísima línea que separa ambas características, pero esta película no posee el riesgo que sí tuvieron otras: aquí repite una fórmula que ya le ha funcionado en otras ocasiones, de ahí que el riesgo sea mucho menor, así como la originalidad. Una caricatura de su propio estilo. Otro paso atrás del cine español
Estamos ante una película con un guión enrevesado en el que la historia dramática tiene unos giros muchas veces incomprensibles y que, con el desenlace, te hace sentir que o eres tonto o te han metido un gol metafísico.
Una miríada de personajes con nombre y apellidos, historías cruzadas, gente que entra y gente que sale y dos protagonistas que tienen sexo durante años y se guardan secretos durante años…todo muy normal, la verdad. El problema viene cuando quieres condensar una historia más propia de una serie de 400 minutos en poco más de 125…o eres la pera limonera o haces un embrollo monumental. Por si esto fuera poco le añadimos un vestuario, peluquería y maquillaje pésimos y unos grandes actores pululando por la pantalla como pollos sin cabeza y con ínfulas de estar participando en una gran obra maestra de la cinematografia.
Me gusta Úrsula Corberó, me gusta Álvaro Cervantes, me parece muy buena Najwa Nimri y Gutiérrez Caba, Luisa Gavasa, Ángela Molina el gran Josep María Pou…bueno, pues en esta me parecen todos pomposos y nada creíbles.
La fotografía y las localizaciones salvan lo que podría ser un desastre mayúsculo.
Creo que Julio Médem está muy sobrevalorado y que, en esta ocasión al menos, ha errado el tiro. Quizás otra vez.
Con El árbol de la sangre, Julio Medem retorna a su mejor cine, ese cine poético, telúrico y que rompe cualquier barrera moral o lógica narrativa. Ese cine arriesgado que bordea el precipicio pero que se alimen ta de lo clásico, esos soberbios personajes ensimismados a lo Robert Bresson, ese estudio de la locura a lo Kubrick, ese surrealismo mágico a lo Buñuel o Ripstein.
Hay que aceptar el universo Medem para amar su cine, de lo contrario es normal que uno se aleje de su propuesta y no quiera jugar la enrevesada partida, propuesta de libertad radical donde el bien y el mal, la vida y la muerte, la violencia y la locura acaban fusionándose. Un vitalismo en términos nietzscheanos donde hay que saber, como los personajes, vivir en el caos, a lomos del tigre, del precipicio.
Como en las que para mí son sus dos obras maestras (Tierra y Los amantes del Círculo Polar) aquí encontramos seres que tienen que huir física y mentalmente de si mismos para llegar a conocerse, seres que buscan el perdón y la reconciliación, la redención. El viaje de la oscuridad a la luz de la autoaceptación. La locura, el sexo, la naturaleza, el amor son elementos clave para interpretar un cine plagado de metáforas de una poesía más que hermosa, dionisíaca, la belleza terrible de la vida que se impone al bien.
Medem recupera su seña de identidad más característica: la casualidad como metáfora de lo irracional, de lo inconsciente, de lo vital y de lo existencial, hay en todo su gran cine un ejercicio supremo de psicoanálisis existencial. Entendamos el cine de Medem como una propuesta artística lejana a lo convencional, de un romanticismo visceral y animal.
Esos seres solitarios y atrapados que luchan desesperadamente por conquistar su libertad, son los seres más fuertes y desvalidos, creadores y destructores a la vez, seres de una inimitable belleza y profundidad, su sufrimiento es su fuerza y su huída es su regreso.
Medem, con esta gran película, también ha logrado regresar a lo mejor de su arte, a si mismo, a su esencia, a aquello que lo convirtió en un director único, poeta transgresor, contador de sueños enigmátcos y feroces, director al que hay que amar tanto como él ama a sus personajes, como él ama el cine y la vida en todas sus dimensiones,con toda su pasión de eterno adolescente. Gracias por esa pasión intacta.