Diaz: No limpiéis esta sangre
Sinopsis de la película
Una película basada en los hechos ocurridos en 2001, en Génova, durante la conferencia del G8. Aunque la ciudad se había blindado para recibir a los dirigentes de las potencias mundiales, un grupo de activistas, la mayoría estudiantes, se encerraron en la escuela Díaz y fueron desalojados brutalmente por la policía. Según denunció Amnistía Internacional, en Génova tuvo lugar la violación de los derechos humanos más grave desde la II Guerra Mundial (1939-1945).
Detalles de la película
- Titulo Original: Díaz: Non pulire questo sangue aka
- Año: 2012
- Duración: 120
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Opinión de la crítica
Película
6.7
49 valoraciones en total
Es una película muy dura, violenta, con sangre, cócteles molotov, desnudos y vejaciones.
Lo peor de todo es que fue verdad, todo esto pasó en pleno siglo XXI, en la moderna Europa Occidental, en Italia, ni siquiera en ese sur de Italia que parece más atrasado, si no en el rico y moderno norte.
Crítica muy dura a la gestión de los eventos por parte de la clase política, comandada por Berlusconi.
Muy recomendable, se ve muy realista, un buen retrato de la policía italiana, de cómo son los movimientos antiglobalización en verdad y de cómo la violencia siempre la ejerce el más fuerte.
Yo, por mi edad, casi no me acordaba de estos eventos, pero salir de un cine italiano que nadie hable y ver gente llorando te conmueve, tanto o más que la película.
Impactante filme que le recomiendo ver en su vida privada a ese individuo cualquiera que viste un uniforme policial y recibe una soldada mensual por ello, digo que lo vea en su vida privada porque será mejor cuando esté a solas consigo mismo y no en manada grupal policial cuando más oportunidad dará a su mente, a su consciencia, a su ser, para que se manifieste analizando, reflexionando, cuestionando, revisionando su existencia, en definitiva dinamizándose en la dinámica divina del conócete a ti mismo .
La película es digna de verse, por más cruel, dura y violenta que sea, pues pone de manifiesto la evidente realidad (salvo para los interesados que maman acomodaticiamente de esa ubre o similar y que por lo mismo se niegan a reconocerlo) que los policías y agentes policiales, o sea esas personas que los seres humanos reunidos en sociedad hemos empleado y vestido con un uniforme policial para protegernos a todos, ahora son auténticos matones a sueldo que actúan por orden de los que circunstancialmente son sus pagadores institucionales, convirtiéndose en esclavos que juran servir y proteger a gobiernos y élites de poder en vez de al pueblo atropellado o a los más débiles.
El hecho de que aún en estos tiempos los policías así como los soldados obedezcan sin cuestionar, es decir obedezcan como individuos a los que se les ha lavado el cerebro, incluso cuando las órdenes de quienes les mandan son un peligro para la gente común y corriente, demuestra como estas personas, estos empleados, han perdido la conciencia, la sensibilidad y actúan ciegamente en defensa de la corrupción en vez de en defensa de la verdad.
Por tu propio bien, hermano policía, como ser humano te digo, aunque sólo sea por tu propio bien ontológico: empieza a interiorizar, aprehender, que la verdadera evolución es la de tu conciencia, la de la consciencia, para lo cual, hay muchas ocasiones en la vida en las que tu conciencia (si la has alimentado, desarrollado) te clamará NO OBEDECER o si lo prefieres NO COLABORAR.
Fej Delvahe
Documento fílmico, con muy poca ficción, de la brutal represión policial que se llevó a cabo en Génova, en el año 2001, cuando tuvo lugar en aquella ciudad italiana la cumbre del G8. El acto fascista buscó como víctimas de escarmiento, con la peregrina excusa de que pertenecían a un terrible comando de anarquistas , a jóvenes que dormían en una escuela, cedida para tal fin por el Ayuntamiento de la ciudad. Entre estos muchachos se encontraban algunos de los organizadores del Foro Social, que reunió miles de disconformes con el sistema económico, procedentes sobre todo de la comunidad europea.
El éxito de la convocatoria y la muerte a manos de los carabinieri de Carlo Giuliani, activista, el día anterior, así como la necesidad de borrar las pruebas (grabaciones de actuación policial) con las que contaban los organizadores del evento antiglobalización, llevó a las autoridades italianas de interior a intervenir con nocturnidad, provocando una carga criminal que supuso un éxito, a juzgar por la escasa depuración judicial, para los vigilantes de la democracia .
El director, que imagino será tildado de inmediato de manipulador, exagerado y demagogo (ese término que sirve para cualquier descalificación), se limita a recoger testimonios, contrastados y públicos (lean en la wikipedia), de participantes en la Contracumbre, periodistas, e incluso imágenes de la televisión local….Decía que Daniele Vicari se limita a colocar su cámara ante los hechos, tal y como sucedieron, para que el espectador saque sus propias conclusiones.
Las mías son que este tipo de cine es necesario y que no se puede criminalizar de forma gratuita y sin costes penales a una parte de la población (en Génova hubo 700 grupos y asociaciones diferentes) que está en desacuerdo con el funcionamiento anómalo del mundo que habitamos. Yo sí me creo todo lo que aparece en la pantalla y comparto la idea del director (continuos flash-back, recurrentes como pesadillas) de trasladarnos el horror, hasta casi sentir volar nuestros dientes y crujir nuestras costillas, la realidad, no se olviden es bastante más dura. Aquí, en España, la estamos viviendo ahora casi todos los días.
Entre el jueves 19 y el domingo 22 de julio del año 2001, el G-8 (los siete países más desarrollados del planeta más Rusia, liderados por el anfitrión Silvio Berlusconi) eligió la ciudad de Génova para celebrar una de sus cumbres de alto nivel.
El movimiento antiglobalización o altermundista (ya sabéis, otro mundo era y es posible ) , que desde que consiguiera bloquear la celebración de la cumbre de la Organización Mundial del Comercio en Seattle en 1999, no había dejado de crecer y ampliar sus ramificaciones, convocó una cumbre alternativa, para las mismas fechas, en Génova.
Cientos de miles de manifestantes pacíficos ocuparon las calles de la ciudad cantando sus sueños y soñando en voz alta sus esperanzas. Hasta que irrumpió la violencia de unos pocos (¿os suena eso de infiltrados que golpean y salen corriendo?) para justificar una represión salvaje contra los muchos.
Aquellas jornadas dejaron un joven muerto por el disparo, en la cara y a bocajarro, de un carabinieri, varios manifestantes en coma, centenares de heridos y dolor en los ojos por lo que las pantallas de televisión mostraban y costaba trabajo creer que pudiese estar sucediendo en una democracia europea.
Aquellas jornadas se siguen recordando en el conjunto del movimiento como las de La batalla de Génova. Y a ellas nos devuelve esta película. Más en concreto a una acción atroz e injustificada que la policía llevó a cabo como revancha la última noche en la Escuela Díaz, un local cedido al Foro Social de Génova para que sirviese como sede a los medios de comunicación alternativos que informaban sobre la Contracumbre.
Daniele Vicari, con pasión y coraje, desempolva una década más tarde aquellos acontecimientos mal conocidos. Y nos los muestra espasmódicamente, en toda su desnudez, mediante un mosaico de personajes (al estilo de lo desarrollado en otro film hermano, La batalla de Seattle ) que permite una aproximación a los hechos epidérmica pero tremendamente emotiva.
Sin duda, se podría esperar de un film tan decididamente político como éste, mayor capacidad de análisis, una mejor definición de los personajes o una contextualización más rica de los acontecimientos.
Sin duda. Pero con lo que hay, es más que suficiente para quien quiera ver. Y basta, con lo que muestra, para entender cuánto de aquél pasado (?) subsiste con toda crueldad en nuestros días.
El huevo de la serpiente , prefirió llamarlo Ingmar bergman.
Hace unas semanas, en un afortunadamente muy conocido programa de televisión, la también muy notoria cara visible de éste indagaba sobre la preocupante poca repercusión que a la larga ha acabado teniendo el accidente de metro con más muertos en toda la historia de España. No se trataba simplemente de mostrar que los responsables de dicha catástrofe se fueron de rositas, lo que también buscaba dicho espacio era averiguar cómo diablos había sucedido esto último. La trama de complots sobrevolando todo lo referente a la red ferroviaria valenciana es, por supuesto, una maraña en la que es demasiado fácil perderse. Está claro que hay que apuntar bien alto a la hora de tirar las piedras. Pero, ¿y si parte de la culpa la tuviera una población que no mostró el interés y/o indignación suficientes para que este drama humano no quedara relegado demasiado pronto al sucio pozo del olvido? ¿Y si lo realmente espeluznante de este expediente fuera que, siete años después, más allá del Turia, ya nadie se acordase de lo sucedido?
Quizás lo más perverso del sistema (llámese también gran aparato, llámese también gran mecanismo…) que controla nuestras vidas es su abominable capacidad para crear escándalos. Éstos se suceden a tal velocidad y cada uno responde a una naturaleza tan exageradamente diferente a la del anterior que cuesta horrores no pensar que aquí, lo único que nos gobierna es un terrorífico caos. No obstante, y abrazando ya la teoría de la conspiración, la imagen general de este desorden nos deja con la muy inquietante conclusión de que no hay nada mejor para tapar un escándalo que otro escándalo… a poder ser, más gordo todavía. Lo injustificable, cuanto más destructivo sea, más capta nuestra atención. No obstante, la resolución tarda en llegar -especialmente en nuestro territorio-, y mientras no se descubre la verdad, ya ha explotado en nuestras narices una nueva bomba que vuelve a ponerlo todo patas arriba. Para que este círculo vicioso se alargue hasta el infinito -y más allá-, solo hace falta la imaginación humana, que como es sabido, y como sucede con su estupidez, es infinita.
Lo más triste de Díaz: No limpiéis esta sangre no es que esté basada en hechos reales… es que ella misma es tan real que asusta. Huele a la verdad más putrefacta, muy por encima -en el mal sentido- de la más prolífica de las imaginaciones. Todo sucedió en 2001, año que en la memoria colectiva aparece en un horizonte muy lejano… casi olvidado, pues desde aquel entonces han llovido muchos escándalos. En aquel entonces, a la ciudad italiana de Génova le tocó doctorarse a la fuerza en esta tan poco agradecida materia. Antes de que un muy escandaloso mar de sangre arrasara sus laberínticos pasajes, el ambiente que se vivía a pie de calle no era el más propicio para la calma y el sosiego. Es, esencialmente, lo que siempre sucede con las reuniones del G8. Cuando los líderes de los países más industrializados del mundo coinciden en un mismo sitio, el comité de bienvenida no es precisamente el más cordial. Es sabido.
Pero en Génova algo era diferente. Sería por el malcontento instaurado por la acción del gobierno Berlusconi, que empezó demasiado pronto a dar muestras de lo que iba a dar de sí su lastimero legado (herencia que, parece, va a seguir dando sus frutos… por llamarlos de una manera). Sería porqué el pueblo llano ya había tomado consciencia de todo lo que estaba en juego en este tipo de reuniones. Sería tal vez por la históricamente contrastada accesibilidad de una urbe que siempre ha recibido a sus visitantes con los brazos abiertos, importándole más bien poco el credo que profesara. La conjunción de todos estos elementos puso en el mismo escenario a posiciones demasiado radicales, tanto en sus planteamientos como en las irreconciliables diferencias que los separaban. El caldo de cultivo perfecto para una tragedia que no tardó en hacer acto de presencia.
El resto es una amalgama de imágenes, portadas de periódico y recuerdos borrosos. Un furgón policial, unos disparos, sangre y el cuerpo inerte de un joven sobre el asfalto. Gritos, caos y confusión… y un brevísimo lapso hasta llegar al siguiente estallido. Éste se dio en la escuela Díaz, donde la policía confió/deseó/decidió encontrar a los cabecillas del grupo antisistema Black Block, al enemigo que había estado primero amargándoles la existencia y después escabulléndoseles de las manos una y otra vez. O a quién hiciera falta. Durante los últimos días se habían cruzados muchas líneas… ¿qué importaban unas cuantas más? El ambiente previo tampoco invitaba al optimismo. Y efectivamente, la experiencia se saldó en lo que más tarde sería definido por Amnistía Internacional como la más grande suspensión de derechos democráticos desde la Segunda Guerra Mundial.
Rescatando la mejor y casi olvidada tradición del periodismo de investigación, Daniele Vicari y su equipo hacen una reconstrucción minuciosa y sin concesiones del escándalo. De la masacre, de la carnicería que las fuerzas del presunto orden perpetraron contra un grupo de estudiantes y periodistas que aprendieron de la peor de las maneras que en este mundo pagan justos por pecadores. El gran público, que más de una década después seguramente lo había olvidado, tiene la ocasión dorada de recordarlo. Y lo hace gracias a la precisión y total compromiso con la causa por parte del cineasta de Collegiove (cuya figura debe resaltarse incluso teniendo en cuenta el incomodísimo hecho que cierta entidad financiera, símbolo de los poderes fácticos contra los que se nos dice que nos rebelemos, haya co-financiado la cinta en cuestión). La presentación de los personajes, obviamente condicionada por la gravedad de unos sucesos que los superan a todos, es relativamente escueta (40 minutos dedicados a este efecto en un metraje que sobrepasa las dos horas de duración) pero más que suficiente empatizar tanto con las víctimas como con los verdugos.