Cuento de invierno
Sinopsis de la película
Durante unas vacaciones estivales, Felicia y Charles tienen un apasionado romance, pero debido a una confusión de direcciones pierden el contacto. Cinco años después, en Navidad, Felicia vive en París con su madre y con su hija nacida nueve meses después de aquel verano. En su vida sentimental, Felicia duda entre Maxence, un peluquero, y Loic, un joven librero intelectual, pero es incapaz de comprometerse con ninguno de ellos porque no puede olvidar a su antiguo amor.
Detalles de la película
- Titulo Original: Conte dhiver
- Año: 1992
- Duración: 114
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Opinión de la crítica
Película
7.2
44 valoraciones en total
Escrita y dirigida por Eric Rohmer, se rodó en exteriores de Bretaña, París, Nevers y en estudio. Es la segunda entrega de Cuentos de las cuatro estaciones , tetralogía iniciada con Cuento de primavera (1989). En el Festival de Berlín obtuvo el premio FIPRESCI y una mención especial del Jurado Ecuménico. Fue nominada al Oso de oro. Producida por Margaret Ménégaz, se estrenó el 29-I-1992.
La acción tiene lugar en Bretaña, París y Borgoña, en las 3 últimas semanas de diciembre de 1992, con final antes de la celebración de la Nochevieja en familia. Narra la historia de Felicia (Charlotte Véry), que 5 años atrás tuvo un apasionado romance de verano en Bretaña con Charles (Frédéric van den Driessche), joven apuesto, cocinero titulado, que iba a realizar una estancia en EEUU de ampliación de estudios. A causa de una distracción, ella le facilita mal su dirección y no toma nota de la de él. Por ello hasta le fecha no se han vuelto a ver.
La película muestra cómo el recuerdo de Charles impide a Felicia mantener relaciones sentimentales continuadas con sus amantes: Loïc, un intelectual católico, y Maxence, el peluquero en cuyo establecimeinto trabaja. La hija concebida en Bretaña, Elisa (Ava Loraschi), de 4 años, fruto del romance con Charles, con el que guarda gran parecido, mantiene vivo un recuerdo absorbente e imperativo. En su espíritu anida el presentimiento del encuentro próximo de Charles, al que anda buscando con la vista en sus viajes en autobús por París. Su presentimiento se ve reforzado cuando visita con su hija el belén de la catedral de Nevers, donde una voz interior le anuncia el encuentro. Pese a no ser creyente, Felicia pide a Loïc que rece para que ella encuentre a Charles pronto. Con él asiste a la representación teatral de la obra de Shakespeare Cuento de invierno , que evoca en ella la fuerza de la Providencia y reafirma su amor por Charles. Como es habitual en Rohmer, el azar ocupa un lugar destacado, mientras la estética de la obra se apoya en la belleza de la sencillez y la naturalidad y en la grandeza de lo cotidiano. La obra centra su atención en la contraposición/afinidad de lo cotidiano y real con lo ideal y absoluto.
La música, una bonita melodía de piano, se superpone a las imágenes bretonas durante los 2 minutos iniciales. La misma melodía se oye, atenuada y lejana, en la Catedral. La fotografía hace uso frecuente de encuadres fijos y de composiciones propias de los cuadros de la mejor pintura. El guión contiene diálogos abundantes y prolongados, bellamente construídos, que incluyen toques irónicos, críticos con la presunción de los intelectuales y las torpezas de los incultos. La interpretación de Charlotte Véry es seductora y convincente. La dirección crea un relato de amor y angustia, de confianza y espera, de certeza y soledad, pletórico de lirismo y poesía.
Película sobre la fuerza del primer amor y del amor verdadero, que exalta su búsqueda y defensa más allá de lo razonable.
Entregados y desnudos en la playa, de día, y en la cama, de noche, Félicie y Charles viven un soleado y luminoso romance veraniego.
Al terminar las vacaciones, ella tiene un tonto lapsus en la despedida provisional (da una dirección postal equivocada) y a causa de ello pierde totalmente el contacto con el amado.
Cinco años después, Félicie vive con su anciana madre y con su propia hija, de cuatro y pico.
Juega alternativamente con dos amantes dispares: un peluquero y un intelectual. Escatima el compromiso (cuando no lo escamotea) alegando que les quiere un poco, pero no con locura.
Es su manera de adaptarse al desastre sentimental derivado del lapsus.
Usa la relación con uno para presionar al otro. Ella no dice que sí, pero tampoco que no. Sí dice que es muy exigente. Se ofende si no se resisten a su rechazo cuando les planta. Pero si necesita protección o consuelo se les acerca, avivándoles la esperanza, aunque les declare un afecto equivalente a la milésima parte del amor por Charles.
La perfección virtual atribuida al ausente pone a todas horas en evidencia la vulgaridad y el intelectualismo respectivos de los amantes actuales.
Las actividades económicas o librescas que ejercen le parecen a Félicie insatisfactorias y mediocres, si bien se apoya en ellas con libertad.
Ella se guía por iluminaciones, revelaciones privilegiadas. Si el azar se le muestra favorable, es en realidad plegaria atendida, destino regido por la Providencia.
Rohmer refuerza los cimientos filosóficos del argumento: vuelve a la teoría pascaliana de la Apuesta, que ya tuvo una importancia capital en Mi noche con Maud. Asimismo, plantea repetidamente la reencarnación o metempsicosis, en el contexto platónico de las ideas innatas y la reminiscencia: el amor de las almas que, viajando a lo largo de sucesivas existencias, se reencuentran en este reino de sombras, y se reconocen.
Se inserta, además, una representación del Cuento de invierno de Shakespeare, la escena en que la estatua de una muerta cobra vida por la fe de los deudos.
Rohmer consolida la justificación intelectual del film, pero no le consigue belleza.
Su atmósfera está enturbiada por la descripción del mundo en que Félicie vive su especie de exilio sentimental, mundo presentado como intensamente sórdido y gris, en contraste con el dorado verano inicial.
Y está enturbiada en especial por un rasgo que afea el perfil de la protagonista: la nula lealtad personal que demuestra a sus enamorados mediocres, a quienes utiliza sin disimulo, consiguiendo que se desvivan por ella. Dicho con el vocabulario de la religión que impregna la película: lo poco caritativo de su conducta.
Hay una faceta de Rohmer desconcertante si uno se alinea del lado del racionalismo y es su lado metafísico, que había yo descubierto en Rayo Verde, Mi Noche con Maud y que ahora encuentro en este Cuento de Invierno de 1992.
Sin embargo esta faceta metafísica no se vislumbra a través de una trama grandilocuente o fantástica, sino, como es común en Rohmer, por medio de la casualidad y la cotidianidad de unos personajes sumamente veraces y cuya dirección, también como siempre, resulta magistral.
Y es que en Cuento de Invierno Rohmer decide darle un golpe a la razón, pues a partir de exhibir una Felice en apariencia caprichosa e inmadura, que pareciera jugar con los hombres (Maxence y Loic) a quienes quiere (pero no quiere tanto, o no quiere para vivir con ellos, o no quiere una milésima como quiso a Charles) poniendo al espectador masculino al borde de la misoginia, nos sorprende luego con una indulgencia para con Felice, pues al final premia el supuesto capricho con el cumplimiento de la premonición.
Entonces lo que parecía inmadurez e histerismo resultó apuesta en el sentido pascaliano del concepto, lo que parecía irresponsabilidad resultaron ser decisiones prudentes motivadas por el presentimiento, la intuición y un convencimiento para nada sustentado en hechos razonables.
De igual forma y como es inevitable en Rohmer entran a jugar los personajes de la cultura occidental como Platón, Pascal, la religión católica en contraste con las creencias de la llamada nueva era, traídos en medio de las visitas de los amigos o después de un Shakespeare al que asisten Felice y Loic. Si bien a algunos ven como pedantes estas puestas en escena tan propias de Rohmer, yo las encuentro útiles, porque un gesto en él es siempre relacionar la cotidianidad con problemas generales, pues finalmente muchas de nuestras posturas y decisiones en la vida se rigen a partir de las expectativas generales que tengamos, en términos de la política, la religión, la justicia, el orden trascendental o las contingencias.
Finalmente Rohmer en este cuento de invierno es indulgente ante la apuesta irracional de Felice. ¿Ella encontraría después de cinco años de incomunicación a su amor de verano, de quien tiene una hija que él ignora? ¿En caso de hallarlo él estaría libre de compromiso o acaso aún la amará?
Rohmer dice que en este caso sí, y Felice no era cabeza hueca sino que podía sentir lo que los otros no podían pensar, por eso no apostó por los hombres que quisieron darlo todo por ella, sino que apostó por quien ella siempre quiso sin importar lo casi imposible de la misma. Felice cree como lo hizo Platón en que la inmortalidad del alma se comprueba ante la existencia de ciertas ideas que no tienen piso necesario en el teatro de las acciones cotidianas. Felice creía en que había un único amor y triunfó, en esa película.
¿Apostar?
Cuando encuentras al amor de tu vida, tu alma tiene la certeza desde el instante en que sientes ese flash que, si se pudiera transcribir con palabras, diría: Quiero estar con esta persona de aquí en adelante, hasta el fin de mis días. Quiero despertarme cada día junto a él/ella. Quiero que compartamos todo lo que sueño compartir con alguien. Quiero que nos tomemos de la mano y que caminemos juntos mientras tengamos aliento en los pulmones. Quiero que, si existe vida más allá de la muerte, nos encontremos al otro lado para seguir amándonos por toda la eternidad .
Todas esas cosas, y muchas más, las sientes en esa fracción de segundo providencial.
Cuando encuentras a tu gran amor, apuestas tu corazón entero a una sola carta, a una jugada tan alta que, si la jugada sale mal, te pasarás mucho tiempo, tal vez lo que te quede de vida, recogiendo los pedazos de tu corazón roto.
Ojalá el gran amor se pudiese retener para siempre, ojalá se pudiera preservar para que no se perdiese ni se estropease. Pero ni siquiera algo tan grande está a salvo de la fatalidad.
Puede pasarte que, si has sido tocado por ese don, no estés ya capacitado para amar a otra persona con la misma fuerza. Como si dentro de ti hubiese un trono vacío que sólo esté hecho a la medida exacta de ÉL o ELLA y que, una vez que lo ha dejado vacante, no puede ser ocupado por nadie más.
Así se siente Félicie tras su esplendoroso verano con Charles. El caprichoso destino o el voluble azar los unió para separarlos tontamente después (como suelen ocurrir los acontecimientos, por causa de torpezas humanas, malentendidos o sencillamente por las ironías de la juguetona suerte). El trono en el que Charles se sentó permanece dentro de ella. Como un pedestal sagrado al que ningún otro hombre tiene derecho ni las condiciones necesarias para poder poner en él los pies.
Como regalo y recuerdo vivo, está Elise, la hija que nació de aquella pasión.
Nadie puede llenar el hueco. Sus sucesivos amantes son sucedáneos, sombras, un ligero consuelo a su corazón solitario.
Nadie puede sustituir al padre de Elise.
Félicie no puede olvidar. En su interior, en lo más hondo, sabe que no puede hacer otra cosa más que esperar la reaparición de su amado…
Porque es mejor sostenerse con la esperanza, con el ¿y si aparece? , que conformarse con dejarse querer por alguien a quien no se le pueden dar más que migajas.
Rohmer es grande a su pequeña manera. En esa filmación corriente donde las personas y sus dilemas sentimentales y existenciales, sus acontecimientos ordinarios y sus vaivenes copan por completo la pantalla. La fotografía es un mero accesorio que abre las puertas hacia esos rostros, hacia esas almas, hacia esos pensamientos desgranados en diálogos que fluctúan entre lo humano y lo divino, entre lo terrenal y lo elevado.
En el París de Rayuela, si mal no recuerdo, Oliveira y la Maga se daban cita sin especificar día ni hora. La intuición los llevaba de rincón mágico en rincón mágico, atravesando el mar de la cotidianeidad, hasta que las coordenadas se combinaban y sobrevenía el encuentro.
Rohmer nos regala una exquisita variación de este clásico tema parisino, que cuenta con precedentes tan ilustres como el de la Aurelia de Gerard de Nerval, cuya primera frase: el sueño es una segunda vida , bien podría adoptarse como exergo para todas las películas de Rohmer.
Años después, Linklater nos depararía una variación anglófona, con su deliciosa Before sunset.
¿Qué me seduce del Cuento de Invierno? El tono mismo, la inteligencia de reconocer que ya hay en la vida misma suficiente magia y suficiente cinematografía , y que el papel de un buen director es simplemente estar ahí y captar los armónicos escondidos, las resonancias, cuando estas se presenten.
Cuando a Johann Sebastian Bach le preguntaban por el secreto de la interpretación musical, él respondía: tocar la nota justa en el momento justo . No otro es el principio de los maestros del tiro con arco japonés y del cine del maestro Rohmer.
Es fácil lanzar la flecha muy lejos. Lo difícil es dar en el blanco.
Además, personalmente, luego de ver esta clase de películas siento el impulso de vagabundear por mi propia ciudad, encontrándola plena de posibilidades de magia y de encuentros insospechados, sintiendo en las flores, en el aire, en los rostros desconocidos, los fotogramas transparentes de una filmografía juguetona y madura.
Y a esas películas, que me hacen sentir tanta vida y tanto cine en la vida, no puedo menos que amarlas sin límite. Y si le doy un 7 a Cuento de Invierno, es para seguir caprichosamente fiel a ese viejo refrán…. lo mejor es enemigo de lo bueno