Calabuch
Sinopsis de la película
En plena Guerra Fría, el profesor Hamilton, un sabio ingenuo que creía en las bondades de la energía nuclear, al darse cuenta de su error, huye y se lleva consigo todos sus secretos. Encuentra refugio en Calabuch, un pueblo mediterráneo que a él le parece maravilloso porque la gente se limita a vivir y conserva el sentido del humor y de la amistad.
Detalles de la película
- Titulo Original: Calabuch
- Año: 1956
- Duración: 92
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Opinión de la crítica
Película
7.5
33 valoraciones en total
Otra de las grandes películas de Berlanga, situada en el mediterráneo e idílico paisaje de Calabuch, adónde va a parar un prestigioso y muy buscado científico/físico nuclear americano, hastiado de que sus invenciones se pongan al servicio de intereses militares.
Es Calabuch otro de esos vitriolos corales y magistrales de su director, que bajo la apariencia de una comedia inofensiva y costumbrista de tono festivo, vuelve a dinamitar valores ya de por sí desvalorizables y, a pesar de algunos, desvalorizados (la guerra, lo atómico, el capitalismo…) con otra película enlazable indiscutiblemente con sus mejores trabajos, llena de vivo ritmo y fluidez narrativa, por dónde desfilan actores estupendos, estupendamente dirigidos (gran aportación la del característico americano Gwenn), dando un sentido pleno por coral y absoluto, por sinfónico. Quedan momentos memorables como la corrida de toros celebrada en la playa.
Calabuch es otra fábula/metáfora antirégimen por su descarado antimilitarismo, por su carácter de ingenuidad pueblerina, de trabajo en equipo y colectivo, esa conjunción casi infantil de fuerzas, ese aire idílico imposible. Es, por tanto, una farsa muy seria y muy vigente actualmente. Un clásico. Y es la obra de un genio solitario, anárquico y maniático, que soñaría vivir como ese físico nuclear los últimos días de su vida. Y ahí esta su última película (la irregular pero atractiva París-Tombuctú ) para corroborarlo por enésima vez y ya en plena tercera edad de un cineasta de primerísima categoría.
Al igual que otras películas corales de Berlanga, Calabuch satiriza la vida cotidiana de la España de post-guerra. Pero, a diferencia de Plácido, por ejemplo, donde la sátira es patente y demoledora, Calabuch la hace por contraste, mostrando en un pueblecito levantino todo lo que España no era ni es: la utopía, el lugar donde todo el mundo hace lo que le gusta . Por ello, el pueblecito tiene un aire como de surrealismo mágico (que preconiza, en cierto modo, el de Amanece, que no es poco): allí, todas las convenciones, todas las instituciones represoras –Iglesia, Guardia Civil, Cárcel, Fiesta Nacional…– pierden su influjo e incluso su sentido y permanecen sólo nominalmente, completamente subvertidas. Se ha dicho que Berlanga pretendía evocar así el llamado corto verano de la anarquía, esto es, el del 36.
Por todo ello, si no hubiera estado ya ampliamente documentada la estupidez manifiesta de la Censura franquista, sería sorprendente que Calabuch escapara en su momento a la acción de sus agentes. Se rodó, por cierto, en Peñíscola, antes de quedar arrasada por el desarrollismo.
Hay suficientes motivos para suspender a Berlanga por este raro Calabuch , pero la argumentación, me temo, sería la misma para alzarla más allá del diez si fuera posible. Lo que es evidente es que hay una sobredosis de azúcar y eso puede no gustar, todo puede ser mal entendido y para según qué percepciones hasta puede molestar. Yo me quedo a medias aunque me gustaría elevar su nota, de momento la dejo tal cual. Puede que con el tiempo me pase como con Frank Capra, que acabo leyendo sólo buenas intenciones y un corazón enorme que ya quisieran tener tantos otros.
En el pintoresco pueblo de Calabuch se quisiera quedar cualquiera, no sólo el personaje-guía protagonista, es un pueblo sin maldad, con unos habitantes simpáticos a los que me gustaría abrazar uno tras otro, desde el representante de la fuerza militar al cura que le da igual que uno sea protestante. Por eso puede no gustar, porque la realidad era otra, porque la posguerra abrazaba el país en esos duros años 50 y en Calabuch parece que vivan del aire, sin hambre ni represión ni injusticias. Por eso me gusta y me disgusta a la vez, pienso que no hay nada malo en presentar una alternativa, que siempre es mejor mostrar el lado bueno y positivo, que aquí hemos venido a pasarlo bien, pero también pienso que eso es irreal. A mí personalmente las comedias corales me encantan cuando todo el mundo suma, Calabuch es un buen ejemplo para divertirse, no hay nada malo en creerse lo que para muchos son bobadas, mi sonrisa ha aparecido en mi cara durante muchos momentos y eso no es nada fácil.
Puñetazo al mentón.
Si con Plácido hinqué hace unos meses mi primera rodilla a Berlanga, con Calabuch, insólitamente infravalorada, ahora me postro y le rindo mi entera pleitesía.
Seria un hipócrita si me declarara un incondicional de este tipo, debo admitir que mis primeras tomas de contacto con El Del Piero y Bienvenido Mr. Barfly hace algunos años no fueron del todo satisfactorias, pero ahora mismo no quepo en mí de gozo.
No sé si un segundo visionado las mejorará, quizá no y se frene mi arrebato, pero desde luego barrunto un sí como un piano.
Con Plácido y con la que nos ocupa no las necesito. Dos maravillas.
Calabuch, de hecho, me parece la mejor película de este sujeto, directamente.
Humor, ternura, ensoñador costumbrismo y personajes impagables, además de un sutil bisturí ejerciendo de batuta a tan portentosa función.
Magnífica.
Era otra que tenía en la recámara, pero si la he visto hoy es porque Garci, un tipo que sabe contagiar su amor por el cine con una insultante convicción, la elogió en la tertulia citada.
Ahora, más que nunca, y entre triunfitos, cuartos milenios y pocholos…
¿Por qué?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Berlanga traza una hermosa e inocente fábula que nos muestra cómo se puede vivir una vida sencilla pero realmente digna y que está muy por encima de la vida a la que nos condena el mundo moderno. Pero también muestra la esclavitud del hombre moderno que no puede huir, aunque quiera, de un presente brutal y descorazonador, sólo puede evocar con nostalgia ese no-lugar, esa utopía que hay en todos nosotros y al que nos gustaría escapar, llámesele Calabuch o como se quiera. Berlanga se encuentra perdido a medio camino entre la necesidad/imposibilidad de la utopía. Quiere creer que es posible, pero choca con una realidad que parece imponerse siempre. Pero lo que es cierto es que mientras esa esperanza subsista, mientras haya un hombre capaz de soñar con la utopía todavía no estará todo perdido, aunque cada día nos alejemos un paso más de esa esperanza.
El pacifismo y antimilitarismo del profesor Hamilton (alter ego del propio Berlanga) y la presentación de una vida campesina, sencilla, como un ideal que seguir, como el refugio que podemos hallar ante la irracionalidad de la sociedad moderna entronca con un anarquismo tolstoiano, cálido e inocente, ilusorio e idealista en gran medida y que es muy característico de Berlanga. Y es que esta película recoge muchos de los lugares comunes del cine de Berlanga: el pueblo pequeño como espejo de toda España (aunque de una España Berlanguiana), el sentido del humor irreverente y con toques surrealistas, la crítica sutil y soterrada de la dictadura y de la autoridad, la visión entre crítica y cómplice de muchos de los tópicos españoles, la celebración entusiasta de la vida y la firme creencia en que hay que vivirla y disfrutarla al máximo, la mirada inocente y nostálgica.
Una película muy ingenua pero que hay que situar en su contexto, en el de la España franquista, sólo así se puede comprender y es en ese contexto en el que hay que interpretarla, comprendiendo la inmensa carga crítica soterrada que contenía y las piruetas que tuvo que hacer para meter pequeñas pullas a la dictadura sin que se notase demasiado.