Brigada criminal
Sinopsis de la película
Fernando sale de la Escuela Superior de Policía de Madrid con el título de agente. Está impaciente por comunicárselo a su tío y, mientras lo hace, entran en el establecimiento unos atracadores y roban la caja. El novato agente pide a sus superiores que le dejen hacerse cargo del suceso, pero éstos se muestran inflexibles y le asignan el caso de un robo que ha cometido un lavacoches en un garaje.
Detalles de la película
- Titulo Original: Brigada criminal
- Año: 1950
- Duración: 76
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Opinión de la crítica
Película
5.8
52 valoraciones en total
En diciembre de 1950 se estrenan en Barcelona con sólo dos días de diferencia dos excelentes películas policíacas, Apartado de correos 1001 de Julio Salvador, y ésta que nos ocupa de Iquino como director y productor. Ambas películas emitidas por el mismo programa de la 2 sobre cine español, ambas películas fundacionales del denominado cine policíaco barcelonés, que partían de la misma idea: la influencia del neorrealismo policíaco del cine americano, Jules Dassin había filmado dos años antes La ciudad desnuda rodada en las calles de Nueva York, donde también se describían las pesquisas policiales, que seguro influyó a ambas películas pero siempre desde el prisma hispano, mucho más modestas económicamente. Ambas también se diferenciaban desde el marco ideológico: la de Salvador era más explícita en el desarrollo de la investigación, y la de Iquino, Brigada criminal hace mayor apología de las fuerzas de la ley y el orden, ambas abrían una nueva década de cine policíaco español muy interesante a las que seguirían títulos como: A tiro limpio, El cerco, Distrito quinto, Los peces rojos, Manos sucias etc.
La diferencia entre el thriller policíaco y el cine negro que a veces solemos confundir, radica en que las historias son sombrías y los personajes del cine negro suelen ser ambiguos y fatalistas, con una acusada desesperanza, cosa que no ocurre en los personajes del policíaco donde todo está más definido con personajes arquetípicos, los buenos son nobles e idealistas y los malos son villanos retorcidos de maldad y no hay lugar para luces y sombras o términos medios. Brigada criminal es un homenaje retórico al cuerpo de policía, el didactismo es oral, pues el narrador cuenta algunos procedimientos policiales que el director no los filma. Tras el prólogo inaugural en que se nos muestra la entrega de diplomas a los jóvenes agentes de la escuela superior de policía y el discurso patriótico y católico de rigor, Iquino intenta por todos los medios minimizar la apología de su propuesta. De vez en cuando la voz en off o alguno de los personajes suelta alguna que bendice la abnegada labor y el meticuloso trabajo de las fuerzas del orden.
Nuestro nobel policía protagonista es Fernando Olmos (un joven José Suarez), un idealista entregado en cuerpo y alma a su trabajo que recibe ordenes de infiltrarse en un taller como lava coches para atrapar a una banda de peligrosos atracadores. El rodaje incluye muchos exteriores naturales, de una extraordinaria verosimilitud, en este caso Madrid, más que Barcelona e Ignacio F. Iquino utiliza la cámara en angulaciones y contrapicados para reforzar su realista puesta en escena y expresar así, la tensión inquietante del drama policial, el clima perturbador que genera la trama. Recurriendo al subgénero argumental del policía infiltrado, como lo había hecho un año antes Raoul Walsh en su memorable Al rojo vivo en la que Edmond O´Brien se introduce en la banda de James Cagney, incluyendo un detalle de puesta en escena parecido al que ocurre en el film de Iquino.
Los chascarrillos matrimoniales del superior de Olmos, el entrañable inspector Basilio Lérida (Manuel Gas), los consejos de su experiencia adquirida para ayudar al joven inexperto pero atrevido, resaltan la amistad entre compañeros, los villanos están bien definidos, irradiando esa maldad intrínseca en sus caracteres, sobre todo Oscar (Alfonso Estela) con su humor sarcástico y sibilino, sin olvidar a su ayudante y fiel ejecutor, el tal Mario (Barta Barri) un asesino sin escrúpulos. Los lugares comunes, el banco, la serrería donde se reúnen con ese ruido ensordecedor, el gran bloque de pisos en obras que certifica el laberinto de la persecución, son detalles que certifican una estupenda película realizada con pocos medios pero con mucha destreza.
La larga filmografía de Iquino demuestra la habilidad de éste para adecuarse a los gustos y modas imperantes entre el público, y de ahí que realizara, a lo largo de la misma, películas de todos los géneros (comedias, cine negro, musicales folclóricos, destape, etc). Su condición de productor eficiente a la par que realizador eficaz, unido a su instinto comercial y político, propició que gozara de más oportunidades que otros a la hora de llevar a cabo sus proyectos.
En 1950, casi al tiempo en que aparecía el otro título referencial del balbuciente cine negro español ( Apartado de Correos 1001 , de Julio Salvador), Iquino producía y dirigía esta película, que amparada en la acostumbrada loa a la Dirección General de Seguridad y a las fuerzas del orden, cuenta la historia de un policía novato que, aparentemente destinado a un rutinario primer caso, se ve casualmente complicado en un asunto de mayor envergadura, con robos y asesinatos de por medio.
El argumento bebe de los clásicos norteamericanos de los años cuarenta, especialmente los que optaban por encomiar la labor de la policía, como T-Men de Anthony Mann, la historia, bien hilvanada, con la tradicional dicotomía entre buenos y malos (profundamente subrayada por los diálogos y las actitudes), está llena de ritmo, si bien presenta algunas inconsistencias (la facilidad con que se confían los malos al novato infiltrado), así como algunos recursos discutibles (la voz en off, casi siempre innecesaria, o parte del flashback). Pese a ello, la película resulta siempre entretenida, eficaz en el retrato de la violencia, y muy acertada en la ambientación y localizaciones, situadas la práctica totalidad de ellas en Madrid -hay un breve intervalo rodado en Barcelona-.
La realización llama la atención por la elección de los puntos de vista, ángulos y planos, con frecuencia la cámara parece estar semioculta tras los personajes y los objetos, como si la mirada del director (que es también la nuestra) se volviera furtiva, acechante. Además, opta por un punto de vista bajo, especialmente en las conversaciones entre personajes, los cuales, tomados en ligero contrapicado, se encuadran en planos medios, siendo este estilo totalmente novedoso en la cinematografía española. La fotografía opta por el realismo, aunque sin descuidar los efectos lumínicos característicos del género, que se ponen de relieve en el interrogatorio, la paliza, y la estupenda secuencia de persecución y acoso en el edificio en construcción.
Aunque a algunos mi nota pueda parecerles excesiva, creo que hay que reconocer las virtudes de uno de los filmes pioneros del género negro en España, que es el caso que nos ocupa, y disculpar (o al menos entender) el encomio que realiza de las fuerzas del orden, circunstancia que, aparte de ser utilizada como medio para promocionar y blindar el filme, no deja de ser un recurso argumental tomado del más puro cine negro estadounidense.
Estimable cinta de género, que Ignacio F. Iquino y Julio Coll, entre otros, produjeron y dirigieron en los años cincuenta, logrando obras muy majas que hoy en día, desgraciadamente, se ven como productos curiosos pero obsoletos en nuestra cinematografía.
Es una pena, aunque de vez en cuando sale alguien que logra alguna cinta destacable que parece hará resurgir el género policíaco o el thriller, pero suele durar poco la alegría.
En este caso Iquino logra una película seria, honesta, de fácil digestión gracias a un claro guión que tiene en la sobriedad argumental su principal virtud.
No se habla de más y los personajes tienen el suficiente empaque para que el espectador se los crea. Cierto es que, por ejemplo, la primera vez que se ve a los malos, estos parecen de tebeo por su fisicidad: bigores gruesos, bastante feos y malencarados…, pero una vez transcurre la acción te los llegas a creer, sobre todo el personaje de Mario (excelente Barta Barri), un peligroso asesino a sueldo frío como el hielo y listo como el hambre.
Por su parte, el protagonista, un joven José Suárez y Manuel Gas, como su jefe, componen bien sus personajes, uno serio en todo momento y el otro alternando sus papeles de duro jefe y de amigo del alma.
Bien en las escenas de acción, sobre todo en la excelente planificación de la persecución final dentro del piso en obras, Brigada criminal es un excelente ejemplo de cine patrio bien hecho, que fue desapareciendo en las siguientes décadas quizás porque la sistuación político-social del país no estaba para películas serias y el espectador prefería la comedia sencilla o más tarde el cine de destape.
Una pena en todo caso.
Lo único negativo, si se le puede llamar así es que consituye una clara cinta de propaganda de la policía española, que según se dice al comienzo está considerada como una de las mejores del mundo . Ahí queda eso.
No es difícil defender una película así, que está hecha con encanto y que, con toda la distancia que impone la lógica, se relaciona directamente con el más puro cine negro norteamericano. No estamos en Chicago, en Nueva York o en San Francisco, los polis buenos que persiguen a los malos van de Madrid a Barcelona, pasando por Zaragoza por supuesto. Vallecas y área metropolitana de la capital es el epicentro de la acción, nada menos.
Tanto la policía norteamericana como la española de la época sacaba pecho de ser la mejor, de contar con los mejores profesionales y de seguir el camino recto que imponen las leyes a través de su indiscutible justicia. Eso me hace gracia, como si los polis fueran buenos por necesidad. Lo que está claro es que, siendo razonable, a Ignacio F. Iquino poner por las nubes al cuerpo de seguridad del estado franquista le sirvió para blindar su Brigada criminal , y yo a eso lo llamo ser listo.
Así que en bandeja de plata, de oro y de platino, la película nos enseña a una policía que no pega palizas a sus detenidos, los interrogatorios se hacen preguntando por favor y una cosa lleva a la otra a base de inteligencia y buen hacer. Aquello que dicen que antes se pegaba una buena paliza y después se preguntaba el nombre del detenido no es cosa que deba enseñarse en Brigada criminal , que sí, que es una película, que es cine, que además es cine negro y los casos se resuelven sí o sí.
De verdad, no es difícil defender una película así, es simpática, cae bien, dentro de sus limitaciones entretiene y sobre todo como documento costumbrista es un largometraje que enamorará a más de uno. Así que ahí quedan mis cinco estrellitas… pero más no, eso lo tengo claro.
Arranca con una voz en off (presente durante todo el metraje), que es toda una loa a los esforzados agentes de policía y a sus métodos de investigación, teniendo toda la pinta de que estamos ante una especie de documental hagiográfico a mayor gloria del cuerpo policial, y aunque en efecto, algo de eso hay, no es menos cierto que estamos ante un entretenido y más que digno thriller, en el que se nos cuenta la historia de un recién licenciado inspector de policía que al ir a contárselo a su tio que trabaja en un banco, entran unos malencarados y fuertemente armados atracadores que consiguen huir tras hacerse con el botín, quedándosele grabado al novato policía la cara de los mismos.
El primer caso que le encargan es infiltrarse en un garaje como empleado y así averiguar el autor de pequeños robos que se están produciendo en el mismo, se sospecha que por algún empleado, garaje en el cual reconoce en uno de los visitantes a uno de los atracadores del banco, circunstancia que sumada a un malentendido con el jefe de los atracadores que le confunde con un ladrón al sorprenderle hurgando en la caja del garaje (estaba comprobando si faltaba algo, tras poner en fuga al empleado ladrón), le da la ocasión para aceptar trabajar para dicho gánster, convirtiéndose de esta manera en todo un infiltrado por cuenta propia.
Todo esto en los primeros minutos de su corto metraje, a partir de aquí tenemos un buen thriller (sección infiltrados), no solo por lo coherente y bien engranado guion, sino porque aparte de una buena labor actoral de todos los implicados, sorprende por el manejo de la cámara del prolífico, ecléctico y buen director, Ignacio F. Iquino, que tanto en los abundantes exteriores (Madrid y Barcelona), como en muchas de las restantes escenas, la mueve de tal manera que los planos resultantes resultan sumamente descriptivos, a la par que atrayentes e innovadores en el cine español de la época.
Recomendable.