Ararat
Sinopsis de la película
Durante un control aduanero en la frontera canadiense, Raffi (David Alpay) declara que sólo lleva material para una película que se está rodando en Toronto. Sin embargo, un funcionario llamado David (Christopher Plummer) sospecha que miente y lo somete a un interrogatorio que se convierte en un examen psicológico que revela episodios conflictivos de sus respectivas vidas. Raffi, de origen armenio, vive obsesionado con el recuerdo de su padre y con los sentimientos que dicho recuerdo suscitan en su madre Ani (Arsinée Khanjian) y en su hermanastra Celia (Marie-Josée Croze). Por su parte, David intenta entender y aceptar la relación de su hijo Philip (Brent Carter) con un actor de origen turco Alí (Elias Koteas), al tiempo que trata de establecer una sólida relación con su nieto Tony, el hijo de Philip.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ararat
- Año: 2002
- Duración: 116
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Opinión de la crítica
6.9
71 valoraciones en total
Cualquier película dispuesta a arrojar algo más de luz sobre aquel terrible suceso histórico que acabó con la matanza indiscriminada de miles de armenios a manos de los turcos ya merece todo mi respeto y admiración, pero si el que lo firma es Atom Egoyan uno espera encontrarse además ante algo más que una simple película histórica. Y Ararat es algo más que una simple película histórica. Planteada como un juego de muñecas rusas que se arman y desarman al antojo de su director, Egoyan nos habla de muchas cosas (quizás demasiadas), que sólo van cobrando cuerpo tras una desconcertante primera media hora, es en ese momento cuando el relato empieza a adquirir sentido, aunque el resultado no sea igual de satisfactorio en todas sus partes. Para entendernos: hay un abismo entre los diálogos que mantienen Christopher Plummer y el joven que viene de filmar en Oriente (lo mejor de la película, magistral en su definición final) y las relaciones del resto de personajes en tanto a fuerza, interés y presencia. Con lo que se deduce que lo que realmente se le da bien al autor de Exótica es el interiorismo humano, el buceo libre en el alma y la cabeza de sus personajes.
En Ararat brillan más los sentimientos que los decorados, de ahí que los episodios de reconstrucción histórica y las cuitas cinematográficas queden bastante por detrás de los conflictos paterno-filiales, en parte porque en aquellos la cabeza apenas deja paso al corazón. Y aún así la película emociona y asombra, perturba y conmueve, pero conmueve con el presente más que con el pasado: un presente, no obstante, que necesita al pasado para sobrevivir y comprenderse a sí mismo. Así y todo, da un poco de pena que un proyecto tan bien pensado y ejecutado haya desembocado en un film destemplado y un tanto discursivo, pese a que lo positivo se imponga a lo negativo. En cualquier caso, una obra bella, interesante, compleja y muy recomendable, que incita a reflexionar sobre el significado de la historia y el papel que juegan en ella las nuevas generaciones.
Lo mejor: el careo entre Christopher Plummer y David Alpay.
Lo peor: las momentáneas pérdidas de interés.
Película de la que francamente esperaba bastante más. Había leído en diferentes medios buenas críticas, pero la verdad es que me parece una cinta bastante corriente, aceptable, con unas particularidades que la hacen singular, pero en ningún momento nada que haga quitarse el sombrero, ni mucho menos.
La particularidad a la que hago referencia es la forma de contar la historia, desde mi punto de vista singular, digamos que un experimento con éxito, de algún modo. (Puede que en realidad no sea nada nuevo, pero a mí me gustó) El 95% de la película son momentos que recuerda el protagonista, escenas aclaratorias, etc, y el 5% ocupa realmente el suceso que origina la historia, el motor, digamos.
Un joven se dispone a entrar en Canadá. En la aduana ven que tiene material de un rodaje. Es sospechoso. El agente de la aduana, en vez de abrir el contenido sospechoso, hace mil y una preguntas al joven, sobre su vida, sobre la película que supuestamente ha grabado, etc. Y al final entra en Canadá… o no. (no lo diré, por supuesto)
Las escenas que se muestran tienen un sentido, van informando y metiendo al espectador en la historia, pero realmente es algo que no termina de calar, por lo que difícilmente transmite. El desarrollo de los acontecimientos es quizá un poco lento, además de muchas escenas de escasa importancia. Las interpretaciones están bien, pero es que la película en sí tiene un toque frío, serio, riguroso, mecánico, que a mi modo de ver le resta bastante. Los escenarios dejan bastante que desear, quizá sea cosa del bajo presupuesto.
Entretiene y resulta interesante (en dosis justas, como suelo decir), pero más por el destino incierto del protagonista que por otra cosa. Ritmo cero.
En definitiva, por mi parte una pequeña decepción, pero para el que no se espere gran cosa (o vea con otro prisma la cinta) puede resultarle una buena experiencia. En cualquier caso, está bien, aunque hay un porcentaje elevado de posibilidades de que al espectador medio le aburra soberanamente y prefiera ver algo más de movimiento y colorido, como dicen.
1) Créditos iniciales sobre planos-detalle del estudio de un pintor: Arshile Gorky joven, elaborando El artista y su madre a partir de foto.
Pintor y cuadro son centrales en una superproducción del ficticio director Saroyan en Turquía, drama épico sobre el genocidio armenio. Coincidencia, una profesora da un ciclo sobre ese cuadro, a su vez pieza estelar de una retrospectiva de Gorky, pero sólo con obras de aprendizaje, figurativas.
Tanto cuadro como foto existen, y en el film el tratamiento de su creación es experto, de primera.
En la obra de Gorky (nacido Vostanig Adoyan pero se cambió de nombre y se fingía pariente de Maxim Gorki) ese cuadro influido por Cezanne y Picasso tiene valor muy secundario. Gorky fue fundador del Expresionismo Abstracto, la apuesta americana para competir con las vanguardias europeas.
La presentación sesgada del personaje responde al forzamiento general del argumento.
2) Egoyan suele desplegar un mundo propio. Sus seres tienen vínculos ambiguos, abren sus mentes en raros discursos. Mezclando tragedia y sensualidad da su toque de incertidumbre, acrecentado por los saltos temporales que entrecortan el relato. Así ha cargado de misterio intrigas psicológicas como El liquidador o Exótica.
El compromiso con la causa armenia le lleva a cambiar en Ararat al registro épico para ocuparse del genocidio perpetrado por los turcos en Anatolia.
3) Un veterano policía interroga en el aeropuerto de Toronto a un viajero: Raffi, joven de origen armenio que trae de Turquía sospechosas latas de películas. Con toda paciencia, escucha explicaciones sobre esos rollos y la película de Saroyan, en la que Raffi participa como ayudante, sobre el argumento y los tenebrosos acontecimientos que busca testimoniar, sobre la huida de Gorky niño…
Durante el examen psicológico, un cursillo de historia armenia.
¿Por qué sin límite de tiempo, extrañamente? Sufre el policía la incomunicación con su hijo (cuyo novio es de otra religión), y la actitud del interrogado le remueve el conflicto. Este dilema del inspector, con la sinceridad y lo ético en juego, interesa.
4) Ver, nada más empezar, al armenio Aznavour contando con tal sentimiento esa historia de la granada que simboliza éxodo y madre patria, lleva a preguntarse si viene una obra nacionalista, de inspiración condicionada por la vindicación histórica.
Pues sí: en la primera película del autor centrada en la conciencia colectiva, lo épico tiene aliento indeciso, y asoma el maniqueísmo. Las escenas de masacres pecan de obvias. Aparte su valor propagandístico, restan valor estético. Egoyan subordina su talento al servicio de una causa. A pesar del insistente recurso al cine dentro del cine, la inserción de lo histórico en lo vital es débil y forzada. A ratos desaparece el pulso habitual, aunque la calidad técnica nunca se pierda.
Porque, pese a todo, estamos ante un gran director. Queda claro que también es un buen armenio. Y que la épica no es lo suyo.
(6,5)
Instrospección del director armenio-canadiense sobre sus ancestros y el genocidio armenio, a manos turcas, de 1915.
Atom Egoyan homenajea a un pueblo orgulloso y a quienes intentaron parar la masacre, para que la frase que se atribuye a Hitler: ¿quién se acuerda ya del exterminio armenio?, no tenga valor alguno. Es pues, al margen de sus valores cinematográficos, un ejercicio terapéutico para restablecer la memoria.
Enlazando a todos los personajes, directa o indirectamente, en torno al rodaje de un film sobre la represión turca de principios del siglo XX, el director analiza de forma individual a los miembros de dos familias desestructuradas y sus problemáticas.
Un aduanero al borde de la jubilación y un joven de ascendencia armenia en constante búsqueda de la verdad son los ejes de esta historia que se ramifica de manera creíble y eficaz.
El compromiso y el claro posicionamiento del autor (Atom Egoyan) no permiten finales efectistas, ni falsos.
Hay tanto que ver, oir y reflexionar en esta película que mejor que os pongáis manos a la obra y agradezcáis con un aplauso la sinceridad y la apuesta por el debate y el diálogo.
Atom Egoyan no nos ofrece una cinta convencional en Ararat. Aunque menos autoral que en otras ocasiones, no se resiste tampoco a sus frecuentes recodos narrativos, dividiendo el film en tres visiones generacionales que son algo más que un mero pretexto argumental:
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1) Aznavour, el anciano cineasta.
Su perspectiva es la previsible, lo que cualquier espectador de cine espera de un testimonio cinematográfico de estas características. Un péplum otomano del que Egoyan toma distancia mediante dos mecanismos: el recurso del cine dentro del cine, que le permite cuestionar la supuesta espectacularidad de la épica, y por otro lado una intención de mediación o ironía (visible en exageraciones que denuncia el propio personaje de Ani −Arshiné Khanjian−). Esto último lo vemos en elementos como la histriónica interpretación de Koteas, ese americanazo con el viento a sotavento y las banderas ondeando en su balcón, un ataque a los turcos ametralladoraza en ristre, etc. Es la visión, por tanto, que se espera de una película de estas características pero que Egoyan caricatura e hiperestiliza porque no confía en la reconstrucción histórica a lo La lista de Schindler. No confía en la claridad melodramática del Cinemascope. Esta distorsión llena de tópicos comerciales sirve en Ararat más de contexto exagerado que otra cosa. No está ahí el objetivo de la cinta.
2) La Khanjian
Una opción intelectualizada (profesora, erudita de la historia armenia, conocedora de la obra de Gorki). Es parte biográfica del propio Egoyan, puesto que es autor de una tesis doctoral sobre el genocidio armenio. Ejemplifica los personajes que han recibido una herencia en el boca a boca y se han preocupado por investigar y conocer. Han hablado con testigos directos del genocidio ( https://es.wikipedia.org/wiki/Genocidio_armenio ).
3) El hijo
Más un acercamiento vital, no tan racional, a lo desconocido (tengo que entender los motivos de mi padre). Viaje a la semilla como experiencia matricial o trayecto iniciático de una generación que vive en el silencio y la tergiversación. Reconstruir el horror de la condición armenia pasa por superar el olvido y la negación. El dolor armenio radica no en la obviedad de un revisionismo histórico, sino en las dificultades para la memoria. Esta opción encaja también con la biografía de Egoyan, que sufrió un proceso donde renegó de su condición armenia durante su adolescencia para interesarse activamente por ella después. En el film Calendar existe un atisbo de esta cuestión en el autoparódico fotógrafo que rechaza sus raíces y se centra únicamente en hacer su trabajo sin involucrarse, pese a las interpelaciones constantes del guía.
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El dolor armenio −volviendo a Ararat−, el que le interesa a Egoyan, radica en las distorsiones que aún, hoy día, quedan. En el vacío de una tierra expoliada. En la dificultad del recuerdo en la materia opaca que es el tiempo. Es ahí donde late la denuncia, el dolor y el desamparo de una diáspora eterna de muertos y silencio. De negación, ignorancia y duda. Ahí radica la película, en el acercamiento a un hecho histórico desde la intimidad victimista de túneles y relaciones. No en la emotividad, la heroica o el sentimentalismo spielbergriano.
Por último, se mantiene el habitual sistema de reverberaciones típicas en su cine: la hermanastra (desconoce los motivos del suicidio de su padre), el aduanero (dificultad para la comunicación con su hijo homosexual) o el actor turco (interpretado por Elias Koteas, que niega el genocidio y defiende un conflicto armado)… Personajes secundarios que actúan como caja de resonancia de los personajes principales y el hilo argumental rector. Aunque esta vez más matizado que en sus películas anteriores y, además, menos conseguido. Mi nota es alta, pese a todo, por la dificultad última de la transposición de claves egoyianas a un tema histórico tan controvertido (Armenia no fue independiente hasta principios de los 90, Turquía no reconoce el genocidio y aún existen múltiples reivindicaciones territoriales pendientes entre ambos países).