Año bisiesto
Sinopsis de la película
Laura (Mónica del Carmen), una chica de Oaxaca que ha emigrado a la capital, vive sola en un modesto apartamento, en el que trabaja como colaboradora para una editorial. Al margen de su trabajo, recibe esporádicamente la visita de su hermano menor y mantiene furtivos encuentros sexuales con amantes de una sola noche. Cierto día conoce a Arturo (Gustavo Sánchez Parra), un hombre que despierta en ella irrefrenables deseos masoquistas.
Detalles de la película
- Titulo Original: Año bisiesto
- Año: 2010
- Duración: 94
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Opinión de la crítica
Película
5.1
37 valoraciones en total
Año 1969. Yasuzo Masumura filma la que es una de las obras clave de la new wave japonesa, Môjû (Blind Beast), una descarnada película ¿romántica? de un extremismo tan marcado como su belleza. En aquel film, protagonizado por un escultor ciego y una mujer que buscaba representar en una escultura, se llevaban las relaciones carnales hasta consecuencias terminales.
Año bisiesto del australiano Michael Rowe apunta hacia esto último sin dar en la diana, y arrepintiéndose e impostando una moraleja final como si no estuviese contento con cómo había hecho discurrir el resto del relato, traicionándose en cierto sentido. No es en sus mejores momentos una película de altos vuelos, sino que es más bien modesta: una historia de una mujer solitaria que encuentra en el sexo una vía de escape a su rutinaria vida dentro de un apartamento. Lo que se inicia con juegos acaba llegando a extremos más preocupantes, dando un paso atrás cuando el relato requería saltar tres hacia adelante. Tampoco se pasa mal viéndola, digamos que es entretenida y que su actriz principal lo hace bien, y de hecho de tanto verle las tetas casi uno se acaba creyendo que tiene su punto, pero en general es un film prescindible, un drama erótico que intenta provocar picores consiguiendo sólo que los bostezos no sean tan intensos de lo habitual.
Perdonémosle los fallos de continuidad, que los tiene y son bastante pronunciados (usar un calendario y que dependiendo de la escena sea un día u otro no es buena idea, máxime cuando hay veces que faltan más o menos días para cierta situación), intentemos pensar que hay flashbacks. Total, para pasar el rato, no está del todo mal… aunque busque ir más allá y, en ese aspecto, fracase estrepitosamente.
Desde el Festival Internacional de Cine de Gijón 2010:
El debutante australiano Michel Rowe ha traído a Gijón la película que le hizo merecedor el pasado festival de Cannes de la Cámara de oro, galardón destinado a primeras películas. Y tras ver Año bisiesto, que rodó en México con total producción y equipo de allí, se entiende ese reconocimiento del primer festival del mundo.
Localizada únicamente en un modesto apartamento de la gigantesca y masificada capital mexicana, y con numerosas escenas de sexo explícito, Rowe nos cuenta en su interesante opera prima la vida cotidiana de una mujer joven que trabaja desde casa como redactora para una editorial, y que necesita compulsivamente mantener relaciones sexuales esporádicas con desconocidos, quizá para combatir su soledad (y se diría también su ninfomanía) como salida a la paradójica a la vez que entendible soledad que provocan las megalópolis en sus habitantes, y a un ambiguo trauma de su infancia que iremos descubriendo sutilmente y que motiva que haya una fecha marcada en rojo en su calendario.
Una película que transcurre con cierta parsimonia pero sin que decaiga en ningún momento su interés, y que sorprende y gana en atractivo a partir de que la protagonista empieza a frecuentar al mismo hombre para sus relaciones, pues en él cree encontrar al que servirá a su propósito llegado ese inquietante 29 de febrero final de ese doloroso año bisiesto de su vida.
Año evita toda depuración estética, la prota puede sacarse un moco de la nariz, rasurarse en primer plano, orinar o tener sexo del más sucio con quien fuere. En ese aspecto la obra es como un gran reality, sólo que apela al sentido común volviendo la trama como una red mundana y ciertamente creíble. Existe un climax, como pueden serlo las incursiones sexuales entre la prota y Arturo: cada vez más extremo, cada vez más delicado. Pero falta un dato, que se sugiere pero que no llega a sostener el argumento. El padre nunca llega a transformarse en una figura tácita, y ese era el objetivo de Año bisiesto, por lo cual considero que el objetivo no está cumplido, que tantas escenas de sexo explícito terminan no por cansar, puesto que están bien llevadas, pero sí por tapar un eje que se decantaba por otros carriles.
Mónica lo hace bien, y llega a convercernos con un personaje transparente que paradójicamente de transparente no posee nada. Es el guión él que termina por estatizar la peli dentro de un círculo vicioso a través del cual nada se filtra, cuando debería filtrarse un solo elemento que queda encerrado en su propia trampa, en su propia nadería, por decirlo de alguna manera. Falló la sutileza, en otras pelis esto no tendría relevancia pero, ay, me arriesgo a pensar que Año bisiesto se considera sutil sin llegar a cumplir su propia meta.
Laura pasa las horas muertas en su sencillo apartamento del Distrito Federal, con la compañía de sus muebles, sus objetos personales y su móvil. A través de la ventana espía a los vecinos: enfrente, una pareja que a ratos da la imagen del paraíso, y otros ratos la del infierno, con discusiones e insultos a voz en grito, y abajo, unos ancianitos muy tranquilos.
Trabaja de reportera en su ordenador y habla por teléfono con su madre y otros conocidos pintándoles un panorama de felicidad de postal que no existe. Se inventa una vida ajena. En ella, tiene amigos con los que planifica miles de actividades novelescas y se relaciona con los otros habitantes del inmueble como si fuesen parte de su familia. Todo es mentira. Laura se escapó de Oaxaca, huyendo de sus demonios, para venir a una capital que prometía mucho y que le ha ofrecido una soledad sepulcral.
Tacha los días de febrero en el calendario, esperando a que sea el 29 del año bisiesto, que ha marcado con rojo. Sus únicas horas memorables son las que pasa con su hermano, que la visita esporádicamente y que es la persona a la que ella más quiere.
Algunas veces se arregla y se marcha a la noche, volviendo con un desconocido con el que mantiene sexo, y que se esfuma a la mañana siguiente.
Y estos son los días de Laura una vez y otra y otra, y a uno de los desconocidos que lleva a su casa le gusta el sexo sadomaso y ella se da cuenta del gran morbo que le despierta el hecho de que Arturo juegue a lastimarla mientras la posee. Se abre para ella una espiral de deseo unido a la atracción de la violencia y la muerte, las fantasías de Arturo unidas a sus íntimos anhelos autodestructivos le sugieren la seductora agonía de morir de placer, de perecer en el momento álgido, de liberarse de la pena de vivir al tiempo que se obtiene el máximo goce.
Tan árida es la existencia de esta chica, que cualquier forma de contacto con un hombre, por insatisfactoria, frustrante y humillante que sea, es un acontecimiento que Laura aguarda con patética impaciencia, dando un salto jubiloso cuando su amante secreto llama al timbre, y escondiendo el libro que ya estaba cansada de leer o quitándose de encima junto con el pijama el aburrimiento de no hacer nada.
La angustia de un calendario marcado de sueños inútiles, de insulsas semanas y de minutos perdidos se llega a contagiar, aunque no lo suficiente como para considerar que esto sea un drama muy absorbente.
Con la ópera prima de Michael Rowe, australiano de nacimiento y nacionalizado mexicano, no esperaba encontrarme con un espectáculo de semejante magnitud. Una cinta realmente salvaje y arriesgada y un auténtico derroche de violencia y sexo.
Rowe te clava literalmente en la butaca, te despedaza y te incomoda. Muestra de manera explícita el significado de la palabra sadomasoquismo, desde la primera hasta la última letra. Uno parece estar asistiendo a una sesión de ultra violencia sexual y psicológica de alto voltaje, todo ello bajo el prisma de una asfixiante cámara fija que recuerda a cualquier película casera. Una única localización, dos únicos protagonistas.
La película roza lo pornográfico y está a un paso de cruzar el límite permitido. Es muy complicado asimilar lo que sucede en sus 90 minutos de metraje.
Habrá quien no pueda soportar semejante martirio psíquico, pero si se es capaz de entrar en el juego, la experiencia resulta única. Porque la violencia sexual de Año bisiesto no es gratuita. Todo lo que acontece viene determinado por la condición humana de los personajes.
Laura, una impresionante Mónica del Carmen, representa a una mujer solitaria, marcada por un pasado traumático que, de forma casual, encuentra en el sadomasoquismo su vía de escape a la rutina y el hastío. Lo que comienza como un juego se acaba convirtiendo en necesidad y, sin saberlo, descubre que en esos encuentros sexuales residen sus únicos momentos de verdadera felicidad.
Habrá también quien la considere una película machista. El tema y la forma de presentar los personajes dan pie a ello, sin embargo, Rowe va más allá. El que se sienta cegado por la violencia visual no sabrá apreciar que detrás de ella se esconde una reflexión mucho más profunda de lo que aparenta, un mensaje pesimista de una sociedad en la que la mujer tiene más peso de lo que puede parecer. Solo hay que echarle un vistazo al descomunal desenlace de esta película para darse cuenta en que lugar está posicionado el hombre y en cual la mujer.
Para terminar, quiero comentar que Año bisiesto contiene la que seguramente sea la escena más contundente, polémica y controvertida que he visto en una sala comercial en mi vida. Solo esa escena justifica cualquier precio por una entrada. Es la culminación de una apuesta arriesgadísima, de una forma impresionante de plasmar en pantalla lo que a uno le ha dado la real gana. Sin contemplaciones.
Película que, para bien o para mal, va a dar mucho de que hablar. Para mí imprescindible.