Adiós, muchachos
Sinopsis de la película
Invierno de 1943. Durante la ocupación alemana de Francia, en un internado católico para chicos, Julián, un muchacho de trece años, queda impresionado por la personalidad de Bonnet, un nuevo compañero que ingresa en el colegio después de iniciado el curso.
Detalles de la película
- Titulo Original: Au revoir les enfants
- Año: 1987
- Duración: 104
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Opinión de la crítica
Película
7.8
21 valoraciones en total
Dirigida, escrita y producida por Louis Malle, fue la primera de las cuatro películas que realizó tras su regreso de los EEUU. Nominada a dos Oscar (película extranjera y guión), ganó el León de Oro de Venecia, siete Cesar y otros premios.
La acción tiene lugar en el internado del colegio de los Padres Carmelitas en Fontainebleau, entre octubre de 1943 y enero de 1944, durante la ocupación alemana. Narra la historia, autobiográfica, de amistad y lealtad entre Julien Quentin (Gerard Manesse), un muchacho católico, de 13 años, hijo de padres parisinos acomodados, y Jean Bonnet/Jean Kippeinstein (Raphael Fejtö), hijo de padres judíos, separado de la familia y oculto en el internado. La obra, sutil y compleja, propone diversas líneas de reflexión. Explica el desarrollo de una relación de amistad entre dos adolescentes que encuentran motivos de encuentro en la lectura en común, la música al piano que interpreta Jean, los juegos y en el descubrimeinto por parte de Julien del secreto de Jean, que guarda celosamente en silencio. Revela el trauma de unos chicos judíos, sin familia, ocultos bajo una falsa identidad, inmersos en la práctica de unos ritos religiosos que no son los suyos y en la enseñanza de unas creencias que no comparten. La narración no contiene juicios de valor explícitos e intencionados: no contiene ni elogios ni condenas. Los hechos hablan por si mismos. No se pueden evitar, sin embargo, ni el contraste entre los uniformes, visualmente perturbadores, de los soldados alemanes y los hábitos sobrios y austeros de los carmelitas, ni las diferencias entre las amabilidad verbal de éstos y los gritos áperos del jefe de la Gesapo. No se oculta el colaboracionismo de compatriotas, con sus secuelas de delaciones, traiciones y venganzas interesadas. Son escenas destacadas del film la despedida de la madre en la estación de París, la lectura nocturna que los dos chicos hacen de una escena de amor, los juegos de guerra en el patio, la furtiva y rápida mirada pedófila en la sala de duchas y las magníficas escenas finales.
La música recoge solos de piano tomados del Movimiento musical nº 2 de Schubert y del Rondó caprichoso de Saint-Saëns. La fotografía, con predominio de colores neutros, resalta el dibujo mediante contrastes de tonos y un excelente movimiento de cámara. El guión, del propio director, muy trabajado y bien construído, pone el acento en la descripción de la inocencia, ternura y sinceridad de la infancia. La interpretación de los dos protagonistas brilla por la naturalidad y espontaneidad. Debuta en cine Irene Jacob con un breve papel de maestra de piano. La dirección imprime a la acción un ritmo atenuado y equilibrado, que subraya la emotividad del relato en una progresión magistral.
La película marcó el inicio de la consagración internacional del autor. Constituye una invitación a favor de la inocencia, tolerancia y amistad y una denuncia contra de la barbarie del racismo.
Pese a que antes de morir en noviembre de 1995 todavía le quedaría tiempo para rodar otros tres títulos más a lo largo de la década siguiente, la divertida y buñueliana Milou en mayo y las maravillosas Herida y Vania en la calle 42, el francés Louis Malle nos había presentado ya en 1.987 el que en verdad ha de ser considerado su auténtico testamento cinematográfico.
A los 55 años y con una sólida y reconocida carrera profesional a sus espaldas, el maestro de la nouvelle vague se atreve a saldar por fin cuentas con su pasado rodando la película que siempre había querido rodar y para la que llevaba preparándose psicológicamente más de media vida.
En esta sutil y delicada obra maestra Malle lleva a la pantalla uno de los recuerdos que más marcaron su infancia y posterior existencia, un recuerdo traumático y doloroso que nos traslada a una fría mañana de enero de 1944 en el patio del Pequeño Colegio del Carmen, un internado católico al sur de París cerca de Fontenebleau en el que el futuro cineasta cursaba estudios. Un recuerdo que persiguió a Malle hasta el final de sus días.
Es la propia voz del realizador la encargada de cerrar el film para ratificarlo. Han pasado – confiesa- más de 40 años [de aquello] pero hasta el día de mi muerte, yo recordaré cada segundo de esa mañana de enero.
Julien Quentin, alter ego de Malle en el film, es un chaval de 12 años, segundo de los hijos de una familia parisina de clase media alta y posición acomodada. Estamos en octubre de 1943 y los alemanes siguen campando a las anchas por las calles de la capital, aunque todo indica que falta poco para que se marchen, la situación amenaza con recudrecerse, por lo que los Quentin deciden envíar a sus hijos a estudiar a un internado religioso a las afueras de la ciudad.
A poco de iniciarse las clases llega al centro un nuevo alumno llamado Jean Bonnet, un muchacho avispado e inteligente de orígen judío que enseguida capta la atención de Julien. Los dos chicos traban desde el primer momento una bonita amistad que se cimentará en los meses siguientes a través de juegos, lecturas, conversaciones…
Au revoir les enfants es una película maravillosa, un bellísimo y triste retrato de la infancia, un canto a la amistad y, al mismo tiempo, un duro alegato contra las injusticias que el propio Louis Malle sufrió de niño durante la ocupación alemana de su país natal en la Segunda Guerra Mundial.
La película, que ha sido calificada por el crítico Carlos Boyero, como sutil, hermosa, compleja, dura, tierna y honesta, narra la intensa relación de amistad entre dos muchachos, Julien y Jean Bonnet, en un colegio interno dirigido por religiosos durante la ocupación alemana.
Entre ambos chicos, en el difícil intento de vivir, junto a sus compañeros, en un mundo ajeno a la brutalidad de la Francia ocupada, irá surgiendo un fuerte lazo de amistad en una edad en la que comienzan a interesarse por las chicas, mientras gozan del placer de la lectura de Los tres mosqueteros, Las mil y una noches, y las novelas de Julio Verne. Todo ello, mientras descubren el significado de valores como el compañerismo, la fidelidad o la traición.
El director francés afirmó que a través de este muchacho que se me parece, he intentado reencontrar aquella primera amistad –la más fuerte- bruscamente destrozada, y representar mi descubrimiento del mundo absurdo de los adultos, con su violencia y sus prejuicios.
El film, ganador del León de Oro en el Festival de Venecia, tiene un guión espléndido. No se me ocurre una mejor manera de contar esta historia, emotiva a la par que desoladora. Destacar también la música de Schubert, la aparición de la bella Irène Jacob, que interpreta el papel de la profesora de música, y la magnífica escena en la que niños y clérigos se reúnen para ver, entre carcajadas, El inmigrante, de Chaplin.
Adiós, muchachos quizás suponga la obra cumbre de Louis Malle, quien reconoce que esta película es mi punto de partida, mi origen voluntario, en el que yo me reconozco de verdad.
Julien no olvidará nunca esa mañana de enero que supone el final de la película, final con el que es prácticamente imposible no emocionarse. Nosotros tampoco seremos capaces de olvidar esta obra maestra y este canto a la amistad que denuncia la brutalidad de sucesos como los ocurridos hace ya más de 70 años.
Como diría W. G. Sebald, queda el recuerdo, no lo destruyáis·
Malle, tras una etapa dedicada a trabajar en el cine norteamericano, donde dirigió una joya como Atlantic city, regresó a Francia para realizar esta maravillosa película que tenía un fuerte componente autobiográfico, y que está localizada en un colegio católico durante la ocupación nazi de Francia.
Allí se conocen dos niños, el protagonista y un chico judío silencioso, que conectan enseguida dando lugar a uno de los retratos de amistad infantil más commovedores del cine contemporáneo. Pero Adios, muchachos tiene mucho que contar, y no se conforma con esto. Aquí aparece también el antisemitismo, o el retrato del clero que se ocupaba de la educación de los muchachos (sin dejar de mencionar muy leve y sutilmente la pedofilia).
Adios, muchachos era la absoluta favorita de aquel año para ganar el Oscar en la categoría de película de habla no inglesa, pero sorprendetemente se la arrebató la correcta producción danesa El festín de babette, inferior a todas luces a la sensible obra maestra del gran Louis Malle.
Muchos han sido los que han subrayado una y mil veces la sutil emotividad de esta peli. Aún así, considero que no está de más reincidir nuevamente en ella porque esta es, sin lugar a dudas, su cualidad más eminente y peculiar. Entiendo y comprendo también, sin embargo, a todos los que echan de menos en Au revoir, les enfants un tono algo más dramático e intenso. Los entiendo y los comprendo porque yo tampoco me tengo precisamente por un embajador de la sutileza y porque -para que nos vamos a engañar- a mi lo que me pone de verdad es el drama, la épica y la pasión. Supongo, en cualquier caso, que Malle optó por adoptar esa postura sobria y contenida para intentar abordar de la forma más honesta y veraz posible una obra cuyo cariz autobiográfico así lo requería. Obviamente, lo consiguió.
Es más, en lo que a mí respecta, Malle consiguió retrotraerme a mi infancia en los Padres Carmelitas de Terrassa. Y así, a medida que la peli iba avanzando, multitud de imágenes, sonidos, olores y sabores se agolpaban en mi mente: el griterío ensordecedor de doscientos niños jugando incontables y simultáneos partidos de fútbol en la misma pista, el inconfundible tufillo a tigre en clase después de la hora de recreo, el persistente sabor del regaliz en los labios, los despiadados tirones de oreja del Padre José, los impresionantes fajos de cromos repes que trajinaban algunos privilegiados… Pero si algún recuerdo sobresalía por encima de los demás era el de mi insobornable complicidad con Jeremías o Roberto, mis compañeros del alma. Algo que Malle, mediante Jean y Julien, logra plasmar en Au revoir, les enfants con una naturalidad insultante. Y cuando una peli consigue hurgar en la nostalgia con tanta espontaneidad, sin afectación ni artificio alguno, es que tiene algo especial. Llamadlo guión, dirección, fotografía, ritmo narrativo, manejo de cámara o lo que queráis. Yo lo llamo magia.