A sangre fría
Sinopsis de la película
Carlos, un joven que habita en el extrarradio de la gran ciudad, tiene ambiciones y desea cambiar de vida, aunque la base sea el delito. Por ello le sugerirá el plan de robar en las oficinas de la empresa donde él trabajaba a un amigo con contactos. El golpe puede darles mucho dinero…
Detalles de la película
- Titulo Original: A sangre fría aka
- Año: 1959
- Duración: 80
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Opinión de la crítica
Película
6
100 valoraciones en total
El irregular cineasta Juan Bosch con A sangre fría en vez de hacer una imitación del cine policíaco norteamericano o francés pues el proyecto admitía influencias mixtas y que hubiera sido lo más fácil lo que hizo fue personalizar las constantes genéricas y estéticas del género para aclimatarlas al suelo español. El objetivo se consiguió porque el comienzo tiene un aroma muy español y el ambiente en el que se mueven los personajes conserva ese aroma del principio pero sin dejar de evidenciar las bien aplicadas influencias extranjeras. El personaje de Carlos Larrañaga que es un joven ambicioso aficionado a las motos, la mujer fatal encarnada por Gisia Paradis que recuerda justamente a las heroínas del cine policíaco clásico americano, la forma de dialogar de María Mahor con Carlos Larrañaga… Todos se muestran a tono con lo que se pretendió en el guión y se consigue demostrar que en lo que a cine policíaco se refiere el cine español nada tiene que envidiar al cine de Hollywood. Incluso se puede decir que las virtudes de los mejores clásicos americanos en A sangre fría se engrandecen y abrillantan en algunos fragmentos. Curiosa y peculiar película, cuya condición mimética o de sucedáneo está dignificada por haber conseguido paradojicamente un resultado personal. Se trata de una película bastante especial. Si España ha brillado especialmente en algún género cinematográfico ese es sin duda el género policíaco.
No se me ocurre un título mejor para mi crítica sobre este film, un excelente ejemplo del cine policíaco o el cine negro que se hacía en España a finales de los años 50. A sangre fría , uno de los primeros largometrajes dirigidos por Juan Bosch, participa tanto del esplendor que vive el género en la década de los 50, y primeros años 60, como de la frecuente adscripción de este tipo de cine a una producción catalana de bajo presupuesto que tantos frutos dio en su día. En este sentido, el film de Bosch está a la altura de otros grandes títulos de estos mismos años, situados también dentro de una órbita barcelonesa, como Distrito quinto (1957), de Julio Coll, o A tiro limpio (1963), de Francisco Pérez-Dolz.
Es hora ya de valorar estos largometrajes no sólo por su valor dentro del género, o por lo que aportan al mismo -que es mucho-, sino además por su valor dentro del cine español de su época, no sólo por su valor testimonial, sino por sus notables cualidades cinematográficas, en cuanto a técnica y estilo. En A sangre fría , por ejemplo, la secuencia del asesinato del personaje de Fernando Sancho destaca por los movimientos de la cámara, y, a partir de ahí, por la minuciosidad en la descripción de un ambiente doméstico, por la elegancia en la manera que la puesta en escena nos hace conocer retazos de la vida de un ex-boxeador, a la altura del mejor cine negro de, por ejemplo, Jules Dassin.
Un espectador que hubiera visto esta película podría objetar, tal vez, que la historia presenta un típico sentido moralista, pero este sentido moralista, que nos dice que el crimen no paga, ni merece la pena, ¿no está también presente en la mayoría del cine negro y policíaco mundial de estos años, especialmente en las historias de robos, golpes y crímenes, contadas desde el punto de vista de los criminales?
A sangre fría es una obra contada con una notable concisión, sin diálogos o frases de más, sin planos de sobra, y un largometraje sin concesiones, en el que, a partir del robo, no hay nada metido con calzador por el guionista, y los acontecimientos se suceden con una lógica absoluta, hasta el sangriento desenlace final. Por todo esto, la película de Juan Bosch es una joya que debe ser vista por todos aquellos espectadores que aún no la hayan visto. Y una joya, además, con un gran reparto: Carlos Larrañaga, Arturo Fernández, Fernando Sancho…
Acostumbrados a los característicos roles interpretados por Arturo Fernández, por lo general un Gigoló carpetovetónico más (aunque sin igualar las excelencias de Alfredo Landa), sorprende encontrar en los inicios de su carrera trabajos como el presente, en el que encarna con notable eficacia a un gángster.
Esta película, al igual que la mayoría de las pertenecientes al género negro español, está injustamente olvidada al tiempo que desdeñosamente valorada, da la impresión de que existe un consenso tácito en ignorar o minusvalorar los logros alcanzados en este género durante las décadas de los 50 y 60. Ciertamente, el filme no alcanza el nivel de obras como Los Peces Rojos o A tiro limpio , pues carece de la profundidad argumental de la primera, y también de la brillantez formal de la segunda, pero es una producción eficaz, correctamente dirigida y bien interpretada, que reúne acertadamente varias de las características propias del cine negro, aportando también alguna que otra novedad.
Sus personajes responden a los arquetipos clásicos: un joven poco reflexivo y ambicioso que se deja llevar hacia el crimen, un viejo boxeador fracasado y enfermo que trata de salir a flote y salvar su matrimonio, una mujer fatal (la joven y atractiva esposa del boxeador) que maniobra en su propio interés, haciendo uso de su belleza, unos criminales profesionales acostumbrados al crimen y predispuestos a la traición. Todos ellos intervienen en un audaz robo que esperan sea el comienzo de una nueva vida, aspiración que poco a poco verán frustrada. Entre los aspectos novedosos cabe señalar que el realizador opta por una estética realista, despojada de encuadres o iluminaciones dramáticas, y que sitúa gran parte de la acción en anodinos barrios periféricos de Barcelona. Además, todo el tramo final de la película (aproximadamente unos treinta minutos) transcurre fuera del ámbito urbano, narrando la huída de los personajes antes mencionados, lo que no es tan habitual en un género al que le cuesta salir de la ciudad.
Con un guión correcto, que evita diálogos innecesarios ciñéndose a la acción, y una banda sonora interesante en clave de Jazz, el filme tiene sus mejores momentos en secuencias como la del robo, prácticamente desprovista de diálogos y muy bien planificada, y la del asesinato del boxeador, en la que la cámara se torna subjetiva por un momento, mostrándonos lo que ve el asesino (las fotos del boxeador en sus tiempos de éxito, rememorados por medio del sonido en off). Más discutible es el final, un tanto apresurado, aunque correctamente filmado (especialmente la secuencia de la escalera).
Otro ejemplo más de que nuestro cine da mucho más de sí de lo que habitualmente se dice o piensa, y que hay motivos para seguir investigando, en busca de películas similares.
Cada cinematografía ha estado siempre adscrita a un género en concreto ya sea por razones sociales, culturales e incluso mediante acontecimientos históricos que han caracterizado el devenir de una nación capaz de encontrar en el arte cinematográfico un modo certero de reflejar todos esos sentimientos a través de las distintas categorías que marcan, al fin y al cabo, una identidad. Si bien el thriller ha sido uno de esos géneros presentes en el entramado cinematográfico patrio a través de títulos muy concretos o incluso cineastas especializados (Borau, Isasi-Isasmendi, Grau, el incombustible Franco…), quizá resultaría complicado anexionarlo a un sustrato propio por el hecho de no marcar esa idiosincrasia, de no fijar con tanta certeza aquello que nos define de forma etnográfica. No obstante, la (re)interpretación realizada a través del cine español sobre el thriller —ya sea a través del cine quinqui acuñado por los de la Loma, de la Iglesia y demás, o ahondando en ese carácter castizo— siempre ha resultado de lo más interesante por representar precisamente un reflejo de lo más fehaciente sobre nuestra sociedad. Un reflejo siempre acompañado por un sello distintivo capaz de trasladar esa condición no sólo a un escenario o personaje, sino también a un entendimiento formal característico, inimitable. Sin haber quedado del todo atrás, esos rasgos representativos —en especial, a nivel de estilo— han sido desplazados en una representación cada vez más cercana a esquemas ajenos —esos que resultan comercializables y otorgan otro empaque al producto— que, a la postre, ha terminado por coincidir con una suerte de auge patria en esos lindes —y es que ya nada es casual o, como afirmaba Rodrigo Sorogoyen, autor de uno de esos thrillers de nueva hornada, «Después de Stockholm, podríamos haber hecho otra película intimista pero con un thriller podíamos llegar a más público»—. En definitiva, la maquinaria ha engullido —no del todo, afortunadamente— una personalidad que con tanta firmeza habían alcanzado cineastas de etapas anteriores.
Juan Bosch quizá no sea uno de esos realizadores tan destacados dentro de nuestro cine como algunos de los nombres citados anteriormente, pero sin duda sus escarceos con el género fueron constantes y le llevaron a trazar títulos tan interesantes como el que nos ocupa. Imbuida en un espectro noir que el cineasta supo reflejar en una construcción tenaz (desde sus personajes hasta su trama, pasando por unos espacios —esos bajos fondos, carreteras secundarias e incluso moteles donde cobijarse—), A sangre fría —también conocida como Trampa al amanecer— resulta un ejercico vigoroso y formidable donde el sustrato del thriller da precisamente voz a recovecos a través de los que explorar vertientes tanto o más sugestivas. Así, y a través de un sencillo film donde atracos, sucesos delictivos y ese particular submundo quedan unidos por un sólido vínculo, Bosch sabe desentrañar la esencia de una condición que pronto estalla tanto a través de una descripción medida como de una especie de sublimación en torno a una de las figuras esenciales del noir: la «femme fatale». Gisia Paradis —desafiando a dos intérpretes como Carlos Larrañaga y Arturo Fernández—, cuyo papel queda definido desde un buen principio, se erige así como eje —sin parecerlo— de un film donde las consecuencias siguen siendo funestas —santo y seña del «noir»—, pero el rol femenino termina tomando una senda mucho más sugerente: sí, en efecto, miente, manipula e incluso su salvaguardia es lo único que importa llegados a cierto punto, pero tan capaz es de ello como de imponerse, de dar un paso al frente y no titubear ni ante la empuñadura de un arma. Bosch desarrolla de este modo un tentador trabajo sostenido por la lograda puesta en escena de la que hace gala, capaz de intensificar las constantes de A sangre fría como si nada, y lo exalta en una pragmática demostración sobre como desarbolar un género incluso haciendo de la fatalidad algo tan vulnerable que podría caber en un simple manojo de llaves.
Crítica para http://www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Deudora de los esquemas narrativos del clásico cine negro americano, el cineasta y guionista catalán Juan Bosch, en su segundo film traslada la trama con sus limitaciones evidentes de presupuesto, a la Barcelona de finales de los cincuenta en pleno auge industrial. En aquella época en España, el género criminal barcelonés, muy cercano al estilo sobrio y documental (claro ejemplo es como están filmadas las escenas de acción y los delitos por los que son perseguidos), era considerado menor y destinado a programas dobles, afortunadamente el tiempo lo ha puesto en su lugar. Un cine nada moralista, a reivindicar y redescubrir, cuyo universo descriptivo seduce por sus intuitivas imágenes, en todo caso, de lo que nos habla este thriller, es de las circunstancias e imperfecciones del ser humano.
En este estupendo film, aparecen explícita o implícitamente la ambición, el pesimismo existencial, un ardiente deseo sexual, la angustia social, el desarraigo, la traición, perdedores, mujer fatal, mujer redentora, joven desorientado, boxeador fracasado, asesino despiadado, todo ello enmarcados en unos personajes que responden a claros arquetipos que no por conocidos dejan de interesar por su asimilación al universo patrio. Todo ello limitado por la autocensura que sus creadores se impusieron para eludir su castración o prohibición en su modesta explotación comercial, pero sin renunciar a sugerir más que mostrar, una iluminación expresionista de luces y sombras conocidas que nunca son gratuitas para este tipo de género policíaco. Una estupenda banda sonora con grandes influencias de jazz que la hace moderna y atrevida para la época. Excelentes actores como los entonces muy jóvenes Arturo Fernández (gánster sanguinario) y Carlos Larrañaga (con cara de chico bueno), más un soberbio actor de carácter como Fernando Sancho.
Bosch siempre ha reconocido lo mucho que debía este film a Atraco perfecto de Kubrick, película paradigma del perdedor, aunque sólo fuese como punto de partida, no cabe duda que aquí impera más, como era de esperar, la ley y el orden de una policía infalible, además del caprichoso destino que puede trastocar todos los planes minuciosamente estudiados. Es cierto que a la mujer fatal (Gisia Paradis) le falta algo más de erotismo, pero resulta más inquietante y perversa por lo que esconde a lo que deja ver. En su puesta en escena destaca su profundidad de campo, su iluminación funcional creativa que se convierten en poderosos efectos dramáticos para configurar una trama retorcida y abyecta, en una sociedad que les margina sin ofrecerles una salida airosa, mientras ellos buscan una salida fácil pero arriesgada. También goza de un excelente montaje que abarca unos escasos 80 minutos de tensión creciente y un ritmo que potencia las secuencias de acción, demostrando el cineasta su talento pese a su humildad consiguiendo secuencias muy logradas. Muy recomendable para cualquier amante del cine sin complejos.