Zegen, el señor de los burdeles
Sinopsis de la película
Sátira negra en el Japón de la era Meiji. Muraoka, un soldado de espíritu ultrapatriótico libera a un grupo de muchachas de la esclavitud para convertirlas en prostitutas para extranjeros en un burdel de Hong Kong. Convencido de que está realizando una labor patriótica, cree que sus chicas son una especie de avanzadilla del ejército japonés.
Detalles de la película
- Titulo Original: Zegen
- Año: 1987
- Duración: 124
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Opinión de la crítica
Película
6.5
40 valoraciones en total
Los comienzos del siglo XX marcaron profundamente a Japón a través de graves acontecimientos.
Shohei Imamura nos arrastra a lo largo de cuatro décadas de historia en territorio asiático desde un particular punto de vista: el de las mujeres explotadas y el de los que se dedicaban a ello…
Su segunda obra de temática histórica en los 80 y primera colaboración con Toei, La Balada de Narayama ( remake del clásico de Keisuke Kinoshita), fue un gran éxito tanto a nivel nacional e internacional, siendo galardonada con la Palma de Oro en Cannes (lo que cuesta creer), esto hizo que la productora se interesase en continuar colaborando con él. Aunque en un principio quería cumplir su sueño de tratar el desastre de Hiroshima (que llegó poco después en Lluvia Negra ), su siguiente trabajo fue un proyecto que también anhelaba realizar desde hacía muchos años: contar la historia de Iheiji Muraoka.
Historia que siempre ha navegado entre lo real y lo ficticio sobre este importante hombre de negocios de ferviente espíritu patriótico que hizo fortuna gracias a la industria del sexo a lo largo del sudeste asiático, desde Hong Kong a Malasia, en especial durante los últimos años de la era Meiji y los primeros de la era Showa. Imamura transformó su algo confusa epopeya en guión con la ayuda del dramaturgo Kota Okabe y lo dispuso en una superproducción larga y complicada, sobre todo al estar filmada en los lugares que se especifican en la película (el rodaje no pisó suelo nipón).
En 1.901 empieza una trama colmada de grandes elipsis que se detendrán en importantes sucesos de la vida de Muraoka, desde que embarca como esclavo a la prometida Hong Kong, sucio, sin dinero, sin familia, pero con la esperanza de llegar a ser comerciante, este individuo es como todos los que han poblado los films del director: perteneciente a la estirpe de los parias, los desheredados, los abandonados por su país. Durante una primera parte estaremos de su lado como pobre exiliado en busca de un buen futuro, hasta que el destino se cruza en su camino en forma de capitán del ejército, quien le obliga a prestar servicio a su país contra la Rusia zarista.
Y entonces todo se tuerce. Ese Uehara representa para Imamura la venenosa tradición militar japonesa, que infunde coraje a base de estoicas mentiras y adoctrina acerca del deber a la patria y su padre, el emperador, usando la fuerza bruta. Un viaje a Rusia en calidad de espía es la condena para ese pobre y humilde recién llegado, porque Muraoka regresa distinto, menos ingenuo, más expeditivo. Los anti-héroes del cineasta siempre se ven forzados a observar el mundo como es, por medio de una demoledora experiencia vital, y el que aquí tenemos no va a ser de otra forma.
Iheiji Muraoka es el mejor ejemplo de cómo malinterpretar malos ideales aprendidos de la peor forma posible. Si antes se mostraba compasivo con las mujeres, esas desgraciadas también huidas de su tierra y engañadas para vender sus cuerpos al mejor postor, ahora aplicará un extraño sistema de equilibrio y compensación: hacer uso de esas exiliadas como símbolo del poder de conquista japonés. Sin duda la forma más implacable para tratar una agresiva política colonial como la de su país, Imamura no cesa en su intención de revolvernos las tripas con los actos del protagonista, apoyado por su amante Shiho (tan chiflada o más que él).
Todo lo grotesco y aberrante de la obra del nipón se eleva a niveles inimaginables, atrapándonos (del mismo modo que a las jóvenes prostitutas) en una atmósfera sucia, sudorosa, viscosa y agobiante, tratada desde una cierta distancia. Una obsesión, la de Muraoka, el colmo del atentado a la moralidad y el sentido común, es observada por aquél con una áspera desnudez (física y emocional) y a través de dosis de un humor negro que por lo directo llega a resultar estomagante. Versión más explícita y truculenta de La Calle de la Vergüenza que en manos de Gosha, Masumura o Shinoda la perspectiva y acción de Zegen sería muy distinta (y quizás mejor…).
Mientras Muraoka se declara esposo espiritual de todas las jóvenes a las que explota, construye un imperio distribuyendo orgulloso la carne femenina patria y tiene lugar una intriga amorosa entre él, Shiho y un poderoso gángster llamado Wang que controla el submundo de Malasia, Imamura nos habla de la evolución económico-político-social de Japón mediante sus grandes conflictos históricos, desde el tratado de paz entre éste y Rusia, el ascenso al trono de Yoshihito, la expansión del comunismo en la era Taisho o el regreso a los valores del ultranacionalismo en la era Showa.
Realidad siempre observada desde las paredes del lupanar y la cínica ambición disfrazada de honorabilidad del protagonista, cuyo rostro es el de ese esforzado Ken Ogata cien veces más repulsivo e irritante que el Iwao a quien dio vida en Kai (con el cual guarda mucha relación, además del film de Gosha con el de Imamura), debido a lo torcido de sus asimilaciones y actos es imposible empatizar con él. Y más durante un último tramo al aparecer como un envejecido padre de familia (pequeño ejército patrio para él) y en mitad de una incipiente 2.ª Guerra Mundial, donde será en última instancia despreciado por aquellos hijos del emperador a los que él siempre amó…
Los entregados y veraces Taiji Tonoyama, Shino Ikenami, Mitsuko Baisho, Chun-Hsiung Ko y Hiroyuki Konishi (en unos personajes asquerosos…) acompañan a Ogata en las sórdidas y melodramáticas peripecias de, básicamente, un hombre que entendió muy mal las malas ideas que le inculcaron. En esos últimos minutos la única sensación que consigue transmitir Zegen , es de pura angustia, como la mayoría de secuencias que la inundan…
Su nivel artístico y técnico, en especial la música de Shinichiro Ikebe, son admirables, pero por todo lo demás no es de extrañar que fuera un fracaso de taquilla y que pasara sin pena ni gloria por Cannes. Gracias a Dios después de ésto llegaría el milagro de Lluvia Negra .