Vivir dos veces
Sinopsis de la película
Emilio (Oscar Martínez), su hija Julia (Inma Cuesta) y su nieta Blanca (Mafalda Carbonell) emprenden un viaje disparatado y a la vez revelador. Antes de que a Emilio le falle la memoria definitivamente, la familia le ayudará a buscar al amor de su juventud. En el camino encontrarán la oportunidad de una vida nueva y sin trampas. Decisiones discutibles y contratiempos los llevará a enfrentarse a los engaños sobre los que han montado sus vidas. ¿Será posible vivir dos veces?
Detalles de la película
- Titulo Original: Vivir dos veces
- Año: 2019
- Duración: 101
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Opinión de la crítica
Película
6.2
61 valoraciones en total
Pais
Directores
Actores
- Aina Clotet
- Alex Franco
- Amparo Oltra
- Antonio Ruz
- Antonio Valero
- Daniel González
- Ferran Gadea
- Gustavo Ferrada
- Hugo Balaguer
- Hugo Sáez Contreras
- Inma Cuesta
- Isabel Requena
- Jordi Aguilar
- Jordi Tamarit
- Lucas Cavataio
- Mafalda Carbonell
- Mamen García
- Manu Valls
- María Ripoll
- María Zamora
- Nacho López
- Nieves Soria
- Oscar Martínez
- Silvia Valero
- Valeria Schoneveld
Las dos Marías, Ripoll en la dirección y Mínguez en el guión original, se combinan con armonía en una película que es una hermosa mezcla entre la esperanza y la melancolía, tanto en su sentida escritura como en su artístico envoltorio cinematográfico.
La esperanza se encuentra en los toques desenfadados y más cercanos al humor de unos personajes cuya vida muestra en realidad un drama. Probablemente como todas las vidas en este mundo que no son quizás más que, como cantara Aute, un ejercicio de gozo y dolor. Constituye un reclamo al espectador más allá de contarle una historia: una llamada a afrontar la vida con esperanza, los problemas con desparpajo. Ese sentir se plasma fundamentalmente en la personalidad del personaje de la niña Blanca y en su relación con los otros, especialmente con su abuelo Emilio, del que parece haber heredado su forma de ser.
La melancolía reside no obstante como trasfondo de las situaciones que viven. Una infancia no fácil de la niña, un matrimonio que hace aguas entre sus padres, y el deterioro inevitable de cuerpo y mente con el paso del tiempo del abuelo. La melancolía es esencialmente el ingrediente que mueve las relaciones entre los personajes, la historia de Emilio soñando con recuperar las oportunidades que dejó pasar, el verdadero amor, el de la magia de ese alma gemela que encontraste pero no supiste o no pudiste hacer realidad. Esta historia de Emilio es el eje de principio a fin sobre el que gira la narración.
La película no sería tan eficaz sin los que dan certera vida a los protagonistas. Nacho López como el cínico padre y marido que a ratos resulta pedante pero que esconde sinceridad y aporta las dosis de humor de un personaje algo caricaturesco, Inma Cuesta como a la vez la esposa, madre e hija que tiene que lidiar con todos e intentándolo hacer lo mejor que puede acaba casi siempre desbordada, Mafalda Carbonell como la niña dispuesta a afrontar lo que le venga con la resolución de la cruda sinceridad no exenta de ironía ante los demás, y finalmente y esencialmente Oscar Martinez, el abuelo, sarcástico a ratos, soñador, enfermo en el ocaso de una existencia, y con una interpretación tan expresiva como brillante al igual que lo fuera también en la recientemente estrenada este año El cuento de las comadrejas y en El ciudadano ilustre hace tres años.
En definitiva, algo más de hora y media de metraje, que personalmente me pasan muy rápido y me dejan luchando entre conservar las ilusiones o sucumbir a la tristeza de las ocasiones perdidas, con un bellísimo final que antes del último ocaso se abre a la luz de una segunda vida también en ésta.
Cinco minutos llorando a moco tendido sin ser capaz de levantarme de la butaca. Solo me había sucedido algo parecido el día del estreno de EL COLOR PÚRPURA en el Palacio de la Música de Madrid y no fue con la contundencia de hoy. ¡Cuanta sensibilidad! ¡Cuanta ternura!
No conozco a nadie que padezca demencia senil ni alzheimer por lo que descartó la sensibilidad por toque directo. No padezco, por el momento y a Dios gracias, estos terribles y crueles dolores del alma y del corazón pero la magnífica dirección de María Ripoll, el extraordinario guión, la preciosa fotografía, la acertada banda sonora y ese extraordinario actor que es Oscar Martínez acompañado de una maravillosa Inma Cuesta y de la niña Mafalda Carbonell con Nacho Lopez en su mejor papel hasta la fecha, hacen de esta pequeña gran película un clásico en el cine español. Se habla, para compararla, de títulos como la magnífica ¿Quien eres? de Mercero con un reparto de campanillas…yo no puedo comparar, me niego ha decir esta es mejor que la otra.
Llevaba un año en el que el cine español me estaba defraudando y VIVIR DOS VECES me ha reconciliado con la industria. No la voy a volver a ver en cine pero me compraré el BR para disfrutarla en casa, hoy me ha visto llorar demasiada gente. La recomiendo de corazón. No dejen de ver esta preciosa historia sobre nosotros, los que amamos por encima de todo, los que nos emocionamos con las historias cercanas y sencillas.
Gracias a todo el equipo artístico, técnico y de producción por estas dos horas de narración extraordinaria que han quedado grabadas en mi corazón. Gracias especiales a Oscar Martinez, un actor grande, muy grande.
Y les doy un 10 por esto y por mucho más.
María Ripoll nos cuenta en su último trabajo, Vivir dos veces, las miserias que este mal causa tanto en los afectados como en los seres queridos que les rodean. Y al igual que en la reciente Remember Me, nos muestra la capacidad del ser humano para no rendirse incluso en una situación irreversible como esa.
Nos encontramos ante una película irregular, una road movie dramática aderezada con ciertos momentos de comedia que proceden de la relación entre el abuelo y la nieta. En la parte dramática el filme muestra la desoladora realidad de esta horrible enfermedad. En ese sentido, llega a conmover y a poner un nudo en el estómago en varias ocasiones.
Sus puntos débiles quizá sean la previsibilidad de la trama y el poner en el centro de la misma a una familia tan disfuncional como la que se nos presenta, lo que hace que ciertas situaciones sean algo artificiales, facilonas en su ejecución.
En definitiva, una obra desigual en su conjunto, que durante algunos tramos se hace algo pesada y que sirve para demostrar la aterradora realidad de una enfermedad para la que por desgracia, de momento, no hay cura.
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María Ripoll regresa a la dirección confiando la trama a una guionista con la que no había trabajado. La historia de María Mínguez despliega un drama donde se combina el humor con lo personal y lo familiar.
Cada vez es más frecuente que el cine actual aborde una enfermedad más presente en nuestra longeva vida occidental: el alzhéimer. Además de afrontar esta cuestión, Vivir dos veces también otorga protagonismo a esos personajes femeninos (como la protagonista) en batalla continua para intentar que todo funcione en su casa con los distintos frentes y generaciones y, por supuesto, en el trabajo.
En este sentido, el guion abraza tantos aspectos que tiene que naufragar un poco en algunos: como la búsqueda del tono idílico y emotivo en esa fugaz historia de juventud o el secundario rol de padre que se cuelga y descuelga de una forma poco lógica y abrupta.
En el camino, Ripoll consigue que los actores y actrices funcionen y lleguen al espectador. Y suma con un fotografía que cohesiona los diversos tramos del argumento, con sus distintas geografías.
Sin duda, el variado elenco (en edades) ayudará a que sea un público amplio e intergeneracional el que pueda distraerse con la película: algo poco habitual en nuestro cine autóctono.
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El balance de humor, ternura y drama está equilibrado de forma bastante aceptable. Sin ser una película profunda en su materia, ni excesivamente conmovedora en emociones, cumple con la función de entretener y hasta moralizar sobre la difícil enfermedad del Alzheimer, gracias a que la sencillez de la trama se compensa con tres buenas interpretaciones. En especial la de Óscar Martínez, que todo lo que interpreta parece fácil, pero no lo es. Es el José Sacristán argentino.
Me quedo con la frase final: los números son un lenguaje, y como las letras, también nos cuentan historias.