Viva la libertad
Sinopsis de la película
Enrico Oliveri, secretario del principal partido de la oposición, pierde apoyos y entra en crisis. Tras ser duramente criticado en un mitin, abandona sus compromisos y responsabilidades y se refugia en Francia, en casa de una amiga. Su ayudante, intenta salir del apuro sustituyéndolo por su hermano gemelo, un enfermo bipolar recién salido del psiquiátrico. El experimento resulta ser un acierto porque el electorado recupera la confianza en (el falso) Enrico.
Detalles de la película
- Titulo Original: Viva la libertà
- Año: 2013
- Duración: 94
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Opinión de la crítica
Película
6.3
42 valoraciones en total
Me parece fantástico pensar en un actor para hacer una película, pero no al revés, hacer una película pretendiendo el lucimiento de un actor. Creo que éste es el caso.
Se me ha hecho una historia insustancial, sólo amena a ratos cuando aparece en escena Giovanni (el hermano gemelo y loco). La escapada de Enrico (el hermano político que ha entrado en una especie de crisis existencial en medio de la campaña a las elecciones) a París sólo sirve para justificar la entrada en escena de su hermano Giovanni, que lo sustituye en la campaña. Es una historia que pretende reflexionar (desenfadada y amenamente) sobre el desencanto de la sociedad y el mundo de la política, pero se pierde: la historia en París es insípida, aburrida y no aporta nada (¿la exnovia amiga, su hija, su marido director de cine, el rodaje, Mara? ¿A qué viene todo esto?), la relación entre los hermanos no está ni dibujada, la excentricidad excesiva con que se nos presenta a Giovanni en ciertos momentos hace que esta otra parte de la historia se aleje de la realidad y pierda su encanto, dejando la sensación de que sólo hemos visto un cuento, ameno y capaz de hacernos sonreír a ratos, pero tostón en otros.
Mucho se habla últimamente de la desafección ciudadana hacia la política y los políticos. Se trata desde luego de una desafección ganada a pulso hacia un juego, el de la política, que al final ha resultado ser demasiado perverso. Quienes desde hace algún tiempo vienen reclamando un cambio en las reglas de ese juego a través de una verdadera regeneración democrática (que exige desde la presencia de listas abiertas hasta la implicación directa del pueblo en los asuntos públicos) parecen moverse entre la utopía y el deseo de canalizar la mala leche reprimida de los ciudadanos hacia quienes les gobiernan.
En este sentido, el arranque y posterior planteamiento de una película como Viva la libertad resulta cuanto menos curioso. Hay un primer y prometedor guiño a la humanización del político en la figura de ese líder del partido de la oposición que, encerrado en su propio laberinto, hundido en las encuestas y cuestionado por los suyos, decide mandarlo todo a paseo y desaparecer por un tiempo de escena. Puede se runa declaración de intenciones que apunta hacia una izquierda desnortada que necesita urgentemente de nuevas ideas para encontrar definitivamente su lugar en el mundo. No obstante, parece que hay más y que Enrico Oliveri, el protagonista, necesita una renovación más personal, alejarse de los focos y volver al origen en un rapto de conciencia y honestidad, lo nunca visto en un político de estos tiempos.
En esa huida hacia adelante Enrico buscará refugio en el hogar de un antiguo amor de juventud (al que da vida la cuñada de Sarkozy lo que da pie a un pequeño y muy sutil gag verbal). Lo suyo parece un adiós definitivo pero pronto descubriremos que tal vez sólo se trate de un hasta luego y es que el poder es una droga de la que es difícil desengancharse. El recambio temporal de Enrico será Giovanni, su hermano gemelo, físicamente clavado a él, pero en sus antípodas en cuanto a carácter y formación. Giovanni es un filósofo que acaba de salir de un sanatorio mental donde se curaba de un trastorno bipolar, y que decide tomarse la suplantación de Enrico como un juego. Y entonces sucede lo que tiene que suceder.
Sucede que a través de su discurso directo – y populista dirían algunos- el hermano de Enrico se gana primero al partido y luego a la gente. En el fondo, Viva la libertad no deja de ser un film de inspiración capriana, y Giovanni propone volver a creer en la política con las mismas armas que funcionaron en otros tiempos: la filosofía y, por supuesto, el sentido común.
Está por ver si el mensaje que nos envía la película no llega demasiado tarde. A mí al final se me hace difícil de creer, incluso en un país como Italia acostumbrado a la alternancia política y a ver como sus gobiernos y sus mandatarios se suceden con la misma frecuencia con la que se cambian los entrenadores del Milan o de la Juve. Suerte que la gran baza del film es ese prodigio de actor que se llama Toni Servillo capaz de hacernos creer cualquier cosa por muy inverosímil que sea y que aquí vuelve a asombrar además por partida doble. Después de su antológico Jep Gambardella en La grande belleza, este hombre está ya por encima del bien y del mal interpretativamente hablando, compartiendo plaza en el Olimpo de los grandes junto a los Mastroianni, los Sordi o los Gassman.
Servillo es mucho Servillo pero como digo tal vez no sea suficiente para que el mensaje de la película nos cale definitivamente. Ya no es tiempo de los grandes discursos ni de las soflamas, relegadas a los dos minutos de conexión pactada con el telediario. La política parece estar ahora en otra, sometida a otro tipo de intereses, comenzando por la economía naturalmente, y siguiendo por la férrea disciplina de los aparatos de los partidos que aprisionan al individuo y al candidato. Ya lo dijo alguien por aquí hace algún tiempo: el que se mueve no sale en la foto. Y en esta película, Giovanni se mueve demasiado.
Esta entretenida y divertida película plantea en clave de humor la cuerda locura de una persona bipolar gemelo de un gran político italiano de la oposición y la suplantación durante una temporada de dicho político. En realidad la película lo que nos dice es que es mucho mas cuerdo y coherente con la realidad social actual una persona inestablemente emocional (bipolar) pero cercana a los problemas reales del pueblo que un político profesional cargado de clichés y ataduras al propio partido. Las sucesivas escenas que se suceden con discursos inesperados hacen de la película una diversión constante y alegre. Toni Servillo interpreta genialmente a los dos hermanos en esta comedia recomendable por su frescura.
El líder del principal partido de la oposición en Italia, Enrico Oliveri, está en horas bajas. Duramente criticado desde fuera y también desde dentro de su partido, se siente apabullado y un día decide desaparecer así sin más, dejando una lacónica nota. Nadie sabe dónde está, ni siquiera su mujer. Ella le sugiere al hombre de confianza de Enrico, que recurra a su hermano gemelo, Giovanni Ernani, un filósofo genial pero recién salido del manicomio. Éste acepta encantado y así reaparece el nuevo Enrico Oliveri, hablando de un modo más poético, lúcido y sorprendente. A la gente le gusta este nuevo proceder del líder de la oposición y las estadísticas electorales dan un vuelco.
Roberto Ando dirige esta irregular película que navega entre la crítica social y política a través del personaje gastado y decadente del líder Enrico Oliveri, y la comedia que aparece cuando entra en acción el personaje de Giovanni Ernani. Ambos personajes interpretados por Toni Servillo, ese actor que nos deslumbró a todos en La gran belleza, y que aquí demuestra una vez más su gran talento interpretativo componiendo maravillosamente bien ambos personajes.
Quien, como yo, acuda a ver la película al reclamo de la presencia en ella de Toni Servillo, no saldrá defraudado. Verle actuar por partida doble es todo un lujo para el buen aficionado al cine. También el resto del reparto cumple con creces con su trabajo, especialmente Valerio Mastandrea, que interpreta el papel de Andrea Bottini, el asistente del político, que está absolutamente convincente en su interpretación.
Creo que Viva la libertà es una película irregular, con un gran planteamiento y un pobre desarrollo, a pesar del alto nivel interpretativo de los actores. Es divertida, pero en el tema que trata la película, el humor debe ser sutil y siempre ligero. Si caricaturizas demasiado a los personajes y a las situaciones, pierde la credibilidad y todo se viene abajo. Esto sucede en esta película, se supera la línea y deja de tener gracia, y sobre todo deja de ser creíble el entusiasmo que el político impostor genera entre la gente, por caricaturizarlo excesivamente.
El mensaje que manda la película es muy obvio: resulta mucho más atractivo para los electores un político desequilibrado pero sensible a los problemas de la gente que un político preparado, de vieja escuela, anclado en las estrategias del partido, que está mucho más pendiente de lo que ocurre dentro de su partido que a lo que les sucede a los ciudadanos. Los políticos sirven a sus propios intereses, y siempre hay más cercanía entre políticos, aún entre políticos de distintos partidos, que la que hay entre éstos y el pueblo, que sólo interesa para sus intereses electorales.
En mi opinión, la película empieza muy bien, va creciendo, y en la parte final baja el nivel de un modo espectacular. Tiene un gran inicio, nos muestra muy bien cómo se siente el personaje principal y cómo es el mundillo en el que se mueve, logrando captar el interés del espectador. Esto va un poco más allá cuando aparece el personaje del hermano gemelo y sus primeras escaramuzas haciéndose pasar por el político. Para entonces el público está completamente entregado a la película esperando que el desarrollo vaya a más. Hay buenos gags, y la crítica seria convive armoniosamente con la comedia ligera. Lo único que nunca coge fuerza son las historias de amor latentes, ni el intento de nostalgia, ni el motivo de la separación de los dos hermanos, todo eso no está bien expuesto y nunca llega a calar en el espectador lo más mínimo.
En la última media hora, todo se va desmoronando. La crítica a la clase política y a la sociedad deja de ser creíble y el humor se convierte en esperpento. Los acontecimientos se van atropellando, da la sensación de que hay prisa por terminar y la película pierde completamente el pulso narrativo. En cuanto al trasfondo amoroso, lo que antes no convencía ahora directamente sobra. Si no se van a contar bien las cosas, es mejor no contarlas. Un trasfondo amoroso tiene que tener sentido y aportar algo a la película, si no va a ser así, está de más y sólo sirve para empeorar la historia.
Viva la libertà podría haber sido un buen drama social. También tenía muchos números para ser una gran comedia. Pero se queda entre dos aguas y deja una sensación de película desaprovechada que da bastante rabia. Había historia, había actores, había materia prima para que el resultado fuera un peliculón. Pero lamentablemente se queda en entretenida y curiosa, sin más.
No obstante, la recomiendo. Se pasa un rato agradable, hay escenas divertidas, y aunque no está tan bien hecha como debería, sí hace pensar en la mierda de clase política en cuyas manos estamos. Y encima ves actuar a Toni Servillo, que ya por sí sólo justifica el precio de la entrada.
http://keizzine.wordpress.com/
Más que el director, un tal Roberto Andò casi desconocido fuera de Italia, o del propio argumento, que apesta por todos lados a sátira, el principal reclamo de Viva la libertà es el de su actor principal, Toni Servillo. Es decir, el mismo que viene de marcarse un papelón en la ya mítica La gran belleza. Y aquí parece que no llega sólo a lucir el rostro, sino que se atreve con algo siempre complicado: representar un doble papel, en este caso el de un líder de la oposición venido a menos y su hermano gemelo que acaba de salir del manicomio.
En Viva la libertà se refleja a la perfección dos cuestiones acerca de la clase política. En primer lugar, una referida estrictamente a Italia, donde la inestabilidad campa a sus anchas desde hace ya demasiados años. Varios detalles de la película actúan casi como una radiografía de la situación del país en cuanto a su (no) gobernabilidad. Y en segundo lugar, algo ya no tan centrado en el país transalpino sino en lo que se refiere a todos los países del primer mundo: el desengaño de la sociedad respecto a la clase política y, por extensión, a los que ostentan el poder.
Sólo comprendiendo este contexto podremos entender por qué en la película el señor Roberto Andò nos quiere hacer creer que los italianos serían capaces de votar antes a un hombre recién salido del manicomio que a un político serio de los de la vieja escuela. Es inevitable hacerse la pregunta de si semejante cadena de acontecimientos guardaría alguna relación con una hipotética realidad, pregunta a la cual no sería descabellado responder afirmativamente si tenemos en cuenta de que algunos puestos de poder ya están ocupados por personajes no demasiado diferentes al del hombre loco que aquí se nos presenta.
Toda esta crítica se adorna, como aludíamos anteriormente, en un envoltorio repleto de gracietas varias. Por lo tanto, indudablemente estamos ante una sátira cuya intención está más que clara. Ahora bien, ¿cumple con su objetivo? El principio de la obra se desarrolla de manera muy pausada, quizá lenta en exceso, pero poco a poco y de la mano del gran papel de Servillo, el tono cualitativo va in crescendo en medio de gags bastante acertados y con una contextualización de la sociedad al cien por cien fiel respecto de la realidad. Superada la hora de la película, creemos estar ante una pieza histórica, algo que podría quedarse en la hemeroteca para que los universitarios del Siglo XXII comprendieran en clave de humor cómo estaba la situación a comienzos del siglo anterior.
Sin embargo, algo pasa con la última media hora. Lo que antes era una crítica rígida e implacable rodeada de un humor fino y efectivo se torna en un producto irreconocible. En los últimos minutos, la película es apenas una sombra de lo que fue, casi se puede decir que se traiciona a sí misma. Las dosis de humor son más groseras y burdas que propiamente graciosas, mientras que el argumento abraza la irrealidad y la apatía a partes iguales. Es complicado explicar a qué se debe tan drástico bajón, quizá a problemas de tiempo (con 20 minutos más es posible que hubieran podido dar un mejor final a la historia) o simplemente Roberto Andò no seleccionó bien el desenlace, pero en cualquier caso el rastro de indiscutible calidad que iba dejando la película termina borrándose.
Una lástima absoluta, porque como decimos la película iba camino de ser bastante buena tanto como obra cinematográfica como documento histórico. No cambia, eso sí, el placer que supone ver a Servillo de nuevo en acción, ni tampoco la intencionalidad de la obra, muy necesaria en estos tiempos ruines que vivimos. Pero el poso de decepción que deja la obra italiana en su desenlace es, por desgracia superior a las múltiples virtudes que atesoraba con anterioridad.
Álvaro Casanova – @Alvcasanova
Crítica para http://www.cinemaldito.com (@CineMaldito)