La sexta parte del mundo
Sinopsis de la película
La sexta parte del mundo muestra, en el seno de la URSS, las interacciones a distancia de los pueblos más diversos, de las multitudes, las industrias, las culturas, intercambios de toda clase venciendo al tiempo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Shestaya chast mira
- Año: 1926
- Duración: 61
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Opinión de la crítica
Película
7.2
45 valoraciones en total
Documental poco conocido, anterior a El hombre de la cámara, La sexta parte del mundo (el título se refiere al imperio soviético) comparte con su sucesora la ausencia de soporte narrativo y el virtuosismo del montaje. La película está sostenida por una estructura musical, basada en la recurrencia, a modo de rondó, de determinadas imágenes y, sobre todo, de intertítulos (VEO / A TI / Y A TI), cuyo tamaño y grafismo se gradúan como en el arte del cartel, que tuvo su apogeo en esta época.
La película se inicia con una mirada crítica hacia la sociedad burguesa y la economía capitalista, sostenida por la explotación de colonias lejanas o interiores (a través de una brillante asociación de bailarines de foxtrot, burgueses cantando en una cena y bailando en parejas al son del fonógrafo, mujeres con pieles montando en calesas, anuncios luminosos, esclavos trabajando en plantaciones, ejércitos coloniales, músicos negros de jazz y máquinas y obreros en fábricas), que sigue resultando actual: aún no tenemos respuesta frente a esto.
A este mundo se opone el desarrollo igualitario y la nobleza de los pueblos soviéticos. Dejando aparte el sustrato propagandístico (frente al que sí tenemos respuesta), la película, de 1926, es asombrosa por su modernidad y también porque, salvando la tentación de mirar con superioridad una realidad exótica y primitiva, su retrato de las personas muestra un respeto y una dignidad que hoy (en que estamos habituados a los fotoperiodistas depredadores capaces de cualquier cosa para conseguir una imagen llamativa) resultan reparadores.
La sexta parte del mundo destaca por el contraste entre el manejo sofisticado del montaje y la inocencia con que se muestran las imágenes de personas de las más diversas etnias, credos y culturas, desde el niño siberiano que juega con un zorro ártico cautivo hasta el esfuerzo de los pescadores calmucos o las tejedoras uigures, la chica que no puede aguantar la risa ante la cámara en la lejana Aul, la mujer afgana que se retira el velo, o los niños samoyedos que escuchan en un viejo fonógrafo un discurso de Lenin junto a las costas de Nueva Zembla.
Otras imágenes destacan por su potente simbolismo, como el lento travelling sobre una gran fábrica con la cámara colgada de su puente-grúa, la proa de un rompehielos soviético abriéndose paso por el Báltico, el ugrio que avanza con un perro sobre la nieve hacia el sol que nunca se pone, o el émbolo chorreante en el que se apoya una mano.
Pero, como el hombre y la mujer soviéticos, cada imagen aislada es sólo un elemento en la construcción de un todo más amplio, que se mueve con impulso irresistible hacia un final mecánico, utópico e inquietante (en el que la URSS aparece, anticipando la geopolítica de los años posteriores de la Guerra Fría, como el centro del que irradiaría la revolución mundial contra el capitalismo).