Videodrome
Sinopsis de la película
Max Renn, responsable de un sórdido canal de televisión por cable, descubre un día una emisora pirata llamada Videodrome con contenidos muy violentos y realistas. Una palpitante pesadilla de ciencia-ficción que nos muestra un mundo en el que el vídeo puede controlar y alterar la vida humana. Considerada por Andy Warhol la naranja mecánica de los 80.
Detalles de la película
- Titulo Original: Videodrome
- Año: 1983
- Duración: 88
Opciones de descarga disponibles
Si deseas puedes obtener una copia la película en formato 4K y HD. Seguidamente te añadimos un listado de opciones de descarga activas:
Opinión de la crítica
Película
6.7
84 valoraciones en total
Videodrome es algo así como el inicio de eXistenZ. Lo que en el 99 fue con los videojuegos, realidad o ficción dentro del mundo de la consola, mucho antes, en el 83, el mismo David Cronenberg ya nos ponía en la misma tesitura pero con el VHS.
Videodrome supera a eXistenZ a pesar de haber sido realizada 16 años después. Su trama es más ingeniosa y te deja con una incertidumbre absoluta sobre lo que está viviendo su protagonista. Los efectos, muy logrados para su época, hoy pueden chocar un poco, pero tienen un mérito grandioso.
Entre este James Woods y Jude Law, me quedo con el primero.
Entre el VHS y el Videojuego, me quedo con el primero.
Sólo un mejor reparto de actores en eXistenZ (Jennifer Jason Leigh, Jude Law, Ian Holm, Willem Dafoe, Sarah Polley, etc.) hace sombra a Videodrome.
Viva el VHS.
Por una de esas ironías cinematográficas, tan imprevisibles como oportunas, podemos hallar en Vampiros de John Carpenter, y por boca del propio James Woods, las claves que facilitan un mayor acercamiento a una película tan supuestamente alejada como Videodrome. Es en la definición de lo que son los son los vampiros, o mejor dicho su descripción por negación (no son románticos, no tienen clase ni son amanerados), lo que describe el mundo que pretende reflejar Cronenberg.
En el fondo Videodrome no deja de ser otra película sobre la vampirización, en este caso no de individuos concretos, sino de cómo de la infección en sí. Efectivamente asistimos al proceso en un hombre solo, pero otorgando la función de paradigma, de ejemplo de lo concreto cuya destinación es la expansión total hacia la sociedad en su conjunto.
Al igual que en las leyendas del hominae nocturnis, la televisión no deja de ser un ente aparentemente inocuo cuyo poder sólo se desata si la invitamos a entrar en nuestros hogares y en nuestras mentes. Sólo así puede ejercer su dominio basado en una combinación de seducción hipnótica basada en elementos tan oscuros y a la vez tan atrayentes como el sexo y la violencia. Sí, la televisión nos convierte en yonkis, sólo que en lugar de sangre necesitamos nuestra dosis hertziana diaria de morbo, sexo y violencia. No es gratuito pues que los objetos que se introduce el protagonista sean precisamente una pistola y una cinta de violencia explícita, símbolos evidentes de las necesidades que la pantalla quiere cubrir.
Todo ello conforma un discurso atrayente, que sorprende por la vigencia del mensaje, por la capacidad sintética y visionaria del director, pero ante todo, por la capacidad de sumergirnos en un ambiente de cariz marcadamente realista. Efectivamente sólo a través de una atmósfera malsana, pero también marcadamente natural se consigue que el espectador se lleve el miedo y el mensaje en su casa, un método cinematográfico que impide la desconexión entre el mundo del cine, de lo que acontece en la sala y la realidad exterior.
Cronenberg, quiere conformar un mundo pesadillesco, pero también reconocible, donde no haya una sola variación estilística entre la fantasía y realidad más palpable, que los acontecimientos sean tratados con la misma pose de cierto distanciamiento frío de la cámara, que muestre que la vida son sucesiones de eventos aparentemente desconexos, pero cuyas transiciones naturales pueden llevar a derribar ese muro, más delgado de lo que creemos, entre la realidad cotidiana y la paranoia colectiva. (sigue en spoiler)
Cronenberg en estado puro, a la vez atrayente y repulsivo: eficacia fascinante de la narración combinada con asquerosos detalles sangrientos y viscerales que siempre consigue colar…
Dos planos de realidad, normal y televisivo, a un lado y otro de la pequeña pantalla, y las intermedias transformaciones graduales: matar carne vieja para convertirse en carne nueva, pálpito constante de sexualidad retorcida, mezcla de zombies y vampirismo, contaminación y propagación, colgajos autónomos e invasores, sanguíneas babosas como morcillas que reptan y saltan, en busca de orificios por donde entrar al cuerpo…
Ritmo vivo, nunca empantanada la acción, color pálido, interiores espartanos, incisiones y sajaduras, gusto por quirófanos y cirugías, doctores que exponen con gran corrección parlamentos técnicos, médicos funcionariales con habla oficial y clara, clínicas, cuerpos magullados o en coma, seres humanos como peces, tensión de telepatías…
Órganos cubiertos de mucosidad, cuerpos mutantes, gran vagina abierta en el abdomen, proyectos científicos, antiutópicos, con razonamientos anatomopatológicos, máquinas orgánicas, muñones ensangrentados, embutidos, longanizas…
¡Furor de vísceras en ebullición!
Ya sabemos que a David Cronenberg le va lo sórdido. Gusta de los temas transgresores, de las disecciones y descomposiciones orgánicas y anímicas de los mutilados seres con los que trata… desde Rabia a La mosca, en su primera etapa de cineasta se convirtió en todo un referente de la ciencia ficción y el terror, derivando en los últimos tiempos en uno de los directores de cine negro más interesantes gracias a excelentes thrillers como Promesas del Este o la genial Una historia de violencia.
Pues este es el film en el que se le fue de las manos el buen material con el que partía de base. Una odisea desmembrada, fallida y tirando a tediosa, que trataba de exponer la fusión del ser humano con la tecnología que le rodea, principalmente los medios audiovisuales, convirtiéndole en otra cosa, en la nueva carne (como se encargan de recordarnos constantemente durante el metraje, como si de un mantra se tratase).
Al comienzo tiene cierta capacidad de fascinación mediante el juego de varios elementos: los videos snuff, el tratamiento del sadomasoquismo, la influencia adictiva de los mass media y sobre todo la idea de las cintas Videodrome como si de un virus infeccioso se tratara. Una vez inoculado (visto), se expande en el individuo como una enfermedad mortal, un cáncer que une lo orgánico con lo artificial, provocando una nueva percepción alucinatoria, alcanzando un nuevo nivel de realidad y de existencia. Mediante este proceso dialéctico, la carne entra en comunión con su opuesto inorgánico y surge la síntesis, la nueva carne ¿A que mola? Pues no tanto.
Sí que ayuda la presencia del carismático James Woods a sobrellevar el metraje, llevando dignamente la carga del críptico desarrollo de la trama, pero la progresión hacia la paranoia, el descenso a los infiernos del personaje, lejos de fascinar, alcanza altas cotas de extravagancia e insuficiencia, así tenemos una colección de deslucidas secuencias que no hacen justicia a las buenas ideas que tratan de exponer: venga a darle latigazos al televisor palpitante, frotando la cabeza dentro de la pantalla-globo, la mano fundida con la pistola, la descomunal vagina abdominal donde Woods comulga con las cintas VHS penetrantes… figuras metafóricas que al tratar de desdibujar visualmente las fronteras entre chicha y plástico, fallan en su cristalización fílmica.
Seguramente sobre el papel la historia parecería magnífica, pero su traslación al lenguaje cinematográfico es simplemente irregular. De tanto delirio la película pierde fuerza a marchas forzadas irremisiblemente aún obviando sus obsoletos efectos especiales, que no son en absoluto el principal problema. El problema es una narrativa disgregada, un tono desacertado, un montaje seccionado, un ritmo inexistente y una frialdad expositiva que convierten a Videodrome en otro mero experimento curioso y deforme dentro de la bizarra filmografía del director canadiense.
Descubrí Cronenberg a través de Scanners, mítico título que impactó poderosamente en el público ochentero gracias a su acertado porcentaje de originalidad, fantasía, tensión y aditamento gore. Años más tarde, ya en época universitaria, tuve la oportunidad de seguir disfrutando con el personalísimo discurso del canadiense con Vinieron de dentro de…, Inseparables y La mosca. Cronenberg y Carpenter pasaron la exigente criba intelectual que petulantes, culturetas y gafapastillas universitarios de nuevo cuño como yo, creyéndonos algo, prescribíamos como filtro para separar el grano de la paja en lo que se refería al cine fantástico o de terror. Atrás quedaban Dante, Craven o Raimi. Interesantes cineastas también, pero sin ese plus de talento que evidenciaban los anteriores. Menuda estupidez… como si etiquetar fuera decreto-ley.
Tras un largo paréntesis retomé la experiencia cronenbergiana. Tras constatar que Una historia de violencia -sin pretender menospreciar su correcto ensamblaje- me suscitara únicamente cierta sensación de frialdad y vacío, decidí retroceder a los orígenes del canadiense para degustar alguno de sus trabajos desconocidos aún para mi. El destino me cruzó con Videodrome. Más de lo mismo. Si no quieres caldo, dos tazas… La peli arranca bien, con nervio y vigor. La cámara de Cronenberg y la música de su inseparable Howard Shore arropan el film imbuyéndolo de una atmósfera angustiosa y enrarecida. El tema de Videodrome como canal televisivo con emisiones de torturas en vivo y en directo como leit-motiv argumental engancha, y mucho, pero a medida que la peli va adentrándose en vericuetos cada vez más apócrifos y metafísicos pierde mordiente, a la vez que se nos revela pretenciosa y extravagante. Tan extravagante como el propio Andy Warhol, quien se atrevió a calificar el film como La naranja mecánica de los ochenta. De la envejecida estética VHS y de los efectos especiales prefiero no extenderme para no cebarme demasiado, pero es que buscarle lecturas paralelas a la abertura abdominal de James Woods es tan cachondo y patético como el título de esta crítica.
En definitiva. Con 20 años, entre calada y calada y al calor de unas birras tal vez le hubiera buscado los tres pies al gato. Con casi 20 más, no cuela.