Vida oculta
Sinopsis de la película
Franz y Fani Jägerstätter son un feliz matrimonio que vive con sus tres hijas en su granja alpina en Sankt Radegund, Austria. Son campesinos, viven y trabajan rodeados de un impresionante paisaje montañés. Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, los hombres comienzan a respaldar el nazismo, pero Franz no se deja arrastrar por la corriente mayoritaria. Se resiste a prestar juramento a Hitler y se convierte en el primer objetor de un mundo de ferviente nacionalismo y creciente ideología de odio. El amor incondicional de su esposa y su fe inquebrantable, se convertirán en sus principales aliados para afrontar las graves repercusiones que su decisión provocará…
Detalles de la película
- Titulo Original: A Hidden Life
- Año: 2019
- Duración: 180
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Opinión de la crítica
6.8
94 valoraciones en total
Algún día sabremos por qué vivimos, afirma la protagonista femenina de la película cerca del final. A preguntas como ésta intenta responder un guión que desembarca en la pantalla con innumerables reflexiones sobre Dios, la luz (sobre todo la luz), el amor, la belleza, la vida, la conciencia etc. Todas ellas realzadas por increíbles y hermosas imágenes del cielo, de los ríos, de las montañas, de los bosques, de la naturaleza en sus distintas y luminosas formas. La más lírica de las poesías, la sublimación del ser, la trascendencia y la profundidad de la vida, el amor más incondicional y puro, un Dios hecho a imagen y semejanza de la naturaleza : qué se puede objetar ante la teológica y excelsa plasmación en la pantalla de tanta verdad? Nada, sobre todo si te interesa lo divino tanto como lo humano, como parece ser el caso de los muchos seguidores que tiene este director.
En mi caso echo a faltar lo humano, el sudor, el dolor, el valor, la duda, el miedo, el amor, las emociones reales de los que padecieron esa histórica y trascendental segunda guerra mundial. No encuentro personas en la pantalla con las que conectar, dado que el protagonista es presentado con destellos cuasi divinos: el más amado del lugar, el más comprensivo, el más honesto, el más humilde, el elegido (incluso por momentos parece el hijo de Dios, como cuando habla del espíritu Santo). Y después están los nazis, todos vociferando, con la cara desencajada, desprovistos de humanidad ( incluso de maldad), de los que ni siquiera se traduce lo que dicen. Salvo 3 ó 4 personas normales (su abogado y alguien del clero), no se dibujan personas en la pantalla, sólo arquetipos.
Por eso no me ha llenado ni de lejos la película, ni me he involucrado en la decisión final que ha de adoptar el protagonista (spoilers), porque todo se nutre más de unas creencias religiosas que de un conflicto humano. Sólo me he llegado realmente a emocionar cuando la mujer del protagonista le escribe y le comenta cómo una de sus tres hijas lo hecha de menos, cómo le pide que le guarde comida, que deje la puerta abierta por si regresa. Es de los pocos momentos donde la película conecta con la realidad, con la vida de la que tanto habla pero a la que tan poco atiende. Algo de impostura de lo divino sobre lo humano se masca a lo largo y ancho de toda la historia.
El cine puede que esté agonizando, pero sin duda lo que está muerto son la mayoría del público y las leyes que rigen las salas de cine. ¿Por qué se permite la entrada de comida en un cine y en el teatro, la ópera o en un museo no? Y para colmo comiendo como cerdos, algunos con los pies apoyado en el cabezal de la butaca delantera, con bolsas ruidosas de gusanitos y otras porquerías y además con los móviles encendidos. Hace poco apareció la horrenda noticia que en un teatro de Zaragoza, la gran Lola Herrera dejó de interpretar una función porque un móvil sonaba insistentemente y la propietaria, algo parecido a una señora, ya que sería más apropiado decir la irresponsable, no lo apagaba. Parte del público carece de educación y esos son los que nos conducirán a la ignorancia y a que cada día hagan películas más vomitivas, porque eso es lo que les gusta. Para ahorrarme todo esto que he descrito me suelo sentar muy delante, mientras que en el gallinero se cuecen los numeritos que les he contado.
Ayer, en la sesión de estreno de Vida oculta, cosa rara, algunos espectadores huyeron sentándose también por las primeras filas para poder disfrutarla tranquilamente. Y es que, para aclarar algo de base, la película de Malick no es para ese gran público. Malick nunca ha sido un director de masas y por ahora no lo sigue siendo, por fortuna. Su cine es muy particular, por ello tiene muchos detractores, los cuales no se enteran ni Jota de sus propuestas, ni de sus intenciones y por supuesto, no pueden apreciar su resultado, si es que llegan a verla hasta el final.
Malick, tras su paréntesis sin rodar durante dos décadas, se ha ido despegando cada vez más de lo que son las convicciones o reglas establecidas narrativas, para ir desembocando en un cine cada vez más filosófico y casi metafísico. No es de extrañar que su nuevo proyecto trate sobre Jesucristo. Afirmando esto puede que haya quien crea que se trate de un director meramente religioso. Para mí no es del todo correcto, al igual no fue así al recordar a otros directores que tiraron por esos derroteros sin tener nada ver unos con otros, sea el caso de Bergman o Tarkovski. Todos los estilos eran diferentes, pero sus constantes eran parecidas. Incluso con el Olmi de El árbol de los zuecos, que en un estilo casi documental se adentraba claramente en esa línea. Y saco a colación esa obra maestra de Olmi porque, sin guardar mucha relación, en ciertos aspectos me la ha evocado, así como algunos de los interiores parecen inspirados en el cine de Dreyer.
En Vida oculta es cierto que encontramos al Malick de hace años, ciñéndose mucho al guión y a lo que es una estructura formal para ser comprendido, con una historia basada en hechos reales, y que como siempre, está envuelta en una poderosa presencia audiovisual. Sus inspiraciones pictóricas son constantes, su fotografía, en este caso no es del que era su colaborador habitual Emmanuel Lubezki, si no de Jörg Widmer, es maravillosa y quizás uno de los logros más inesperados sea su banda sonora, o mejor debería decir sus bandas sonoras: hay una recopilación de temas de autores clásicos y otros más contemporáneos como Kilar o Arvo Pärt y otra banda sonora de James Newton Howard, autor eficiente y en ocasiones puede resultar algo cargante, pero que aquí logra uno de sus trabajos más inspirados.
August Diehl y Valerie Pachner encabezan un extenso reparto con muchos papeles secundarios, encarnados algunos de ellos por actores de renombre como Jürgen Prochnov o los recientemente desaparecidos Michael Nykvist y Bruno Ganz, que era uno de los mejores actores en lengua germana. Están magníficos, sobre todo a veces soportando los primeros planos y que incluso, sin líneas de diálogos, transmiten todas sus intenciones.
Malick ha utilizado la historia de Franz Jägerstätter para expresar, ante todo, la sinrazón de la guerra, para dejar de manifiesto el daño que puede provocar entre los habitantes de una pequeña aldea y señalar el bochornoso papel que juegan los responsables de la iglesia, atados de pies y manos a los intereses de una nación que parece que ha perdido la cordura ante un nacionalismo ridículo, cosa que hoy en día está mundialmente de actualidad.
Su voz en off es quizás una de las más justificadas que recordemos se hayan utilizado en un film, mientras hay también breves diálogos no subtitulados en alemán, porque a veces la acción interna es más importante que la acción externa, Esto no de no subtitular ya ocurrió por ejemplo, por imposición de Visconti, en todas las copias para todos los países de otra gran obra maestra, La caída de los dioses, porque a veces la acción es más importante la interna que lo externa.
Puede que el único inconveniente se encuentre en su extenso guión, que en su segunda mitad sus circunstancias se vuelvan algo reiterativas, ya que conocemos a la perfección el pensamiento del protagonista, y poco aporte a su progresión dramática, no llegando por ello al nivel de otros films de Malick ni a su, para mí, gran obra maestra que es El árbol de la vida. Pero aún así, se trata de un fascinante poema y una reflexión maravillosa sobre la vida y la muerte.
Por cierto, la película estrenada en España el siete de febrero, lo hace dos días antes de entregarse los Oscars. Significativo que en esta cada vez más tombolera ceremonia este film no haya obtenido ni una sola nominación. Por un lado, ya lo decíamos, no se trata de un film popular, pero a la Academia de Hollywood, aunque fuera por blanquear su deteriorada imagen, bien le hubiera valido haberla tenido en cuenta, ya que son tan tendentes al postureo, aunque sea oportunista o gratuito.
La película se cierra con una frase de George Elliot y una dedicatoria, como todo poema que se precie, a Alexandra Malick, su tercera mujer con la que sigue casado en la actualidad.
Hace muchos años que Terrence Malick encontró su voz. Tediosa y cursi para algunos, brillante y honda para otros. Su voz, su verbo, se hace cine en cada una de sus obras. Para entrar en su universo es necesario que coincidan las frecuencias de emisor y receptor, es necesario estar en sintonía. De ahí las filias y las fobias que suscita su estilo peculiar.
Tarde se aprende lo sencillo, escribía el poeta José Hierro. Desde que el ser humano primigenio observara deslumbrado y sobrecogido las estrellas, apenas hemos avanzado en la resolución de las preguntas esenciales: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos? Seguimos buceando en un océano de incertidumbres cuyas márgenes se alejan de nosotros a medida que aumenta nuestra ciencia. Seguimos existiendo a tientas y cegados. Cerca, quizás, de la extinción, seguimos casi en el principio.
Y, sin embargo, observamos el tenue rayo de luz que sale de la puerta en ‘Las Meninas’ y se nos encoge inexplicablemente el corazón. Algo late en el pigmento que nos sincroniza de inmediato con el mundo, con la vida, aquí, ahora, en cualquier parte. El arte, en ese punto, es religión.
Franz Jägerstätter no quiso jurar fidelidad al ‘Führer’ Adolf Hitler. Tuvo el valor de ser el único habitante de su aldea en negarse a votar a favor de la anexión de Austria al Tercer Reich. En 2007, fue beatificado por Benedicto XVI (el papa nazi, dicen quienes sólo saben de él que es alemán). A la ceremonia asistieron su viuda, de 94 años, y sus cuatro hijas. Pero ‘Vida oculta’ es más cantata que biopic. Malick transforma a Franz en alguien silencioso, introspectivo, envuelve su motivación en un hermoso velo suave y no del todo comprensible. Hay que dejar un espacio de luz para el misterio, dicen las personas santas. Y el director de Ottawa les toma la palabra y la oración.
Glosar las imágenes, incomparables, de la película sería ocioso. El argumento se sigue sin dificultad. Los acontecimientos aparecen en orden cronológico y debidamente balizados por la correspondencia entre Franz y Fani, su mujer. El yo poético de Franz/Malick se despliega a lo largo de las tres horas de metraje, resuena en el espectador –a poco que abra el pecho a sus armónicos–. Una cinta como esta es toda una vivencia.
Observo que, con ciertas películas de Malick, como ya me sucediera con ‘Inland Empire’, ‘Vértigo’ o ‘El espejo’, mi impresión mejora en sucesivos visionados. Mis prejuicios de intelectual resabiado lastran el abordaje inicial ante obras que son, en el más profundo de los sentidos, poesía. Por ello les invito a ver ‘Vida oculta’ verso a verso, con la cadencia de un ala, de una hoja, de un río suave de palabras.
Pensé algún día que quien vive sólo un instante, nunca
puede morir.
Es ese instante, en realidad, la vida entera.
No es fácil el cine de Malick: requiere capacidad de contemplación y, sin duda, la industria en absoluto ayuda a ello. Pero si se tiene un poco de paciencia – son tres horas – y algo de interés por trascender las sensaciones inmediatas, la superficialidad en las emociones y el puro entretenimiento… Si se valora lo que verdaderamente aporta algo al espíritu humano… Si lo políticamente correcto te la sopla… Si la interioridad es algo más que el funcionamiento del esófago… Si no todo da lo mismo… Si resulta que la vida no es un simple juego, sino algo bastante más serio… Si antepones la reflexión a la acción… Si el amor trasciende a la muerte (eso es religión, te pongas como te pongas)… Si la belleza, la bondad y la búsqueda de la verdad -todo con mayúsculas- aún aportan algo al desconcertado hombre del silo XXI… ¿Entonces?…
Entonces la legislación no es la última instancia, ni lo que dicte la mayoría. Y descubres que lo que dignifica al hombre es… ¡la conciencia! Y entonces el fin no justifica los medios: no es lícito obrar el mal para conseguir el bien, y vaya si esto implica heroicidad.
¿Se puede transmitir todo esto desde la belleza? Malick, que es profesor de filosofía, lo logra y con creces. De un modo asombroso encumbra la conciencia haciéndole un auténtico monumento. Interioridad frente a exterioridad.
Por todo ello: un auténtico disfrute.
¡Larga vida, Terrence, y gracias por dejarnos pensar!
Vida oculta parece un punto y final, pero quizás sea un punto y aparte de la etapa experimental de Malick. Es el cúlmen de su capacidad técnica tras toda una década dedicándose en exclusiva a la cámara digital. El árbol de la vida en 2011 supuso una revolución plástica y narrativa en la que ha insistido hasta llevar su narración a niveles crípticos en sus siguientes películas, To the wonder y sobre todo Knight of cups. Vida oculta es la vuelta a una narración lineal, a lo concreto: la historia del objetor de conciencia que se negó a jurar por Hitler. Eso sí, desde el primer plano de abertura la huella del director es ya irreconocible. Malick es la luz del cine actual.
Cabe recordar que el cineasta ha pasado grandes etapas de su vida alejado de los rodajes, a destacar el paréntesis de veinte años entre Días de cielo y La delgada línea roja. No obstante, en esas pausas no se quedó quieto, sino que se dedicó enteramente a la fotografía. Por supuesto, ese tiempo no ha sido en vano y ha sabido aplicar de manera impecable sus conocimientos de un arte al otro.
Aunque absolutamente todas sus obras gozan de una imagen preciosa, es tras La delgada línea roja que Malick es capaz de desplegar una ambición técnica mayor que sus dos obras maestras de los 70, más clásicas, eso sí, en cuanto a composición. Los límites han sido destruídos en estos últimos años de arte abstracto, y es hoy, en la vuelta a los relatos convencionales, que Malick nos devuelve una obra sublime e imperecedera.
En Vida oculta al igual que en sus cuatro anteriores películas, apenas hay diálogos. Los personajes narran sus sentimientos en off, acompañando las imágenes. Esta separación entre imagen y diálogo podría suponer una traba para poder seguir la historia, como ya ha ocurrido con sus anteriores trabajos. No obstante, esta vez ha sabido concretar la narración con las imágenes, dándonos como resultado un conjunto más homogéneo.
Cuanto más fácil es seguir el relato, más podemos fijarnos en las increíbles imágenes. Más podemos flotar en la naturaleza que graba, sin temor a perder el hilo, sin tener que estar constantemente concentrado. Vida oculta supone una experiencia sensorial y una inmersión en lo salvaje como pocas películas han logrado.