Vete y vive
Sinopsis de la película
Gracias a una iniciativa del Estado de Israel y de los Estados Unidos, desde el 20 de noviembre hasta el 4 de enero de 1985 se lleva a cabo una amplia operación para trasladar a miles de judíos etíopes (Falashas) a Israel. Una mujer etíope, que no es judía, convence a su hijo para que se declare judío a fin de que pueda huir de la miseria. Cuando el niño llega a Israel, dada su condición de huérfano, lo adopta una familla judía francesa que vive en Tel-Aviv. Pasa la infancia atemorizado ante la posibilidad de que se descubra su doble secreto, su doble mentira : no es ni judío ni huérfano, sólo es negro. Con el tiempo, irá descubriendo el amor, la idiosincrasia judía y la cultura occidental. Pero también el racismo y la guerra en los territorios ocupados. Se hará judío, israelí, francés, tunecino sin olvidar nunca a su verdadera madre y su verdadera naturaleza : un etíope salvado de la muerte…
Detalles de la película
- Titulo Original: Live and Become (Va, vis et deviens) aka
- Año: 2005
- Duración: 148
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Opinión de la crítica
7.5
72 valoraciones en total
Era muy pequeño cuando Israel puso en marcha la Operación Moisés. De hecho, la primera vez que oí hablar de los falashas fue gracias a Javier Reverte. En uno de los maravillosos libros de viajes sobre África, Reverte me habó de la reina de Saba y del Rey Salomón. Lo que Reverte no comentaba, era el qué pasó después. Y es aquí donde casi empieza esta grandísima película de Radu Mihaileanu.
Vete y vive es un estremecedor relato de la dureza de la adaptación e integración en una sociedad llena de intolerancia e hipocresía. Su inicio posee una fuerza brutal, con mucha intensidad y momentos de emoción desbordante. Aunque conforme trascurre la película pierde algo de esa intensidad no deja de ser un relato sobrecogedor sobre una cantidad enorme de temas que andan abiertos en Palestina.
Schlomo tiene un secreto, y sus dudas y miedos nos lo trasmiten sus ojos fijos en la luna. Los tres personajes que hacen de Schlomo, crean un personaje complicado y difícil y lo sacan con soltura, puedo tener mi preferido, pero lo cierto es que los tres mantienen el pulso en un ambiente hostil y complicado.
No me molesta, como a otros, que se quiera abarcar tantas cosas. Es más, agradezco un esfuerzo por parte del director el querer constatar algo obvio pero que muchas veces se olvida: en Israel no todos los hebreos pretenden lo mismo. Hay de todo.
La película está llena de grandes momentos de mucha ternura y gran crudeza. El final es facilón, es incluso previsible, es irreal pero también bonito.
Película emocionante, que se hace corta a pesar de sus dos horas y pico de metraje. Cuenta la vida de un joven que sobrevive gracias a una mentira y al contrario que la mayoría de los verdaderos judíos que viven pensando en la vuelta al paraíso terrenal, donde corren ríos de leche y miel, este joven vive por y para poder salir de Israel y regresar a su tierra en busca de su madre, para verla y agradecerle todo lo que hizo por él. En medio de este viaje, hay momentos en los que el muchacho no sabe ni siquiera a que lugar pertenece, pero aún así sigue viviendo a pesar de las dificultades con la ilusión de algún día poder verla.
La interpretación del los actores es estupenda, tanto la de los actores que hacen el papel de Schlomo como el papel de la madre adoptiva, que rebosa sentimiento.
La caligrafía de la película es básica, de redondilla, pero no lo disimula. Basta para la emoción que quiere transmitir, emoción que entre el primer minuto y el final culminante no deja de latir, con rachas de fuerte intensidad.
Para apostarlo todo a esa emoción continua, el protagonista es sometido a un múltiple extrañamiento, con lo que de uno u otro, o de sus combinaciones, siempre surgirá inquietud abundante, por larga que sea la película.
En un campo de refugiados sudanés, una madre etíope se desprende de su hijo de 9 años, con tal de que éste pueda sobrevivir. Supremo sacrificio. Lo encaja en la ‘Operación Moisés’ de rescate de falashas, con una madre cuyo hijo de la misma edad acaba de morir. El niño cristiano se hace pasar por judío etíope, con familia y pasado inventados. Primer extrañamiento. El segundo, el traslado a Jerusalén, ciudad lejana. El tercero, la marginación del grupo en la estricta sociedad israelita, cuyos sectores ortodoxos lo hostigan.
Descendientes de Salomón y la Reina de Saba, los falashas (camuflado entre ellos el niño) retornan a Tierra Santa donde, según los versos del rey sabio, corren ríos de leche y miel. Pero encuentran que en algunos sectores esa leche no está en muy buen estado.
No llores, vete y vive, sé. De momento, el niño no puede ser. Su identidad es un lío de capas superpuestas y contradictorias, asfixiante.
La luna, la misma que brilla sobre África, es la única continuidad, la diosa madre a quien se dirige para no sentirse fantasma, encarcelado en identidades postizas.
Vive en su familia adoptiva las zozobras políticas. Durante tres épocas, niñez, adolescencia y juventud, aguanta mortificado su secreto incomunicable, ser falso huérfano y falso judío, mientras conoce el amor y los estudios rabínicos. Cuando se empeña en confesarlo no consigue hacerse entender. Situaciones kafkianas, por enrevesada madeja de equívocos.
Un sentimiento elemental y honrado atraviesa la película y le da trasfondo: la lucha desesperada por llegar a ser quien se es en verdad, individualmente.
Esta larga narración cinematográfica es una aproximación al conocimiento y comprensión de los falashas o pueblo de judíos etíopes y de piel negra, que según ellos mismos son descendientes en parentesco y religión hebrea de la unión amorosa entre el rey Salomón y la Reina de Saba hace más de 2700 años. Una creencia algo mitificada, pues en realidad y según los expertos en la materia, los falashas son más bien miembros de una tribu indígena hamítica, de piel oscura, conocida como Agau, la cual parece ser que adoptó en su conjunto la religión judía allá por el s. I ó II d.C. El culto judío que practican estos etíopes se basa en la Biblia hebrea o Pentateuco. No tienen muchos conocimientos del hebreo, y para sus prácticas religiosas utilizan el guezo (lengua etíope antigua). Son escrupulosos en la observancia de las leyes dietéticas y de higiene que recoge la Torá, así como del calendario judío. Para el judaísmo mundial merecen toda consideración como miembros judíos de pleno derecho en el pueblo de Israel, máxime porque han salvaguardado y profesan en gran parte el antiguo culto judío tal como se practicara en los días que precedieron a la destrucción del II Templo de Jerusalén (70 d.C.)
Debido a la presión de poderosas organizaciones judías y de EEUU sobre el gobierno etíope, éste permitió una numerosa salida de judios etíopes de Etiopía, en 1991. Las autoridades israelitas montaron una magnífica operación de rescate, traslado y acogida, la cual se realizó mediante un puente aéreo desde Addis Abeba a Tel-Aviv, el viernes 24 de mayo de 1991 (en aproximadamente un día llegaron a Israel procedentes de Etiopía unos 15000 judios etíopes), nada más y nada menos.
En esa vorágine de gente, una madre etíope muy pobre, no precisamente de religión judía, logró meter a su hijo de nueve años entre la multitud de judíos emigrantes, ¡y coló con la ayuda de los otras personas misericordiosas! El objetivo y la razón de esa madre no era otra que: ¡VETE Y VIVE!, es decir, ¡VETE Y SÁLVATE! A partir de ahí la película nos narra toda la vida de este niño, luego muchacho y más tarde hombre, su adaptación, penurias, añoranzas, desarrollo y salida para adelante.
Película muy interesante, en primer lugar por lo mucho que sale uno sabiendo, tras su visionado, de la historia y penalidades de los falashas. Lo mejor del filme es la parte primera y la final, en el medio pierde ritmo y resulta pesada. El instante final es sobrecogedor.
Fej Delvahe
La inmensa mayoría está de acuerdo a la hora de valorar esta película: la primera mitad es cojonuda, pero en la segunda decae el ritmo y la emoción. La sensiblería está presente en todo el metraje, pero, curiosamente, apenas reparé en ella durante la parte que habla del choque cultural, de las dificultades que encuentra Schlomo para integrarse, alejado de su querida madre, en una sociedad que le desprecia. Es ahí donde el guión y la dirección están inspiradísimos, y, sin renunciar a un humor incisivo y amargo, logran alcanzar altas cotas de dramatismo. El resto se alarga, pretende abarcar demasiadas críticas, pierde ese humor, esa agilidad, y es entonces cuando más se notan las blandenguerías, pero reconozco que sabe mantener el interés.
Me acuerdo especialmente de los siguientes momentos: cuando un joven Schlomo agrede a su compañero de habitación cuando se le acerca jugueteando, cuando el rabino le pregunta por el fundador del culto judío y responde que fue Jesús, la presentación del abuelo con esas inesperadas críticas a su pueblucho, el regateo al escriba Amrah… En realidad me quedo con toda esa primera parte, pues está repleta de situaciones del mismo estilo.
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– ¿Tú crees en Dios?
– Sólo cuando me duelen los pies.