Underworld Beauty
Sinopsis de la película
Miyamoto es un ladrón leal y respetuoso para sus compañeros. Ahora que ha salido de prisión desea recuperar unos diamantes, es decir, el botín del último robo cometido para dárselos a Mihara, herido en la operación. Sin embargo los otros miembros del grupo son demasiado ambiciosos para permitirse perder tan valiosa mercancía, por lo que tenderán una trampa a Miyamoto y Mihara que desatará trágicas consecuencias, en las que se verá implicada la desvergonzada y algo descerebrada Akiko, hermana menor del anterior.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ankokugai no bijo (Underworld Beauty)
- Año: 1958
- Duración: 87
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Opinión de la crítica
Película
6.5
67 valoraciones en total
Un gánster que acaba de salir de la cárcel, Miyamoto (Michitarô Mizushima) recupera unas piedras preciosas que escondió en la pared de una alcantarilla para venderlas y dar el dinero a su antiguo compinche, que sufrió físicamente las consecuencias del último golpe que dieron y ahora se gana la vida vendiendo comida en un puesto callejero. Sin embargo, el plan de Miyamoto se malogra y las piedras preciosas provocarán una muerte tras otra por la avaricia de los que saben de su existencia.
Éste es el resumen argumental de este largometraje de Suzuki, uno de los primeros de su carrera como director, y en el que el tema del subalterno que se rebela contra su superior, contra un jefe injusto -tema muy importante en El vagabundo de Tokio (Tôkyô nagaremono, 1966)-, aparece ya en todo su esplendor. Destaca la crueldad del método de tortura de la banda yakuza de este film, asfixiar a sus víctimas con vapor caliente, y destaca el cuidado de la puesta en escena en los detalles, por ejemplo en los tatuajes que identifican a los mafiosos como tales. Por cierto, la bella del título, la actriz Mari Shiraki, no es tan bella como la pintan…
Los ladrones y gángsters no son gente honrada. Se engañan, persiguen, amenazan, chantajean y asesinan a cualquier precio, y el de unos valiosos diamantes bien merece la pena.
Y como de costumbre en estos conflictos del submundo criminal siempre acaba inmiscuyéndose una fémina.
Para cuando llega 1.957, tres titanes del cine japonés (Yasujiro Ozu, Akira Kurosawa y Masaki Kobayashi) estrenan inmensas obras: Crepúsculo en Tokyo , Trono de Sangre y Río Negro , Heinosuke Gosho se destapa con su fantástica Elegía y Yasuzo Masumura (con Besos ) y Koreyoshi Kurahara (con Ore wa Matteru Ze ) comienzan sus carreras como directores y baluartes de una nueva etapa cinematográfica. Entre tanto, un recién contratado por Nikkatsu Seijun Suzuki ha demostrado habilidad y nervio a sus productores con un trabajo que se inscribe entre lo mejor de su temprana filmografía: Ocho Horas de Terror .
Se trata de un ejercicio que hereda y juega ingeniosamente con el drama de tonos sociales y los códigos más manidos del cine negro, la combinación es perfecta y suple las carencias que envuelven a la producción, pues si algo distingue a la compañía donde trabaja son sus proyectos de encargo baratos, realizados con pocos medios y la vista puesta en la taquilla. Suzuki empieza 1.958 de nuevo puesto a trabajar en otro título enmarcado en los lindes del cine negro, escrito por Susumu Saji (un habitual de Kinji Fukasaku y Kihachi Okamoto) y que podrá rodar en formato Cinemascope utilizando por primera vez en los créditos su pseudónimo (Seijun), ya que hasta entonces había firmado con su nombre real (Seitaro).
Mientras a finales de los 50 el clásico noir americano está perdiendo la popularidad que cosechó en la década anterior, otros países heredan sus códigos y tics más reconocibles adaptándolo a su propia forma de ver el cine, como en terreno francófono, donde se denomina polar . En Japón también se continúa realizando este tipo de cine y además se adapta a los nuevos tiempos, Underworld Beauty es un gran ejemplo de esta tendencia, cuya historia comienza en los callejones ocultos por la noche y en las cloacas, siguiendo a un delincuente profesional llamado Miyamoto que va en busca de un alijo de diamantes.
La ambientación, la puesta en escena, la atmósfera, la estética, todo exuda el aroma del más puro noir , que tan bien supo manejar Suzuki en Ocho Horas de Terror . Estos diamantes son el tema central de una crook story en la mejor tradición de la literatura hard-boiled de Carr, Spillane o McGivern, y Miyamoto desea entregárselos a Mihara, uno de los compañeros con los que cometió el atraco por el cual fue enviado a prisión, y quien acabó herido en una pierna en el transcurso de la operación. Los otros fueron Osawa y Arita, y el jefe del grupo es Oyane, todos identificados por distintos tatuajes en sus brazos bien detallados por la cámara de Suzuki.
Pues estos individuos, codiciosos, repelentes, mentirosos, oportunistas, violentos y cobardes, como mandan los cánones, no están dispuestos a dejar que tan preciada mercancía sea para un pobre cojo sin coraje ni determinación. Una trampa en pleno intercambio acabará con Mihara hospitalizado y los diamantes dentro de su estómago, todo para que no caiga en manos de los ladrones, un incidente que pondrá aún más de manifiesto la repulsiva catadura de los protagonistas, porque lo más importante para ellos no es ni el honor ni la amistad, sino el botín.
Mientras Miyamoto intenta dar con a los autores de este robo (aunque está claro desde el principio, pues las artimañas del guión son más que previsibles), la hermana de Mihara, Akiko, se ve envuelta en el embrollo, sobre todo porque frecuenta el club de Oyane y mantiene una relación (muy extraña) con Arita. Parece necesaria su presencia pues en todo noir que se precie debe implicarse una mujer, que normalmente da título a la historia, como en este caso, pero si Akiko está aquí es porque los productores querían mostrar a la juventud del momento, aquellos que fueron niños en la posguerra y se influenciaron de la cultura americana, que reciben con los brazos abiertos (atención a los bailes del club o cómo se adopta el inglés).
Lo malo es que este personaje, perfecta representación de la descarriada e irrespetuosa nueva generación, resulta de todo menos carismático, más bien insoportable desde que aparece, Akiko ha perdido a su hermano y pronto será víctima del complot de los antiguos compañeros de aquél, pero poco nos importa si esta desquiciante muchacha vive o muere o la torturan, lo único que el espectador puede querer ver es su cara destrozada a golpe de cañería (Miyamoto nos brinda un inolvidable momento cuando tras perseguirla sin descanso le dé un soberano guantazo).
Por lo demás Suzuki maneja con nervio una fábula de criminales dura e intrigante, muy influenciada por los estilos europeos y americanos, apreciándose un gusto especial por Decoin, Dassin, Kubrick (sobre todo El Beso del Asesino ), Fuller y H. Lewis. Aun con saltos algo inexplicables en la trama, el ritmo fluye y el suspense hace el resto (con un socarrón guiño al género al ser oculto el botín en el pecho de un maniquí femenino). Michitaro Mizushima presta su imponente presencia y su duro y contraído rostro como un Bogart a la japonesa interpretando al perfecto antihéroe de una novela de Freedgood, seguido de los correctos Shinsuke Ashida, Toru Abe, Kaku Takashina y un joven Hideaki Nitani.
Por su parte Mari Shiraki, que es la belleza de la que habla el título (perdonen que discrepe), se gana a pulso el desprecio absoluto del espectador tan solo con su mirada y movimientos, no siendo necesario que abra la boca para conseguirlo.
Si este personaje fuera mejor tratado en el guión de Saji y no hubiera tantas incongruencias a lo largo de la trama, quizás esta (no obstante entretenida) obra estuviese entre lo mejor que hizo Suzuki en su primera etapa.