Una vida nueva
Sinopsis de la película
Inspirándose en su infancia, la cineasta franco-coreana Ounie Lecomte narra la historia de una niña abandonada por su padre en un orfanato. Jinhee es una niña de nueve años que convive con su progenitor hasta que éste la abandona sin despedirse de ella en un orfanato de Seúl regentado por monjas. La niña ve pasar los días con la esperanza de que su padre vuelva a recogerla y, mientras tanto, crea una nueva familia con sus nuevas amigas con las que comparte juegos y experiencias. Cuando algunas de sus compañeras se van, consiguen el sueño de entrar a formar parte de una nueva familia aunque, a veces, les entristece separarse del resto. Por eso, Jinhee decide, por un lado, reinventar su propia historia y, por otro, mostrarse silenciosa y ausente con sus potenciales nuevos padres para evitar afrontar una nueva separación.
Detalles de la película
- Titulo Original: Yeo-haeng-ja - Une vie toute neuve (A Brand New Life)
- Año: 2009
- Duración: 92
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Opinión de la crítica
7.1
88 valoraciones en total
Sencillez a raudales, que no simpleza. Naturalidad investida con calma de una belleza mesurada. Ojos habladores y descriptivos que miran a una lontananza vacía de motivación, cuando el amor regalado es millones de veces mayor al recibido. Narración de un destino negro a toda costa por más que te levantes con ganas de luchar de nuevo. El horizonte siempre es el mismo: frío y desalentador. ¿Por qué ese empeño de las almas cándidas en amar a quién no ama, al menos no a un alma cándida?
Rara avis que se ve con agrado.
Esta historia es bastante autobiográfica, ya que su directora pasó parte de su infancia en un orfanato, hasta ser adoptada por una familia francesa. Es una historia muy tierna, en la que vemos los sufrimientos de nuestra protagonista, y como va cambiando el personaje a medida que pasa el tiempo.
Lo que más se ha de destacar de esta película, es la buena interpretación de las jóvenes actrices, sobretodo la de Sae-ron Kim.
Podría tratarse de un drama más del montón, pero resulta ser algo más que eso.
Relato autobiográfico en el que Lecomte nos cuenta a la perfección lo que pasa por la cabeza de una niña abandonada en un orfanato por un padre de esos cabronías que no dice ni adiós muy buenas. Plagada de emociones, de sentimientos y reflexiones que huyen de ñoñerías y acaban encogiendo el corazón al más duro, Una vida nueva es una nueva muestra del magistral estado del cine coreano actual. La niña protagonista es una verdadera delicia y un prodigio de contención difícilmente comparable.
Lo dicho, una preciosidad…
De ramalazos autobiográficos (o eso se puede intuir ya que la propia Lecomte fue adoptada a los nueve años de edad) y una sencillez aplastante, el debut en largo de Ounie Lecomte nos sumerge en la crónica de una pequeña, Jinhee, que será abandonada por su padre en un orfanato regentado por monjas, donde tendrá que lidiar con la difícil decisión de su progenitor y encontrar su hueco en un hogar que parece muy alejado del suyo, en especial por esa carencia de una figura paterna en la que buscar apoyo.
Lecomte realiza su segundo trabajo cinematográfico (el primero fue un corto sobre el tema del aborto de título Quand le nord est d’accord) logrando perfilar un universo que, aunque se presenta como verdaderamente personal, también sabe resultar lo suficientemente sensitivo para conectar con un espectador que afortunadamente echará en falta el tan típico desdén dramático en este tipo de propuestas, rara vez encaminadas a resultar honestas, y se encontrará con una propuesta que prefiere sentirse tímida a arrastrar sus miserias por el celuloide.
El talento de Lecomte no sólo queda reflejado en una honestidad inquebrantable, también lo hace demostrando que posee un instintivo conocimiento del medio y puede resolver cualquier traba, por pequeña que sea, con una decisión fuera de lugar. Ello queda patente de buen principio cuando asistimos a los primeros compases de la historia de Jinhee, en la que observamos como sutilmente se introduce la figura de un padre no-presente (nunca se le ve el rostro con claridad, sus diálogos son escuetos…) del que sólo atisbaremos a ver su cara en el momento del abandono cuando, en un gesto casi autoindulgente, observa a su pequeña desaparecer a sabiendas de que nunca la volverá a tener a su lado.
Lo que podría ser un recurso funcional, se extiende al resto de un metraje que posee secuencias que, desde otro punto de vista, podrían haber socavado la delicada labor de Lecomte. Sin embargo, la cineasta de origen coreano mantiene firme un tacto que también se hace patente con la introducción de momentos mucho más delicados, tanto para la composición de la propia película, como para la comprensión de un relato que no acepta disonancias tonales y resuelve con gran sutileza todas esas asperezas, en parte lógicas por el desarrollo del propio personaje.
No hay que desestimar en esa labor, no obstante, el trabajo de una pequeña actriz, la también coreana Kim Sae-ron (a la que este año habíamos podido ver anteriormente en el thriller El hombre sin pasado), que parece conocedora de la importancia de su tarea en la obra, no tanto por el hecho de ser la protagonista absoluta, sino más bien por saber en todo instante entender cada secuencia y representarla con una audacia que le confiere un valor añadido a Una vida nueva, hecho verdaderamente importante en una cinta de estas características, que se aleja del drama más funcional con sapiencia y siempre busca un acercamiento de lo más perceptivo.
Tampoco cae en artimañas la propuesta de Lecomte, que decide dejar en el espectador la responsabilidad de ser juez y jurado de unos personajes que ni siquiera buscan la empatía del mismo (son como son, o se les acepta o no). De similar modo también se aleja de discordantes debates sobre la situación vivida por Jinhee y prefiere hacer eco de una percepción vital, la de la pequeña, que va cambiando a medida que avanza su estancia en el orfanato, siendo su relación con otra de las niñas que allí se encuentran el mayor bálsamo para que comprenda que la pérdida (en este caso, de su padre) también puede ser vislumbrada como una oportunidad y, aunque Jinhee siempre parece reticente a ello, al final parece que las verjas del orfanato se abren en un gesto casi automático por comprender su situación y su naturaleza, y saber como debe actuar para superar una situación compleja que dejará al espectador en un bálsamo gracias a la quietud con que Lecomte mueve un conjunto tan bello como irreprochable.
Crítica para http://www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Creo que no me di cuenta de lo que era ser madre, hasta que mi hijo tenía ya cinco meses. Le tuve que llevar una noche helada y negra de febrero a urgencias de un hospital por una faringitis. Le tumbaron en una cama, con una lámpara encima, más grande que él, de una luz blanca muy molesta, medio desnudillo, muerto de sueño, dolorido y muy asustado… hasta que entre todas las cabezas de enfermeras y médicos se encontró con mi cara. Y ahí se quedó. Mirándome fijo, como si le fuera la vida en ello. Como si verme fuera suficiente para tranquilizarle y saber que nada malo podía pasarle allí, a pesar de ser un sitio hostil y desconocido. Me dejaron cogerle de la mano y se agarró a la mía con una fuerza enorme de enano decidido a quererme por encima de todo. Ahí me di cuenta, con ternura, pero con mucha responsabilidad y miedo que ese ser humano confiaba ciega y absolutamente en mí, sin ninguna duda, para sobrevivir.
Se sentía a salvo conmigo. Y seguro. Yo tenía el poder y la magia para solucionarlo todo… Es una experiencia fantástica, pero pavorosa por lo que supone. Por eso la traición de esa confianza resulta tan terrible y desconcertante para los adultos. Y para los niños es demoledora, aunque dicen que, igual que tienen huesos de goma, bacterias protectoras y ángeles de la guarda propicios, también poseen el don del perdón y el olvido, sin rencor, del daño que reciben… No cabe duda que están mucho más evolucionados que los hombres y mujeres que serán en el futuro, y algún instinto de supervivencia se dispara para superar el desconcierto y el miedo de que quién tiene que cuidarte y protegerte, no lo haga. O que la persona encargada de darte todas las ces imprescindibles: casa, comida, cariño, cuidado, calor… no lo haga. Que la persona en quién depositan su tranquilidad y certidumbre, no lo haga… o que incumplan sus promesas o que mientan…
Jinhee es una preciosa niña a la que pasan todas esas cosas terribles. Su padre, al que adora, le lleva con la excusa de un viaje, a un orfanato donde la deja para que la adopte otra familia. Así de increíble. Jinhee no puede asimilar eso. Ni aceptarlo. Ella no es una huérfana, ni quiere otra familia que su padre. Es algo tan desconcertante que piensa que en cualquier momento volverá a recogerla. Por eso se resiste a integrarse en ese grupo de niñas abandonadas, como si así consiguiera mantenerse en la idea de ser una niña con todas las ces imprescindibles e intactas: casa, comida, cariño, cuidado, calor…, que solo está allí de paso.
Pero son los días los que pasan y ella va viviendo todas las fases de incredulidad, rebeldía, odio, tristeza, culpa, desamparo… todo menos la aceptación. Está agarrada al recuerdo de su padre, colgada de su última mirada, como mi niño en aquel hospital frío y hostil, sin buscar, ni esperar, nada más que a la persona protectora que la quería y la cuidaba.
Lo cierto es que el orfanato no es un lugar hostil, ni frío. Es un universo de mujeres compasivas, monjitas dulces, madres sin hijos encariñadas con los de otros, niñas grandes soñando con volver a ser pequeñas y queridas, y un director comprensivo y positivo. Son personas capaces de comprender, ayudar, calmar heridas a niñas tristes y encontrarles una oportunidad de tener una vida nueva… Pero Jinhee no encuentra su lugar, aunque sí a una amiga que la persigue y la saca de sus rincones de aislamiento para compartir con ella sus esperanzas de tener una familia. Lo terrible es que tampoco puede agarrarse a la amistad, porque también ella desaparece un día…
Jinhee no puede más. Cuando se convence que su padre ha desaparecido sin rastro, ella también quiere desaparecer, perderse en la nada, morirse como aquel pajarito muerto… Ah! Pero los niños son especiales. Fuertes y valientes, mucho más evolucionados que los hombres y mujeres que serán en el futuro. Y, desde allí abajo, un día superan el miedo, y llega el olvido y el perdón, y mantienen sus recuerdos dulces, pero también la mirada curiosa y la mano firme y decidida, dispuesta a agarrarse donde quiera que esté una vida nueva. Maravillosos niños, que está película ha recreado con una belleza y una ternura exquisitas… Un diez.