Una mujer fantástica
Sinopsis de la película
Marina (Daniela Vega) una joven camarera aspirante a cantante y Orlando (Francisco Reyes), veinte años mayor, planean un futuro juntos. Tras una noche de fiesta, Marina lo lleva a urgencias, pero él muere al llegar al hospital. Ella debe entonces enfrentar las sospechas por su muerte. Su condición de mujer transexual supone para la familia de Orlando una completa aberración. Ella tendrá que luchar para convertirse en lo que es: una mujer fuerte, pasional… fantástica.
Detalles de la película
- Titulo Original: Una mujer fantástica aka
- Año: 2017
- Duración: 104
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Opinión de la crítica
Película
6.6
57 valoraciones en total
Para John Berger, el retrato clásico de la mujer en el arte antiguo la presentaba como una visión creada a partir de la imagen de los espejos. «Las mujeres se miran a sí mismas siendo miradas» porque la imagen femenina se crea, en gran medida, a partir de los reflejos que se obtienen del entorno, de lo que vemos en la mirada de los otros. Una mujer constata quién es no por sí misma, sino cuando consiga legitimar esa imagen entre lo que le rodea.
Según Sebastián Lelio, «el cine debería parecerse más a una pregunta que a una respuesta». Y sin duda en Una mujer fantástica , al igual que pasaba en Gloria , la gran pregunta de la cinta abre el paréntesis sobre la identidad femenina y cómo esta se construye. Marina, una cantante transexual feliz y enamorada, ve cómo una noche su novio muere de un aneurisma sin que nada lo haya avisado. A partir de ese abandono, el territorio sobre el que pisaba firme se desvanece: aparece la familia de Orlando para denigarla y negarle cualquier gesto de despedida, la echan de su casa e, incluso, la policía sospecha que ha cometido un crimen.
Marina es «una quimera» y se mira en los espejos, porque la seguridad que había alcanzado de ser quién era se resquebraja ante cada persona nueva que aparece. Transforman su cara en la de un monstruo, la insultan y, en la desesperación, solo le queda perder su imagen y tomar la que le imponen para lograr encontrar un poco de esperanza, como si los secretos se guardaran en las taquillas y no en el silencio. Todo su viaje de despedida, en el que no tiene espacio para ceremonias, se convierte en un triunfo de la fantasía, porque el pensamiento mágico que tan bien contaba Joan Didion tiene que encontrar siempre su espacio, incluso gracias a las luces estroboscópicas y la música de Matthew Herbert que llena la cabeza de la protagonista. Un ejercicio de empatía que interpela al espectador qué papel asumiría en una situación así, con un Santiago de fondo lleno de solares y vacíos que recorre Mariana encerrada en su coche, una burbuja que se desinfla hasta la desesperación pero que, solo cuando descubre que el amor no es fin sino vehículo, puede transformarse en canción liberadora.
Una vez más, las loables buenas intenciones que jalonan este largometraje chileno no bastan para ensamblar una obra que trascienda las limitaciones de su justo y cabal punto de partida. Siempre es útil y meritorio que se realicen, distribuyan y visionen obras que abogan por la tolerancia y el respeto de todos nuestros conciudadanos, nunca está de más que se denuncien los atropellos a la dignidad humana allí donde se producen, es conveniente y muy beneficioso revelar los desprecios a los que ciertas personas – más débiles, más inseguras, más indefensas – tienen que hacer frente en todo momento y por cualquier motivo por aquellos otros individuos que en su ciega prepotencia se creen con el derecho a socavar el amor propio de los demás por el mero hecho de formar parte de alguna minoría, del tipo y naturaleza que sea.
Pero no basta con proclamar, de buena fe, lo que debería ser y desenmascarar, con valentía y arrojo, lo que es inadmisible que prevalezca en nuestros días, ya que no hay nada más cargante y tedioso que las obras de tesis que carecen de una trama interesante y autónoma que sea capaz de mantenerse en pie más allá de la denuncia que la alimenta y le sirve de fundamento. Y en esta propuesta hay demasiado cartón piedra, demasiado desgarro tremebundo, demasiadas desgracias y contrariedades como para resultar verosímil, los tópicos saturan cada fotograma de esta cinta sin aportar hondura ni gravedad a lo que se retrata: los malos son demasiado mezquinos, los inocentes son demasiado simples, las situaciones de tan previsibles y trilladas se amontonan como lacios fardos en el cubo de la basura. Y el mayor yerro es la protagonista, su papel resulta pavisoso e irritante, recorre como alma en pena las estancias, callejea despistada y sin meta, sometida a un aquelarre vejatorio de afrentas y ultrajes, aunque del todo incapaz de hacer creíble su dolor, de volver veraz su indecisión, de persuadirnos de su pérdida, como si nada ni nadie hiciera mella en ella.
No es un problema de la actriz elegida – que cumple con solvencia su misión – sino de un guión tan mal escrito, tan zafio y deslavazado como monótono, tan arbitrario y reiterativo como plano, tan exangüe y lánguido que pese a la tragedia que pretende reflejar, alcanza sólo a ser un endeble y cándido esbozo de lo que pudo (y debió) haber sido pero no llegó a ser debido a su falta de rigor y sus manidos buenos propósitos. Secundamos y nos solidarizamos con el fin que se persigue, pero no nos queda más remedio que enumerar las flagrantes deficiencias que lo invalidan.
Al igual que en Gloria (2013) el director vuelve a incorporar la letra de canciones al discurso narrativo, de tal manera que Alan Parsons Project susurra «…quién sabe si nos volveremos a ver… pero el tiempo sigue fluyendo como un río…», palabras que interpretan a Orlando y presagian el punto de partida del conflicto: la muerte del propio Orlando. Las locaciones de inicio son un sauna, un restaurant, una discoteque, lugares a media luz que reflejan la intimidad que existe en la relación de Orlando y Marina. Él pertenece a una familia de buen pasar económico y quiere compartir el mundo con su pareja invitándola a un viaje idílico. La muerte trunca los planes y de pronto todo el amor de Orlando es violentado por sus familiares que nunca aceptaron que el padre de familia volcara sus afectos hacia Marina, una cantante transexual a la que Sebastián Lelio le otorga humanidad, tratándola con cariño, al igual que a personajes secundarios como Gabo (hermano del difunto) y la hermana de Marina. Otra vez el director se enfoca en un solo personaje y vuelve a una narración cronológica donde quizás sobren un par de escenas que alargan el metraje. Marina debe soportar los prejuicios de la sociedad santiaguina: de los médicos, un carabinero y una detective de investigaciones, sobre todo de la familia que juzga como «perversión» todo lo relacionado con Marina. El travelling de ella luchando contra el viento es la metáfora perfecta del abrupto paso desde la comodidad material a la precariedad, no sólo material sino afectiva donde los familiares de Orlando se comportan como salvajes, escenas que pudieron ser más violentas, pero que Lelio las simplifica debido a que ésta es la historia de Marina Vidal, que comprenderá que la vida continúa y debe refugiarse en otro tipo de amor: su pasión por el canto lírico, que no está suficientemente enfatizada y surge de improviso hacia el final. Los diálogos son marcadamente toscos y precarios reflejando la incomunicación entre Marina y aquellos supuestamente «normales», quizás faltó matizar con mejores parlamentos en los momentos más humanos y los más brutales. «Eres una quimera» es una extraña elección, encaja mejor «perversión». El director rompe la monotonía del periplo de la protagonista con la anécdota de la llave del casillero, que desemboca en una logradísima escena al interior del sauna donde la cámara sigue a Marina deambulando entre el espacio para mujeres y el de los hombres, sugiriendo misterio de lo que va a encontrar, pero a la vez instalando la reflexión del universo interno que transita el personaje. Las secuencias de los espejos resultan redundantes o contradictorias. El espejo en la calle para que ella descubra su identidad es un recurso tan utilizado como innecesario y el plano del espejo ocultando el sexo de Marina, aparte de ser una cursilería, entorpece el discurso limpio de un personaje que se define no por su sexualidad sino por su humanidad. «…Tú me haces sentir como una mujer (natural)…» frasea Carole King y la imagen nos transporta de la mano de la actriz Daniela Vega que interpreta un personaje lleno de coraje y amor propio, siendo el sustento principal de una historia no demasiado compleja. Hay que destacar, no sólo la elección de piezas populares y clásicas, sino un sonido realmente logrado para reforzar la estética de la cinta, una narración de contrastes que transitan desde la sensibilidad al salvajismo, de lo íntimo a los espacios abiertos de la ciudad, del amor a la intolerancia que deviene en violencia. La película insinúa que Marina pertenece a una clase social menos acomodada, contraste que distrae del tema sexual y que posiblemente haya sido una acertada decisión de guion para que el espectador concluya que Marina Vidal o Daniela Vega es una mujer fantástica.
Lástima, porque el punto de partida de la película parecía interesante, pero a medida que pasan los minutos se va deshinchando, en parte porque todos los elementos de la historia se ponen muy pronto sobre la mesa, sin posibilidad de avanzar más sobre ellos, en parte por lo estereotipado de los personajes: Marina luchando por su dignidad, la exmujer despiadada que la quiere despojar de todo, el hijo violento y lleno de prejuicios, el cuñado comprensivo pero cobarde… Todo está servido desde el inicio, por lo que ni los personajes ni la acción progresan. Quizá por ello el director se enreda en asuntos que no conducen a ninguna parte, como el de la investigación policial por el supuesto asesinato de Orlando, mientras obvia otros que podían haber tenido más recorrido, como la relación con el profesor de canto, que además hubiera justificado la escena final, metida un tanto con calzador, como si de alguna manera hubiera que acabar la película. Entre medias asistimos a un recital de recorridos por las calles de Santiago —en coche, en autobús, en taxi— y planos de la omnipresente protagonista que alargan el metraje y poco más. (Afortunadamente, mientras pasan los títulos de crédito suena Time de Alan Parsons y uno sale de la sala como nuevo.)
Daniela Vega en su rol principal da una de las actuaciones más completas del año, el peso del filme y calidad del mismo se rige en mucha parte sobre una mujer que deja en claro que sabe compenetrarse en sus papeles y dar verosimilitud a lo que muestra.
Hay secuencias hermosas en el filme, Leilo demuestra que maneja maravillosamente bien el lenguaje visual, el filme es ágil en su narrativa y la utilización de los diferentes planos.
La banda sonora y la escogencia de las canciones que la conforman es sublime.
Tiene un tema central de gran valía, y Leilo lo desarrolla con respeto y mucha naturalidad.
Los guiños que hay hacia el realismo mágico.
Lo no tan bueno
El filme no explota el potencial planteado que presenta su argumento. Empieza bien, realmente muy bien pero en algún momento se atora en su historia y al final resuelve conflictos (como lo del perro o casillero) de manera ambigua, tal vez con otro tratamiento en su narrativa el filme habría sido mucho más redondo.
7.5/10
Opinión Final: Leilo y sus personajes femeninos tienen encanto (ya quedo demostrado con Gloria hace unos años), en Una Mujer Fantástica, el encanto de su protagonista no se disipa, pero nunca se redondea su sentir ni lo que el argumento pudo ser. Es un filme bien dirigido, con buenas secuencias, pero que palidece ante un desarrollo timorato de su conflicto central.