Una mujer casada
Sinopsis de la película
Narra la vida durante 24 horas de Charlotte (Macha Méril), una mujer casada de París que tiene una aventura con otro hombre (Bernard Noël). Al quedarse embarazada, Charlotte desconoce quién es el padre de su hijo, por lo que tendrá que decidirse entre su marido (Philippe Leroy) o su amante… Narración a cargo del propio Jean-Luc Godard, que contó como asistente en la dirección con Jean-Pierre Léaud.
Detalles de la película
- Titulo Original: Une femme mariée: Suite de fragments dun film tourné en 1964 aka
- Año: 1964
- Duración: 95
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Opinión de la crítica
Película
7.2
93 valoraciones en total
Godard experimenta con el plano corto para mostrarnos un día en la vida de una mujer casada, que se entera de que está embarazada, al tener también un amante, la duda sobre paternidad se cierne sobre la mujer, atormentándola. Resultan de gran belleza los planos rodados en cama, llenos de pureza y complicidad, las distintas alusiones argumentales por medio de palabras a lo largo de la película o simplemente el juego de la cámara con los carteles y fotografías. Todos ellos encuadres perfectos y deudores del gran control que Godard ejercía sobre sus películas.
Arriesgada y estilizada, a ratos fascinante y a ratos irritante, Goddard vuelve en cierto modo a Juana de Arco de Dreyer –apoteosis del plano corto y una de sus preferencias más repetidas en los años 60- para realizar este estudio en femenino, este retrato de la soledad de una esposa cuyo marido piloto revolotea de puerto en puerto, siempre ausente. Análisis de un matrimonio a la burguesa en el que la mujer sucumbe a las idioteces y recomendaciones de las revistas femeninas, basculando entre el ocio estéril y el aburrimiento, que le llevan a los brazos de un amante sin demasiada convicción.
Goddard combina la narrativa ultrarrealista, basada en un fascinante uso del primer plano, y la indagación documental junto a reflexiones sobre el problema de la memoria, el presente y el pasado, acompañándolo todo con subrayados musicales de cuartetos de Beethoven de fondo. Goddard, ególatra absoluto, narcisista insoportable –él, no su cine, bueno, también- nunca renuncia a recordarnos su presencia y autoría, con sus angulaciones particulares – llega a girar la cámara sobre su eje 90 grados-, las escenas sin positivar, o los diálogos impresos en la pantalla, el uso de frases escogidas de periódicos o carteles, como si de un corifeo ilustrador se tratase.
Valiente por su desinhibida aproximación a cuestiones como el adulterio o el aborto es, sin embargo, una de sus películas de los años 60 más llena de parla, a veces pertinente, en muchas ocasiones agotadora y superficial. Es esa impregnación del espíritu a contracorriente de los 60 lo que, en muchos casos, hoy en día, se nos muestra caduco, con escenas verdaderamente irritantes, cuando no incomprensibles, como cuando oyen el disco con la risa de una mujer.
Lo mejor de todo acaban por ser las escenas menos ideológicas, más íntimas, cuando se discurre por los cauces de una película recogida, cercana, de cámara, que retrata a los personajes. Ahí Goddard es realmente genial y nos hace olvidar su indulgente y abusiva tendencia al discurso y la melopea ideológica, con conseguidas miniaturas de aire publicitario, deslumbrantes, gracias a la desnuda fotografía en blanco y negro de Raoul Coutard –un habitual de Truffaut, Male o el propio Goddard-. Todo lo demás, la mayoría de sus osadías técnicas, el exhibicionismo existencial, la logorrea inane han quedado algo oxidadas, de modo que el resultado final es desigual y fallido por su imperdonable y aburrido énfasis.
El mismo año que mandaba Godard esta cinta a los festivales, en España contemplábamos La tía Tula, dos muestras de cómo se vivía en ambas sociedades, Godard nos muestra ya la infidelidad y la píldora, mientras que Picazo, de una manera brillante todo hay que decirlo, nos relata el ambiente psicológico y social del mundo cerrado.
Las imágenes amorosas de la mujer casada nos recuerdan las fotografías que se publicaban en la revista Nueva Lente, desprovistas de tensión erótica, son imágenes impresionistas al modo de Rodin. Imágenes muy similares entre los dos espacios diferenciados, por una lado la casa del amante, un apartamento pequeño al lado de un aeropuerto y en que aparece el detergente persil, para contraponerlo al brillante apartamento del marido, situado en un lujoso barrio del centro de Paris. Si en un espacio son unos discos de música en otro es un retrato de Molier, pero siempre la monotonía del contacto sin que trascienda la pasión.
Godard tiene tiempo para plantear el debate filosófico de la Inteligencia con Roger Leerhardt, filosofo y director de la película Les desnièrs vacances, muy querido por la nouvell vague pero rechazado posteriormente por negarse a firmar un escrito de apoyo a Henry Langlois.
Película prohibida en Francia, Godard tuvo que hacer alguna concesión como poner el título de La mujer casada en lugar de Una mujer casada, con la peregrina argumentación de que una mujer podían ser todas las mujeres, en fín, en todos los lugares cuecen habas. Película interesante de ver y que nos pone en antecedente de la buenísima vivre sa vie
Fascinante Charlotte y esos planos tan próximos y espectaculares.
Fascinante el viejo París de después de la guerra.
Fascinantes monólogos.
Tras Une femme marieé y Vivre sa vie… creo que voy a tener que seguir viendo más Godard.
No sé por qué dice la sinopsis de FA que la película narra 24 horas de la vida de una mujer casada. Para nada me pareció que fueran solo 24 horas ni que el tiempo sea tratado de una forma especial. Me corrigen si me equivoco.
Para acercarse al tema de la película, a esas imágenes casi líquidas y a esos primeros planos, ladrones de intimidad, no hay que perder de vista que nos encontramos en los inicios de la segunda mitad del siglo pasado. Aquí, en España, vivíamos en tal oscurantismo que esta obra, rebosante de desparpajo, nos habría deslumbrado y desencadenado cientos de avemarías, santiguamientos e incluso exorcismos.
El tiempo ha demostrado que la libertad de Godard para contar es lo natural y razonable, y las murmuraciones y maldiciones de arpías desdentadas y curas avinagrados, eran restos pútridos de la Edad Media.
La mujer casada, del iconoclasta director francés, ni siquiera sería considerada hoy un ejemplo femenino de independencia, más bien sería tachada por algún sector de mujer objeto, descanso del guerrero y pija desocupada. Afortunadamente la mujer ha conquistado parcelas de dignidad que en aquella época, ni siquiera los más progresistas habían conseguido.
Las dudas de Charlotte, convencida de que no está haciendo nada malo y sin remordimientos opresores, son más estéticas que éticas y la hacen dueña de sus decisiones. En aquellos años, precursores de Mayo del 68, esta encrucijada en la que ellas decidían era la máxima expresión de libertad que mujer alguna había alcanzado nunca.
Las francesas tuvieron macheteros habilidosos como Jean-Luc y otros creadores, y creadoras (Agnès Varda), adscritos a la Nouvelle Vague, intelectuales y escritores, que las ayudaron a desbrozar una selva que parecía intransitable.