Un tranvía llamado Deseo
Sinopsis de la película
Blanche, que pertenece a una rancia pero arruinada familia sureña, es una mujer madura y decadente que vive anclada en el pasado. Ciertas circunstancias la obligan a ir a vivir a Nueva Orleáns con su hermana Stella y su cuñado Stanley (Marlon Brando), un hombre rudo y violento. A pesar de su actitud remilgada y arrogante, Blanche oculta un escabroso pasado que la ha conducido al desequilibrio mental. Su inestable conducta provoca conflictos que alteran la vida de la joven pareja.
Detalles de la película
- Titulo Original: A Streetcar Named Desire
- Año: 1951
- Duración: 122
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Opinión de la crítica
Película
8
20 valoraciones en total
Producción de la Warner, realizada por Elia Kazan. Se basa en la obra de teatro A Streetcar Named Desire (1947), de Tennesse Williams, adaptada por éste y Oscar Soul. Se rodó en LA (CA), Nueva Orleans (Louisiana) y los Warner Studios (Burbank, CA), con un presupuesto de 2 M dólares. Nominada a 12 Oscar, obtuvo 4. El productor fue Charles K. Feldman y el estreno se celebró el 18-IX-1951 (EEUU).
La acción tiene lugar en el barrio francés de Nueva Orleans, en 1946/47, a lo largo de unos 6 meses. Narra la historia de Blanche DuBois (Vivien Leigh), que visita a su hermana menor Stella (Kim Hunter), casada con Stanley Kowalski (Marlon Brando). Blanche es frágil, necesita cariño y ternura, ha vivido experiencias amargas, tiene unos 40 años y oculta un pasado oscuro. Stanley es un trabajador manual, rudo, grosero, violento, machista y maltratador, que necesita ser el jefe de su grupo de amigos.
La película desarrolla un drama psicológico centrado en el enfrentamiento entre Blanche y Stan, que se despliega gradualmente a aprtir del interés de éste por la pérdida de la antigua finca rural, Belle Reve, de la familia DuBois, sus pretensiones de aceder a la propiedad de una parte de la misma, el desprecio instintitvo que siente por la fragiidad y las formas delicadas, su temperamento violento, acentuado por el alcohol, su presuntuoso machismo barriobajero, asociado a violencia de género (esposa, Blance, etc.), la necsidad psicológica de ser el jefe de los que le rodean, de mantener sometida a la mujer y de ser admirado por su fueza física y su atractivo sexual. El perifl psicológico de Stan correspondde al de una persona atormentada por su participación en la IIGM y dificultades de adaptación y equilibrio. Padece un síndrome de inseguridad que le impone conductas de dominación y sadismo. Blanche oculta una profunda frustración, varios fracasos sentimentales, un pasado promiscuo y un miedo enfermizo a la muerte y a la enfermedad. La batalla entre los dos personajes permite el lucimiento interpretativo de un joven Brando de gran magnetismo. Vivien Leigh borda el papel de víctima no inocente, en el límmite de la cordura y de su autonomía personal. La tensión entre ambos es verbal, emocional, instintiva, física y siniestra.
La música consta de 15 temas jazzísticos, a los que añade un fragmento lírico de cuerdas que acompaña la confesión de Blanche a Stella. La fotografía hace uso de tomas largas, encuadres fijos prolongados y movimientos de notable expresividad. El guión acorta los diálogos teatrales y los combina con imágenes de gran potencia visual. Las interpretaciones de Brando y Leigh, apoyadas por las de Hunter y Malden, conforman un espectáculo soberbio y emocionante. La dirección crea una obra de actores, memorable e imprescindible.
Siempre pensé que ese mañana será otro día con el que terminaba Lo que el viento se llevó era mostrado en esta película.
Hablar de esta película y no hablar de Marlon Brando, puede ser una herejía que merece el mayor castigo. Él es Stanley. No puede haber otro que se acerque a la maestría y brutalidad que Brando exhibe en esta obra maestra. Pero a mí, me sigue sorprendiendo Vivien Leigh.
La química entre estos dos actores es brutal, pero en este pulso que mantienen a lo largo de toda la película, no deja de ser curioso que la vencedora final sea la actriz inglesa, que nada tenía que ver con el metodo, principal herramienta de acercamiento a cualquier texto de T. Williams, y de la que Brando era su mejor exponente. Vivien está conmovedora (le dieron muy merecidamente su segundo Oscar), en el único papel de toda su carrera que está a la altura de su inolvidable Scarlata O’Hara.
Su aparición en pantalla es mágica. Una estación de autobuses, un humo denso, casi una niebla del pasado, y surgiendo de ésta: una Blanche en el ocaso de su cordura. Una dama del Sur, reina de bailes e ilusiones, a la búsqueda de todo eso que ha perdido y que ya nunca encontrará. El miedo de sus ojos es tan real que no dejas de sentir una profunda lástima por ella. La batalla entre ella y Brando es descarnada, sin que quepa tregua alguna. A su búsqueda de la amabilidad, de ese espíritu del viejo Sur que también mostraba en Lo que el viento se llevó, opone Stanley una violencia cruda, rezumante de sexo, con ese carácter de gallo peleón que no soporta ninguna gallina más en su gallinero.
La película está llena de secuencias magistrales, de una fotografía en blanco y negro pocas veces superada (el sudor se masca, hay luces duras y contrastes fuertes por todos los lados), de unos diálogos antológicos que te estrangulan el alma, como ese siempre he dependido de la amabilidad de los extraños con el que se despide una Vivien Leigh más actriz que nunca.
Tremendamente fiel adaptación de la laureada obra de teatro de Tennessee Williams.
Impregnada de una tristeza, una sordidez y una desesperanza aplastantes, sin una luz que ilumine el horizonte, esta película se despliega inexorablemente hacia la fatalidad.
Una mujer madura y atractiva, Blanche Dubois, regresa a Nueva Orleáns tras una prolongada y misteriosa ausencia. Se instala en la casa donde vive su hermana y el marido de ésta, que es un hombre rudo y de carácter violento. Blanche se envuelve en un aura de misterio y refinamiento, diciendo frases grandilocuentes y contando cosas sobre sí misma que parecen sacadas de una novela. Su cuñado la trata con suspicacia y con un escepticismo brutal, tratando desde el principio de hacer caer la fachada tras la que Blanche se parapeta y se protege a sí misma. Pero él no puede evitar que uno de sus amigos se enamore de ella, ya que Blanche es una mujer bella, culta y romántica. El cuñado, malignamente, no parará hasta ir averiguando toda la verdad sobre ella y la espetará sin piedad ante todo el que lo escuche, sobre todo ante su cegado amigo. Mientras, la hermana de Blanche, aunque conoce de sobra la crueldad de su marido, apenas hace nada por oponerse. Si alguna vez se rebela y sale en defensa de su hermana, inmediatamente cae acobardada ante la furia del marido y porque también ella está demasiado cegada por un amor masoquista y destructivo.
El cuñado revelará episodios muy escabrosos y oscuros del pasado de Blanche y ella cada vez se siente más perdida y desamparada. Su extraño comportamiento y la brutalidad de su cuñado derivarán en un clímax insoportable, mientras todo el mundo cierra los ojos y vuelve la cabeza ante las injusticias cometidas a esta pobre y despreciada mujer, que no se merece tanta condena.
Un reflejo crudo, sin filtros ni máscaras, de la sociedad cerril y justiciera que condena a sus miembros más frágiles y los arrastra por el polvo, mientras todo el mundo hace como que no ha pasado nada.
Magistrales actuaciones, ambientación más que sobresaliente, un guión adaptado extraordinario que destila lirismo, melancolía, malevolencia y patetismo.
Una de las películas más pesimistas y desesperanzadoras que he visto.
Un tranvía llamado deseo es, ante todo, una película de actores.
Marlon Brando está descomunal en su papel de hombre primitivo, duro, incluso salvaje en ocasiones. Pero es Vivien Leigh la que representa el papel de su vida (por encima incluso de Lo que el viento se llevó, en mi opinión). Su personaje mezcla grandes dosis de ternura, locura y patetismo. Está magnífica y el espectador se identifica con ella desde el principio.
Y tampoco podemos olvidarnos de los secundarios, espacialmente la hermana de Vivien en la película, una mujer completamente atada a su marido y prácticamente sin voluntad propia.
Ver esta película es como ver una obra de teatro. La acción se desarrolla casi al completo en la casa donde malviven Kim y Brando, lo que ayuda a crear ese clima de agobio que tan bien se refleja.
Un tranvía llamado deseo es dura, muy dura de hecho. Su argumento no deja indiferente. Es imposible verla y no sentir un nudo en el estómago. Es lo que pasa con el buen cine.
De recios márgenes teatrales, la peli contiene multitud de enfáticos apuntes, ya sea una realización centrada en actores y decorados, puesta en cuadro de pocas tomas y pocas cámaras, o la dirección artística de escalera, que sirvieron como confirmación de un Kazan enteramente embebido en su status de autor.
Se supera así en parte el sedimento de evolución y aprendizaje de su primer cine, como es el caso de Lazos humanos, de morfología clásica -en el sentido más excluyente del término-, e incluso propuestas extrañas como El justiciero y su desarrollo periodístico y policiaco poco habitual en un director como Elia Kazan, quizás encasillado en la memoria del aficionado dentro de un cine de composición manierista (o churrigueresco, también, como apuntan por ahí) de personajes.
Kazan había dirigido poco antes la obra de teatro, así que empleó un reparto muy similar, lanzando al estrellato a un Brando que fue también protagonista sobre las tablas. Recurrió a V. Leigh para tener, al menos, un nombre de cierta repercusión comercial.
En el borrador de proyecto de adaptación el director trató de dotar al guión de un hálito más cinematográfico, presentado el pasado de Blanche DuBois y recurriendo a una pluralidad de localizaciones. Finalmente, optó por respetar la configuración teatral ciñéndose casi por completo a la unidad de espacio que podemos ver en la película.
Desde luego, este tipo de propuestas, con toda la carga sensual y de obvia aunque potente simbología de Tenesse Williams y su visión del sur estadounidense -como las figuras de cristal o iguanas que habitan sus obras-, encajaban bien en Kazan y su tendencia de método hacia la introspección psicológica. Características que habrían de ser, sin duda, sello de estilo en buena parte de su filmografía. Pues bien, quizás de todo ello sea esta cinta pistoletazo de salida. Quizás también máximo exponente.
El Método obtuvo perfecta promoción gracias a esta película. Gracias a Kazan y a Brando. Los cuerpos se retorcían en el contorsionismo de un abrazo, los primeros planos proyectaban mohines con la misma exageración con que las voces se dirigen a los palcos de teatro, y surgían del blanco y negro (en color después) omóplatos que se arqueaban hundiendo el pecho -Brando, Newman o Monty Clif-. Así, surgió el método Lewis&Strasberg, como emergió abisal la revolución bop en el jazz. Con fraseo emotivo, punzante, de gestos e improvisación.