Un pueblo y su rey
Sinopsis de la película
Año 1789. El pueblo francés entra en revolución. La historia entrecruza los destinos de mujeres y hombres del pueblo con los de figuras históricas. Su lugar de encuentro es la recién creada Asamblea Nacional. En el centro de la historia, la suerte de un rey y el surgimiento de la República…
Detalles de la película
- Titulo Original: Un peuple et son roi aka
- Año: 2018
- Duración: 121
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Opinión de la crítica
Película
5.3
33 valoraciones en total
Recuerdos llenos de emoción
La película es, ante todo, una reconstrucción fiel a los acontecimientos generales ocurridos en la época parisina de 1789. Mientras la lucha política y social asola las calles, las historias de los personajes principales que nos presenta el largometraje se nos presentan con cautela, sutileza y, como buena representación de los efectos devastadores de la guerra, crudeza.
Poco a poco el público se va asomando a una vida de matices donde la pobreza, la riqueza y el cuestionamiento de los derechos y las libertades son juzgados a los ojos de vecinos y amigos, de intelectuales y soberanos.
Una recreación a fuego lento donde el pueblo francés se vuelve protagonista y héroe de su propia revolución, de la ruptura de sus cadenas y el triunfo de los sueños. Y todo ello lo hace evocando sentimientos únicos, empatizando con nuestro espíritu redentor frente a las crueldades e ignorancias de los poderosos.
Sabor dulce, sabor amargo
Entre los restos de la desolación, sin embargo, también hallamos amor, amistad y camaradería. Un pueblo y su rey no deja atrás el ímpetu de la cinta por demostrar el apoyo y el respeto a los hechos sucedidos en la realidad, pero a esto le añade caminos que emocionan (a veces de manera forzada y previsible) para entonar más la voz del film.
Se ajusta adecuadamente en cuanto a su propósito estético, con imágenes y vestuarios memorables y sugerentes, aunque en algunas partes el guión pretende ser tan preciso con los datos históricos que se vuelve denso y (quizá para algún espectador) tedioso, perdiendo el sabor de las tramas individuales.
Los actores están todos muy implicados y correctos. Resalta el trabajo de la pareja protagonista, compuesta por Gaspard Ulliel y Adèle Haenel, quienes aportan mucho a sus personajes con sencillos gestos y palabras.
Lecciones morales
Un pueblo y su rey es una película bella y cuidada. Pero si destaca por un motivo, es por la incasable fuerza de sus personajes, que siempre continúan el combate -contra los embustes, contra la muerte de la ética- para hacer del país, y del mundo consecuentemente, un lugar mejor.
Lo más notable, sus frases. O voces del séptimo arte.
-No quiero que mueras.
-Yo tampoco quiero perder la vida ganándomela.
¿Qué son nuestras heridas comparadas con nuestras victorias?
Escrito por María Iglesias
https://cinemagavia.es/un-pueblo-y-su-rey-pelicula-critica/
La película comienza en 1789 con la orquestación de la revolución francesa y termina en 1793 con la ejecución del Rey Luis XVI, toda una clase de historia que tiende a ser algo soporífera por tener demasiados discursos políticos de Robespierre, Marat, Barnave y Saint-Just y diálogos un tanto banales.
La película se divide en cuatro momentos claves la toma de la Bastilla, la detención del rey en Varennes, la captura de las Tullerías y el juicio del rey hasta su ejecución. Pero la narrativa tiende a ser confusa al querer abarcar demasiados hechos históricos, no cuajando la compleja relación que la gente tuvo con su monarca. Creo que en una miniserie hubiese quedado mejor explicado todo.
El director Pierre Schoeller (Versalles, El ejercicio del poder) ha contado con numerosas estrellas del cine francés como Adele Haenel, Gaspard Ulliel, Louis Garrel o Denis Lavant. que están muy correctos. También merece la pena destacar la puesta en escena y la fotografía muy cuidada.
Hay también personajes ficticios que los introducen con dificultad en la trama y se permiten incluso dar algunos discursos feministas para hacer la historia algo mas contemporanea. Tampoco termina de convencer una sub-intriga romántica y otra parlamentaria.
Como lección de historia puede funcionar, pero su guión y montaje lastra mucho el proyecto.
Destino Arrakis.com
Algunos de los mejores y más laureados actores del cine francés pasean por esta película, pero ni por esas Un pueblo y su rey termina de alzar el vuelo.
Quizás se trata de que no sabe mezclar bien los acontecimientos históricos con las tramas de los personajes ficticios, o quizás es culpa de un ritmo demasiado tedioso, pero la película no se libra de un aire de telefilme de sobremesa y de grandilocuencia desperdiciada. También cabe decir que la Revolución Francesa, sorprendentemente, no resulta nunca demasiado cinematográfica, pese a ser uno de los eventos clave de la Historia de la Humanidad. No ha habido muchas películas memorables sobre el tema, y por alguna razón, ya decimos, no es fácil plasmar semejante acontecimiento en la pantalla. Sin embargo, había mimbres para hacer un mejor cesto, con esos intérpretes y esos medios.
A medio gas de todo. No se la puede aprobar.
Una película histórica gana su prestigio al conseguir humanizar el mito. Es como un proceso inverso: algunos hechos tangibles devienen hazañas históricas hasta pertenecer al imaginario colectivo en una forma idílica. Pues bien, el inmenso poder que tiene cualquier reconstrucción de dichos acontecimientos es el de recuperar su forma tangible. Cuando este objetivo se materializa, el espectador vive una experiencia de traslado, como si observara desde una posición privilegiada el devenir de la historia. Pero, sobre todo, tiene la agradable sensación de testificar un quehacer mundano, sin heroicidades ni grandilocuencia. Vamos, una re-construcción. Pienso en casos como Aguirre, la cólera de Dios, Das Boot. El submarino o Capitán Conan. Sin embargo, las tendencias comerciales han contado, por mucho tiempo, con el monopolio del género histórico, hecho que se ha traducido en que la producción se caracterizara, mayoritariamente, por exaltar el mito antes que por humanizarlo, siendo habitualmente reforzado con tragedias amorosas y aventuras épicas de moralidad binaria. Una decisión que no es forzosamente criticable. En mi opinión, existen dos casos en que dicha fórmula puede dar buenos resultados.
El primero, la autoconciencia. Nadie espera rigurosidad, por ejemplo, cuando disfruta de las aventuras de Gladiator. Tampoco quien se deleita con la canciones de Sonrisas y lágrimas o aquel que se emociona con el trágico (y ya mítico) desenlace de Titanic. Al fin y al cabo, hablamos de títulos cuyo contenido histórico no es más que un contexto, un punto de partida que adorna su verdadero potencial (ya sean canciones, batallitas de gladiadores o una historia de amor). El segundo, cuando se logra que la rigurosidad histórica y el carácter fantasioso (lo que coloquialmente llamaríamos peliculero) se den de la mano, otorgando a las salidas de tono el término licencia artística. Me estoy refiriendo a casos como Doctor Zhivago, Amadeus o El pianista. Todas ellas son películas indudablemente comerciales que muestran un gran respeto hacia el contexto en que se ubican, si bien este no es exactamente su protagonista principal. En ese caso, se trata de películas en dónde la falta de rigurosidad relativa a las vivencias de los personajes se ve compensada por el altísimo grado de atención al contexto histórico.
Tal exposición me parece necesaria para discernir en dónde se sitúa exactamente la película que nos ocupa. Si bien no estamos ante un producto al que llamaríamos comercial, este sí cuenta con algunos rasgos muy parecidos a lo mencionado. Digámoslo ya: Un pueblo y su rey es una reconstrucción histórica tan meticulosa como transparente. Apenas tiene estímulos orientados a suavizar la densidad de su contenido. Por eso me parece meritorio que la película no resulte aburrida en ningún momento. Supongo que se debe al hecho de que la causalidad permanezca activa hasta el final: la sucesión de acontecimientos que observamos va conduciendo, sin descanso y con plena naturalidad, hasta un desenlace por todos conocido. Sin embargo, y como entredijimos, el producto no logra despojarse del todo de sus complejos. Pensemos en la historia de ascensión de clase por parte de un condenado, adornada con la innecesaria (aunque tampoco ofensiva) historia de amor que comparte con la protagonista del film. Se trata, aún así, de una sub-trama que Pierre Schoeller aborda con la misma naturalidad que todo el resto. Tal vez ahí esté el problema.
Porque si bien la nueva película del director de El ejercicio de poder se ve con interés e incluso cierto agrado, en ningún momento logra conmover. Efectivamente, estamos ante un producto que contiene cierto poder evocativo. Pero ello se debe más al respeto que el director muestra hacia unos acontecimientos ya de por sí interesantes que a la profundidad de los personajes o al punto de vista del autor (que, en realidad, permanece plano desde el principio hasta hasta el final). Como resultado, tenemos una película de fácil visionado y todavía más fácil olvido. Es en ese sentido que uno recuerda los ejemplos citados más arriba: títulos que, aún exigiendo concesiones, resultan emocionalmente más efectivos que este que nos ocupa. Con todo, no deja de tratarse de un producto que se sitúa un poco por encima de la media, y que, en todo caso, logra sobradamente su objetivo: reconstruir honestamente una de las transiciones política más importantes de la sociedad occidental en los últimos siglos.
Los grandes acontecimientos de la Historia tienen siempre dos caras que no han sido fácilmente representadas en los libros o en el cine. Suelen centrarse en las figuras relevantes (reyes, emperadores, generales…) o, por el contrario, decantarse por el costumbrismo y reflejar las pequeñas historias de la gente de entonces. Interrelacionar los dos mundos, y los dos puntos de vista, es lo que ha pretendido el director y guionista de Un pueblo y su rey, Pierre Schoeller.
Para lograr su objetivo, ha planteado una suerte de retablo en el que, a modo de exquisitas postales, van desfilando los grandes y pequeños protagonistas de los primeros años de la Revolución Francesa. Con un ritmo cadencioso y una estética preciosista, ofrece al espectador un plástico relato de la destrucción de la Bastilla, las primeras reuniones de la Asamblea Nacional, la matanza del Campo de Marte o la puesta en marcha de la Guillotina. Todo ello liderado, simultáneamente, por las lavanderas, los artesanos del vidrio, los campesinos, los pensadores, los artistas, los militares, los políticos de diferentes tendencias y la propia familia real.
Y sin embargo, a pesar de plantear este acercamiento profundamente humano a los hechos históricos, el guion de Pierre Schoeller se olvida de lo principal, es decir, de las personas a las que quiere descubrir. El rigor, profesionalidad y belleza con la que realiza la puesta en escena choca frontalmente con la superficialidad, la incoherencia y el desorden con la que describe a los personajes. Es muy difícil seguir sus discursos o acciones políticas, pues encarnan reacciones inesperadas (según los retratos iniciales ofrecidos por el director), y por ello el desconcierto reduce la empatía con los protagonistas, impide la comprensión de los sucesos y termina por hacer que el espectador pierda el interés por seguir la trama.
No puede negarse la fascinación que producen las primeras imágenes, e incluso acierta con algunas metáforas visuales de gran belleza y cargadas de contenido, como la luz a través de la torre de la Bastilla, o el modelado del vidrio al ritmo calmado y constante del trabajo del artesano. Pero solo con imágenes no se llena una historia que alterna, para ahondar en el desconcierto citado, el simbolismo y las elevadas teorías políticas, con sonrojantes soflamas panfletarias.
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