Un otoño sin Berlín
Sinopsis de la película
June (Irene Escolar) es una chica de aspecto frágil pero valiente y con un gran instinto de supervivencia. Es impulsiva y soñadora, aunque lleva a sus espaldas un pasado muy doloroso. Diego (Tamar Novas) es un joven escritor poco sociable y muy sensible que vive aislado del mundo. Tras dejar su tierra en busca de mejores oportunidades, June regresa a su ciudad natal y vuelve a ver a Diego. Juntos se enfrentarán al desencanto y a la falta de expectativas. Al mismo tiempo renacerá su vieja historia de amor.
Detalles de la película
- Titulo Original: Un otoño sin Berlín
- Año: 2015
- Duración: 95
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Opinión de la crítica
Película
5.8
20 valoraciones en total
¿Qué sería de Un otoño sin Berlín sin Irene Escolar?
Seguramente poca cosa. La película de Lara Izagirre no es demasiado interesante en su trama, tiene poco diálogo y pocas emociones verdaderamente reales, pero sí tiene al frente a una señora actriz que da sopas con hondas al 90% de sus compañeras de generación. Escolar tiene una mirada abrasiva y una capacidad innata para resultar natural y creíble haga lo que haga. Es su presencia la que salva la película del suspenso que hubiera merecido por sus valores puramente cinematográficos.
Lo mejor: Irene Escolar, estratosférica.
Lo peor: Es lenta y no demasiado interesante.
Cómo se agradecen las películas que no toman al espectador por tonto, que invitan a éste a inmiscuirse en la vida de sus personajes para indagar en su pasado y que apelan a las emociones a través de palabras, silencios y simples miradas. Se echa en falta que las imágenes y diálogos permitan respirar a un espectador cada vez más pasivo, menos curioso. Pero Un otoño sin Berlín es una pequeña lección de gran cine, del que demuestra, una vez más, que debemos confiar en las hornadas de jóvenes talentos que cada año empiezan a abrirse camino. Una película que arriesga si tenemos en cuenta su condición de ópera prima, pero que triunfa gracias a un evidente sentido de la sensibilidad cinematográfica. No pocos éxitos le esperan a esta película y a esta directora -Lara Izagirre-.
June, una joven de aspecto frágil pero valiente, decide volver a su tierra tras pasar una larga temporada en el extranjero. Cuando llega, intenta retomar su relación con Diego, un joven escritor poco sociable que lleva tiempo encerrado en su casa. Juntos, serán el fiel retrato de una juventud desencantada y sin expectativas. El pasado, que debemos construir mentalmente a través de algunos detalles que apreciamos en el transcurso de la trama, es una losa que hará que el reencuentro no sea tan agradable como cabría esperar. No sólo es que las heridas del pasado aún no se hayan cerrado, sino que quizá no puedan cerrarse nunca.
Izagirre nos introduce de lleno en la intimidad de sus protagonistas. La invasión en sus vidas, hogares e incluso sentimientos nos permite empatizar con los personajes y la propia historia de (des)amor desde los primeros planos. El paso del tiempo no perdona, y esta película lo muestra de una manera tan certera como la vida misma. La cámara persigue en todo momento el rostro de una Irene Escolar que carga con todo el peso de la película a sus espaldas. Ante las complicadas relaciones que mantiene con su padre y con Diego, June logra evadirse en compañía de su mejor amiga -sorprendente Naiara Carmona- y de Nico, un pequeño al que da clases de francés. Ellos son su única salida para enfrentar un fracaso ante el que nunca deja de hacer frente.
Esta ópera prima deslumbra por su capacidad para, paso a paso, sin forzar ningún diálogo o situación, someternos al castigo del desencanto que sufren sus protagonistas. No hay un solo plano que sobre en Un otoño sin Berlín, y esto es gracias a un meticuloso y brillante trabajo de dirección. Ante un final que está escrito desde los primeros compases, y que presagiamos tanto los espectadores como la propia protagonista, Izagirre se guarda la capacidad de conmover, de desmitificar los romances arquetípicos y los finales felices con un índice de acierto inesperado.
Mención aparte merece Irene Escolar, que aguanta con una naturalidad pasmosa la presión de una cámara que rara vez se aleja de su rostro. Solamente el plano final, que no se despega de ella hasta que logra asumir la decepción que debió aceptar tiempo atrás, es merecedor de pagar una entrada de cine. No hay palabras para definir la mejor interpretación femenina de nuestro cine en lo que llevamos de año. Menudo futuro le aguarda a esta joven intérprete, cuyo recorrido no le había permitido demostrar hasta ahora su potencial. No sería justo obviar un reparto que cumple con nota en su totalidad, destacando cada una de las intervenciones de unos secundarios entre los que podemos encontrar alguna cara conocida.
De Un otoño sin Berlín nos llevamos, además de una estupenda película, dos nombres a tener muy en cuenta de ahora en adelante: Irene Escolar frente a las cámaras y Lara Izagirre tras éstas. Crudo a la par que conmovedor reflejo de un tiempo y una generación estancada en un otoño que no parece tener fin -estupendamente representado con un baile en círculos en el que la letra de Museum of Flight juega un papel fundamental-. Sorprendente, cercana y emotiva película que permanece en mi memoria y crece ilimitadamente.
He aquí un caso claro de cuando un actor quiere hacerlo bien la película sube enteros. Irene Escolar esta soberbia en el papel de Juno, una joven que vuelve a su tierra tras un tiempo fuera para constatar que todo ha cambiado. La directora no escatima en medios y adquiere a la película un tono melodramático. Mientras la cámara sigue a Irene y nosotros no tenemos mas que enamorarnos de ella de su personaje. El resto no es que esté mal. Se ve que tienen todos buena química. Y hace de este pequeño film algo que hace la pena verse.
Se entromete hasta la médula una sensación de malestar y mal rollo que recorre la corriente subterránea de esta excelente primera película de la jovencísima Lara Izagirre.
Un exordio que contiene miedo a vivir y entrega desinteresada, mientras escarba en los límites del amor.
Que habla de la enfermedad desde el punto de vista del acompañante, de quien se queda. Del silencio que acompaña al luto en quien es dado a la introspección y guardarlo todo dentro.
De la firmeza y la seguridad ya presentes en la infancia. De la convicción que emana un niño contra convicciones sociales.
De embarazos y nuevas vidas y de amigos, cuya presencia ha ayudado tanto.
De huidas y recorridos circulares como el del argumento, que empieza donde acaba, pero en espiral. Porque las personas ya no son las mismas.
De familias mononucleares, por pérdida. Sin que aparezca en pantalla ninguna pareja vigente.
Del martirio del creador atormentado, de la fragilidad del artista. Del mito del principito y el miedo a crecer. De quien sólo asocia sentirse bien con los cuentos de la niñez.
De la incomunicación de hijos con madres o de padres con hijos. De padres recios trabajadores y su dificultad de expresar algo íntimo a los más queridos.
De quien sólo puede comunicarse a través de la escritura. De la creación como único medio de expresión y nexo con los demás.
De determinaciones personales por salir adelante por encima y a pesar de todo. Y de personas incapaces de dar el paso.
Del maravilloso efecto del acaramelamiento con otra persona para sacar lo mejor de uno y superar el dolor.
Siempre presente una maravillosa Irene Escolar, inolvidable. Natural hasta lo inseparable de su personaje. Qué grande.
En un registro interpretativo opuesto, Tamar Novas. Impresionante. También inolvidable.
En la dedicatoria, el recuerdo a Koro Argote. De escenario, la Amorebieta natal de la directora.
Fantástica. Admirable.
A medio camino. Pura indefinición y tanteo.
No se sabe si realismo costumbrista o lirismo críptico. Si afrancesada estirada, garbancera española o cosmopolita más europea. Si label vasco o gelidez escandinava. Políglota o callada.
Si sugerimos y somos sutiles o mostramos y concretamos. ¿Tremendismo o levedad, ambigüedad u obviedad, autocomplacencia y ombliguismo narcisista o distancia observadora?
Así es un poco todo, a medio cocer, dubitativo, como una especie de esbozo. Con alma de cortometraje, una suma de ellos, que se hubiera alargado un poco a la fuerza con el fin de dar el ansiado salto a las grandes ligas del largometraje.
Se aprecia buen gusto, capacidad visual y mimo con el detalle. Se disfruta de la búsqueda de una voz propia y personal. Pero falta, mucho todavía. Escasea el nervio, la fuerza, el verdadero riesgo, el desgarro auténtico. Hay como cierta blandura general, una delicadeza demasiado amable y correcta, una tristeza fofa, un tono general exageradamente controlado. (Yo) pediría más decisión y salvajismo (intelectual, por supuesto), menos contención y bonitismo de anuncio.
La idea general es buena, está bien explicada y desarrollada, tanto el conflicto como la diferencia de caracteres. Ayuda la lograda forma circular del relato.
Pero hay muchas situaciones y personajes que se quedan en la mera superficie, en el puro arquetipo.
En definitiva, buenos mimbres a los que habría que dar un buen meneo, sería necesario menos personalismo autoconsciente y un tanto relamido y más apuesta a tumba abierta, caiga quien caiga, sin miedo ni esperanza.
Veremos.