Un mono en invierno
Sinopsis de la película
Después de la guerra, Albert Quentin (Jean Gabin) es un hombre asentado y dedicado junto a su esposa Suzanne (Suzanne Flon), a atender a los huéspedes de su hotel, pero, cuando para pasar unos días , llega el joven Gabriel Fouquet (Jean-Paul Belmondo), los ímpetus de los años mozos, van a aflorar de nuevo en aquel viejo que aún aspira a darle sentido a su días.
Detalles de la película
- Titulo Original: Un singe en hiver
- Año: 1962
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
Película
6.5
44 valoraciones en total
Un film curioso. Bien rodado con unas bellas imágenes de un pueblo de Normandía. Un guión original con un toque surrealista donde muestra personajes con un toque de locura fuera del mundo convencional y que utilizan el alcohol como via de acceso a un mundo imaginario mas allá de sus frustraciones. Aunque hoy casi irreconocible es un cine dentro de claves del cine y teatro francés, como el de Giradoux. Pero sobre todo es el encuentro de dos monstruos del cine francés uno al final de su carrera, aunque todavía hara´bastantes films y otro, Belmondo, que ya es el nuevo Gabin de Francia. Un film hecho a su medida y para su lucimiento. Un mano a mano que deja huella. Una Suzanne Flon encantadora y unos secundarios a la medida del proyecto. Emociona el verla despues de mas de cincuenta años, y quizás, como algunos vinos, ha ganado con el tiempo.
Una película muy poquito conocida que a juicio del que subscribe viene a demostrar una vez más el enorme talento de Henri Verneuil, más conocido por sus obras de género policíaco. Gabin, como siempre, magistral, y Belmondo, jovenzuelo y desubicado, otorgan los personajes de esta película una dignidad de aupa. Con ritmo, conversaciones sutiles y teñida de atmósfera, lirismo y melancolía, es, al menos para mí, la mejor película de Verneuil, aunque con menos nombre que otras. La recomiendo a todo hijo de vecino.
Han pasado 15 años desde la guerra, y ahora, Albert Quentin ha dejado de beber, y junto a su esposa Suzanne, se ha dedicado tan sólo a cumplir con sus labores en el hotel de su propiedad. El que fuera su gran amigo, Esnault, ahora es casi su rival y regenta un salón de juegos al otro lado de la calle, y ahora, Tigreville luce más como Rutinaville, porque ya no ocurre nada que alegre un poco la vida y hasta el burdel pareciera olvidado por todos… pero, un día cualquiera, un nuevo inquilino llega al hotel. Se llama Gabriel Fouquet, y aunque es de origen francés, añora a España y él mismo se siente bailarín y matador a la española. Quentin, por su parte, sigue añorando a China y sus aventuras en el Yang-tze, y pronto, el viejo verá en Gabriel a ese hijo que nunca tuvo y con él sentirá que la aventura y la juventud regresan -aunque sea momentáneamente-, a su rutinaria vida.
Me recuerdas a uno de esos monos perdidos que se encuentran en oriente cuando llega el primer frío, le dirá en algún momento Albert, a su inquilino y nuevo amigo, y ésta metáfora comenzará a explicar el título, Un Singe en Hiver (Un mono en invierno) (1959) que, el escritor Antoine Blondin (1922-1991), diera a la novela que, François Boyer y Michel Audiard, adaptaran para el filme. También, un halo de bella poesía envolverá la historia, porque, con suma eficacia, diálogos bien cuidados e imágenes muy sutiles, la nostalgia por la juventud perdida y también por la paternidad denegada -que vale para ambos protagonistas-, estarán en primer plano.
Los primeros minutos, nos harán presentir un filme de guerra y Verneuil se lucirá con llamativos insertos documentales y una puesta en escena muy bien complementada… más luego, la guerra va a ser interior, y un cúmulo de guardadas emociones y reprimidos anhelos van a salir a flote, hasta que, quizás, llegue un poco de luz y la gente de Tigreville tenga por fin algo nuevo que contar. Quizás sea un sueño que se sumerge en el mar –como dijera Albert muy sensiblemente-, pero, cada minuto que se viva con alegría y plenitud, es un espacio de tiempo ganado para siempre y nada ni nadie puede arrebatárnoslo.
En UN MONO EN INVIERNO, Verneuil reúne, por primera y única vez, a los que serían sus dos actores favoritos: Jean Gabin y Jean-Paul Belmondo, y la empatía entre ellos aumentará, sustancialmente, el valor de un filme que ha sido hecho para dar cabida a una lectura profunda y para dejar huella, especialmente en los corazones de los más mayorcitos.
Mientras se tenga aliento, se puede volver a recuperar la alegría, podemos volver a reír y a sentirnos juguetones, e incluso, podemos intentar recuperar a aquel o aquellos seres a los que aún amamos y por alguna necedad perdimos. Cada minuto ganado para el amor y la armonía, cada instante recuperado para el bienestar y la felicidad, aumentará el significado de nuestra existencia… y cuando llegue, por fin, el último invierno de nuestras vidas, vamos a ser capaces de bendecirlo exhalando una sonrisa de agradecimiento.
Hay dos buenas razones para ver Un mono en invierno , sus dos protagonistas son dos de los más grandes actores franceses y no es mal punto de partida el de descubrir si va a funcionar un cara a cara tan prometedor. Jean Gabin y Belmodo coinciden en un punto de inflexión muy particular en las carreras de ambos, uno lo había hecho casi todo, aunque aún le quedaba, y el otro había empezado hacía unos años y por supuesto aún le quedaba muchísimo. Por lo visto, no van a coincidir más, y es una pena porque la química existente entre ambos es espectacular.
El título de la película puede que no sea el mejor anzuelo, incluso la explicación que da el veterano Gabin sobre esos monos que andan perdidos al principio del invierno en el lejano oriente no convence. Palabras y palabras de unos borrachos cuyos caminos se cruzan en un pueblo costero de Normandía, eso es lo que parecerá, diabluras de dos pasados de rosca, que hablan y hablan y tienen más o menos gracia según el día que los veas. Yo he encontrado fascinante su comunicación, se entienden porque ambos son capaces de viajar a través del alcohol, que les hace daño en parte pero que también usan como vehículo imprescindible para llegar a esos lugares que de otra manera serían inaccesibles. Para recordar el Yag Tse o la plaza de toros de Madrid, no importa, ellos saben lo que significa beber y recordar, recordar y volver a vivir. Y se encuentran y se entienden. Y yo los entiendo y los envidio porque compañeros así hay muy pocos.
Podría no tener gracia y volverse un drama, pero Henri Verneuil, que para el que escribe es uno de los grandes también, opta por la diversión y el buen humor, por desdramatizar y volvernos locos con las locuras de Belmondo cuando está solo. ¿Y cuando por fin se unen los dos en una noche que nadie olvidará? Desdramatizar el alcohol también, de otra manera el pueblo no hubiera disfrutado de una noche como aquella, con unos fuegos artificiales que sólo unos locos se hubieran atrevido a encender.
Así que perfecta de principio a fin, con una presentación maravillosa en plena guerra que nos pone en contexto y un desarrollo tras la llegada de Belmondo a ese pueblo que acaba en puro lujo. No será para la crítica la mejor película francesa de su historia, ni se encontrará en el top 50 o top 100… me da igual, para mí sí es una de las mejores.