Un método peligroso
Sinopsis de la película
Una poderosa historia de descubrimiento sexual e intelectual basada en acontecimientos reales a partir de la turbulenta relación entre el joven psiquiatra Carl Jung (Michael Fassbender), su mentor Sigmund Freud (Viggo Mortensen) y Sabina Spielrein (Keira Knightley). A este trío se añade Otto Gross (Vincent Cassel), un paciente libertino decidido a traspasar todos los límites.
Detalles de la película
- Titulo Original: A Dangerous Method
- Año: 2011
- Duración: 93
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Opinión de la crítica
Película
6
96 valoraciones en total
Pais
Directores
Actores
- André Dietz
- Andre Hennicke
- Andrea Magro
- Anna Thalbach
- Arndt Schwering-Sohnrey
- Bjorn Geske
- Christian Serritiello
- Clemens Giebel
- Cynthia Cosima
- Dirk S. Greis
- Franziska Arndt
- Jost Grix
- Julie Chevallier
- Katharina Palm
- Keira Knightley
- Mareike Carrière
- Markus Haase
- Michael Fassbender
- Mignon Remé
- Mirko Naeger-Guckeisen
- Nadine Salomon
- Naike Jaszczyk
- Nina Azizi
- Sarah Gadon
- Sarah Marecek
- Severin von Hoensbroech
- Theo Meller
- Torsten Knippertz
- Viggo Mortensen
- Vincent Cassel
- Wladimir Matuchin
Antes de aparecer los títulos de crédito finales de Un método peligroso se nos indica lo que ocurrió con sus protagonistas a modo de retazo histórico pero también de moraleja de la historia que nos ha narrado David Cronenberg anteriormente. La película está construida desde el viaje inicial de una enloquecida Sabina Spielrein en un carruaje a la clínica de Suiza en Agosto de 1904 hasta su regreso final, en el mismo medio, como separación final y quiebro con la historia venidera en 1913.
Aunque está basada en hechos reales, tiene citas (y citas y señoras encinta) y toda la puesta en escena queda rodeada de academicismo la película de Cronenberg se aparta de la línea clásica, con elipsis donde el director parece obcecarse en el triangulo psicológico que establecen las relaciones de sus protagonistas. Sobre todo entre la relación médica y sexual con cierta tensión dramática envuelta en un anti-folletín con escenarios y personajes históricos del Siglo XX.
Cronenberg siempre dice que cuando rueda una nueva película pretende superar a todas las anteriores. Muchos la han vinculado con Inseparables o M. Butterfly pero a mí me recuerda a Crash envuelta en la época y contexto que retrata. La película tiene varias capas sociales, políticas y psicológicas. Habla de la raza aria y de los judíos desde un prisma futuro, de la relación paterno-filial de Freud y Jung, de los límites que no debe traspasar un psicólogo y de que el deseo de represión sexual alberga a un nuevo ser y carne pero también muerte interior. Tal vez su unión y ruptura en ese cuerpo del deseo llamado Sabina Spielrein. Está claro que Un método peligroso es el triangulo romántico más raro visto en la gran pantalla porque habla de mentes por encima de cuerpos y doctores que son tratados por sus propios pacientes pero también de ‘hacer algo imperdonable para seguir viviendo…’ y, sobre todo, de cuerpos impuestos atrapados en mentes, ¿o es al revés? Si la noche o el psicoánalis te confunde, esta es tu película. ¿O no pensó también usted que cuando esa andrógina Sabina se agacha delante de Jung va a hacerle un francés al estilo ensalada rusa?
Para aquellos que se aburran viéndola pueden ser coherentes a lo que les muestra la película y masturbarse en la sala para buscar algún tipo de placer y dejar su represión cronenbergiana (y por lo tanto sexual) aparte. Piensen que eso sí que será un método (de entretenimiento) peligroso.
Por primera vez, un Cronenberg desconocido toma la contención por bandera. Se ajusta, como aplicado artesano, a un guión de perfecto acabado literario y de narrativa fluida, que regala personajes que funcionan por sí mismos y no por el nombre de los mitos, a lo que Cronenberg responde con actores que interpretan y no sólo se disfrazan. El estilo es delicado, con imágenes cuidadas y pulcras. La película busca combinar lo biográfico, con máximo decoro por las figuras, con lo romántico, apostando por un tono sentido y liviano.
Cronenberg consigue que la película pase como si se descorriese un velo. Y en esa aparente virtud, encuentro su mayor limitación.
Nunca fue especialidad de Cronenberg el dotar de vida al plano, el lograr oxigenarlo y que el espectador respire con él. En su cine, suelo encontrar la imagen encorsetada, y esta vez no es una excepción, pero lo que siempre ha sido su mayor talento, el de la atmósfera febril, aquí ha sido (voluntariamente) descartado. ¿Dónde está la carnalidad y el sexo que tanto pregona su temática? ¿Dónde se transmiten las dudas y el tormento moral de Jung? Desde luego, para mí Keira Knightley no pone lo primero, ni Cronenberg lo segundo.
Entiendo que la película quiera tomar la vía psicológica antes que la atmosférica, pero -exceptuando escenas como aquella en la que Knightley confiesa sus vivencias o el test/interrogatorio por palabras a la mujer- la intensidad se diluye en el fluir del relato. Los sueños, donde la psicología de los personajes podría tener más vida, se limitan a ser piezas del engranaje narrativo. Y quizá por ese respeto por el nombre de los personajes, que sin duda los hace creíbles, pero inevitablemente distantes, también me quedo fuera de la historia de amor, puntal definitivo de la película.
Conste que la apuesta de Cronenberg por la contención me parece mucho más arriesgada que si hubiese optado por el desmelene habitual, y le ha salido una obra muy agradable de ver, pero mi sensibilidad encaja mejor con un tratamiento de la mente más visceral: la descomposición sexual de Lilith de Rossen, la paranoia atmosférica de Polanski, la violencia psicológica de Bergman o la zambullida en los infiernos de Lynch.
Los trayectos en cine no han de ser horizontales, de izquierda a derecha, sino verticales, de fuera hacia dentro.
Anoche soñé con un triángulo equilátero. Un vértice con puro (F), otro con histeria (S) y el último con gafas y bigote (J). La dicción de los tres es admirable.
F sostiene la figura inmensa de la Esfinge entre sus manos. Ha puesto el pie en un nuevo continente. Lo cartografía. Avanza con firmeza. Es algo más que un busto en el museo de la Historia.
S ama a J y admira a F. Es inteligente y sabe analizar. Se mueve con soltura por la Tierra Prometida. Cree que J es su Sigfrido.
J ve en F la figura de un padre, y adora a S. El Nuevo Mundo de F le viene un poco estrecho: piensa que sólo es una isla y que el verdadero continente se encuentra mar adentro, en el lugar de las verdades menos cartesianas.
Cronenberg ilumina el triángulo con la luz más blanca de toda su filmografía. Ese territorio apenas explorado no es otra cosa que la cara oculta de la psique. Lo oscuro e inconsciente. Lo reprimido e inquietante. Una promesa de liberación. Un director convencional ofrecería sangre y sombra, Cronenberg ofrece un mar de luz.
Con la mancha roja de una tela y un corte en la mejilla es suficiente.
Recuerdo también una escena azul oscuro, en la que se quiebra el lado FJ del triángulo. Un sueño compartido y otro no contado separan los extremos. Su barco ya no puede ser el mismo.
Howard Shore utiliza el motivo wagneriano de la espada. Cuando la espada de Sigmund queda destruida, el nibelungo recoge los fragmentos. Sigfrido, fruto del incesto de Sigmund y Siglinde, forja de nuevo la espada de su padre.
J vivía convencido de que nada era casual. El nombre de pila de F es el del padre de Sigfrido. La idea de la música es perfecta.
Un velero de lujo en un hermoso lago suizo es la cuota de aventura máxima que J admite en su existencia.
F pierde un hijo y gana una brillante colaboradora.
S le pide a J que diga a F la verdad. J se resiste, pero acaba aceptando, se acerca a la ventana y sube la cortina: la luz le da de frente. El efecto es cinematográfico y sutil.
J mira hacia las olas. S mira hacia la tierra firme de la casa. Conversan. Los ángulos de cámara y la dirección de los ojos dicen tanto o más que las palabras. Redescubrimos la belleza del plano contraplano.
Cuando S ya se ha ido, la imagen permanece en J, el lago queda a espaldas de la cámara. Se oye sólo el chapoteo. El plano, al acortarse, rebosa de tristeza.
===
A veces hay que hacer algo imperdonable para seguir viviendo, dice J. Pero, ¿qué es, en realidad, lo imperdonable?
Es inexplicable que una película que va de represiones sexuales y azotes en el culo sea tan aburrida como ésta.
Dos plastas intentando pelar la cebolla del subconsciente humano en largas y teatrales escenas de lucimiento actoral y lo mejor, una Keira Knightley clara candidata al Razzie, haciendo cosas imposibles con su mandíbula que desde ya debe ser considerada en la categoría de arma blanca porque la leche como se le sale el hueso a la tía, tiene un par de escenas que no sabía si es que era una loca peligrosa o estaba digievolucionando a licántropo.
Impresionante que Un método peligroso la haya rodado Cronenberg, sí, ese tío conocido por sus retorcido erotismo y su obsesión por las cosas viscosas y palpitantes. Pues bien, cuando un enfermo de tomo y lomo como es el señor Cronenberg empieza a frecuentar los reinos de la asepsia fílmica es para ponerse a temblar. ¿Porqué? Bueno, pues porque películas como estas las pueden hacer muchos otros. Pero ahora ¿quién hará las películas de Cronenberg?
El género histórico se presta a magnas ambientaciones, miles de extras, documentación. Se hinchan facetas secundarias.
Cronenberg aborda conflictos del incipiente movimiento psicoanalítico, a principios del XX, y condensa una enorme cantidad de información relevante. Lo consigue con una estrategia de concisión que va a lo esencial con sorprendente eficacia y crea un drama fluido, de formas narrativas sobrias y elegantes, en algún momento bellas.
Para exponer una confrontación Freud-Jung que, más allá de la disidencia científica, tiene proporciones arquetípicas, usa algunos trucos: el judío Freud aparece siempre en ambiente oscuro, la Viena burguesa sulfurada por represiones y tormentos sexuales en la sombra de los hogares (el abigarrado consultorio y el famoso diván son exactamente reproducidos), y el protestante Jung, en luminosos espacios suizos, entre bosques y montañas, a la diáfana orilla de un lago donde dispone de mansión y velero.
Freud fuma siempre, puros, Jung, pipa. Mortensen, fornido, bordea la caricatura y no maneja el habano como pensador lento y obsesivo sino como enérgico empresario, con una autoridad sardónica: rebaja un poco al personaje.
Bromean contándose chismes de pacientes anales, historietas de la defecación. Durante horas comparten sueños y los examinan como coleccionistas. Esta vez Cronenberg no muestra las pesadillas sino a sus investigadores. Se frena, no mete la cámara en lo onírico, y con la contención potencia la tersura del relato.
Si Freud se ajusta a la ley de causa-efecto, Jung no cree que las coincidencias sean por azar (leitmotiv de la película) sino por sincronicidad.
Jung es más sensible a lo femenino que Freud y tendrá amoríos con numerosas pacientes, empezando con Sabina Spielrein, torbellino pasional de peculiar romanticismo, con quien estrena el método analítico y alcanza íntimos descubrimientos.
Si para Freud la libido es energía puramente sexual, para Jung es una fuerza más amplia. El heterodoxo psiquiatra Otto Gross, una especie de protobeatnik defensor del retorno a la naturaleza, del amor libre y las drogas, en breve y oportuna aparición agita a Jung: Nunca pases junto a un oasis sin detenerte a beber.
La inicial llegada de Spielrein al sanatorio da alguno de los pocos momentos del Cronenberg típico. Las muecas de posesa que Nightley lleva al extremo, el relato escalofriante del enorme molusco pegado a la espalda desnuda, la sangre que subraya el desfloramiento… Pero poco más: prevalece el Cronenberg en trayectoria hacia esa impresionante concisión: la cosmopolita Viena se resume en un coche de caballos y un zaguán señorial, la mayor multitud en pantalla es la familia Freud en torno a la mesa, Nueva York, una estilizada toma de la estatua de la Libertad. Y funciona, por la tensión que se mantiene vigorosa en medio de ingentes sacrificios formales. Para potenciar la narración renuncia a efectos, impactos bruscos y vísceras, es decir, a sí mismo.
Y gana la partida…