Truman
Sinopsis de la película
Julián y Tomás, dos amigos de la infancia que han llegado a la madurez, se reúnen después de muchos años y pasan juntos unos días inolvidables, sobre todo porque éste será su último encuentro, su despedida.
Detalles de la película
- Titulo Original: Truman
- Año: 2015
- Duración: 108
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Opinión de la crítica
Película
7
85 valoraciones en total
Hace tres años descubrí a Cesc Gay con la película Una pistola en cada mano , film compuesto por varias historias, con lo agrio de las relaciones de pareja como hilo conductor. Aquella película me encantó, y me abrió los ojos a un realizador al que desde ese momento tendría que tener muy en cuenta. Ahora estrena nueva película, y lo único que puedo decir es que se ha superado, Truman es un caramelo.
Muchas cosas se dirán sobre la cinta, y tampoco quiero resultar repetitivo. La historia es genial, Javier Cámara y Ricardo Darín están sublimes, la trama halla el perfecto equilibrio entre el drama y la comedia, cuando hay que reír se ríe y cuando hay que llorar se llora. El espectador que no disfrute con Truman es que es de piedra.
Obviando lo obvio, quiero destacar algo que me ha dejado impactado del film. Para mí, en lo que realmente destaca Truman , es en los silencios. Es de esos trabajos que dicen más con una mirada que con veinte conversaciones. La escena en la que se encuentran por primera vez los dos protagonistas en la puerta de casa del personaje de Darín, es brutal, medio minuto sin palabras que es toda una declaración de intenciones. Esa humanidad que desprenden este tipo de momentos, es los que eleva la película a otra categoría, la del cine con sentimiento. Hablo con sinceridad cuando digo que el último trabajo de Cesc Gay llegara muy lejos en la temporada de premios que se avecina.
Truman es una excelente película que demuestra que se puede transformar lo amargo de la vida en dulce, solo hace falta afrontarlo sin miedo.
En la última película de Cesc Gay, Julián (Ricardo Darín) se entera de que tiene un cáncer terminal. Tras entender que es irreversible, Darín toma la decisión de no recibir tratamiento de quimioterapia, evitando así prolongar innecesariamente la agonía, y vivir sus últimos días plácidamente y con dignidad, asumiendo su inminente muerte.
El título de la película alude al perro de Darín (Truman), que simboliza la amistad y la lealtad, con éste y con su amigo Tomás (Javier Cámara) vivirán 4 días inolvidables y emotivos, recordando tiempos pasados, emociones, vivencias, a la vez que se dan el último adiós.
La película es una oda a la amistad y también a la libertad. Trata de dos personas que aunque amigos, son muy diferentes entre sí. Darín es un hombre que sabe como ganarte, va de frente, y carece de dobleces.
La interpretación de Darín es una vez más, sublime y Cesc dota al film de un toque de humor, aunque es un humor muy negro, para que el resultado sea menos duro, más llevadero.
En definitiva, es una película dura, de una temática que no a todo el mundo agradará, aunque sí es un film conmovedor, que te remueve por dentro, y que, sin abusar de sensiblería, conseguirá tocarte la fibra, y hacerte reír o llorar de emoción.
Todo parece perfectamente medido para evitar lo lacrimógeno, para resultar sutil y sugerente, para que imaginemos que los personajes lloran a solas cuando la cámara se ha ido, para que pensemos cuánto dolor hay tras la falta de expresividad de Tomás, y cuánto miedo tras la frivolidad de Julián. Pero ocurre que la historia que no deja de ser un dramón, y esa frialdad del guionista en el cálculo del tono de contención perfecto se cuela entre líneas, te desconecta de la pantalla y te hace sentir continuamente que estás viendo una película. Una película que acaba por ser larga y tediosa.
Resulta, además, que los cálculos no están del todo bien hechos, porque casi todo tiene un aire artificial: la selección de féretros en la funeraria, las conversaciones entre Julián y los conocidos con los que se cruza, que conocen su situación terminal y oscilan entre el pudoroso hacerse los locos y la expresión de solidaridad, el gorroneo de Julián -¿por qué, si tiene un buen trabajo?-, el hecho de que, tras dos días juntos, Julián y Tomás aún no hayan hablado de dónde vive el hijo del primero, ni de si sabe o no que su padre se está muriendo, o la del todo inverosímil escena final entre la prima de Julián y Tomás. Elementos como estos aportan amenaramiento a la película y restan realismo a una historia que, en principio, parecía apostar por ser la sencilla crónica de una amistad y una muerte.
Produce rabia y desánimo asistir a la malversación cansina del talento. Destellos de buen cine – cine de altura, ambicioso, irreductible y corajudo – echados por tierra y desperdiciados entre tanto oropel, falsedad, impostura y pretenciosidad. Ponerse grandes retos es muy loable y tratar de tomar caminos novedosos o poco transitados produce respeto y simpatía en una cinematografía tan parca, cateta, cautelosa y adocenada como la española, donde cualquier atisbo de originalidad suele ser censurado con el escarnio público y la indiferencia en taquilla. Pero una cosa es ser valiente y proponer algo fresco y otra cosa distinta es partir de una premisa tan falsa, tan fallida, tan inverosímil, tan impostada que acabe invalidando toda la propuesta.
Porque aquí partimos de un pecado original que lo hace naufragar todo: la relación de amistad entre sus dos protagonistas carece de entidad, de pasado, de sentido, de sustancia y de propósito… e invalida lo que viene a continuación porque lo convierte en algo sin interés, sin dirección, sin enjundia. Y por eso estamos ante un artilugio defectuoso aunque tenga destellos de buen cine (hay al menos cuatro o cinco escenas brillantes, eficaces, intensas y emocionantes, pero que se quedan en estampitas asiladas que se han perdido entre un fárrago de ardides y argucias). Pero en conjunto estamos ante un armatoste vacuo que se indigesta porque usa balas de fogueo que suenan a fingimiento y cuya pólvora está mojada.
Cuando todo el andamiaje depende del punto de partida, si éste hace aguas, el conjunto de desmorona sin remisión. Y la falta de explicaciones por parte de los guionistas contribuye a la ofuscación del espectador que asiste perplejo a un conjunto de estampitas llenas de buenas intenciones, buenos actores, lustroso acabado técnico, hacendosa labor de orfebrería y cuidada ambientación puntillosa, pero del todo inverosímil, opaco, forzado y enigmático. Y hay una escena de sexo tan risible como patética que agrava la sandez en su conjunto, porque toma por iluso y crédulo al sufrido espectador. Tanto elogio casi unánime para tan insulsa piececita fallida produce irritación y perplejidad. ¿Qué han creído ver que yo no he sabido desentrañar? Arcano irresoluble…
Nadie duda del talento y magnetismo de Ricardo Darín. Pero Javier Cámara es un actor de recursos limitados, más una presencia que un intérprete, que basa su gancho en despertar la simpatía del espectador más que por sus dotes histriónicas (que se limitan a la mueca bobina o a la medio sonrisa bobalicona). Y aquí es incapaz de proporcionar el necesario contrapunto dramático de la historia. En definitiva, una decepción sin paliativos.
Se trata de dejarlo todo preparado para el viaje sin retorno. De despedirse sin dejar cabos sueltos. De mirar con nostalgia y temor ese minutero cabrón que no cesa. Cesc Gay se apunta a esa ola emergente de películas centradas en saber decir adiós desde un prisma menos familiar, imprimiendo ternura, y desechando cualquier acercamiento al drama de manual. Vertiente que encontró su mayor representación hace ya más de una década en Mi vida sin mí , magistral ejercicio de estilo y contención de Isabel Coixet.
Precisamente ahora nos encontramos con varias cintas que versan en la introspección del enfermo y su visión ante la propia ausencia. Obras que priorizan la forma en un fondo que se antoja cotidiano. Sin ir más lejos, Médem con la cursi y emotiva ma ma , o la incisivamente simpática triunfadora en el último Sundance, Me and Earl and The Dying Girl . Truman , sin embargo, despliega toda su emotividad en la palabra, sin mayores artificios. Aquí no hay cámaras danzando ni luces color pastel para conseguir tocar al espectador. Gay camina por el dolor verdadero desde ese asfalto que pisamos cada día, dotando de un realismo hiriente a cada situación. Porque si de algo puede presumir el catalán es de mantener pulso en su escritura. Más ahora, cuando el tema es blanco de todos los dardos.
El cineasta, con una voz muy marcada, paradigma del sibaritismo patrio, firma su obra más redonda. Las copas siguen sosteniendo vinos caros, los portales no pueden tener más encanto pero Gay se apunta el mayor de sus tantos en este ejercicio de dolorosa honestidad, utopía en los últimos años. Estamos, por tanto, ante una película sencilla en su concepción que irradia honradez obteniendo el aplauso de un público que se siente agradecido ante tanta franqueza.
Truman es un filme de valores en peligro de extinción que anhelamos recuperar. Porque nos rechina la amistad sin contrapartida. La generosidad que no obtiene moneda de cambio. Esa misma que han entregado dos animales de la escena. Dos actores que se abren en canal para construir una química apabullante. Ricardo Darín sentenciando lo que es, una bestia sobre las tablas, aquí en un papel arriesgado que resuelve con maestría y sensibilidad dando la réplica a un Javier Cámara inconmensurable cuya mirada traspasa la pantalla.
Con esta particular entrevista con la muerte, Gay apunta directo al corazón de una manera sutil, cercana, entregando una de las despedidas más dolorosas que se han filmado en años. Imposible no salir tocado de una cinta que es puro sentimiento.