Tres recuerdos de mi juventud
Sinopsis de la película
Paul Dedalus deja Tayikistán recordando su infancia en Roubaix, las locas crisis de su madre, el vínculo que le unía a su hermano Ivan, niño piadoso y violento. Él recuerda sus 16 años, a su padre, viudo inconsolable, el viaje a la URSS donde una asignación clandestina le llevaría a ofrecer su propia identidad a un joven ruso. Recordará también sus 19 años, su hermana Delphine, su primo Bob, de sus escapadas con Pénélope, Mehdi y Kovalki, el amigo al que tuvo que traicionar. Sus estudios en París, el encuentro con el doctor Behanzin, su vocación inherente para la antropología. Y, sobre todo, Paul se acordará de Esther. El corazón de su vida.
Detalles de la película
- Titulo Original: Trois souvenirs de ma jeunesse
- Año: 2015
- Duración: 123
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Opinión de la crítica
6.2
94 valoraciones en total
La muy notable Trois Souvenirs De Ma Jeunesse presenta a modo de flashback la vida pretérita de un antropólogo, deteniéndose especialmente en su adolescencia y juventud, etapa capital en la que conoció al amor de su vida. Desplechin recupera a un personaje recurrente en su obra, Paul Dédalus (interpretado por el diosal Mathieu Amalric en su etapa adulta), para elaborar un cuidado discurso que teoriza sobre la probabilidad del amor total en la vida del hombre, a través de sus acciones de juventud y sus reflexiones de madurez, ambas superpuestas para el espectador por la vía de la narración en off.
La inversión y reversión de roles de los personajes en su relación de pareja durante el transcurso de la obra resulta capital para entender esta geneaolgía del amour fou, como una pulsión / pasión contradictoria y absurda, devastadora y maravillosa. Los jóvenes y bellos Paul y Esther (los debutantes Quentin Dolmaire y Lou Roy-Lecollinet) se desean, se odian, se cuidan y se desgastan el uno al otro, asumen prácticamente todos los roles posibles en una relación, alternando sus ubicaciones en la escala de dominación emocional. La caída del Muro de Berlín, momento elegido como trasfondo histórico señalado en el film, apuntala mediante su simbología el devenir de esta apasionada y apasionante historia: ciertos sentimientos parece que nunca podrían derruirse, y ahí están, cayéndose a pedazos de un día para otro, aunque por la ley de la memoria histórica emocional, su recuerdo se hará eterno. Preciosa y de algún modo reconfortante película, que se cierra con la mirada directa de Esther a la cámara, a nosotros, en un gesto de complicidad y advertencia que supone una de la más bellas y prodigiosas rupturas de la cuarta pared vistas en este siglo.
La filmografía de Arnaud Desplechin sobrepasa la decena de trabajos. Tres recuerdos de mi juventud ha sido su última película estrenada entre nosotros y ha supuesto su reconocimiento definitivo. Fue premiada en Cannes en la Quincena de Realizadores y como guinda, consiguió ser nominada a once Césars del cine francés, obteniendo solo un premio, pero uno de los más importantes, el de mejor director. Es profeta en su tierra y ha sido comparado por algunos con el mismísimo Truffaut. Toda una exaltación, apoyada por gran parte de los críticos y usuarios y con los que siento mucho discrepar, sobre todo porque ya me gustaría haber descubierto que Truffaut tiene, tras décadas desde su desaparición, un sucesor de su línea de trabajo o en su estilo.
Y es que tengo la sensación de algo chocante que pasa desde hace tiempo en el cine francés. Tan elitista como exigente como fue, el cine francés ha ido concediendo licencias y reconocimientos ha directores que plagian obras ya existentes en su cine, carentes de originalidad y cercanos a la pedorrez más criticable. En este sentido el film de Desplechin es indudablemente francés, pero en su concepto más negativo, ya que resulta cargante y muy pretenciosa. Es un anacronismo, tanto por su planteamiento como por su desarrollo.
Arnaud Desplechin y Julie Peyr firman el guión, estructurado en tres partes, tres recuerdos y un epílogo. Los dos primeros recuerdos, los más logrados, son más concretos y breves que su tercer recuerdo, el que realmente ocupa casi todo el metraje y en el que se producen los baches narrativos y reiteraciones. Dicho sea de paso, eso de tres recuerdos quedan bien como título, pero realmente las dos primeras historias quedan ensambladas en la historia tercera, por lo que es un recuerdo con ramificaciones. Y su guión posee unos personajes sin garra, que no van a ningún lado. No es el ni contigo ni sin ti pasional de Truffaut, a mí se me asemeja más al dicho de la Gata Flora, con cierto aroma intelectual.
Para ello se ha contado con un casting de qualité en el que figuran el versátil y también venerado Mathieu Amalric, que a veces se le permite pasarse, saturando, o el gran André Dussollier, aquí desaprovechado, combinado con nuevos rostros como jóvenes protagonistas, ambos nominados como mejores actores revelación, Quentin Dolmaire como Paul Dedales, con un parecido lejano a Olivier Martinez y Lou Roy- Lecollinet como Esther, más cercana a Laetitia Casta que a la imagen del mito perseguido de la Bardot.
El trabajo de Irina Lubtchansky a la fotografía es curioso, por su variedad de tonos, aunque innecesarios los fundidos emulando al citado autor de Los 400 golpes, como su pantalla dividida en algunas ocasiones, para hacerla más chic, digo yo, porque no veo otra justificación, mientras que la labor de Gregoire Hetzel en la música a veces me molesta, quizás porque utilice música y el clima de Georges Delerue, evidenciando las costuras que pose el film y sus pretensiones. No le doy el aprobado, porque consiguió aburrirme, rematando con un final que se veía venir y que podía haberse producido antes, ahorrándonos algo de metraje.
Hay películas que podemos calificar como ‘muy francesas’ sin tergiversar su contenido ni prejuzgar su calidad. Y, sin embargo, en este caso, todas las connotaciones y asociaciones que uno pueda hacer sobre la cultura gala – cierta ampulosidad literaria, el tomarse demasiado en serio y la convicción en su apabullante superioridad, la certeza en su trascendencia intrínseca, su exceso de sagacidad y artificio – acaban siendo ciertas en este caso y están a punto de ahogar una propuesta que desde parámetros más humildes, sin tanta afectación, sin tanto regodearse en su valía diferencial, podría haber dado lugar a una interesante cinta sobre la nostalgia adolescente, sobre los tiempo pasados, sobre la importancia del primer amor, sobre la frustración de la pérdida…
Pero estamos ante una acumulación de tópicos manidos – una diarrea verbosa que resulta cansina, largos parloteos a cámara que parecen una parodia de sí mismos, una voz en off que repite, subraya y señala lo que ya estamos viendo en pantalla – que lastran el conjunto y lo vuelven en un catálogo de cómo no se deberían de hacer las cosas si se pretende alcanzar un mínimo de complicidad por parte del espectador. Es una prueba de resistencia que se alarga durante dos premiosas horas sin ir a ninguna parte, sin crear una atmósfera de añoranza o melancolía digna de tal calificativo. Recordar lo que se perdió puede ser fuente de dolor, inspiración o desengaño, salvo que resulte una mera treta falsaria que nos pretende convencer de lo inexistente.
Además la película arranca como un falso policiaco (que se evapora, de repente, sin más), para luego ir encadenando retazos y fragmentos de un pasado que no se sabe muy bien qué efecto han tenido en el personaje central que los evoca a su conveniencia y libre asociación. Lo que vemos resulta arbitrario, lo que se nos hurta en la narración parece más interesante pero nunca lo sabremos con seguridad, los padres deambulan sin peso específico, las amistades vienen y van como trenes en la noche, el protagonista estudia antropología como podría haber practicado submarinismo o alpinismo o haberse dedicado a la física cuántica. Uno más de esos equívocos senderos que llevan a un callejón sin salida ante el cual el espectador no le queda más remedio que claudicar, impotente.
Hay un cierto discreto encanto en la historia intuida, pero es poco más una intención, una promesa de bondades por venir, que no acaban de materializarse nunca. Resulta extenuante y pretenciosa. Un obtuso intento fallido.
Tres recuerdos de mi juventud, de Arnaud Desplechin, es un drama romántico basado en un hombre que recuerda su infancia y juventud en distintas épocas que lo marcaron de un modo u otro en su vida, sobre todo en lo que al amor se refiere.
El film de Arnaud Desplechin navega por la nostalgia de su protagonista en varios recuerdos de su juventud, y los muestra de modo que cuadra con sus historias del presente en un ejercicio sentimental que tiene mucha intención, pero el problema surge en la falta de entretenimiento en lo que narra, la falta de viveza en su expresión, es decir, se arriesga al jugar con la melancolía de una historia que se expone de un modo lineal y hace que poco a poco el público vaya perdiendo interés en lo que se le va mostrando.
En cuanto a su argumento, aunque toca de principio a fin la añoranza y la tristeza de lo perdido, no consigue calar plenamente con su idea y deja tras de sí la sensación de poder haber sido una película más profunda, capaz de penetrar en los corazones de los románticos y nostálgicos incurables, y sin embargo, termina siendo una cinta más bien prescindible, ya que, repito, aunque su intención e idea es buena, no consigue crear el interés necesario para absorber al público en su visionado.
Resumiendo, considero Tres recuerdos de mi juventud, una obra con buenas intenciones y estupendas interpretaciones que no llega a despegar lo suficiente como para mantener el interés intacto de principio a fin, y flota en la superficie del sentimentalismo al no dar algo más profundo y romántico que permanezca más tiempo en la memoria del espectador. Por lo que, es una obra que puede gustar a algunos seguidores de los dramas románticos sencillos que no ofrecen algo llamativo, pero desde luego no al cinéfilo medio que cuando se propone ver un drama romántico, piensa en algo que cale en él y sea recordado con más efectividad.
Si nuestra vida es un río, de estos tres recuerdos de juventud los dos primeros son como pequeños arroyos, mientras que el último está represado hasta formar un vasto embalse lleno de árboles inundados, reflejos y derrubios. La desproporción es ilustrativa de una cierta tendencia del cine francés, en la que el cortejo soñador, la pasión física, la soledad adolescente y los cuernos del amigo parecen las cosas más importantes del mundo. Cuando ven en televisión la caída del muro de Berlín, una chica le recuerda al protagonista, Paul, que es un acontecimiento como para alegrarse, pero él le responde que lo ve como el fin de su juventud.
El narcisismo y la inflación de los conflictos parecen los rasgos esenciales de este tipo de películas: si el protagonista tiene una infancia difícil, tiene que ser la más difícil (un padre ausente, una madre trastornada y suicida), si protagoniza una acción noble por amistad, tiene que ser la acción más heroica (al otro lado del Telón de acero, y con cierta pose de extrañeza metafísica por haber generado un doble en las antípodas), si tiene una novia, tiene que ser la novia más bella y problemática, y su relación la más valerosa, apasionada e imposible.
La película no es desdeñable pero transmite finalmente un poso de inutilidad y exceso, la emoción se convoca a través de citas culturales sobre flores y espinas (Among school children, de Yeats, leída en el desierto, o la última obra de Stravinsky, la versión para pequeña orquesta de una canción de Hugo Wolf: Herr, was trägt der Boden hier ) y también de la pura belleza de los jóvenes protagonistas, que casi parecen demasiado bellos para ser reales: la cara de Esther enmarcada entre follajes verdes y rojos, o la pureza de la mirada de Ivan, que parece un místico sacado de alguna novela rusa.
También contribuye a la falta de realidad de la película el hecho de que la pobreza de los jóvenes protagonistas se muestre de forma tan idealizada y retórica: nunca vemos a Paul Dedalus dedicado a ningún trabajo físico, sino que pasa su tiempo ante la cámara enfrascado en estudios elevados, acciones más o menos heroicas, incluidas las amatorias, y especialmente en el análisis verbal de sus propios sentimientos.