Tres páginas de un diario
Sinopsis de la película
Tres páginas de un Diario, estrenada en septiembre de 1929, fue la segunda versión cinematográfica de la novela Diario de una Perdida de Margarethe Bohme. Curiosamente, la primera fue interpretada en 1918 por Erna Morena, actriz que un año antes había protagonizado Lulú , adaptación de la obra de Frank Wedekind que fue, también, el título que unió por vez primera al realizador alemán G.W. Pabst y a la actriz norteamericana Louise Brooks: La Caja de Pandora (Lulú), estrenada en enero de 1929. Estos dos títulos, junto a Crisis (1928), integran lo que se conoció como la trilogía erótica de Pabst, lo que puede dar una pista de los problemas de censura y distribución que tuvieron en su momento ambos films. -información de la distribuidora-
Detalles de la película
- Titulo Original: Tagebuch einer Verlorenen (Diary of a Lost Girl)
- Año: 1929
- Duración: 104
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Opinión de la crítica
7.2
59 valoraciones en total
Tres páginas de un diario adapta una novela escrita por una mujer, que transcurre en la época del káiser Guillermo II, inmediatamente anterior a la de la república de Weimar en que se rodó la película, lanza una mirada crítica hacia el pasado reciente, con una visión descarnada de su hipocresía social y de la doble moral sexual reinante, que permitía casi todo a los hombres y nada a las mujeres.
Desde esta perspectiva, la película retrata un mundo en el que, por encima de las diferencias sociales, un mismo destino unifica la condición de la criada seducida por el señor, de la hija de éste seducida por un empleado, y de la viuda precedida en el derecho de herencia por un familiar en primer grado del difunto: todas ellas deben abandonar la casa en la que viven, lo que las conduce a las opciones del suicidio, el burdel o la caridad.
Los oportunos desmayos de la protagonista Thymian en los momentos de sus caídas sexuales pueden verse como una concesión a la moralidad de la época (era problemático que una película mostrara el deseo de una mujer fuera del matrimonio manteniendo una mirada positiva hacia ella), pero también expresan una verdad más profunda: la imposibilidad de que las mujeres pudieran tomar decisiones, decir sí o no. Thymian, tal como la película nos la muestra, está a la vez cerca (en su mezcla de inocencia y desenvoltura) y muy lejos de Polly, que canta la balada del sí y del no en la Ópera de cuatro cuartos de Brecht y Weill (que Pabst llevaría al cine dos años después):
Lo que hay que hacer es abandonarse
No se puede ser fría como era yo.
Tantas cosas pueden darse
La respuesta no es siempre no.
(Traducción de Miguel Sáenz)
Frente a Erich Von Stroheim, a quien podría hasta cierto punto compararse, Pabst no parece especialmente interesado por la polémica y el escándalo (su visión de las relaciones sexuales resulta por ello mucho más moderna), y su representación de los momentos de redención moral carece de sentimentalismo.
La película retrata con frialdad y lucidez un mundo implacable, en el que los débiles (no necesariamente mujeres) se convierten irremediablemente en víctimas. El dinero resulta omnipresente, y los personajes lo cuentan chupándose los dedos. La denominada erótica del poder pocas veces habrá sido retratada de forma tan transparente como en la escena en que la directora del reformatorio dirige los ejercicios de gimnasia de las reclusas.
Fiel reflejo de una época que se proyecta mucho más allá de su época, la película destaca por encima de todo por la precisión en la caracterización de sus personajes, incluso los más secundarios, que se convierten en figuras inolvidables: el guardián calvo del reformatorio y el vendedor callejero de salchichas, los finos labios del afeminado conde Osdorff y la mirada triste de la implacable ama de llaves Meta. Es como si los personajes registrados de forma tan certera por el objetivo de August Sander, por el lápiz de Georg Grosz, cobraran movimiento para inscribirse en un retrato sociológico nada favorecedor.
En ocasiones la película avanza hasta la caricatura, pero el tono predominante es de contención expresiva, en el espíritu de la nueva objetividad. La narración, intensa y elocuente sin necesidad de intertítulos, resulta de una modernidad sorprendente -al igual que la belleza intemporal de su protagonista, Louise Brooks.
Iba bastante entusiasmado por haber encontrado esta película de la preciosa y genial actriz Louise Brooks. Esa actriz que conquisto el corazón de Jolivú, y huyo de él para rodar en Europa. Desgraciadamente, llego la censura, y ella, una mujer libertina (se acostó con Chalin o Aldous Huxley, entre muchos otros) y bastante moderna (Otra cosa que nunca se le perdono), fue condenada al olvido por el Star System, terminando como cajera de unos grandes almacenes.
En la dirección tenemos a uno de los pesos pesados del cine mudo, G.W. Pabst. Actriz y director ya habían trabajado en la estupenda y muy sensual La caja de Pandora , donde Louise Brooks hace el papel que tanto le caracterizo (venía haciendo ese tipo de papeles desde hacía años) y tantos amores y odios creo.
Pero cuando llevo 15 minutos de película ya he fruncido el ceño en más de tres ocasiones. La historia es torpe, y tontorrona. Mi amada Louise Brooks hace el papel de una inocente y angelical chica que se desmaya cada 10 minutos, y los hombres aprovechan para violarla. Intuyo que pretende ser una crítica a la sociedad, porque la familia resuelve que la culpa es de la chica (iba con un vestido blanco inmaculado precioso) y la mandan a un internado. Nuestra heroína va dando vueltas por el mundo, sufriendo mil problemas (con desmayos y violaciones varias) y a la que todo el mundo le da la espalda. Su padre ahora se casa con una mujer que la odia, la busca la policía, su familia da su hijo en adopción, ella trata de encontrarlo…
Un drama en toda regla pero fallido, porque la historia no resulta creíble en ningún momento. Y sorprendido descubro que esta película ya no se puede ver con los ojos actuales, hay que ponerse las gafas de 1929 para comprenderla y entender su crítica a la doble moral del momento. Y aún así, me cuesta seguirla por momentos.
G.W. Pabst por otro lado, no está por la labor de mantener su merecida reputación de genial director con gran puesta en escena. Se centra en nuestra heroína, la muy brillante Louise Brooks, que salva los muebles gracias a cada gesto de su cara. Sólo ella consigue hacer creíble que una mujer con un sorbo de champán se desmaye.
La música (es una película restaurada, por tanto la música es bastante actual) tiene partes preciosas que consiguen transmitir la tragedia que vive nuestra heroína.
En fin, Louise Brooks tan preciosa y buena actriz como siempre. Poco más.
Esta película silente aborda un fragmento vital de la protagonista, encarnada por Louise Brooks. Ella termina luego de ciertas viscicitudes internada en un reformatorio junto a mujeres delincuentes. Su paso por el estrambótico lugar, sus secuelas y las posibilidades de una eventual redención son los ejes temáticos del film. El lugar es bastante siniestro y quienes lo administran no ahorran vejámenes para las internadas. Por estar inscripto bajo la férula del expresionismo del momento, las caras significativas y la gestualidad elocuente tienen un rol prioritario. El film en conjunto no está mal, tiene sus notas de humor pese al trasfondo más bien trágico y con interrogantes morales que le otorgan bastante sustancia. Algo más de 7.