Tres mujeres inmorales
Sinopsis de la película
Murio el gran pintor del Renacimiento Raphael Sanzio a causa del frío que cogió en las ruinas de Roma. O fue por agotamiento de placer. Solo una persona conoció la verdad, Margherita Luti, la ardiente y ambiciosa esposa romana del panadero quien, posando como modelo y siendo la amante del artista, fue testigo de sus últimos momentos de vida.
Detalles de la película
- Titulo Original: Les héroïnes du mal aka
- Año: 1979
- Duración: 109
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Opinión de la crítica
Película
5
71 valoraciones en total
Walerian Borowczyk es para algunos un hortera y cursi realizador mientras que para otros es un director de culto. La apertura de la censura en la década de los setenta cristalizó, a través de su amplia filmografía, en trabajos orientados a temas eróticos de contexto más o menos histórico-moralista que hicieron el agosto en nuestro país, como Cuentos inmorales (1974), La bestia (1975), Interior de un convento (1978), Tres mujeres inmorales (1979), etc. Por ejemplo, La bestia (1975) como pieza separada de Cuentos inmorales (1974), en el proyecto inicial, es la que más crudeza desarrolla: aparece una bella joven hija del propietario de la mansión, copulando con un mayordomo negro que al retirarse de la mujer, nos retrotrae mentalmente a una escena al principio de la película, preparada por el cineasta, presentando una copulación entre caballos en el patio de las cuadras. O la escena en que la bestia persigue a una joven llena de encajes por el bosque hasta poseerla, escena que se completa con una masturbación con los piececitos cubiertos de blancos calcetines de la joven, al primate en cuestión. Y para redondear, se presenta la eyaculación del enorme monstruo, en primer plano.
Tres mujeres inmorales (1979) son tres cuentos que radican en distintas épocas, unidos en un mismo film. La primera historia nos lleva a las relaciones amorosas de Rafael, el pintor renacentista, con Margarita, la fornarina (panadera), así llamada por ser hija del panadero. Si ya de por sí los acontecimientos que rodearon la vida del pintor fueron siempre novelescos, no menos lo fueron los misterios en torno a su muerte, acaecida con tan sólo 37 años, aderezados además por la imaginación de Borowczyk. Tal vez unas simples fiebres tifoideas mal tratadas, enervaron las leyendas urbanas de una muerte producida por excesos en la actividad sexual, o por envenenamiento. Tal vez, simples conjeturas.
Rafael supo plasmar fielmente en sus cuadros la personalidad de los modelos que posaban para sus pinceles. La belleza de la fornarina es indiscutible pero es superada, sin lugar a duda alguna, por la sensualidad y encanto de Marina Pierro, ensalzados por la luminosa fotografía del omnipresente del director, Bernard Daillencourt. Walerian se explaya al saturarnos en este pasaje de un esteticismo calificado como obsesivo por sus detractores o complaciente para otros.
El siguiente episodio, basado en el corto relato La sangre del cordero del escritor André Pieyre de Mandiargues, nos presenta a una joven mozuela, casi una niña, que corretea detrás de un precioso conejo blanco en un verde y luminoso prado que rodea su casa. No, no es Alicia preguntando al conejo huidizo por el sombrerero loco, se trata de Marcelina que desata su sexualidad en juegos eróticos con el animalito.
El desenlace de la historia llega cuando descubrimos que toda la familia, incluida la niña, son unos voraces cuniculúfagos. Es cuando el erotismo inocente deja paso a los comportamientos más psicopáticos del ser humano.
La tercera historia, quizás la más atípica, pero plagada de las mismas obsesiones del director: erotismo extemporáneo y bestialismo, como desviaciones parafílicas de la mujer, nos expone en este caso su cristalización en el personaje de María que ha sido objeto de un violento secuestro.
Creyó W. Borowczyk encontrar un campo abonado para dar rienda a su fantasía en el relato de los últimos días de Rafael Sanzio, en la anécdota del conejo de Marcelina y en la breve trama del perro listo que conocía París como nadie.
Pero sólo lo logró a medias.
Sus dos primeros intentos fracasan por su evidente falta de capacidad de expresión cinematográfica y por su factura tosca.
Tenemos que agradecer que la tercera posee ese punto de cordura y esa pátina de sensatez capaces de dejar en la pantalla, al menos, un regusto de honra razonable.
Tres eran tres aunque sólo la última era buena.