Tres colores: Rojo
Sinopsis de la película
Valentina, una joven estudiante que se gana la vida como modelo, salva la vida de un perro atropellado por un coche. La búsqueda de su dueño la conduce a un juez jubilado que tiene una extraña obsesión: escuchar las conversaciones telefónicas de sus vecinos. Si antes el espionaje telefónico formaba parte de su trabajo, ahora se ha convertido en un vicio. A Valentina le desagrada la conducta del hombre, pero no puede evitar ir a verlo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Trois couleurs : Rouge (Three Colours: Red)
- Año: 1994
- Duración: 99
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Opinión de la crítica
Película
7.8
89 valoraciones en total
Tercera y última película de la trilogía que Kieslowski dedicó a los colores de la bandera francesa. El rojo simboliza en la obra la solidaridad. Narra la historia de una estudiante que se gana la vida como modelo fotográfica y de pasarela, que atropella involuntariamente a una perra embarazada. Ésta en el collar lleva la indicación de su nombre, Rita, y las señas de la casa de su propietario. Estas circustancias llevan a la protagonista a conocer a un juez jubilado que compensa su vacío y el recuerdo de la infidelidad de su mujer, espiando a sus vecinos con medios de alta tecnología. La comprensión de Valentina y sus deseos de descubrir lo que se oculta tras las obsesiones del juez la llevan a entablar con éste una relación que, poco a poco, se convierte en amistad, en la amistad que el juez necesita para salir del encierro en su propia casa, para superar sus fustraciones y sus obsesiones, para hablar de ellas y para sentir de nuevo que su vida tiene sentido. Destaca la calidad de la iluminación de los escenarios y una fotografía de extraordinaria belleza visual. La iluminación sitúa puntos de luz orientados hacia el espectador, emplea luces laterales para iluminar los rostros de los actores, combina degradados de luz que crean imágenes de luz y sombra de gran fuerza expresiva y de notable calidad plástica. Como en las películas anteriores, la música original de Zbignew Preisner acompaña la obra con solos de piano, violín, voz humana y secuencias orquestales, interpretadas con pulcritud y adecuación al ritmo de la acción. El director hace gala de un soberbio dominio del lenguaje cinematográfico y ofrece al espectador una lección de buen cine.
La última parte de la trilogía de los colores de Kieslowsky es, sin duda, el gran sello que pone el director a su obra.
Una mujer que se encuentra sola en la ciudad atropella a un perro, para después de sanarlo llevarlo con su amo, el cual no quiere saber nada de animales ni de nadie. Este personaje tiene la extraña mala costumbre de espiar telefónicamente a la gente. Entre ellos dos comenzará una relación bastante especial donde los recuerdos y los sentimientos aflorarán.
Una película sobre el remordimiento, sobre lo que siente una persona al llevar una carga toda su vida, del arrepentimiento, de la casualidad y del azar. También es una cinta sobre la relación de pareja y la infidelidad y de cómo la vida va dando vueltas para hacer que una y otra vez la historia vuelva a repetirse.
Una magnífica obra que nos hace pensar sobre las decisiones que tomamos y cómo estas influirán en nuestra vida y además nos enseña que siempre debe haber una esperanza o una salvación para vencer nuestros temores y nuestra frustración, aunque sea todo producto del azar.
La escena final es encantadora, inteligente, emocionante y reveladora del verdadero significado de las tres películas (la salvación), un broche de oro para una trilogía que definitivamente es de lo mejor que nos ha entregado el séptimo arte.
Siento disentir con la mayoría pero siempre me pareció azul la mejor de las tres. Vistas de nuevo me reafirmo en la cuestión. Es innegable que en Rojo los diálogos tienen más fuerza y sutileza y que Kieslowski vuelve a complacer a la grada con su lenguaje cinematográfico, consistente en los juegos de luz, los encuadres y las distintas angulaciones de cámara.
Si se me permite una licencia y seguramente me equivocaré, creo que el papel de juez lo escribió Kieslowski pensando en sí mismo. Personaje que voluntaria e involuntariamente mueve los hilos de los demás. Al final todos los resucitados son fruto del azar? No lo creo en absoluto. Pienso que el director polaco se resevó este personaje para la última de sus películas como una especie de semidios mostrando ambigüedad en el lado humano y casualidad en el divino. Muy posiblemente no sea así.
De todos modos, Rojo es un epílogo brillante para una trilogía notable que ha quedado por méritos propios en los altares cinematográficos.
Notable análisis de las obsesiones, la soledad, el desengaño, el azar, los juegos del destino, las ilusiones en sus distintas etapas (el inicio luminoso, los golpes que las hacen añicos, la amarga resignación a su pérdida y el nuevo despertar tras una larga aridez) y la juventud enfrentada cara a cara con la madurez. Gran parte del peso recae sobre un Jean-Louis Trintignant subyugante y soberbio, a quien Kieslowski concedió la oportunidad de brillar con el que muy posiblemente fuese el mejor papel que ha desempeñado. Tras haberlo seguido en películas rodadas unos treinta años antes, como la filosófica y reflexiva Mi noche con Maud y el precioso drama romántico Un hombre y una mujer , y confesarme una enamorada de este más que interesante y cautivador actor, vuelve a dar la talla en su interpretación de un intrigante e hipnótico voyeur a las puertas de la vejez.
Por su parte, Valentine (Irène Jacob) aporta sus años jóvenes, su belleza y su frescura en confrontación y acusado contraste con la carga de los años y de las amarguras que pesan sobre el personaje de Trintignant, que le da la réplica apropiada para que ambos personajes se complementen como las dos partes de un todo complejo, turbador y catártico.
Los detalles como la costumbre de Valentine de jugar cada mañana una única partida en la máquina tragaperras representan un ritual que para ella posee una importancia que no tiene que ver con la ludopatía, sino con una especie de señal del destino. La ganancia o la pérdida no suponen para ella mero azar, sino que ocultan indicios de que la suerte flirtea para bien o para mal con su propia vida, y en cada partida perdida o ganada ella ve signos de que algo fundamental va a ocurrir o a cambiar.
Dichos detalles no resultan triviales, y la observadora cámara se ocupa de que no los pasemos por alto y los deja a nuestra interpretación.
La relación intergeneracional que se desarrolla coloca frente a frente a dos personas que se encuentran en distintos momentos del camino que es la vida. La joven estudiante y modelo con éxito profesional pero con una vida privada surcada de fantasmas familiares y vacío y decepción en el plano sentimental, dulce y deslumbrante y con muchos anhelos aún intactos. Y el casi anciano juez retirado, ermitaño y sumido en un retiro absoluto en el que no encuentra más aliciente que ser testigo subrepticio de las vidas ajenas que se desarrollan a su alrededor. Joven apasionamiento y madura experiencia se toman de la mano para forjar un nuevo camino de aprendizaje, aceptación, intercambio, liberación y ternura.
Hondo análisis sobre la fragilidad de los sueños y las quimeras, sobre lo quebradizo que es el mundo que construimos en torno a nosotros bajo las premisas de la ceguera, la vanidad y la soberbia que nos impiden prepararnos para la caída, y sobre la suerte y las casualidades que tienen a bien jugar con nosotros.
Rojo conclusión, rojo compendio. Digamos que de las tres entregas de la trilogía, ésta es la que menos ligazón tendría con el valor revolucionario asociado al rojo de la tricolor francesa, en este caso la fraternidad entendida como solidaridad, tal vez porque Kiéslowski en esta última entrega quiso compendiar y acabar de matizar en una profunda narración elíptica los tres valores revolucionarios, libertad (azul), igualdad (blanco) y fraternidad-solidaridad (rojo).
Rojo…fraternidad entendida como solidaridad…una anciana decrépita y encorvada intentando meter sin conseguirlo una botella a un contenedor y levantando la compasión de una joven de alma generosa, imagen ésta exacta a la de la primera entrega con su azul libertad…Un perro atropellado también es digno de la solidaridad…¿igualdad?…
Pero, ¿y qué decir de la igualdad y de la libertad en esta tercera entrega rójamente conclusiva?. ¿Acaso no se nos habla de libertad cuando nos encontramos con ese juez voyeurista asaltando las vidas ajenas?, ¿Acaso no se nos habla de igualdad cuando la joven modelo predica y clama por/con la misma?.
No tan hipertécnica como la primera ni tan impulsiva como la segunda, pero sin duda esta tercera y definitiva entrega es la más completa de la trilogía por su carácter compendiador, no sólo a nivel temático, sino formal.
Rojo: dos vidas vacías y a la deriva se juntan un día por el azar de la vida, y del contacto surgen sinergias aleccionadoras.
Nuestro juez prejubilado, Joseph Kern, enseñó que su voluntaria reclusión en un mundo lleno de cinismo y sarcasmo resabido, acertaba en las frías predicciones pero erraba en las formas carentes de cualquier atisbo de sentimiento (solidario o de cualquier otro tipo)…su progresivo amor platónico por la joven estudiante y modelo Valentine Dussaut, al recordarle un antiguo amor traicionero de juventud, le sirve a su vez para explicarle que no es lo mismo un sentimiento expresado a través del cristal de una ventana o de un televisor o a través de los cables de un teléfono que el transmitido de manera abierta y solidaria, con total libertad e igualdad para todos…
De nuevo el color que da título a la entrega respectiva, en este caso el rojo, lo impregna todo.
El rojo de la lona del bar de abajo de la casa de Valentine Chez Joseph …el rojo del jeep de su vecino, el estudiante (y alter ego durante la etapa de juventud del juez retirado Joseph Kern)…el rojo del inmenso cartel publicitario en donde Valentine salía como reclamo de una marca de chicles con el slogan que Kiéslowski quiso utilizar para concluir la trilogía y que da título a mi crítica), ó en esos cables de comunicación telefónica que transmitían los sentimientos de forma tan fría…
OBRA MAESTRA.