The Yakuza Papers, Vol. 2: Deadly Fight in Hiroshima
Sinopsis de la película
Segunda parte de la quintología de Fukasaku acerca de la ascensión mafiosa del yakuza Shozo Hirono (Bunta Sugawara) durante el convulso Japón de la posguerra. En este episodio, mientras Hirono establece su propia pequeña familia, el joven Shoji Yamanaka (Kinya Kitaoji), solitario y arruinado en Hiroshima, encuentra cobijo trabajando como matón para el jefe de la familia Muraoka. Por otro lado, Katsutoshi (Sonny Chiba), el hijo del jefe de la familia Otomo, viejo amigo y aliado de Muraoka, es expulsado por querer iniciar una guerra fratricida entre los dos clanes.
Detalles de la película
- Titulo Original: Jingi naki tatakai: Hiroshima shito hen (The Yakuza Papers, Vol. 2: Deadly Fight in Hiroshima)
- Año: 1973
- Duración: 99
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Opinión de la crítica
7.2
39 valoraciones en total
En 1.973 el thriller de acción centrado en la temática yakuza cambió cuando Koji Shundo ofreciera al ya célebre Fukasaku encargarse de adaptar los artículos recogidos por el periodista y autor Koichi Iboshi inspirados en las memorias del gángster real Kozo Mino.
Aunque los señores de la compañía y el propio guionista Kazuo Kasahara recibieran con negatividad la participación del realizador, lo cierto es que nadie podría haber plasmado mejor las aventuras gangsteriles de Iboshi. A partir de entonces las yakuza-eiga pegarían un vuelco de 180º, no sólo por liberarse de algunos de las más trillados clichés del género, sino por presentar a aquellos gángsters tal como eran: chillones, locos, cínicos, traidores, ambiciosos, injustos, y sobre todo extremadamente violentos y despojados de todo rastro de romanticismo feudal. Este afán por el sentido de lo auténtico dejó impregnado su huella en un film hiperrealista, vertiginoso, indigesto y brutal.
Se establecía un nuevo estilo y una nueva forma de entender la violencia en el thriller . Mientras se terminaba el film, y viendo su potencial éxito, el estudio no tardó en ordenar una segunda entrega, sin embargo Kasahara no deseó proseguir con la historia ya contada en la obra original, tanto más cuanto que los artículos seguían publicándose. En su lugar se desliga de las hazañas de Shozo Hirono para centrarse en otro yakuza real, Mitsuji Yamagami, a quien da vida un carismático Kinya Kitaoji, y trasladando la acción desde Kure a Hiroshima.
Aunque sirva de guía para el espectador (ya que la trama se bifurca tanto que llega a resultar tremendamente confusa), el prólogo donde se nos recuerda los acontecimientos ya sucedidos entre Shozo y sus compañeros del clan Yamamori, no impiden continuar como si nada con lo que se nos propone aquí. En el marco histórico tras el estallido de la Guerra de Corea y la paulatina recuperación del país nipón tras la invasión norteamericana (a la que ya no se mencionará en absoluto), un pobre vagabundo sin hogar, sin familia y con un imán para los conflictos llamado Shoji (basado en Yamagami), entra a formar parte de la poderosa familia Muraoka.
Aunque Shozo era la figura central, en la primera parte se repartía el protagonismo entre todos los personajes, pero aquí recae sobre Shoji, perfecto reflejo de la desheredada y melancólica generación de la posguerra. Sobre él y sobre su trágico y negro romance con Yasuko, la sobrina de su jefe, madre y viuda de un héroe de guerra. Siendo ése uno de los principales resortes de la trama, Kasahara y Fukasaku traicionan la regla que respetaron en la anterior: evitar clichés, y uno de los más vistos y oídos del cine de yakuzas era la desventura amorosa entre el protagonista y una mujer (de la más diversa condición).
Por suerte el guionista es suficientemente inteligente para no crear manidos estereotipos y dotar de gran profundidad psicológica y emocional a Yasuko, condenada a guardar respeto a su difunto marido por temor al escándalo y la perfidia. Interesante esta introspección femenina teniendo en cuenta el cariz tan recalcitrantemente masculino de este cine. Mientras esta shakespiriana relación acontece, los hombres se masacran, se cortan, se apalean, incluso se muerden, en unos agitados años 50 en los que la fuerza policial (presentada de una forma ridícula y paródica) depende de las decisiones y las acciones de los gángsters, verdaderos amos de la ciudad.
Intrigas entrelazadas donde hierven los rencores, las ansias de conquista y la sed de venganza, con un completamente alocado y caricaturizado personaje en su epicentro: Katsutoshi, quien pretende arrebatar el territorio a Muraoka. Así se debatirá esta lucha, entre éste matón frenético y mentalmente infrahumano y Shoji, que evoca al protagonista de El Vagabundo de Tokyo (incluso se rinde más de un tributo a la obra de Seijun Suzuki). Alguien que deambula, se va, vuelve, es manipulado y al final descubre que habita en mundo repugnante (aun así es imposible simpatizar con él y con todos los demás, o siquiera comprenderlos…).
Shozo, por desgracia, es un simple mediador, un espectador, y sus apariciones se cuentan por segundos, instantes que son de lejos los mejores, pues continua como el único yakuza honesto, inteligente y respetuoso de cuantos se enfrentan aquí, y que verá en Shoji a su propio reflejo, fiel e incrédulo, de años atrás. Pero al no haber coincidido Mino con Yamagami, las intervenciones de su álter-ego Shozo son pura ficción, y no convenía alargarla. Un error de trama reconocido por el mismo Kasahara, quien tampoco se esfuerza en presentar una conclusión sólida a su historia filmada casi siempre cámara en mano para hacernos sentir los golpes, los disparos, los navajazos y el olor del sudor, el barro y la sangre siempre chorreante.
Algunos actores de la primera parte vuelven en otros papeles (un recurso bastante usual), y en este reparto coral sobresalen Hiroshi Nawa, el adusto y magnético Bunta Sugawara, una maravillosa Meiko Kaji pre- Lady Snowblood en el mejor personaje y ese Sonny Chiba cargado de cocaína hasta las cejas, en una prefiguración convulsiva y estomagante del Tony Montana de Pacino. Con un inicio salvaje (la paliza a Shoji, que hace crujir los huesos al espectador), un clímax demoledor, demostrando el nipón su dominio de las atmósferas y su ojo clínico para captar la miseria en su más dolorosa realidad.
Atmósferas atravesadas de ráfagas de humor negro (el desagradable pero inevitablemente divertido instante en que Shozo descubre que está comiendo carne de perro) esta segunda parte, si bien no igual de brillante, fue otro enorme éxito de crítica y público para Toei.
Aun dejando aquí miles de cabos sin atar (millones), Fukasaku se establecía en la época como uno de los más hábiles poetas narradores del resquebrajamiento y la locura social, de la debilidad y la inmoralidad humana. Así, una saga nacía y más y mejores batallas sin honor ni humanidad irían llegando…
Segunda entrega de The yakuza papers que retoma alguno de los personajes de la inaugural, como el melancólico outsider Hirono, el único hombre recto de Hiroshima que tan bien interpreta Bunta Sugawara. Superficialmente cuenta el arquetípico auge y caída de un joven criminal, pero en realidad vuelve a ser un abigarrado fresco coral del crimen organizado japonés, ambientado en esta ocasión en los años 50 con la yakuza ya establecida y las guerras de clanes en ebullición. Supera a la primera al beneficiarse de un guión más concentrado y a una menor confusión narrativa pero en ningún caso pierde ni empuje ni locura. Sigue por tanto el estilo nervioso (gran uso de la cámara en mano y el desencuadre en los momentos más rabiosos) y los recursos reporteriles (sobreimpresiones, congelados, fotos, etc…) pero además se introduce una estética más sobría y elegante a base de un gran trabajo en la cerrada puesta en escena, lo que da como resultado un mayor equilibrio. Violentísima (salvaje el asalto a la casa y brutal final), sádica y de una energía portentosa, (híper)realista y desprovista de cualquier tipo de romanticismo o mistificación. Para rematar cuenta en su estupendo reparto con dos estrellas del cine popular nipón como la bellísima y excelente actriz Meiko Kaji (la mítica Femmale Prisoner y también protagonista del díptico Lady Snowblood ) y un Sonny Chiba completamente pasado de vueltas que incendia la pantalla como ultraviolento matón de sempiternas gafas de sol.