The Mansion of the Ghost Cat
Sinopsis de la película
La descendiente del siervo de un samurai cruel y vicioso vuelve a la ciudad donde nació, sólo para encontrar que un gato que está poseído por los espíritus de los asesinados por el samurai está tratando de matarla.
Detalles de la película
- Titulo Original: Bôrei kaibyô yashiki (The Mansion of the Ghost Cat)
- Año: 1958
- Duración: 69
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Opinión de la crítica
Película
6.4
21 valoraciones en total
Interesante muestra de terror clásico a la japonesa, con sus maldiciones, fantasmas y samuráis.
El filme trata, someramente, de un gato poseído por unos espíritus que tuvieron una mala muerte por culpa de un samurái con muy mala leche y, lo que es peor, con muy mal perder. La funesta maldición tiene su origen en una partida de go (juego de mesa muy popular en Japón), de la que el contrincante del samurái no salió con vida…
Nobuo Nakagawa se especializó en películas de terror de cierta calidad durante los años cincuenta y sesenta, entre las que destaca Historia de fantasmas de Yotsuya (1959). No muy conocido por estos lares, merece la pena acercarse a su trabajo, pues su estilo narrativo y visual recuerda el de los cuentos tradicionales. Además, el moderno J-Horror bebe mucho de su forma y contenido, aunque se aleje del encantador espíritu clásico de esta obra.
El filme se divide en dos partes, diferenciadas por el tiempo: una en blanco y negro (presente) y otra a color (pasado). La narración así no se ve interrumpida, ya que se presenta íntegra toda la parte del pasado, sin molestos flashbacks explicativos en el presente. La historia del samurái y sus asesinatos es, sin duda, lo más atractivo de la cinta, y su resolución con los hechos del presente resulta lógica y acertada.
La excesiva teatralidad y sobreactuación de los personajes, ya consabida y asimilada por el conocedor del cine oriental, le dan el toque bizarro justo para evitar traspasar la barrera del ridículo, lo cual es de agradecer.
Aunque asustar, asusta poco y ha envejecido notoriamente, resulta inquietante si la ves con todas las luces apagadas.
Extraños sucesos van a ocurrir para aplacar la ira de los muertos. Una venganza surgida del más allá cuyo ejecutor será un animal nada sospechoso a ojos de cualquiera: un gato.
Sin embargo una bestia sedienta de sangre y justicia. Este es el cuento de la venganza del gato fantasma…
En los 50, que tan maravillosos resultaron para el cine japonés, no sólo encontramos los grandes melodramas de Shimizu, Ozu y Mizoguchi o los frescos históricos de samuráis de Kurosawa e Inagaki, también había cine popular, de bajo presupuesto y en principio destinado a las salas de doble sesión, y uno de los géneros más exitosos en dicho círculo era el horror y el fantástico. Porque ya se hacía cine de horror en Japón cuatro décadas antes de la llegada de Sadako Yamamura.
Y entre gente como Ryohei Arai, Bin Kado o el ocasional Tokuzo Tanaka, destacaba Nobuo Nakagawa, un hombre que si bien durante sus dos décadas de experiencia en el negocio se introdujo en muchos tipos de cine, sólo se le recuerda como un experto del género que iría allanando el camino de su búsqueda de la perfección estética y formal hasta alcanzarla en Jigoku , antes de eso, el nativo de Kyoto adquirió fama como perfecto narrador de leyendas de terror desde su casa, la Shintoho. Después de probarlo con Kaidan Kasane-ga-fuchi se le encarga adaptar una novela de Soto Tachibana, prolífico autor que tanto escribía sobre hechos reales de la guerra y dramas como relatos de horror y fantástico.
Pero al contrario de lo que podríamos pensar, esta historia no empieza en un castillo samurái ni en un ambiente feudal, sino en la época actual. El director prefiere abrir su relato desde un interior en plena oscuridad: los pasillos de un hospital, sólo alumbrado por la luz de una linterna, inquietante cuando menos esta introducción a lo Edgar Ulmer en la cual los pasos de los espíritus ya acechan a los vivos desde ultratumba. Entonces somos guiados por un narrador, el dr. Tetsuichiro, sentado en la penumbra e invitándonos a viajar con él a sus recuerdos.
Así la trama se dividirá en la convencional estructura de dos actos con un prólogo y un epílogo, el primer flashback nos lleva al momento en que el doctor y su esposa Yoriko se mudan al pueblo en donde éste ejercerá la medicina. Sin tiempo que perder, Nakagawa ya juega con lo perturbador de las atmósferas, insinuando bajo las apariencias de la tranquila realidad una constante sensación de peligro que somos incapaces de comprender, esto unido al hecho de representar todo este tramo bajo las extrañísimas tonalidades blancas y azules que elabora su operador Tadashi Nishimoto. Como no podía ser de otra forma, los horrores llegan con el negro manto de la noche.
Lluvias, truenos, viento, el constante ladrido de un perro asustado y las pisadas en el barro de una anciana espeluznante que avanza con paso firme a la vieja casa en la que se han instalado Tetsuichiro y Yoriko, Nakagawa siempre demostró una habilidad innata para conjugar los elementos y ofrecer con ello el impacto visual, aunque esto no es nada para lo que nos reserva su Borei kaibyo Yashiki . La permanencia en este ambiente puede desquiciar más de lo esperado por la terca ignorancia del marido a las horripilantes visiones que experimenta la esposa y la recalcitrante tendencia al mutismo de ella.
Por suerte un sacerdote del lugar se dispone a revelarnos la razón de estos extraños acontecimientos. El director también demuestra buena mano para la técnica narrativa y así tener al espectador bien atento, en lo que es el uso de un fashback dentro de un flashback , y subvirtiendo la forma que se suele aplicar a esta estructura al abandonar el blanco y azul presente y mostrar la ancestral historia del sacerdote en vivo color. Ahora retrocedemos aún más en el tiempo, a un tiempo antiguo sin fecha (reforzando la idea de mito del folklore), y con un duelo cuyo final será la tragedia.
No un duelo de samuráis, sino el de un maestro de go (Kokingo) y el de un daimyo (Shogen), que sirve de parodia de una figura clásica: el señor cruel e injusto del drama feudal, Nakagawa opta por presentarlo como un monstruo gesticulante y repulsivo, menos realista y más caricaturesco. Tras acabar todo en un arrebato de ira y violencia y mancillar el honor de su familia, el deseo de venganza pasará al gato de éstos (muy típico del género) y la pesadilla se desata, el cineasta ya lleva tiempo tratando los temas esenciales de la posterior Jigoku y aquí su presencia será furiosa y visceral.
Esto es: el descenso a la locura de aquellos que cometen crímenes y pecados, las almas de los onryos ajusticiando a los vivos, el mundo real y el invisible confundiéndose en un escenario alucinógeno, aquí juega con todos los trucos a su alcance y se sobrepone al escaso presupuesto para sumergirnos en semejante ambiente: figuras y sombras que se retuercen, colores intensos que asaltan las retinas, manchas de sangre que son brechas hacia otros planos de realidad y formas espectrales que invaden el espacio con espeluznante sobriedad. Las formas inspiradoras del noh derivan en un espectáculo deliciosamente onírico, caóticamente bello, Nakagawa es un maestro de lo sobrenatural, de lo puramente visual.
Haruyasu Kurosawa, genio de la dirección artística, le ayuda a crear este imaginario imposible. Al otro lado unos actores más o menos decentes donde sobre todo yo destacaría a Fumiko Miyata (como la ciega Miyaji) y la veterana Fujie Satsuki (como la madre de Shogen), Takashi Wada cumple su cometido: resultar estomagante como pocos villanos se han visto.
A pesar de un exiguo metraje que no da tiempo a desarrollar como es debido a los personajes y un desenlance propio del melodrama americano que hasta resulta ofensivo, esta obra es un maravilloso pasatiempo para los fans del género, un cuento de terror sin pretensiones. Yo desde luego prefiero estos clásicos artesanales a las películas actuales sobrecargadas de sustos fáciles y efectos digitales…