The Goodwin Games (Serie de TV)
Sinopsis de la película
Serie de TV (2013). 7 episodios. Tres hermanos regresan a casa tras la muerte de su padre y de repente ven a su alcance una incalculable fortuna, más de 20 millones de dólares, siempre que cumplan al pie de la letra los deseos de su padre…
Detalles de la película
- Titulo Original: The Goodwin Games (TV Series)
- Año: 2013
- Duración: 22
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Opinión de la crítica
Película
4.8
95 valoraciones en total
¿Puede incitar una serie al interés cuando se sabe que es la crónica de una cancelación anunciada? Desde que Fox informara que reduciría a siete capítulos a The Goodwin Games, relegándola a la midseason, su futuro no puede ser menos prometedor que el de la cancelada Ben y Kate. Lamentablemente el olfato de los ejecutivos de la cadena de cable en esta ocasión ha sido más que acertado: la sitcom de los creadores de Cómo conocí a vuestra madre no puede ser más ineficaz y poco duradera. El argumento denota su absoluta falta de recursos: un padre deja una fortuna a sus tres hijos que se distanciaron de él tiempo atrás. Obviamente tendrán que competir por 23 millones de dólares y superar sus viejas rencillas y conflictos familiares a través de un Trivial Pursuit ‘tuneado’ con preguntas sobre su infancia. La premisa puede ser original para un telefilme familiar de la Disney pero para formalizar una sitcom de largo alcance puede que se quede demasiado corta… sobre todo cuando aparece una vena cursi y azucarada en todo el asunto.
Jake Lacy fue sustituido incluso en el piloto y remplazado por T.J. Miller para darle algo más de gracia a un personaje sin gracia, la realidad es que The Goodwin Games no atina demasiado con la sofisticación de sus planteamientos. El desarrollo es tan irregular como el resultado de un dado de seis caras y los personajes realmente no tienen demasiado trasfondo. La vieja de novia de Henry o la vieja amiga de Chloe, que ahora es la albacea del testamento, pueden aportar un punto de tensión en un piloto con poco más a lo que aferrarse. Las similitudes con Cómo conocí a vuestra madre son evidentes pero la ausencia de la extravagancia y originalidad que desea poseer es ostensible por más de la simpatía que quiere desprender el elenco.
Los resortes siguen siendo los mismos —catarsis familiar y reencuentro post-mortem del pater— y The Goodwin Games únicamente puede funcionar por el adorno y envoltorio. Volvemos, de nuevo, a personajes adultos atrapados en sus infancias y traumas derivativos, con la inteligencia de una carpa: si únicamente puede ganar uno, ¿no era más fácil que uno ganara el dinero y lo repartiera con sus hermanos bajo cuerda? Los arquetipos en los que están construidos los personajes tampoco ayudan: el hijo mayor y héroe… realmente con pies de barro, una aspirante a actriz que dejó de ser cerebrito en las matemáticas por discutir con su padre y se ciñó a la popularidad (y estupidez) y un ladrón de poca monta tonto que acaba de salir de prisión y tiene una hija. Community seguramente haría virguerías con una partida de Trivial Pursuit y una caja llena de cintas de VHS, pero esta comedia enseña rápidamente sus trucos y reversos en un conjunto completamente desmagnetizado. La única manera de disfrutar de esta serie y sus siete capítulos es pensar que es una sitcom británica… aunque, ¿quién quiere ver The Goodwin Games teniendo grandes comedias de culto británicas?
Tras las últimas tres temporadas, con unas cartas de estrenos cada vez más nefastas, ilusionarse lo más mínimo con alguna de esas propuestas, que malamente pasarán un corte (de resultados de audiencia) cada vez más fatídico, supone poco menos que un salto al vacío. Especialmente si se trata de comedias, con la cantidad anual de novedades creciendo como la espuma y la calidad general de las mismas bajando hasta los avernos. Con todo, la que parecía ser la nueva niña de sus ojos de Carter Bays y Craig Thomas, responsables de Cómo conocí a vuestra madre, a un año vista del final de su longeva sitcom, invitaba a cierto optimismo. Para mayor aliciente, contaban para ello con la cara bonita de Becki Newton, la stripper Quinn (sí, la que Barney Stinson pensó que iba a ser la mujer de su vida pero no funcionó porque ese puesto estaba desde hace tiempo guardado para Robin Scherbatsky, esa).
Pero cuando una serie destinada a midseason (entre enero y marzo), recibe en noviembre la noticia de que Fox reduce la orden de episodios de los habituales 13 a solamente 7, y que encima estos no se podrán ver hasta mediados de mayo, con los upfronts de la siguiente temporada ya definidos y todo el pescado vendido, pues la cosa no pinta nada bien. Más que nada, porque la propia factoría no cree en su producto, y cuando ese es el caso, poco se puede hacer para revertirlo. Y digo yo, ¿para qué le dieron la luz verde en un principio si luego iban a pasar de ella como de un juguete viejo? Al menos, tuvieron el decoro de darle, no una muerte, sino un nacimiento digno, o lo que es lo mismo, la oportunidad para que juzguemos si se han equivocado o no. Tras siete capítulos y una sensación de dejarlo todo a medias, la respuesta no puede ser un rotundo ‘sí’ pero no debería ser menos que un ‘tal vez’.
Lo que nos ha dado tiempo a comprobar es el gran gusto de Bays y Thomas por los McGuffin. Si hemos aguantado ocho años de batallitas de Ted Mosby con la excusa de saber cómo conoció a la madre de sus hijos, ¿qué esperar de un padre (¿futuro Ted Mosby, quizás?) convirtiendo su testamento en un juego de enigmas con su gran herencia como premio, más que la última voluntad del difunto por que sus tres hijos vuelvan a estar unidos en el pueblo que les vio nacer y crecer? Como era de esperar, los tres potenciales herederos están muy lejos de los sueños de su vida. Una actriz de poca categoría con la sempiterna esperanza de que llegue el papel de su vida, un ladrón de medio pelo, sospechoso habitual de cárceles y calabozos, con una hija fruto de un encuentro casual, y el primogénito, algo más ejemplar, pero igualmente desencantado: adicto al trabajo prometido con una aún más adicta al trabajo y que nunca ha dejado de pensar en su amor de juventud, ahora metida a pastora eclesiástica.
Pero la predilección de los creadores por ese juego al despiste a gran escala no se quedaba ahí, en la fórmula global. Los juegos de cada episodio, la presencia intermitente de un desconocido que les quita, como por arte de magia, parte de su herencia, o la ausencia física permanente de la prometida del hermano mayor, el estabilizado y enderechado,… precisamente estos dos últimos alimentaban algo un horizonte que aquellos que nos atrevimos con la serie ya sabíamos que difícilmente iba a llegar. Cuesta llegar a unas conclusiones con tan poco margen, pero, ¿será que, tras ocho años queriendo conocer a ‘La Madre’, el público no estaba por la labor de dar un nuevo voto de confianza a Bays y Thomas? ¿El gran valor de producción, de cara a promocionar la serie, pudo haber sido su sentencia genética? Nunca lo sabremos. Eso sí, no me arrepiento de las casi dos horas y media de mi vida consumidas (que no perdidas) en sus siete capítulos, y me va pudiendo la convicción de que, con una temporada entera, habría podido encandilar a un buen nicho de público.